El Pacto de la Embajada de México, su incumplimiento
Teodoro Picado M.
Palabras para la segunda edición
Un grupo de amigos de Costa Rica me ha pedido que edite por segunda vez el folleto que en junio de 1949 publicara sobre El Pacto de la Embajada de México y su Incumplimiento. Complazco sus deseos con pesimismo toda vez, que, a pesar del tiempo transcurrido, aún subsiste en Costa Rica la campaña de odios que le ha hecho y que le hará tantos males. Cuando suscribí ese convenio, con la asistencia y respaldo del Cuerpo Diplomático, dignamente representado en la forma que es sabida, obtuve garantías para todos aquellos que habían luchado a mi lado. Pero no era ese, tan sólo, el objeto del pacto: era, y sobre todo, el de asegurarle al país su tranquilidad futura.
La tremenda responsabilidad de no haber querido reconciliar a los costarricenses cae sobre la Junta de Gobierno y sobre sus sucesores. Si el pacto se hubiera cumplido se le hubieran evitado a los costarricenses infortunios de toda clase. Quizá, en ese caso, muchos me habrían disputado el patriótico honor de haber contribuido o la conciliación nacional y de haber sacado sanos y salvos a mis amigos de una difícil situación político militar de implicaciones internas e internacionales muy graves. Como la Junta de Gobierno cometió más que la felonía, la torpeza, de no hacerle honor a su solemne compromiso, es perfectamente humano, que yo, sin serlo, aparezca corno responsable del incumplimiento. Es de sobra conocida la anécdota del general Joffre cuando le discutían los laureles de Marne. “Yo no sé a quien se debe el triunfo -dijo- pero de lo que sí estoy seguro es de que si la batalla se hubiera perdido yo habría sido el único responsable”.
Pero ese es asunto que ya pertenece a la historia. Lo que nos debe preocupar es el porvenir de Costa Rica. Los sembradores de odios están ciegos: no saben que hay
Justicia inmanente o divina y que esos odios que cultivan se volverán contra ellos y los seguirán hasta sus tumbas y más allá de sus tumbas. El pacto de la Embajada de México no se cumplió, pero no se lesiona impunemente el Derecho, que es una fuerza universal. Los mismos que hicieron mofa de él, sufrirán tarde o temprano las consecuencias de su terrible error. La Justicia existe.
Pero si nuestros constantes llamados a la conciliación del país tuvieren la resonancia de las campanas de palo de que hablaba el gaucho, queden consignadas aquí, estas palabras de uno de los hombres más ilustres de nuestro siglo, Mr. Churchill: “Si el presente quiere someter a juicio el pasado, sólo logrará perder el porvenir”.
Teodoro Picado
Managua, abril de 1950
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