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Invasión de enero del 55

Invasión de enero del 55

Guillermo Villegas Hoffmeister

En julio de 1942, después de la intervención que reali­zara, a través de la radioemisora América Latina, don José Figueres Ferrer, oscuro agricultor, oriundo de San Ramón de Alajuela, y desde hacía años soterrado en los montes desamparadeños al sur de San José, en la llamada hacienda La Lucha sin fin, en la cual criticaba la acción del gobierno presidido por el doctor Rafael Ángel Calderón Guardia en relación con su accionar en general, y en especial por los barbáricos hechos cometidos por las turbas desmandadas en la noche del 4 de julio de ese año, cuando saquearon los comercios de alemanes e italianos e incluso de algunos españoles en San José, so pretexto de celebrar un aniversa­rio más de la independencia de los Estados Unidos y como protesta por el hundimiento, dos días antes, del vapor San Pablo, propiedad de la United Fruit Company, situada en Limón, hecho achacado a un submarino alemán; tras man­tenerlo detenido en una prisión en San José, se le expulsó del país, lo que lo convirtió en enemigo mortal del presi­dente Calderón Guardia y comenzó, de allí en adelante, a buscar la forma de hacerle una revolución para sacarlo del poder.

Pasaron los años y los esfuerzos de Figueres fueron in­fructuosos. Vino el gobierno de Teodoro Picado, nacido según, se alegó, de un espantoso fraude electoral, y Figueres siguió en sus empeños, ahora redoblados.

Al fin, en diciembre de 1947, suscribió en Guatemala, con exiliados de varios países caribeños y centroamerica­nos, el llamado Pacto del Caribe, en virtud del cual todos unirían esfuerzos para derrocar las dictaduras de Somoza en Nicaragua, Trujillo en República Dominicana y en Costa Rica, así como también se apuntaba hacia otros lugares.

De conformidad con ese pacto, al estallar la guerra civil en Costa Rica el 12 de marzo de 1948, tras la anulación de la elección de don Oilio Ulate, candidato de la Oposición Nacional, de la que Figueres fue parte descollante, llega­ron por avión desde Guatemala a San Isidro de El General varios militares extranjeros, 17 en total, que asesorarían al ejército rebelde, ayudas continuas en armas, municiones, gasolina y otras vituallas necesarias para la lucha que, al final logró, el 19 de abril, la separación del poder por parte de Picado, quien lo delegó en su tercer designado ingenie­ro Santos León Herrera. Se dio el cese de la lucha armada y el arribo al poder del Ejército de Liberación Nacional, representado por Figueres y los ministros con los que se integró la llamada Junta Fundadora de la Segunda Repú­blica … Figueres venía hablando de establecer una Segunda República desde que inició su combate contra el llamado «Régimen de los ocho años».

Cientos de calderonistas y sus aliados picadistas y co­munistas, abandonaron el país, autoexiliados y buscaron amparo bajo otros gobiernos, entre ellos, de preferencia, el de Anastasia Somoza García en Nicaragua.

Hubo por esas calendas diferendos serios entre los go­biernos de Costa Rica y Nicaragua, máxime que Somoza había enviado tropas suyas a ayudar al gobierno de Picado, así como se produjeron enfrentamientos a través de la pren­sa y la radio, continuamente.

Para diciembre de 1948, costarricenses radicados en Nicaragua, con algo de apoyo de Somoza, cruzaron la fron­tera con Costa Rica en son de guerra. Se produjeron algu­nas escaramuzas, algunos muertos, entre estos una patrulla de la Cruz Roja, a la que acompañaba un sacerdote y un particular propietario de la hacienda El Murciélago, donde acaeció la masacre perpetrada por un grupo de invasores y el gobierno de Figueres solicitó la intervención del Consejo de Seguridad de la OEA, el cual logró que las cosas no pasa­ran a mayores. La reconcoma seguía presente, eso sí.

Como una de las consecuencias de esta invasión duran­te la llamada Navidad Sangrienta de 1948, la Junta Fun­dadora de la Segunda República, en sesión celebrada en el Cuartel de Liberia, declaró al doctor Rafael Ángel Calderón Guardia traidor a la patria, declaratoria que en la última se­sión celebrada por la mencionada Junta en noviembre de 1949, pocas horas antes de entregar el poder a don Otilio Ulate, ratificó en forma absoluta.

Precisamente en esa aventura el doctor Calderón Guar­dia sufrió una seria lesión en un ojo, que le causó la pérdida de la visión en el órgano accidentado. Esto hizo que por varios días se sostuviera que él se encontraba en la montaña para seguir en pie de lucha y no fue sino hasta casi un mes después de que las hostilidades cesaron, que apareció en Managua, de donde a poco se trasladó a México.

La junta de gobierno salió del poder, entregó a don Otilio Ulate las riendas de la nación, se limaron aspere­zas con Somoza, pero Figueres seguía comprometido con el Pacto de Alianza del Caribe, organización que pasó a llamarse, después de la Guerra Civil costarricense, Ejérci­to de Liberación de Centro América y El Caribe. Sentía muy dentro de su corazón la pena de no poder ayudar a los revolucionarios de otros países en sus luchas contra las tiranías respectivas, aunque alguito iba haciendo. Se hizo un intento contra Trujillo, pero la traición de algunos de los que debían facilitar el traslado de los invasores a la isla dominicana, hizo que se frustrara el esfuerzo, al fracasar el desembarco aerotransportado en Luperón, donde perecie­ron a manos de los trujillistas varios adversarios, y otros fueron a dar a las mazmorras de la dictadura hasta que, por presión internacional, el Chacal del Caribe se vio obligado a liberarlos. Contra Somoza seguían los sueños de eliminar­lo, pero no se pasaba de allí. Tocio continuaba igual hasta que Figueres volvió, esta vez gracias a elecciones libérrimas al poder en noviembre de 1953 hasta mayo de 1958, sea que su período se extendía seis meses más de lo normal, pues con ello se seguirían iniciando los gobiernos nuevos y concluyendo los anteriores. Ahora sí renacieron las espe­ranzas contra Somoza y Trujillo.

A Costa Rica volvieron algunos de los compañeros, extranjeros, del ejército figuerista, y todos comenzaron a planear una y otra cosa. Los gobiernos a los que se preten­día agredir, ahora aumentados con Venezuela en donde un triunvirato cívico militar encabezado por el General Carlos Delgado Chalbaud, acompañado por el general Marcos Pérez Jiménez y el civil Luis C. Llavera, había derrocado al Presidente Rómulo Gallegos. Estos ejercían una dictadura que aumentó al ser secuestrado y asesinado Delgado Chal­baud, el 13 de noviembre de 1950, por sus mismos amigos a quienes estorbaba e inventaron estos una fábula en la que mezclaron a un famoso guerrillero venezolano, Rafael Si­món Urbina, como autor del crimen. A quien igualmente asesinaron para que nunca se supiera la verdad, asume el mando omnímodo Marcos Pérez Jiménez, militar de alta graduación y enemigo de lo que representaba Figueres. Con esas muertes se evitaban muchos problemas.

Nicaragüenses, venezolanos, dominicanos, hondure­fos, gentes de distintos rumbos de la afligida América, se daban cita en San José buscando apoyo para derribar a las dictaduras que afligían al continente, dictaduras llamadas «La Internacional de las Espadas» y que alcanzaban hasta a Argentina con su fantochero Juan Domingo Perón. Cada uno de los exiliados inventaba tal o cual forma de terminar con sus enemigos y hacían planes para el gobierno que ins­talarían en sus patrias. El tiempo se iba y se iba alargando y nada …

En los primeros días de abril de 1954 y bajo el coman­do de Pablo Leal, un luchador destacado contra Somoza, se realizó, partiendo de San José, al igual que en octubre de 1944 lo habían hecho Los Osados capitaneados por el general Alfredo Noguera Gómez, una invasión a Nicaragua que concluyó con el asesinato de todos ellos a manos de la Guardia Nacional de Nicaragua, en suelo costarricen­se. Militares costarricenses fueron los guías de los solda­dos de Somoza. Formaban parte de esta expedición, entre otros: José María Tercero, Gustavo Adolfo Zavala, Juan J. Ruiz, Manuel Gómez, Jorge Ribas Montes, Amado Soler, Luis F. Gabuardi, Rafael Preslin, Amadeo Baena, varios más acompañados del subteniente Edgar Gutiérrez, de la Guardia Civil de Costa Rica y en servicio activo en la Casa Presidencial.

Muchos costarricenses les prestaron ayuda logística y de otra clase para buscar el éxito, pero al igual que a Nogue­ra Gómez y los suyos, algunos de los que se decían amigos, traidoramente los denunciaron y Somoza los esperó, los enfrentó, los cazó, los tuvo un tiempo presos y luego, tras tremendas torturas, los fue asesinando uno por uno. Judas siempre ha tenido seguidores.

Se supo que a Adolfo Báe Bone le cortaron la lengua y que este, así mutilado le lanzó una bocanada de sangre en la cara a Anastasio (Tachito) Somoza Debayle, dejándolo mentalmente marcado por el resto de su existencia.

El presidente Somoza supo, por medio de sus tantos amigos ticos y por su excelente servicio de inteligencia, que Figueres había dado su gran apoyo a los invasores y lo tuvo en cuenta. Abría una nueva página de su libro de contabili­dad política, esperando a cobrarse la cuenta.

Como resultado de ese intento contra su régimen, So­moza presentó ante el gobierno de Costa Rica, con fecha 15 de mayo de 1954, una extensa nota de protesta en la cual señalaba que para preservar la paz y la tranquilidad en Nicaragua, por la amenaza que representaba la presencia de ellos en nuestro suelo, se extrañara a Rómulo Betancourt, Juan Bosch, Marcial Aguiluz, Federico Solórzano, Adolfo Ortega Díaz, Alejandro Cárdenas, Carlos Agüero, Emilio Ortega, Adán Vélez y Arturo Velásquez. A la vez que solicitaba la destitución de sus puestos al viceministro de Segu­ridad Pública Humberto Pacheco Coto, al director general de la Guardia Civil Rodolfo Herrera Pinto, al secretario de la Comandancia General don Rodolfo Quirós González, al coronel Elías Vicente, de la Guardia Civil, y al mayor Raúl Cambronera, director general de Detectives, pues según la Cancillería nicaragüense, todos ellos estaban implicados en la invasión y concluían diciendo que aunque era evidente la participación en los hechos del presidente don José Fi­gueres, por respeto a la nación no pedían sanción alguna contra él.

Los venezolanos tenían gran preponderancia y Pérez Jiménez había tomado, por su parte, debida cuenta, máxi­me que entre nosotros radicaban Rómulo Betancourt, su mayor adversario, Juan Bosch, dominicano que lo odiaba y era reciprocado, el doctor Raúl Leoni, Carlos Andrés Pé­rez, más tarde director de La República, periódico adquiri­do mediante una hábil treta, por amigos de Figueres, del, nada menos, partido calderonista. Esto es historia, graciosa y dolorosa a la vez, para relatarla en otra ocasión, y muchos otros exiliados más que eran espinas en las sentaderas del tirano de Venezuela. Pero veamos lo que querían Pérez Ji­ménez, Somoza y compañía.

AHORA SÍ

Anastasia Somoza García, la verdad sea dicha, no sentía mayor afecto por el doctor Calderón Guardia, aunque sí por Teodoro Picado, a quien había empleado como su secreta­rio particular. Con Calderón Guardia guardaba distancia porque su esposa, doña Salvadorita Debayle, no aceptaba el nuevo matrimonio del ex presidente costarricense. Al punto de que recién terminada la aventura de diciembre de 1948, el doctor Calderón Guardia, definitivamente empobrecido, se vio precisado, casi obligado, a abandonar Nicaragua, con dinero que a través de su íntimo amigo el doctor Ángel Chacón Chacón, le hiciera llegar, sin que se divulgara su procedencia, su ex esposa y ex primera dama doña Ivon­ne Cáliz Spoelder. Asentó sus reales en México hasta 1958 cuando pudo regresar a Costa Rica, siendo presidente de la república el licenciado Mario Echandi Jiménez, electo gra­cias al apoyo del calderonismo, de quien años antes había sido uno de sus más duros adversarios, pues fue el secretario general del Partido Unión Nacional, núcleo principal de la Oposición Nacional de 1947-1948 y verdadero vientre de la guerra civil de entonces. A cambio de los votos cal­deronistas a favor de Echandi, el doctor Calderón Guardia pudo retornar a su patria.

Somoza no olvidaba y le molestaba tener que dormir con un ojo abierto. Desconfiaba integralmente de Figueres y tenía razón, aunque jamás fue tan majadero como los úl­timos gobiernos nicaragüenses, con las cosas del San Juan, ni propició la migración masiva de sus gobernados hacia nuestro suelo.

Pero bien, Somoza no perdonaba la intentona en su contra y acogió, por medio de su hijo el Mayor Anastasio Somoza Debayle, graduado en West Point, a los costarri­censes que desde 1948 vivían en su país y casi bajo su am­paro, los invitó a realizar una nueva invasión a Costa Rica. Los ricos, entusiasmados, comenzaron a organizarse y a in­vitar a los residentes en otros países y a muchos que vivían en Costa Rica, a unirse a su gran aventura, y formaron el llamado Ejército Costarricense Anti Comunista. Una pa­radoja si se recuerda que los comunistas fueron el bastión calderonista durante los años del ’41 al ’48 y, en especial los que pusieron los muertos durante la Guerra Civil de 1948. Bueno, es que así se escribe la historia, al igual que en el amor: un beso hoy, una trompada o una puñalada mañana.

Anastasia (Tachito) Somoza Debayle sostuvo varias reuniones con costarricenses cercanos al doctor Calderón Guardia y con representantes de la satrapía venezolana y la dominicana. En una de esas reuniones se le recomendó al capitán Teodoro Picado Lara, graduado también en West Point, para que encabezara la parte militar y en efecto eso se hizo, mientras en Costa Rica se reclutaban cientos de cal­deronistas, en lo cual dio una importantísima colaboración una distinguida dama, doña Rosita Musmanni E. de Tino­co, viuda del coronel don Rigoberto Tinoco, caído el día cuando se inició la Guerra Civil de 1948, mientras viajaba hacia La Lucha con el propósito de llevar preso, a San José, a don José Figueres. Doña Rosita no sólo se encargó, de financiar el traslado de muchos futuros combatientes sino que aportó dinero de su propiedad para que algunos deja­ran a sus familias para gastos futuros y aportó hijos suyos al ejército calderonista.

Roberto (Beto) Giralt, Francisco (Chico) López, Fer­nando López Herrera y otros más ayudaron en el recluta­miento y envío de los futuros soldados a Nicaragua, donde se les concentró por varios y duros meses en la fortaleza militar conocida como El Coyotepe, en la cual se le dio una amplia y dura preparación militar. Se quería que el grupo invasor fuera una verdadera fuerza de élite.

Precisamente en la mañana del 24 de julio de 1954, un grupo de calderonistas, capitaneado por Claudio Mora Molina y en el que figuraban Rodrigo Pacheco Musmanni, Julio Calleja Tamayo, Fernando Fonseca Tortós, Rodrigo Araúz Bonilla, José Joaquín Quirós y algunos más hasta sumar 15, se apoderaron del Resguardo de la Boca del río Sarapiquí, no sin antes haber asaltado la agencia del Banco Nacional de Costa Rica en San Miguel de Sarapiquí, de donde tomaron alguna suma de dinero, entregando, a pe­tición del Jefe de la Agencia, Miguel (Chime) Arroyo, un recibo por el monto apropiado.

En la toma de la casa del Resguardo pereció el Jefe de ese organismo gubernamental don Hernán Rodríguez Mu­rillo, quien opuso la mayor resistencia posible a los adver­sarios. El gobierno lanzó una fuerza importante en pos de los rebeldes y en la boca del Sarapiquí hubo un encuentro en el cual pereció el rebelde José Joaquín Quirós. El resto cruzó en bote el San Juan, llegó a Nicaragua y allí fueron asilados y luego se les trasladó a El Coyotepe.

Por otra parte, se preparaba en San José a otro gru­po que serviría como fuerza de distracción, que estaría comandado por Víctor Manuel (El Ñato) Cartín Zongg, valioso veterano del ejército oficialista en el 48 y Miguel Ruiz Herrero, distinguido soldado del Ejército de Libera­ción Nacional en 1948, ex jefe de Inteligencia de la Junta Fundadora de la Segunda República, de la que se separó violentamente al participar como uno de los cabecillas del movimiento denominado El Cardonazo, para eliminar a la junta de gobierno y entregar el poder a don Otilio Ulate o, por lo menos, lograr la separación de algunos ministros de la junta de gobierno que no eran de la simpatía de algunos de los ex oficiales del Ejército de Liberación Nacional. Miguel Ruiz Herrero, escritor, poeta y famoso pintor, a través de su vida, ha sido un decidido y sin doblez luchador antifiguerista, lo cual le ha valido pasar momentos muy di­ficiles que no lograron domeñar su espíritu. Donde otros doblaron la cerviz, él se ha mantenido erguido como un roble solitario en medio de la sabana.

PLANIFICANDO

En Managua comenzaron a realizarse reuniones en las cuales se planificaba la forma de llevar a cabo la invasión. Representantes de Pérez Jiménez y de Trujillo tomaban parte en ellas; el capitán Picado Lara asistía sólo de tanto en tanto, pese a que a él le correspondía llevar a cabo la ejecu­ción de los planes que se elaboraban, en los cuales partici­paban además elementos destacados de la Guardia Nacio­nal como el coronel Eddy Monterrey, el entonces capitán Iván Alegrette, quien años más tarde pereció, siendo jefe de Operaciones del Estado Mayor de la Guardia Nacional, al ser derribado, en 1979, en plena Guerra Civil, el helicópte­ro en el que viajaba, por el fuego de los sandinistas.

Mientras la gente iba llegando a El Coyotepe y se la sometía al más intenso entrenamiento posible, en Costa Rica estaba en su apogeo el reclutamiento de calderonistas y el Gobierno de don José Figueres, viendo lo que sucedía, se decidió a entrenar a un fuerte contingente militar, for­mando para ello la llamada Reserva de la Fuerza Pública, que fue, por su parte, debidamente adiestrada para entrar en combate, así como, aun violando algunas leyes, se rea­lizó una cuantiosa compra de equipo bélico en los Estados Unidos. Esta compra desató un infierno periodístico, pues, especialmente Diario de Costa Rica, periódico propiedad de don Ouilio Ulate, se volcó contra el gobierno en forma casi inaudita, pues lo que se trataba era de defender al país y al gobierno de una agresión proveniente del extranjero. Ulate vomitó sapos y culebras contra el gobierno, pero las armas siempre llegaron y la Reserva de la Fuerza Pública estuvo lista para el momento preciso. Los grupos en pugna se aprestaban para matarse mutuamente.

El Estado Mayor del gobierno de Figueres preparó los planes necesarios para enfrentar a los invasores, los cuales se facilitaron al ser informados por un renegado caldero­nista, de lo que se cocinaba en Managua, así como tomó la vía diplomática de solicitar la intervención del Consejo de Seguridad de la OEA, como lo había hecho el diciembre de 1948. Somoza, preocupado porque lo fueran a coger in fraganti en su propósito, hizo que la invasión se acelerara.

Así, por la noche del 11 de enero de 1955, los rebeldes se pusieron en marcha, con la notable ausencia de Clau­dio Mora Malina y algunos de sus allegados, pues durante el entrenamiento en El Coyotepe, un grupo de adeptos al capitán Picado Lara decidió que a los allegados íntimos al doctor Calderón Guardia, a quien notificaron en México, a última hora, antes del inicio de las operaciones militares, se debía marginárseles. A Mora Molina lo envió Picado de­tenido a la Tercera Compañía de la Guardia Nacional en Managua, lo cual significaba que los de verdad hombres del riñón del doctor Calderón Guardia, quedaran fuera del juego. Esto tendría consecuencias futuras.

La noche de ese día 11 de enero, salió el grupo de Car­tín Zongg y Ruiz Herrero con rumbo a San Carlos, y logró, en la madrugada, ocupar la Jefatura Política y el Resguar­do, donde esperaban encontrar algunas armas; no contaron con que el gerente de la agencia del Banco Nacional de Costa Rica en el lugar, Mario Alfara, por la radio avisara a San José lo que acontecía, así como no contaron con que los reservistas de la Fuerza Pública en Ciudad Quesada te­nían armas en sus casas, y que el jefe del Resguardo, señor Solís llamado por sus amigos Solisón, les hiciera frente, que logró matar a uno de los alzados, de nombre Jesús Alvara­do. Este grupo permaneció firme hasta la recuperación, por las fuerzas leales a la ciudad.

Mientras eso sucedía en San Carlos, el gobierno envia­ba a elementos de la Guardia Civil y a otros para recaptu­rar el sitio. Los alzados esperaban que les lanzaran armas apropiadas desde un avión, como se había convenido y en efecto, el avión dejó caer algunas armas, pero resultaron ser insuficientes, como insuficientes fueron las encontradas en la Jefatura Política y en el Resguardo Fiscal.

Durante unas horas los rebeldes lograron detener el avance gobiernista, pero luego las fuerzas del gobierno, divi­didas en dos columnas, una al mando del coronel Domingo García y la otra de Frank Marshall, a quien don Francisco J. Orlich, nombrado comandante militar de la zona, llevó para que de nuevo prestara su contingente, avanzaron sobre Ciudad Quesada con la intención de atenazar a los rebel­des. Pero por un extraño error, las dos columnas trabaron combate entre sí mientras los rebeldes buscaban la huida, y algunos fueron capturados posteriormente, pero otros sí pudieron seguir hasta Nicaragua. La acción para distraerlos fracasó.

Mientras se producían los sucesos en Ciudad Quesada, los coyotepanos se movilizaron. Esta movilización pretendía adentrarse en la forma más sutil dentro del territorio costa­rricense, capturar la maquinaria del Bureau of Public Roads, estacionada en su respectivo campamento en Sonzapote, que de previo espías calderonistas habían inventariado, y seguir hacia Liberia y Puntarenas, donde establecerían un gobierno provisional, el cual de inmediato sería reconocido por los de Venezuela, República Dominicana, Nicaragua y, posiblemente, los de Guatemala y Honduras.

En el momento cuando la invasión se iniciaba, Ta­chito Somoza despidió en la frontera a los calderonistas, y les deseó la mejor de las suertes. Posiblemente lo hacía, mientras con la otra mano, dentro del bolsillo del pantalón, efectuaba la llamada «guatusa», pues no les dio las moder­nas armas que les habían enviado Trujillo y Pérez Jiménez, ni las bombas aéreas con que se dotaría a la aviación para bombardear puntos estratégicos en territorio costarricense. Por lo tanto, tuvieron que improvisar poniéndole ametra­lladoras pesadas en el sitio de donde desmontaron las puer­tas y así lograron ametrallar el Hospital de Ciudad Quesada y algunas casas vecinas, y lanzar algunas ráfagas perdidas contra varios puntos de San José y la planta hidroeléctrica de Grecia. Los pilotos estrella de los invasores eran Jerry de Larm, un veterano de la Segunda Guerra Mundial y Marco Tulio Naranjo, que hizo derroche de habilidad y valor. A De Larm lo derribaron en una misión de ametrallamiento y tuvo que aterrizar de emergencia en la Carretera Interame­ricana; logró salvar su vida y la de varios de sus acompañan­tes. Los restos del avión fueron capturados por las tropas gobiernistas y, en el Desfile de la Victoria, se les mostró lo que Figueres, en la alocución dirigida al país a su triunfo, dijo refiriéndose a esos restos: «A mí con avioncitos … !», frase que entró de lleno al anecdotario nacional.

VOLVAMOS AL FRENTE DE BATALLA

La vanguardia invasora ingresó a Costa Rica por Peñas Blancas, donde se produjo un ligero tiroteo con la guar­nición del lugar. Le seguían dos grupos de más o menos 150 hombres cada uno, entre ellos algunos nicaragüenses adscritos por Tachito a la fuerza calderonista, en la que fi­guraban como jefes, además de Picado Lara, el coronel don Roberto Tinoco, Diego López Roig, Francisco Blanco y Rodrigo Pacheco Musmanni.

Al llegar a Sonzapote, se llevaron el chasco mayor: ma­quinaria, tractores, camiones, remolcadores, todo, había sido trasladado a Liberia, con autorización para ello de la Embajada de los Estados U nidos. Con el amargor del chas­co sufrido, se trasladaron a la hacienda El Amo, donde ins­talaron el cuartel general.

Siguiendo el plan preparado, los atacantes llegaron a la entrada de la hacienda Santa Rosa, donde trabaron com­bate con gente del gobierno que se replegó en la casona de la mencionada hacienda y allí se llevó a cabo el encuentro mayor de esa invasión, en el cual perdieron la vida, de las fuerzas gobiernistas, Leonardo Montalbán, Eduardo Lobo, Mario Cordero y Rodolfo Chavarría, así como los periodis­tas Jorge Vargas Gené y Óscar Cordero Rojas.

Luego, el Batallón de la Unión Cívica Revolucionaria, comandado por Frank Marshall, cuerpo del ejército fun­damental en la derrota de los invasores, se apoderó de los aledaños al campo de aterrizaje de El Amo, y desde allí vio la partida de los calderonistas hacia Nicaragua; evitó que se les diezmara atacándolos desde la posición que ocupa­ba, pues según manifestó Marshall, «al enemigo que huye, puente de plata». Y a se había derramado bastante sangre.

La derrota calderonista se debió a varias causas, entre ellas la división entre Picado y Mora Malina, el engaño de Tachito al no entregarles las armas e incluso la aviación que les mandaran Pérez Jiménez y Trujillo, la adquisición de cuatro aviones Mustang por parte del gobierno de José Figueres que, pilotados por Manuel Enrique (Pillique) Guerra, Fernando (Muñeco) Araya, Vanolli y otros más, causaron pavor a los invasores, así también por no lograr el apoyo interior que esperaban, pues dentro del territorio costarricense no se produjo ni siquiera un intento de alza­miento a favor de los invasores. Fuera de comentarios y la natural inquietud por la marcha de los acontecimientos, nada más conmovió a los costarricenses.

Los Somoza, por su parte, estaban felices: se habían cobrado la invasión de abril de 1954 en su contra y les había quedado de ganancia tamaño poco de armas, dinero y otras vituallas bélicas. El balance final de esta aventura arrojó como saldo 11 muertos y 20 heridos de parte de los invasores y 15 muertos y 62 heridos de los gobiernistas.

Varios de los rebeldes capturados, tanto en San Carlos como en Guanacaste, fueron llevados a la penitenciaría cen­tral en San José, donde permanecieron detenidos durante varios meses. La paz, al parecer, era inminente, cuando ya libre Claudia Mora Malina con un grupo de amigos que se negaban a deponer las armas, incursionaron en Guanacaste.

Querían mantener una guerra de guerrillas, sin tomar en cuenta que no tenían fuentes de abastecimiento, por lo cual se formó una fuerza de más o menos setenta hombres y mientras se preparaban para buscar un sitio en la hacienda El Valle, no muy lejos de donde se encontraban, decidieron tomarse un café y en esas estaban Mora Malina, Rodrigo Musmanni y Eladio Campos, cuando se apareció una pa­trulla gobiernista al mando del sargento Luis Madrigal, de la Guardia Civil. Se vieron frente a frente. Mora Malina quiso desenfundar su pistola pero Madrigal logró meterle una ráfaga con su ametralladora M-3 calibre 50, y lo bañó en forma perpendicular, lo que le causó la muerte inmedia­ta. La Guardia Civil capturó a otros de los calderonistas, pero uno logró avisar a sus compañeros que se encontra­ban a alguna distancia de allí. Algunos de los calderonistas que estaban más cerca de donde mataron a Mora Malina, llegaron y entablaron combate con los guardias civiles, y mataron a algunos y capturaron a otros que fueron asesi­nados con verdadera saña, pues para los invasores Claudia Mora Malina era un semidiós. Varios de los calderonistas se indignaron al ver como asesinaron a los guardias civiles y casi ocurrió por ello un enfrentamiento entre los mismos. Al fin, entre compañeros las cosas no pasaron a más.

Después de ese encuentro, cuando todo parecía estar en perfecta paz, el 3 de febrero de 1955, un grupo calde­ronista, en una acción absurda pues no tiene explicación alguna desde ningún punto de vista, tomó por sorpresa la población fronteriza de Los Chiles, y mató allí al jefe del Resguardo don Porfirio Alfara, quien defendió con denue­do su posición, pero, cuadruplicado en número por los adversados, fue eliminado mediante el lanzamiento de una granada de fragmentación al sitio donde se parapetaba.

Los invasores capturaron un avión de LACSA que hacía vuelos internos, y cogieron preso el as de la aviación rebelde en la Guerra Civil de 1948, comandante Guillermo Núñez Umaña y a su copiloto Jesús Conejo Solís, a quienes lleva­ron presos hacia San Carlos de Nicaragua cuando en una audaz operación aerotransportada, el gobierno recapturó la población de Los Chiles, previo ametrallamiento de los cal­deronistas con varios aviones Mustang.

Núñez, Conejo y otros más de los presos fueron libera­dos poco después, tras maltratarlos sin cuento por las auto­ridades nicaragüenses, quienes los entregaron y, de inme­diato, devolvieron a Costa Rica.

La comisión de la OEA que investigó el asunto, rindió un informe casi salomónico, las cosas quedaron en paz. Pi­cado continuó en Nicaragua, los invasores meses más tarde regresaron, poco a poco, a Costa Rica. El doctor Calderón Guardia volvió a México a seguir con su vida en paz, aun­que con el amargo sabor de la traición que alegaron sus fieles seguidores, por parte de Tachito Somoza y de algunos de sus mismos compañeros de aventura, su hermano Fran­cisco viajó a Honduras donde vivió algún tiempo, y con el paso de los años borró los dolores, o al menos los mitigó. Uno que otro permaneció en Nicaragua y, lo que sí es cier­to, es que los tiros de la invasión de 1955 fueron, sin duda, los últimos relacionados con la Guerra Civil de 1948, o Guerra de Liberación Nacional, como fue denominada por los vencedores.

Es bueno concluir estas líneas recordando a varios de los miembros del Ejército Anti Comunista, que ya reposan en el regazo de la muerte, pero supieron, en su hora, ser consecuentes y leales con sus principios, aunque el medio buscado para lograr sus fines fuera equivocado por la ayuda que se les dio proveniente de los más espernibles tiranos de América Latina en aquellos tiempos:

Del Estado Mayor: Teodoro Picado Lara, Enrique (Pencho) Alvarado Jiménez, Rodrigo Araúz, Marcos Brenes Acuña, Maximiliano Torrentes, Renán de Lemos, Claudia Fonseca Zayas Bazán, Luis Hernández R., Lee Laurence y Walter Marín.

Del Ejército Anti Comunista: Miguel Jiménez Mora, Luis Alarcón, Víctor Matamoros, Alberto Morgan, José Aguirre C., Marco Tulio Soto A., José Láinez Mejía, Al­fonso Ayub Hosre, José María Campos, Francisco Zamo­ra Campos, Francisco Barres A., Humberto García, Luis Alvarado M., José Mora Vargas, Tulio Huertas, Federico Collado, Gonzalo Valverde G., Adrián Jiménez Barbere­na, Rafael Ángel Vallejo V., Jorge Humana Rivera, Pío Cavaría Zeledón, Heriberto Araya, Alfonso Araúz, Nauti­lio Cordero, Miguel Ángel (Ñ ato) Chavarría Moya, Isaac Valdez, Roberto Sotomayor, Roberto Rodríguez Ugalde, José J. Salas Villegas, Jesús Alfaro Ramos, Miguel Ángel Jiménez Vargas, Eduardo Rodríguez Ballestero, Rodrigo barquero Porras, Humberto Aguilar R., Alfonso Barrios Mora, Mercedes Quesada Ugalde, José Carvajal Ch., José Ramírez Chacón, Carlos Vásquez, Víctor Contreras Mo­lina, Carlos Cruz Canales, José Somarribas, Francisco Sa­lazar V., Jaime Rojas Cordero, Rigoberto Núfez Zamora, Jaime Rojas Cordero, Rigoberto Núñez Zamora, Emilio Morales Mejía, Juan Vega, Enrique (Pencho) Alvarado Jiménez, Neptalí Zeledón P., Álvaro Bagnarello, Álvaro Granados Quirós, Enrique Castillo H., Jaime Zeledón M., Ricardo Mora Quesada, Guadalupe Canales, Elías Grana­dos, José J. Venegas C., Bernardo Jiménez Madrigal, Luis Mora Venegas, Francisco Obregón M., Leonardo Que­sada M., Enrique Monterrosa Peralta, Julio Zamora V., Eladio Campos Salzar, Santiago Durán Cajina, Antonio Barquero Chacón, Fernando Fonseca Tortós, Bertino Eli­zondo Vallejos, Walter Salazar Soto, Andrés Mora Zum­bado, Enrique Marchena Sánchez, Federico Paniagua A., Agustín Arda M., Julio Callejas Tamayo, Néstor Zeledón Guzmán, Guillermo Carmena C., Moisés Guido C., Jorge Carrión Conejo, Rodrigo Durán B., Carrión Conejo Luis F., Gonzalo Monge Cerdas, Pedro Leal Obando, Mario M. Varela R., Alfredo Brenes Mesén, Rigoberto Cantillo Amador, Carlos Albertazzi Soto, Miguel Fernández Flores, Carlos Quirós G., Modesto Garro Garro, Olivo Jiménez León, Eduardo Flores Ch., Ómar Campos F., Otto Mora Barrantes, José A. Cordero Berrocal, Óscar Bonilla Salís, Manuel Rodríguez Reyes, Esaú Salazar Ruiz, José Monestel Barrantes, Carlos Luis Segura Ruiz, Juan García Padilla, Mario Montiel, Edgar Pérez R., José M. Ulate Arias, Abel Ramos, Jorge Zúñiga Quirós, Edgar Castro Herrera, Juan Cambronera Molina, Ruperto Vásquez Umaña, Víctor Sa­las Astorga, Eli Calvo A., Evelio Morales Serrano, Eduardo Cambronera Malina, Jorge Suárez Suárez, Bernardo Al­faro Garbanzo, Rodrigo Arce Sancho, Óscar Ramírez R., Ramón Carvajal, Óscar Castro Vargas, Luis Castro Rodrí­guez, Ascensión Bermúdez, Enrique Brenes Quirós, José María Paniagua Rojas, Miguel Ramírez Vindas, Martín Quesada Muñoz, Rafael Quesada Artavia, Álvaro Monge Cerdas, Alejandro Céspedes Alfara, José González Mora, Rafael Villalobos Brenes, Guillermo Durán Durán, Víctor VilchezArgüello, Martín FernándezAlvarado, José Monge Cerdas, Rodrigo Solano Ibarra, Álvaro Martín Ibarra, Ed­gar Solano Aguilar, Gonzalo Villalobos Zamora, Leonidas Alvarado Pazos, Edgar Lobo Badilla, Edgar López Herrera, Carlos Ugalde Murillo, Rogelio Quesada Martínez, Tomás Valverde Barrantes, Obdulio Villalobos Laurent, Hernán Paniagua Alfara, Ismael Cubillo, Óscar Córdoba Magnani, Mario Soto Solano, Manuel González Moreira, Miguel Rodríguez Cavallini, Amado Cerdas Ch., Juan Bolaños Villalobos, Gonzalo Fonseca Quirós, José Barquero Ch., Alberto Sánchez Brenes, Leonidas Trujillo Acosta, Ramón Mendoza Sánchez, Alex Soto S., Miguel Núñez Abarca, Armando Castillo H., Guillermo Vargas I., Zenén Zele­dón G., Gumersindo Chaves, José l. López M., Alfredo Valverde Coto, Óscar Monge C., Luis F. Rivera Q., Eladio Bolaños G., Aburto Cruz Aguirre, Víctor González Ramí­rez, Fabio Amador, José Serrano, Luis Flores M., Eduardo Rodríguez G., Urbano González V., Enrique Aguilar H., Rubén Sandí Delgado, Mamerto Codera Albertazzi, Ra­fael Ángel Aguilera Alvardo, Manuel Brenes Acuña, Rigo­berto Mena, Carlos V al verde, Adolfo U maña C., Carlos Luis Zúñiga Z., Fernando Arce Arce, Manuel Ríos V., José Ana Rivera J., Rafael Cerdas Chinchilla, Rodrigo Mora, Gilberto Benavides L., Óscar Arredondo Brenes, Rafael Cordero Marín, José Padilla A., José Torres Ricinos, José Rojas Otárola, Claudio Cartín, Mario Zúñiga R., Leonel Loría Loría, Carlos Gómez Ramírez, Rafael A. Vargas Var­gas, José Aguilar Guadamuz, Ademar Ledesma Castro, José Siles Gutiérrez, Carlos Rojas Salas, Eduardo Solano Rojas, José A. Mora Venegas, Juan F. Hernández Calvo, Eugenio Jiménez R., Rafael Hernández Alvarado, Fernando Castillo Sancho, Joel Rodríguez Álvarez, Isidoro Salazar Caballero, José Martínez M., Adrián Kopper Céspedes, Alvaro Céspe­des León, Tobías Madrigal, Manuel Arroyo Alfaro, Edgar Bolaños Madriz, Jesús Boza, Rafael Brenes Valerio, Raúl Zamora B., Fernando Quesada Solano, Mario Barquero Z., Mario López Alvarado, Juan Campos, Rogelio Pinto Rivas, José Álvarez, Carlos Ramírez Mora, Roberto Alfaro Cascante, Francisco Paniagua M., Ramón Saborío Mon­dragón, M. Luis Murillo C., Óscar Saborío Mondragón, René Rivera, José Pérez S., Guillermo Mora Acosta, Ro­drigo Valverde C., Miguel Rodríguez C., Rodrigo Castro B., Jorge Castillo G ., Mahomed Al varado, Juan Gené Sojo, Jorge Lippi L., Néstor Madrigal, Hernán Alvarado, Rodri­go Garro, Víctor Arana Rosales, Guillermo Arana Rosales, Manuel R. Trigueros, Edgar Siles Siles, Alfredo Guardia Montealegre, José Vargas C., Juan Meza Villalobos, Fran­cisco Vargas M., Juan Rodríguez C., Mario Chacón C., Emilio Ledesma Ch., Enrique Araya López, Evangelista Santamaría, Jaime Víquez, Miguel Rojas Carvajal, Glauco Santamaría, Carlos Alvarado Mufoz, Fernando Espinosa García, Jesús Rodríguez Alvarado, Heiner Santamaría V., Juan Alvarado Val verde, José Ramírez Bar boza, Hernán Aguilar Brenes, Carlos Vargas Saborío, Ernesto Escobar M., Miguel Ángel Araya, Víctor Manuel Luna G., José Pantoja M., Alfonso Quirós Q., Alberto Boza Silverio, Rafael Ángel Saborío Vargas, Aníbal Rodríguez M., Mario Rodríguez Z., Jesús Camacho Z., Efraín Chaves G., Fabio Campos Salas, Álvaro Quirós Q., Eduardo Delgado V., Edwin Arias U., Carlos Madrigal S., Eladio Martínez, Car­los M. González M., Héctor Mena Castro, Ricardo Roldán M., Juvenal Fuentes O., Miguel Camareno, Jacobo Rojas R., Ornar Vega Q., José Flores Somarrabas, Manuel Ro­dríguez Besutti, Luis Meza M., O. Ugalde Ugalde, Alfredo Aguilar Cortés, Juan Aguilar, Ramón Cedefo M., Óscar Sandí, Juan C. Navarro M., Santos Oviedo Cano, Bolívar Villalobos G., Rigoberto Pacheco Musmanni, José María Umafa Ruiz, Dagoberto Benavides, Virgilio Galeano D., Jorge Arguedas G., Miguel Contreras Padilla, Alfredo Lara Soto, Claudio González Cartín, Abel Pacheco de la Esprie­lla, Manuel Eduardo Caballero Cubero, Fernán Rodríguez Bolaños, Manuel Emilio Salas Pardo, Rodolfo Quirós Q., Neftalí Gadea Cruz, Enrique Esquive! Quesada, Earl Dean Burns, Esteban Papp Sánchez, Carlos Bodden I., Eduar­do Santiestéban M., Edmundo Aguilar Vargas, Fernando Guardia Sáenz, Gonzalo Vargas Villalobos, Manuel Cas­tro Z., Héctor Porras Z., Juan Montoya García, Francis­co Hernández García, Sinforoso Gómez L., Adán Castillo Arqueta, José Reyes Sánchez, Lázaro Portillo G., Herminio Corea M., Rodolfo Hernández C., Cirilo Aguilar C., Ba­silio Gómez M., Juan F. Fernández S., Benito Hernández D., José Cano S., Emenecio García C., Ramón Rodas F., Raúl Sandoval Izaguirre, Charles Mattews L., Luis Fonseca Baca, José Santos Rodas, Simón Martínez Reyes, Juan Jirón Betancourt, Pedro Félix Fonseca Baca, Supertino Vásquez, Marco Tulio Batista M., José Suazo Solano, José Amador Amador, Cecilio Sánchez Pérez, Rafael Ortiz Canales, Ga­briel Hernández A., Raúl Gómez Amador, Óscar Tercero M., José A. Hernández Mora, Miguel Ruiz Aparicio, Al­fredo Fuentes F., Pedro García Benítez, Juan Reyes M., Mauricio López Rodríguez y José Fidel Centeno G.

En San Carlos, entre otros, participaron Víctor Manuel Cartín Zonngg, Miguel Ruiz Herrero, Víctor Maltés, Noé Sánchez, Tomás Fernández L., Néstor López Gutiérrez, Ricardo Chavarría Solano, Ernesto Dormond, Rutzley Villalobos, José Castro Cervantes y muchos otros más cuyos nombres no se registran.

Todos estos soldados, quienes fueron a la pelea por rescatar lo que ellos consideraban sagrado y era el regreso, por ejemplo del doctor Rafael Ángel Calderón Guardia, licenciado Teodoro Picado y muchos más que habían de­jado el país en abril de 1948 y no habían podido, por ra­zones eminentemente políticas, regresar a su tierra. Ellos, y quienes los enfrentaron, fueron, a su modo, héroes de la patria aun dividida por las pasiones políticas que más tarde se apagaron.

Hubo alguna unión: Abel Pacheco alcanzó la Presiden­cia de la República, Rodrigo Araúz, Renán de Lemos, Julio Calleja Tamayo y algunos más, encontraron buen cobijo en las tiendas contra las que con tanta firmeza lucharon en enero de 1955.

De allá hasta acá, la paz ha sido inconmovible por de­cisión del pueblo, de nadie más, tanto así que el doctor Ra­fael Ángel Calderón Guardia, declarado por la Junta Fun­dadora de la Segunda República, a raíz de la invasión de sus partidarios a Costa Rica en diciembre de 1948, traidor a la Patria, en 1962 figuró como candidato a la presidencia y al fallecer, en 1970, siendo presidente de la república su ar­chienemigo José Figueres, se decretó duelo nacional y poco más tarde se le declaró, por los diputados de la Asamblea Legislativa, incluyendo a muchos liberacionistas, benemé­rito de la patria, y en 1990, al fallecer José Figueres Ferrer, siendo presidente de la República el licenciado Rafael Ángel Calderón Fournier, hijo de Calderón Guardia, también se decretó duelo nacional, y pocas semanas más tarde se le honró con el aporte de diputados calderonistas, como be­nemérito de la patria. En paz.

Paso a los héroes (Páginas no escogidas)

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El Espíritu del 48
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