Por José Eduardo Mora
Al cumplirse el 70 aniversario del 48, el país aún vive de su herencia y muchas historias están aún por contarse.
Un torrente de hechos se precipitaron de manera atropellada aquel inolvidable 12 de marzo de 1948, día en que la historia nacional, nuevamente, se partiría en un antes y un después. En medio de un clima político que había agotado las palabras y los diálogos, se encauzaba sobre el devenir siempre incierto de las armas, que dejaron una estela de muertos, heridos, vencidos y triunfadores, y que marcaron para siempre a la Costa Rica del siglo XX, cuyos influjos incluso alcanzaron al tecnológico siglo XXI, con sus teléfonos celulares y el ascendente adormecimiento de las conciencias y de las miradas críticas de la realidad.
La revolución del 48 recogió los ecos de las disputas, las contradicciones de un proceso de al menos ocho años, en los que la política evidenció, en creciente espiral, su incapacidad para resolver la acongojante situación en un marco en el que todavía se percibían aires de lo que fue la Segunda Guerra Mundial, en la que Costa Rica también, al menos de forma simbólica, había tomado partida a favor de los aliados.
En ese clima de tensión creciente y para algunos inevitable, la mañana del 12 de marzo la palabra cedió a las armas y se alistaron las trincheras, se bloquearon carreteras, se tomaron puntos clave y se declaró la guerra de los rebeldes al gobierno del presidente Teodoro Picado.
El eslabón que terminó de encender la hoguera fue la anulación, el 1° de marzo, de las elecciones ganadas por el partido Unión Nacional y su candidato Otilio Ulate.
A partir de ahí, el escenario de la guerra estaba listo. Costa Rica, por primera vez en su vida independiente, se alistaba en una guerra civil, la que para quienes participaron fue y será la revolución, término desdeñado y desmentido por los eruditos que muchos años después consideraron tal calificativo excesivamente romántico.
Sin esa gesta, que para muchos todavía no ha sido analizada en toda su extensión y es una veta en busca de autores que escarben puntos de vista sugerentes, es imposible comprender la Costa Rica que el pasado 1° de abril eligió a su nuevo Presidente.
Tras aquella avalancha que cobró decenas de vidas y desató un período de odios y desencuentros entre vencidos y vencedores, la Costa Rica de hoy es incomprensible y mucho más la de la segunda mitad del siglo XX.
Somos los hijos de la revolución del 48. Los aires y los ecos de lo que trajo y produjo ese período de 40 días y 40 noches, tiempo en el que los costarricenses hicieron su travesía por su propio desierto político, todavía alcanzan a la Costa Rica que se precia de que aquí solo hay un ejército de niños que cruzan valles y montañas vestidos de blanco; mientras en las Repúblicas centroamericanas, para atender solo el radio más cercano, las botas militares siguen teniendo un poder innegable.
EL VIERNES 12 DE MARZO
En la mañana de ese viernes 12 de marzo, antes de que empezara a despuntar el día, en la Carretera Interamericana, a la altura de La Ventolera, empezaron las primeras acciones para construir trincheras, para colocar dinamita, para bloquear el paso hacia San Isidro de El General, punto que luego será clave; y hacia La hacienda La Lucha. A ese lugar, años antes el joven José Figueres, quien al final será el comandante vencedor, había llegado en busca de un desarrollo industrial que estuvo lleno de saltos y contratiempos, en una finca que en adelante iba a servir como una de las bases principales de la revolución.
Tras el estallido del conflicto, el país se partía en dos, en un proceso que le habría de llevar al menos medio siglo para que se sanaran las heridas y cesaran las acusaciones de uno y otro bando.
La primera víctima de la confrontación fue José Joaquín Mora, hijo de José Mora, comunista y jefe político de San Isidro de El General, y quien caerá minutos después de que hubiese muerto su hijo.
La suerte y las monedas estaban lanzadas al aire incierto de la guerra. Durante 40 días la vía civilista cedió todo su protagonismo a las armas.
TEMER A LAS SOMBRAS
Declarada la guerra, los vecinos y amigos se distribuyeron en dos bandos: el bando del partido de Gobierno y el opositor.
Por un lado están los que se unieron al grupo opositor, liderado por un hombre pequeño de estatura, más filósofo que estratega, lector empedernido, admirador hasta los hueso del conde León Tolstoi, hijo de catalanes afincados en San Ramón de Alajuela y cuyo destino un día había pronosticado su madre, al anunciarle que sería gobernador de hombres. Esa misma mujer, al verlo afincado en La Lucha, había aceptado sin remordimientos que no solo su acrónimo había sido equívoco, sino que aquella era un alma perdida para la causa humana, porque el camino y las condiciones paupérrimas en que trabajaba su hijo solo auguraban penurias y calamidades.
En el bando del partido del Gobierno, Rafael Ángel Calderón Guardia, quien había sido presidente entre 1940 y 1944, era el hombre fuerte y quien movía los hilos de la alianza que representaba el presidente Teodoro Picado y que complementaba el líder de Vanguardia Popular, Manuel Mora, y quien habría de ir a la guerra en resguardo de las conquistas sociales.
Por aquellos días, los costarricenses no solo no podían desplazarse con la tranquilidad habitual, por razones obvias, sino que temían hasta a su propia sombra, porque no sabía quién, de la noche a la mañana, podía convertirse en un delator, aunque tan solo una semana atrás hubiese sido un amigo, un conocido o incluso un partidario.
Muchos fueron a la cárcel porque fueron “delatados”, como se decía entonces. Era una guerra entre mariachis y figueristas.
Esas sospechas, esas heridas, esas acusaciones hechas debajo de la mesa, habrían de permanecer intactas durante muchos lustros, hasta que el tiempo, el sabio tiempo, fue curando una a una las heridas, a tal punto que hoy los grupos de excombatientes, tanto del bando ganador como del vencedor, suelen reunirse para intercambiar recuerdos y fotografías. Aunque, claro está, sus miembros se han ido reduciendo de forma dramática, a causa de las bajas que la naturaleza va propiciando con el correr de los días.
GUERRA MEDIÁTICA
La vieja máxima de que en la guerra la primera baja es la verdad, también fue un paradigma que se impuso en el 48. La guerra de informaciones, antes, durante y después del conflicto, conlleva a un escenario fascinante para futuros investigadores, porque ahí hay un caudal inagotable.
Los partidarios de Otilio Ulate, desde El Diario de Costa Rica, fueron contando el desarrollo de los acontecimientos, los cuales al pasar por el tamiz de sus intereses y por la visión de mundo que sostenía su bloque, quedaban irremediablemente condicionados por ese cariz y por ese punto de vista singular.
En la acera de enfrente, La Tribuna era espacio para los partidarios de Rafael Ángel Calderón, Picado y los comunistas.
Y como en esos años los vespertinos desempeñaban una función crucial, El Diario de Costa Rica disponía para tales efectos de La Hora y La Tribuna de Última hora.
Guillermo Villegas Hoffmaister, autor que hay que leer como a muchos otros para ir adentrándose en los acontecimientos que precipitaron la revolución del 48, asegura que los bandos “tiraban a matarse” en los periódicos.
De forma tal que mucho antes de que se dispararan los primeros tiros en la Carretera Interamericana, en San Isidro de El General, en La Lucha, en Cartago, en Alajuela o en Limón, ya las primeras “balas” por la verdad se habían lanzado en los periódicos, que eran las grandes tribunas de comunicación de la época.
LOS RELATOS
Quien quiera adentrarse en la fascinante lectura de la guerra del 48 –que ha dado algunas novelas como Los vencidos [1977], de Gerardo César Hurtado; El eco de los pasos [1979], de Julieta Pinto, y Final de calle [1979], de Quince Duncan– tiene que traer a su mesita de noche la controversial postura sobre la historia de Hayden White, para quien la historia es un relato más, como lo es la literatura o el periodismo.
Es decir, esa Historia, con mayúscula, no es más que una pretensión discursiva, porque en realidad lo que existen son historias; sí, así con minúscula, y estas permiten armar el gran cuadro sobre esa realidad a la que se refieren.
De acuerdo con Hayden White, sería una locura negar la Revolución Francesa o en este caso la revolución del 48, pero lo que sí es posible refutar, una y otra vez, es que los hechos hayan acaecido como nos lo han contado. Este punto de vista del historiador estadounidense introduce una variante extraordinaria para adentrarse en la trama de lo que fue el 48, porque se puede ir con la certeza de que esos hechos, de acuerdo con el punto de vista que los cuente, nos contarán una historia u otra, y ello lo que hace es enriquecer el campo de lectura y de investigación.
De esta manera, el drama que desata el conflicto del 48 adquiere matices singulares e irrepetibles, y según ubique cada cual la cámara así irá descubriendo una historia en la que el dolor y la desolación alcanzaron a los bandos en pugna, y cada cual salió luego a ventilar sus propias verdades, con la pretensión de contar el relato verídico de los hechos, y de esa forma explicar los acontecimientos que sentaron las bases de la nueva Costa Rica.
ESPEJOS Y CONQUISTAS
Para quienes consideren como lejanos y ajenos los acontecimientos del 48, hay que recordarles que el conflicto sentó las bases de lo que todavía es hoy la Costa Rica de 2018, aunque cada vez pesan más los años transcurridos y el país llama a cambios urgentes.
Entre los acuerdos relevantes de la Junta de Gobierno, encabezada por Figueres, y que estuvo en el poder durante 18 meses para luego entregarle la presidencia a Otilio Ulate, estuvo la creación de la Constitución del 49.
La Junta, además, decretó la nacionalización bancaria y mantuvo y fortaleció las conquistas sociales como el Código de Trabajo y la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
Tras la revolución, la Universidad de Costa Rica, creada en 1941, se fortaleció y luego se creó la Universidad Nacional y la Universidad Estatal a Distancia.
La idea de un Estado benefactor, la creación del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) y la idea de facilitar que los campesinos tuvieran acceso a zapatos, porque en los años 40 mucha de la población andaba descalza, fue una de las visiones que directamente impulsó Figueres, un político sui generis por mil razones, entre otras porque era lector, escritor y fiel creyente del poder de transformación de la cultura.
Con el hecho de que el costarricense se calzara, el país dio un salto cualitativo en salud, lo que desde luego se reforzó con políticas en las que el Ministerio de Salud tuvo un protagonismo sin precedentes e irrepetibles.
La pureza del sufragio, con la creación de lo que hoy es el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), es otra de las conquistas de la Costa Rica posterior a la guerra del 48.
Como se ve, las bases de lo que sería el país en los años sucesivos surgieron de ese conflicto, que no estuvo exento de escenas pintorescas, como si fuesen sacadas de la pura tradición de la picaresca española.
Lo anterior corrobora la omnipresencia del alcance de lo logrado después del 48, que se va olvidando y relegando, y hoy, 70 años después, solo van quedando vestigios.
PERSONAJES
Quien quiera encontrar mojones para guiarse en la aventura de descubrir el 48 como esa épica costarricense que marcó los años cuarenta y los venideros, puede guiarse por algunos de los muchos personajes que surgieron o se afianzaron tras el conflicto.
El primero de ellos es, desde luego, José Figueres Ferrer, no solo porque sería tres veces presidente del país, sino porque el pueblo, e incluso sus adversarios, le reconocieron siempre esa mirada cultivada, e incluso esa fisga para resolver situaciones que en otros momentos podrían ir a parar a la Procuraduría de la Ética, como aquella famosa afirmación de que se había gastado el dinero de la Orquesta Sinfónica Juvenil en confites.
Figueres es un personaje con unas potencialidades literarias extraordinarias.
La figura de su oponente, Calderón Guardia, es otra digna de estudiarse con esos aires a los que apuntó en su momento Hayden White. El doctor, influenciado por lo alcanzado por el socialcristianismo en Europa, regresó de Bélgica movido por esa mirada, y así como fueron muchos sus errores, la patria le reconocería sus aciertos.
Manuel Mora, el histórico líder comunista del país, que tuvo que padecer el exilio luego de los acontecimientos del 48, así como la supresión de su partido hasta el año 74, es otro de los nortes que puede seguir un joven investigador en los hechos del 48. Mora fue determinante al darse la capitulación ante la amenaza de una invasión nicaragüense al país con el apoyo del Gobierno estadounidense.
El capellán del Ejército de Liberación Nacional (ELN), el padre Benjamín Núñez, no se puede pasar por alto de ninguna forma, porque de alguna manera preanuncia a los curas guerrilleros que vendrán a jugar roles clave en América Latina, aunque él juraba no haber disparado un tiro nunca.
Los hermanos Carlos y Tista Gamboa, al frente de bloques en Desamparados, Tarbaca, Aserrí, y otros puntos clave, son dos de los personajes que no deben dejarse de lado, porque a partir de ellos se pueden ir hilando los acontecimientos.
Y ni qué decir de Edgar Cardona Quirós, con su cardonazo, Frank Marshall, ni de Rosendo Argüello, y varios integrantes de la Legión Caribe.
Y un personaje, recién fallecido, que puede guiar al lector es Miguel Salguero, quien no solo fue el participante más joven de que se tuviera noticia (intervino con 14 años en el frente de San Isidro de El General), sino que dejó libros como El fogón de la peonada, El caudillo en su Lucha y Tres meses con la vida en un hilo.
Otro de los hilos por los que se puede tirar para armarse ese múltiple relato del 48 es el del propio Ulate, hombre-transición, y eximio columnista y periodista.
COMO SHERLOCK
La guerra del 48 puede ser una magnífica puerta de entrada para repasar esa primera mitad del siglo pasado en una Costa Rica con fragilidad en sus instituciones y con un sector rural que exhibía varios años de atraso en relación con el sector más urbano, y en la que la política se empezó a darse cuenta de que para la paz social era imprescindible fortalecer la hoy ya casi extinta clase media.
El conflicto puede ser una vía para apropiarse de esas muchas historias que sucedieron en la contienda, tanto aquellas que aluden a situaciones inverosímiles, como que a mitad de una jornada Figueres tuvo que ser el padrino de una criatura que urgía bautizar ante la inminencia de su muerte, como las que acusan al bando ganador de cometer atrocidades con sus adversarios.
A 70 años de aquel viernes 12 de marzo, en el que se abrieron las primeras trincheras y se dispararon los primeros tiros, la revolución es como una gran casa llena de puertas y ventanas por las que se puede ingresar con la llave de la curiosidad y la astucia de Sherlock Holmes, para confirmar, una vez más, que la historia puede leerse como la gran novela de la realidad.
Fuente: Semanario Universidad
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