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La revuelta del 48

La revuelta del 48

Por Luis Sáenz

La revuelta del 48

Valga la salvedad que en esta narración se trata de como fui testigo de esa revuelta, NADA que ver con partidos políticos. Adulescentulus, bella y eterna juventud, épocas de una Costa Rica de unos 500.000 habitantes. A los seis años fui un niño de esa revuelta del 48. Lo lindo era no tener que ir a el Kinder “A la escuela Max Peralta – Cartago”. Unos tres días de estar aislados dentro de la casa en el barrio “El Molino” en Cartago. La electricidad, y el agua, se habían cortado. Pasamos por unos días de racionamiento de víveres, solo comíamos de la poco que teníamos almacenado, en la casa, recuerdo vívidamente como mi madre en un anafre del modelo, de lata grande de manteca con su abertura lateral y con ladrillos como refractarios quemaba carbón mineral, esto en el suelo de la cocina, el manjar era yuca hervida en agua, entre lo que nos quedaba de la canasta básica.

Se escuchaban sin cesar ruidos de ametralladoras, rifles «Mauser». De día, avionetas sobrevolando y pregonando a uno de los bandos con altavoz, “ríndase o les tiramos una Bomba atómica.”

Por motivos del destino, mi padre, para aquel primer día de esa refriega por empezar, partió siguiendo su rutina diaria de la casa, de madrugada antes del alba caminando a su trabajo en Cartago, nuestra casa citaba en el barrio El Molino, el administraba el antiguo Teatro Cartago, frente a las famosas “ruinas” de la iglesia, situado en Cartago centro. Sin percatarse de que lo estaban viendo unos uniformados atrincherados desde las ruinas, a la espera del amanecer, para empezar a intercambiar disparos, mi padre entró al teatro como siempre silbando «Oh my Darling».

Al menos tres días pasaron que no supimos de mi padre. En la casa, nuestra madre en esos días de incertidumbre no paraba de decir «¿Dónde estará Luis? Lo «agradable» según yo, era el tener que dormir todos en la sala de mosaico, donde hasta la perra de raza «Policía» de nombre “DIXIE, nos acompañaba. Con colchones en las paredes que mi madre y tía Flora Cruz habían colocado.

Para calmar los nervios, ellas dos jugaban en el piso con un naipe de noche bajo la luz de candelas. Creo que el segundo día del tiroteo, llegaron a la casa dos altos uniformados con sus chamarra, gorras «KAKI» y bandoleras con «CLIPS» de balas, demandando que se les entregara «Las Armas», las cuales no teníamos, de hecho en esa fecha no supe ni me interesaba de que bando eran (años después supe que mi padre tenía una pistola española de «cacha» de carey, enterrada en el patio trasero), ellos al ver a nuestra perra gruñir, uno de ellos amenazó con dispararle si no la sosteníamos.

Esporádicamente escuchábamos cuando alguna bala perdida perforaba el techo de la casa. El cual nos quedó como un colador. También el silbido de las avionetas, al dejar caer unas «Bombetas de doble trueno», y todos a correr a la bañera y mi madre nos decía todos abran la boca por posible concusión en los oídos, creo caían sobre el que fue el Cuartel, de la «Muy Noble y Leal» ciudad brumosa, con su distintivo silbido.

Uno de esos días en nuestro aislamiento, se empezó a quemar toda una cuadra al frente sureste del cuartel. De noche de rodillas, salíamos al patio trasero a observar el reflejo del incendio en las nubes brumosas, igualmente mi madre y tía Flora Cruz (Tafa) – quien ahora vive en Brooklyn Nueva York 2018 – ellas de noche medio arrastrándose conseguían agua potable de una paja de agua de un vecino.

Cuando pudimos salir a la calle, al no haber más hostilidades, fuimos yo y mi madre a buscar a nuestro padre. Caminamos hasta el Colegio San Luis Gonzaga, transitaban por esas calles unas «tanquetas» con manchas de sangre desteñida en sus paredes laterales de hierro. Al llegar a la plaza frente al San Luis Gonzaga. Vimos como tenían a varios detenidos políticos haciendo ejercicio en el zacatal, en cuenta mi padre. Fue tomado por un grupo para detenciones de otros cuasi prisioneros.

Cuando fue puesto en libertad a los pocos días, nos relató su odisea pasada dentro del Teatro Cartago, estando adentro del cine, al empezar el tiroteo, optó por esconderse en la casetilla del teatro, toda hecha con hormigón. El agua y la electricidad habían sido cortadas. Por error humano suyo, el hizo uso de el servicio sanitario y haló el agua. Al no tener comida, solo le quedaba el comer de donde vendían dulces dentro del teatro.

Contaba que uno de esos das de la refriega, entraron un grupo de hombres por el escenario y «rociaron con ametralladoras hacia las paredes que daban hacia las ruinas al frente del teatro, no se percataron de la presencia de mi padre». Al tercer día de su estado sitiado, mi padre optó por subirse a una ventana alta que daba hacia una panadería vecina, y saltó desde bastante alto. Al techo vecino, eran conocidos suyos ahí, lograron traer una ambulancia de la Cruz Roja y lo llevaron a otro lugar seguro.

El último día de las acciones bélicas, nos contaron que, desde el cuartel de Cartago, abrieron la puerta principal y arrimaron un cañoncito, como los que usaban los piratas de mar, y con una esfera de hierro como munición la dirigieron a pegar en la arista noroeste de las ruinas.

Mi madre y otras amigas, aun sin ver a nuestro padre, me llevaron a caminar por las calles entre el cuartel y las ruinas, todos los cables y alambres de postes de electricidad estaban en el asfalto de las calles, vidrieras rotas los techos de las casas quedaron como coladores. En el aire todavía se podía oler el humo húmedo de los escombros de la cuadra/manzana que se había quemado, y en una acera de esa cuadra había una pila alta de zapatas medio quemados. Algunos dueños de Las tiendas de esa cuadra, los veíamos sacar lo que podían de sus tiendas.

Mi madre me mantenía a la par suya, advirtiéndome «No se aleje todavía hay francotiradores apostados en los techos de casas».

No fue sino hasta que pocos días después se calmó todo, que logramos poder regresar a San José en el tren el «Pachuco» de la «Northern». ¿Después de una parada en el alto de Ochomogo, donde de paso, unos hombres uniformados con sus pertrechas militares revisaban los carros de pasajeros? Con sus largos rifles marca «Mauser» de la primera guerra mundial y las «Bandoleras» con municiones. Ya en San José, me llevaron a ver el «desfile de la Victoria» en la avenida central desde la puerta de lo que fue el «chic de París», todo iba bien viendo las «jiponas» desfilar hacia el oeste. Hasta que uno de los militares en un camión abierto empezó a disparar su ametralladora hacia el cielo, me metieron adentro de la tienda.

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