Un carácter de acero y un corazón de oro
Luis Dobles Segreda
Cuando los periódicos de la tarde me enteraron del gesto magnífico de don José Figueres, agitando un mazo demoledor para derribar los muros del Cuartel Bella Vista y declarando disuelto el Ejército Nacional, no quise creerlo.
Lo primero era romántico y simbólico, lo segundo sorprendente y ejemplar.
Esperé que discurriese la noche creyendo leer en los diarios de la mañana la rectificación de conceptos, explicando que se había dado otro alcance a sus palabras y que no llegaban tan lejos las resoluciones del señor Presidente.
No es que yo desconfiara de la lealtad de Figueres para con la República.
En el decurso de toda su vida operosa, como agricultor pacífico y luchador esforzado, la figura de José Figueres. ha cobrado relieve y prestigio perdurable que todos tenemos que reconocer. Pero, su última jornada cívica, al través de los caminos del sacrificio, buscando una muerte segura o un triunfo que parecía ilusorio, para librar a la patria del cáncer que la consumía, lo elevó, sobre el pedestal de la admiración colectiva, en carácter de héroe nacional.
Las guerras pueden conducirse con más o lítenos acierto y buena fortuna, usando el talento y la valentía. Pero lo que es difícil dirigir y administrar es la victoria.
Es el mal de las revoluciones en casi todas las latitudes: para acabar con los desafueros de unos, entregan el país a los desafueros de otros.
Para librarse de la amenaza, ejercen ta amena/a y para construir la fraternidad que predicaron, siembran el odio y así dejan de ser ejércitos de Ariel para convertirse en tropas de Calibán.
La Revolución en Costa Rica no tomó esos caminos y hemos seguido viviendo, sin temores ni amenazas, la república de todos los costarricenses.
Pero el caso de Figueres es algo extraño y único en esta América de próceres y pensadores que él añora.
Mientras los dictadores de América se apoyan en el ejército y lo oponen contra los civiles, mientras en Venezuela y el Perú las castas militares burlan la democracia imponiendo Presidente a su antojo, en nuestra pequeña democracia un hombre, producto de una revolución armada, disuelve su ejército y devuelve al pueblo sus poderes absolutos.
Y no sólo entrega una fortaleza para alojar un Museo, sino que vuelca el presupuesto de guerra sobre la Cartera de Educación y, si nuestro orgullo repetido es tener más maestros que soldados, lo reafirma, haciendo que los dineros improductivos de las armas se vuelvan productores de cultura en las escuelas.
Se necesita una lealtad sin límites con los principios republicanos para disolver un ejército que puede ser su sostén, el soporte incondicional de sus actuaciones y el dócil ejecutor de sus órdenes.
Que le sirvió ayer para amasar la victoria y puede servirle hoy para imponer sus caprichos.
Todo eso revela que hay en él carácter de acero y un corazón de oro que lo sitúan a la altura de los grandes varones de la historia.
El civilismo del país es bien conocido. La repugnancia instintiva del costarricense por todo lo que sea mandato y no razón es proverbial, pero nadie llegó a sospechar que la valentía de un caudillo llegase sonde se atrevió a llegar ni el más civil de nuestros Presidentes, don Cleto González Víquez.
Ese cuartel fue un día casa solariega y tranquila de un gran patricio a quien debe el país el fundamento sólido de sus instituciones escolares.
Es posible que en las noches serenas pase sobre sus muros la sombra de don Mauro Fernández, leyendo el evangelio de la paz mientras duermen los soldados acariciando sus fusiles.
La casa ha vuelto a ser posesión y fondo de esa sombra luminosa y propicia. Ha vuelto a ser la escuela con que soñara el más entusiasta fundador de escuelas.
Ha triunfado el espíritu del bien, ha vencido la cultura y don José Figueres, que fue el primero en la guerra, llega a ser primero en la paz.
Tras los gruesos muros del fuerte la voz de Figueres es como un gran lamento cuando dice: «Los hombres que ensangrentamos recientemente el país comprendemos la gravedad que pueden asumir estas heridas en la América Latina y la urgencia de que dejen de sangrar».
Es un juramento de máxima lealtad republicana, que habrá de estremecer la columna vertebral de nuestra América, cuando dice:
«Somos sostenedores definidos del ideal de un nuevo mundo en América. A esa patria de Washington, de Lincoln, de Bolívar y Martí queremos decirle hoy: ¡Oh América! Otros pueblos, hijos tuyos también, te ofrendan sus grandezas. La pequeña Costa Rica, desea ofrecerte siempre, como ahora, junto con su corazón, su amor a la civilidad, a la democracia, a la vida institucional«.
No he leído otro mensaje más profundo, ni más conmovedor de un Presidente de América.
Con orgullo de costarricense y de hombre civilizado, yo lo leería desde la cumbre del Irazú, para que rueden sus palabras sobre las procelas de ambos mares, como un mensaje de toda Costa Rica.
Artículo escrito por el maestro herediano el día de la disolución del ejército, publicado en el Diario de Costa Rica el 3 de diciembre de 1948.
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