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Viva Pepe

Aquí dejo otra historia que reconstruí con relatos que escuche en varios lugares y de varias personas, un poco de recuerdos de acontecimientos que conmovieron a Costa Rica, hace ya más de 60 años, no tengo la intención de crear controversia con esta historia, ni mucho menos ofender la memoria de nadie y ciertamente no tengo certeza de que todo lo que aquí escribo, se ajuste del todo a la realidad, otros podrán tener una visión diferente de los hechos, pero esta es la que yo escuché, en sí reflejan las vivencias de un pueblo, que a Dios gracias hoy disfruta de democracia y libertad.

José Thompson Camacho

Don Pepe

Viva Pepe

Corría el año 1948, el país estaba en plena efervescencia y bien revuelto, esto porque al finalizar el mandato del presidente de turno; el señor Teodoro Picado Michalski , miembro del Partido Republicano Nacional, mismo que llevó al poder al Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia (1940-1944) y quien lo promueve en el cargo, pero en las elecciones del 8 de febrero de 1948 los resultados fueron favorables al candidato de oposición, don Otilio Ulate Blanco, basándose en los resultados enviados por telegrama. Sin embargo, ante un incendio no esclarecido, donde se quemaron las papeletas para presidente, el congreso oficialista, declaró presidente al candidato de gobierno: el Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia, lo que conlleva a la protesta de la oposición y la convulsa situación, hizo que un pequeño ramonense (pequeño en estatura pero grande en valor y coraje) de nombre José Figueres Ferrer “ Don Pepe”, no quisiera aceptar los hechos, de por sí ya consumados y sucedió como todos lo sabemos, que desde San Carlos hasta Pérez Zeledón y desde Puntarenas a Limón, grupos de disconformes con esta clara violación a las libertades, pero sobre todo a la institucionalidad del país, comenzaron a organizar la resistencia, primero aisladamente, luego ya dirigidos por don Pepe, quien desde su finca La Lucha en San Cristóbal, Cantón de Desamparados, convocó al pueblo a las armas.

Fue una lucha relativamente rápida pero cruenta, por ambos bandos se cometieron excesos y crímenes, pues resulta que según me comentaba mi abuela Queta, en nuestra Provincia de Heredia, de todos los pueblos salían los hombres por trillos y veredas, rumbo a San Cristóbal, para unirse al caudillo y las fuerzas del gobierno por su parte patrullaban los caminos para capturarlos y de paso saquear las casas de aquellos que consideraban contrarios. Y sucede que cuando estudie en la Sede del Instituto Tecnológico de Costa Rica en San Carlos, un señor de esa región, me comentó que a sabiendas que él era dirigente del partido Ulatista, la policía llego a su finca, sacaron a su esposa y a sus ocho niños al patio, los pusieron a todos en fila y los amenazaron apuntándoles con sus armas, con tal que dijeran donde estaba escondido el padre, solo imaginar eso se me hiela la sangre y hechos similares se dieron por todo el país, este mismo señor también me comento que incluso a San Carlos llego desde Los Chiles, un contingente del ejército de Nicaragua a apoyar al gobierno golpista de Calderón, los que prácticamente se apoderaron de Ciudad Quesada “La Villa”, invasión que la propia gente del pueblo rechazó, al punto de que muy a menudo grupos de sancarleños a caballo los emboscaban por los caminos, e incluso entraban por las noches a todo galope a la Villa, disparando al aire y dando vivas a Otilio Ulate, hechos que aunque se dieron en forma aislada, poco a poco hicieron que en la mayor parte del país, el pueblo se enardeciera y para evitar que la llama provocara un incendio incontrolable, la policía procedió a confiscar las radios, para que la gente no se informara de lo que estaba pasando y propiamente en San Carlos, al finalizar el conflicto y retirarse la tropa invasora hacia la frontera, por todo el camino los sancarleños los atacaron y les dieron fuerte pelea.

Realmente fueron tiempos de terror, cuando mi abuelo tenía que irse por las noches a dormir al cementerio del pueblo en San Rafael de Heredia, con el mayor de sus hijos, el tío Oscar y un sobrino de mi abuela, para que no los fueran a tomar presos, pues se acostumbraba a enlistar a la fuerza a los hombres en el ejército del gobierno y realmente no son pocas las historias de ajusticiamientos que se dieron, de hecho en el pueblo sucedieron varios actos detestables y en especial mi abuela recordaba el de un vecino, quien se había quedado tarde en una cantina del barrio y al pasar la policía, por efecto del alcohol, el incauto hombre comenzó a gritar vivas al candidato de oposición, cuyo triunfo el gobierno había desconocido y ahí mismo lo agarraron a golpes de culata, hasta dejarlo sin vida y a ninguno de ellos le importaron sus gritos de dolor, menos que era esposo y padre de una numerosa prole y dicen que en Barrio Fátima de Heredia, la policía llego a una panadería, cuyo propietario era un conocido dirigente Ulatista, lo sacaron a la calle donde lo molieron a golpes (por poco y lo matan), a la vez que el resto de desalmados violaban a su esposa y una dependiente sobre la mesa de amasar el pan y aunque parece increíble, cosas así sucedieron en esa época, fruto de la intolerancia y el fanatismo, quiera Dios que nunca más se vuelvan a repetir en nuestra querida Costa Rica.

Realmente la situación se volvió desesperada según me comentaba mi abuela, los hombres o se escondían para que no se los llevaran los del gobierno o se iban para las montañas a pelear al lado de Don Pepe, así que al no estar trabajando en el campo, que era lo común, pues no había dinero y los alimentos comenzaron a escasear, mi abuelo Lolo, como buen Camacho que era, siempre tenía su reserva de “platica” bien guardada, para cuando “la cosa se friegue” decía él y de madrugada se iba por caminos y trillos al norte de Heredia, a los trapiches a comprar dulce de tapa para el agua dulce, frijoles, maíz para las tortillas y queso, en las pequeñas fincas de la zona, ya que ir al Mercado de Heredia era de alto riesgo, pues lo podían detener y a la fuerza enlistarlo en el ejército del gobierno.

Mi madre en ese entonces aún soltera, trabajaba como enfermera en el Hospital San Rafael de Puntarenas y junto a otras jóvenes vivía con las monjas que administraban dicho centro de salud y que pertenecían a la Orden de San Vicente de Paúl, quizás fueron los 15 años más felices de su vida, cuando disfrutaba de los bailes en el Salón los Baños del Puerto, los paseos a la Boca del Río Barranca, a Miramar, en fin fue una época linda para ella, pero igual hasta ahí llego el bramido de la revolución y nos contaba ella, que la Ciudad de Puntarenas siempre fue y ha sido un baluarte del partido Republicano Nacional (el partido del gobierno en ese momento), que luego el pueblo conoció como “Partido Calderonista” y de hecho la mayor parte de la población apoyaba abiertamente al señor Teodoro Picado y al recién nombrado presidente Rafael Ángel Calderón, por lo que la situación para los del partido de oposición, se torno sumamente peligrosa, pues todos eran sospechosos y los esbirros (delatores) estaban por todo lado, de ahí que no se podía confiar en nadie.

Y fue en ese tiempo que se hizo popular el término “mariachis” que era como se les llego a conocer en forma generalizada a los que apoyaron el golpe de estado, pues se dice que en San José, se aliaron con el partido del gobierno, miembros de otros partidos que por siempre habían estado relegados de la escena política, como fue el caso del Partido Comunista, que como tal luchaban por la reivindicación de las garantías sociales para los trabajadores, las que fueron aprobadas en la administración del Presidente Calderón Guardia (1940-1944), además del Código de Trabajo y la creación de la Caja Costarricense del Seguro Social, pero el problema fue que como casi siempre pasa, entre el movimiento comunista se coló la “chusma”, la cual comenzó a saquear los negocios y el comercio, donde dicen que de las tiendas se robaban las cobijas y se las ataban al hombro al estilo de los indígenas mexicanos, razón por lo cual la gente los empezó a llamar “mariachis”, otros dicen que fueron “linieros” ósea gente que venía de la zona bananera a prestar apoyo al gobierno, y que al patrullar las calles de la capital por la noche, les daba mucho frio, por lo que les repartieron cobijas, solo que entrar en calor con el agua ardiente, comenzaron de igual forma a cometer desmanes entre la población civil.

Al parecer la mayor parte de los funcionarios del Hospital de Puntarenas, eran afines al partido de Don Otilio Ulate, por lo que rápidamente simpatizaron con la causa de Don Pepe y entre ellos no podía faltar mi madre, quien era una joven que nada tenía que ver en ese asunto, pero como buen miembro de nuestra familia, le fue imposible mantenerse al margen. Y resulta que en el hospital y especialmente entre las enfermeras, se formó un grupo de lo que hoy llamaríamos “espías”, que a su vez recibió el apoyo de otros partidarios del señor Ulate en la ciudad, entre ellos el de un funcionario de la Capitanía de Puerto y es que el antiguo Hospital San Rafael quedaba justo frente al muelle, donde comenzaron a llegar embarcaciones provenientes de Nicaragua, al principio con pertrechos, como armas y otros géneros y luego con soldados bien entrenados (con autorización del Presidente Teodoro Picado), que enviaba el dictador de esa nación Anastasio Somoza García, para colaborar con su amigo el señor Rafael Ángel Calderón Guardia, de lo cual se le mantenía informado a Don Pepe, quien se encontraba peleando contra el gobierno en las montañas de la región de los Santos.

Para ese entonces trabajaba en el hospital de Puntarenas, un enfermero de raza negra de origen jamaiquino, a quien llamaban Mr. keith, quien tenía un modesto equipo de radio aficionado, cuya antena era un simple cable enrollado alrededor de la cruz de la capilla, de tal forma que desde la torre del campanario por las noches, con mensajes en clave le informaba a Don Pepe de los movimientos que se daban en el puerto, por ejemplo me comentaba mi madre, que podía indicar (en inglés) algo como “que llegaron cinco latas grandes de sardinas, con unas 100 sardinas más o menos y van para arriba” ósea que habían atracado en el Puerto cinco lanchones con poco más de cien soldados nicaragüenses, quienes al siguiente día partirían en tren para la Capital, información que para Don Pepe, era de suma importancia y que la utilizó como prueba en virtud de la comprobada participación del gobierno de Nicaragua en un problema interno de Costa Rica, por lo que busco apoyo en otras naciones del área, como de hecho la obtuvo del Gobierno de Guatemala, desde donde le comenzaron a enviar al aeropuerto de Pérez Zeledón, armamento, municiones y otros pertrechos de guerra.

Así las cosas, las enfermeras y entre ellas mi madre, se turnaban para vigilar el muelle y los movimientos de las lanchas que ahí llegaban y estar atentas a todo lo que sobre el tema se escuchará. Pues resulta que a tal grado llego la participación de este grupo de espionaje, que una de las enfermeras que era novia del Comandante del Cuartel de Puntarenas, era quien se enteraba de primera mano de información de interés para la causa revolucionaria y se la pasaba a Mr. Keith, para que este pusiera al tanto a Don Pepe en su finca Lucha de San Cristóbal, donde estaba su cuartel general, pero con los días al parecer alguien desde dentro del hospital se entero del complot de las enfermeras y le aviso a los dirigentes del partido de gobierno en el Puerto, por lo que en la tarde un grupo grande de enardecidos “mariachis”, llegaron con palos, piedras y cadenas e intentaron asaltar el Hospital, sacaron arrastradas a las secretarias de las oficinas de admisión, las golpearon y casi que las desnudaron en media calle, luego procedieron a empujar las puertas para ingresar a las instalaciones, mismas que con gran esfuerzo el personal de seguridad apenas podían sostener, al tiempo que las monjas lloraban y de rodillas pedían a Dios por su misericordia y auxilio, por lo que la novia del Comandante, tomo el teléfono y lo llamo, a lo que él rápidamente envió un destacamento de la policía, que disperso a la turba.

Y como era de esperar la situación se tornó sumamente peligrosa para el personal del hospital, nadie podía salir del lugar y menos hablar con los pacientes de lo que acontecía en el país o en la ciudad, pero aún así el grupo de espionaje continuó con su labor y fue cuando dieron un golpe decisivo, que quizás cambió el desarrollo de los acontecimientos venideros. Y es que una tarde llegaron unos diez lanchones provenientes de Nicaragua, pero según una enfermera observó, solo unos cuantos militares bajaron a puerto y en su lugar al parecer cargaron varias cajas y sacos, que luego se supo que eran víveres y según le comentó luego el funcionario de la Capitanía de Puerto (que ya antes mencioné) a una enfermera, eran más de trescientos soldados nicaragüenses al mando de un comandante de apellido Tijerino, bien adiestrados y armados “hasta los dientes”, y sucedió que en la madrugada las lanchas tomaron rumbo sur. Y es que el tal “Tijerino” bien que lo recordaba mi madre y desde luego lo que después sucedió con este personaje.

La información y muy a pesar de no tenerse certeza de lo que se trataba, le fue transmitida a don Pepe por la radio clandestina y él rápidamente comprendió cuáles eran los planes de los nicas y del propio gobierno, pues hacia pocos días, luego de un gran esfuerzo al fin el Ejercito de Liberación, había tomado la Ciudad de San Isidro en el Valle del General, donde como ya indique comenzaron a llegar los vuelos desde Guatemala con armas, municiones, uniformes y otras provisiones para los sublevados y de seguro que el objetivo de los nicas, era desembarcar en Playa Dominical y de ahí tomar por la trocha que unía a esa comunidad con San Isidro, un trayecto de unos 66 kilómetros, nada fácil pues un camino bien empinado, en muy mal estado y cuesta arriba.

Cuando estudié en la Sede del Instituto Tecnológico en Santa Clara de San Carlos, escuche de un compañero, quien era del Barrio Lourdes en la ciudad de San Isidro, otra historia que viene a complementar la que ya conocía de mi madre, misma a su vez le fue referida a él por su padre y que como tal viene a ser una especie de tradición oral en Pérez Zeledón, que luego en 1986 cuando trabaje en ese Cantón, complete con mayores detalles.

Pues según parece el momento era sumamente crítico, ya que la mayor parte del Ejercito de Liberación se encontraba atrincherado en las montañas al norte en la zona de Los Santos, impidiendo el paso de las tropas del gobierno y otros se habían apostado al sur, en el Cantón de Buenos Aires de Puntarenas, donde en un lugar cercano al Brujo, del lado derecho del Río Grande de Térraba, hicieron frente a un destacamento de mariachis, mismos que en realidad no eran sino peones de las fincas bananeras, que habían salido de Palmar y Coto, que por su formación sindical abiertamente comunista y por su alianza con el gobierno, decidieron ir a pelear contra el Ejercito de don Pepe, pero no eran soldados y al estar mal armados y sin entrenamiento, fácilmente fueron derrotados y dispersados, pero las tropas de Liberación se quedaron en el lugar, previniendo nuevas intentos de este grupo, con lo que la Ciudad de San Isidro estaba peligrosamente expuesta a un ataque desde la costa del Pacifico, en este caso desde Playa Dominical, como efectivamente iba a suceder.

Y ante las alarmantes noticias que recibieron de Don Pepe, la escasa tropa que permanecía en San Isidro y ante el eminente ataque de los nicas, no quedo otra salida que tomar medidas desesperadas y para ello se montó toda una estrategia de contra ataque, que al final resultó muy efectiva. Pues resulta que se enviaron emisarios a caballo a los principales pueblos de la región, así como a los barrios de la ciudad, donde se les informaba a la gente que un grupo de más de mil nicas muy bien armados, habían desembarcado en Dominical y estaban por llegar a San Isidro, que en las comunidades de Tinamaste y Platanillo, a medio camino de la costa, habían asesinado a cuanto hombre encontraron, violado a sus mujeres e hijas, e incendiado los ranchos y que algunos sobrevivientes aterrorizados habían escapado por los trillos, atravesando la Faralla (La sierra costera) y llegaron a San Isidro, dando aviso del eminente ataque a la ciudad, relato de cuya veracidad tengo mis dudas, pero que realmente fue muy efectivo. Y no es de extrañar pues se sabía que en el Cantón de Desamparados un grupo de soldados nicas, tomaron a varios ticos como prisioneros y sin mediar consideración alguna los habían fusilado a todos y también se decía que en la estación del tren en Balsa de Atenas, un vecino se puso a gritar vivas a Don Pepe, justo cuando pasaba un convoy lleno de nicas que iban camino a la capital, por lo que el maquinista detuvo el tren y una turba de más de cien soldados lo persiguió y le dio casa al pobre hombre, a quien puñal en mano lo asesinaron.

Así las cosas, no hubo quien no se preocupara en el Valle del General, todos como uno solo indiferentemente de que fueran ó no Ulatistas, apoyaran o no a los revolucionarios, afilaron machetes, aceitaron sus rifles de cacería y se encaminaron al centro de San Isidro, donde se pusieron a las ordenes de la comandancia del Ejército de Liberación, se dice que fueron poco más de setecientos hombres (incluso algunos menores de edad), los que se reunieron en el Parque central frente a la Catedral y de ahí partieron hacia la costa, caminaron unos diez kilómetros y se apostaron en una loma, desde donde se divisa en la parte baja el cauce del Río La Palma, en ese lugar se ocultaron en medio de la alta maleza y al poco tiempo divisaron la columna de nicaragüenses, todos uniformados y muy bien armados, pues incluso parece que hasta traían dos ametralladoras aun sin armar en sus respectivas cajas, pero de seguro no esperaban que la gente en San Isidro se esterará de su llegada, ya que habían caminado a marcha forzada y en ese tiempo por ese camino no había telégrafo ni otro medio de comunicación, así que el ataque a la ciudad sería por sorpresa y con poco más de trescientos soldados bien armados y diestros en las artes del combate, la victoria era segura.

El numeroso grupo de generaleños espero sigilosamente, a que la totalidad de la tropa atravesara el Río, que por cierto estaba algo crecido y una vez que todos quedaron a tiro, les comenzaron a disparar sin darles tiempo de reaccionar, los pinoleros no tuvieron donde pertrecharse y los que intentaron cruzar de nuevo el , fueron alcanzados por las balas y terminaron ahogándose, lo que siguió luego fue una terrible carnicería, donde los ticos machete en mano remataron a los heridos y así termino la aventura de la expedición nica al mando del Comandante Tijerino en tierras del Valle del General y una vez finalizada la escaramuza, los cuerpos fueron sepultados en una fosa común, al otro lado del río en un playón arenoso.

Hará unos dos años una compañera de trabajo de Pérez Zeledón, me comentaba respecto a este tema y me decía que a finales de los años sesenta, su padre compro el terreno que estaba entre la carretera y el cauce del Río la Palma, cerca del actual puente, donde construyó una casa, desde cuyo patio se observaba en las noches de luna llena, en la parte baja que daba al río, como esferas de gases luminosas ascender desde la arena y que su madre les decía que eran las almas de los difuntos, años después y por iniciativa de la embajada nicaragüense, los restos de los soldados fueron desenterrados y llevados a su país.

Y volviendo a Puntarenas, al conocerse la noticia de la proclamación de la victoria del Ejercito de Liberación Nacional en San José, las enfermeras no dejaban de gritar de alegría y dar vivas a Don Pepe y las monjas no paraban de sonar las campanas de la torre de la Capilla, pero el comandante del cuartel las previno de no salir aún a las calles, para evitar una posible reacción de los mariachis del Puerto y al llegar las tropas de Liberación, el comandante entrego el cuartel y se puso a las ordenes de las nuevas autoridades, lo que le valió un trato justo. Al siguiente domingo se realizó con toda la pompa del caso, el gran desfile de la victoria en la Ciudad de Puntarenas, donde las enfermeras del hospital ocuparon un lugar de privilegio al frente de la tropa, donde recibieron el reconocimiento y agradecimiento del nuevo Comandante de la ciudad y claro entre las que desfilaron estaba mi madre, quien con orgullo recordaba su participación en dicha gesta.

Y es que estas enfermeras fueron parte de un esfuerzo nacional para derrocar un régimen que altero la paz social del país, movimiento que surgió del un sentimiento de rebeldía y no aceptación de imposiciones, mismo que se agravó con los atropellos y el asesinato de civiles, pero hay que tener claro que los abusos se dieron en ambos bandos, aunque a Dios gracias don Pepe, lejos de convertirse en un nuevo dictador, dieciocho meses después entrego el poder y se convocaron nuevas elecciones, así mismo respetó los logros que en el campo social había realizado don Rafael Ángel Calderón, aunque el cierre de las heridas generado por ese conflicto fue lento y nada fácil, lo cierto es que hoy por hoy, con todo y los problemas que nos aquejan, disfrutamos de un sistema democrático que es ejemplo en las Américas, que tuvo un alto precio en vidas y en especial vidas de inocentes y muchas lágrimas, pero que fue el fruto del valor de quienes empuñaron sus armas por la patria y por la libertad y de otros menos conocidos, que lo hicieron desde las trincheras de la clandestinidad, exponiendo igualmente su seguridad y la de sus familias.

Muchos años después, ya viuda, con sus hijos adultos y sus nietos adolescentes, luego de la cena de navidad, nuestra madre le gustaba deleitarse con un «vinito» (le encantaba el Reunite de melocotón) y luego de un par de copas, comenzaba a cantar a plena vos aquella marcha triunfal que había compuesto Carmen Granados: “El Corrido a Pepe Figueres”, claro nosotros reíamos y sobre todo a los chicos les hacía mucha gracia, pero realmente ella sentía lo que cantaba, al recordar aquellos días de su ya lejana juventud, pero muy vivos en su mente y en su corazón…. Y de seguro que en el cielo sigue entonando con alegría ese legendario canto de victoria … ♪♪ Viva Pepe, vivan sus hombres, todos muchachos de gran valor, viva el valiente Pepe Figueres, nuestro gallardo libertador… ♫♫

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