Desfile de la Victoria
Capítulo XV
José Figueres, el hombre y su obra
Arturo Castro Esquivel
Pocos días después, el 28 de Abril de 1948, la ciudad capital se había engalanado de guirnaldas y banderines, para celebrar el Día de la Victoria, con un grandioso desfile en el que la ciudadanía pudiera festejar dignamente a las fuerzas que combatieron en todos los frentes, militares y civiles, para ganar la revolución. El gobierno había declarado de asueto ese día, para que todos sus empleados pudieran asistir al homenaje, y los bancos habían cerrado sus puertas con el mismo fin.
Según aviso publicado en los periódicos, a las nueve de la mañana de ese día, el Ejército de Liberación Nacional desfilaría por las calles de San José, saliendo de la Plaza González Víquez, pasando por el Paseo de los Estudiantes, Avenida Central y Paseo Colón, para terminar en La Sabana.
Fué ese un día de alegría, de aplausos y vivas a Figueres, a las tropas y a sus jefes, que no se olvidará jamás. Una verdadera apoteosis.
Los diferentes batallones, con su oficialidad al frente, abrían la marcha, comenzando con el Batallón El Empalme. Seguía a éste el Alto Mando, y en un amplio automóvil, el Jefe del Ejército de Liberación Nacional, José Figueres, vistiendo su uniforme de kaki y puesta su típica cachucha revolucionaria. Saludaba a todo mundo, de pie en su vehículo, visiblemente emocionado y teniendo que estrechar las manos a cada paso, que le extendían las gentes, locas de entusiasmo. Las mujeres le lanzaban ramos de flores en el camino y alguna que otra, se habla subido al estribo del automóvil para besarlo sorpresivamente.
Seguían en la comitiva, la policía militar, los que habían sido presos políticos del último régimen, la Cruz Roja Costarricense, las unidades mecanizadas del ejército, los trofeos bélicos tomados a los vencidos, la oficialidad de los diferentes cuarteles, las “Mujeres del 2 de Agosto”, los empleados bancarios, y por último el público en general, que formaba un verdadero océano de gente a lo largo de todo el Paseo Colón, hasta el Aeropuerto Internacional.
Al pasar frente a las oficinas del DIARIO DE COSTA RICA, cuya sirena atronaba los aires saludando a los triunfadores, el Comandante Figueres hizo detenerse el desfile, y salió a los balcones del edificio el Presidente Electo don Otilio Ulate Blanco, quien desde allí pronunció unas hermosas palabras de salutación a las tropas y a su Jefe, que merecieron delirantes aplausos. Luego el Comandante Figueres invitó al señor Ulate a que se sentara a su lado en el automóvil y juntos continuaron en el desfile. Un fuerte abrazo fué el recibimiento de Figueres para Ulate frente al asiento que iban a ocupar, todo lo cual se desarrolló entre frenéticos aplausos de la multitud, cuyo empuje parecía incontenible.
Las tropas que habían actuado en el sur, en las montañas de San Cristóbal, desfilaron con sus sacos de yute puestos, improvisado abrigo que habían tenido que procurarse para protegerse del frió, y los más de los soldados y jefes tenían todavía sin rasurar sus hirsutas barbas, crecidas desmensuradamente durante la campaña.
Bandas y músicas alegraban los ánimos con sus aires marciales y tonadas populares, entre los que descollaba el “Corrido a Pepe Figueres”, recién compuesto, durante la Revolución, que los espectadores cantaban a coro:
“Allá en La Lucha y en San Cristobal,
Un estandarte yo vi flotar:
El estandarte a Pepe Figueres,
que no ha caido y nunca caerá.
¡Viva Pepe! ¡Vivan sus hombres!
Todos muchachos de armas tomar.
Vivan glostoras y medallitas
Que por la patria saben luchar.”
El desfile era interminable. Porque a los vehículos de guerra de los victoriosos se habían sumado los automóviles de todos los josefinos y los de provincias, los camiones de transporte de pasajeros, los jeeps, las motocicletas, las bicicletas y hasta los camiones de carga de las fincas, que iban llenos de campesinos. La cabeza había llegado ya a La Sabana cuando todavía había gentes que estaban pasando frente a la Iglesia de La Soledad. La mañana era espléndida y el sol abrasador. Pero nadie daba muestras de cansancio, y el rio de gente continuaba su marcha lenta por el Paseo Colón hacia el Aeropuerto Internacional de La Sabana.
Cuando la comitiva llegó a este lugar, eran las doce del día, Figueres y su Estado Mayor bajaron de sus vehículos casi en brazos de la gente y subieron a la terraza del edificio del aeropuerto, siendo aclamados nuevamente cuando se asomaron a la barandilla de ella. Ahí estaban, junto con el Comandante, don Otilio Ulate, el Padre Benjamín Núñez, Francisco J. Orlich, Benjamín Odio, Alberto Martén, Femando Valverde, Edgar Cardona y todos los héroes de la revolución.
Los gritos, vivas y cantos eran ensordecedores. De pronto se hizo silencio. Figueres iba a hablar…
Tomó el micrófono en una mano, y dijo, con bien timbrada voz:
“Costarricenses:
En nombre de los soldados del Ejército de Liberación Nacional, saludo al pueblo de Costa Rica. También en nombre de todos los no combatientes que a este lado de las líneas de fuego nos prestaron ayuda material y espiritual, en toda la extensión de Costa Rica.
Rindamos ante todo, un homenaje a los dos muertos más ilustres de la presente epopeya nacional: don León Cortés Castro y el doctor Carlos Luis Valverde Vega. Un homenaje también a todos aquellos muertos de la primera etapa de la contienda, como los de Llano Grande de Cartago y Sabanilla de Alajuela. Esos son muertos de una batalla librada durante varios años, durante los cuales el pueblo de Costa Rica no había podido responder adecuadamente, a pesar de que la guerra había sido declarada por los usurpadores. Un homenaje a los caídos de nuestro lado durante la última intensa campaña, ya fueran soldados del Ejército de Liberación Nacional o voluntarios heroicos que en todo el país se batían. Un homenaje también a los pobres mariachis que fueron víctimas de una dirección monstruosamente irresponsable.
Yo quiero elogiar una vez más, ante los Oficiales y soldados del Ejército Nacional, las cualidades de disciplina y austeridad que mil veces recomendé en la campaña y que tanto contribuyeron a darnos la victoria.
Soldados: Nada nuevo hemos hecho. Nada verdaderamente nuevo se puede hacer en el mundo. Estamos siguiendo un camino trillado, tal vez de siglo en siglo, por todos los fundadores de las naciones. Tampoco podemos decir nada nuevo. Por eso pido que hagamos nuestra una máxima ya conocida como uno de los axiomas de América: «Las armas os han dado la victoria; las leyes os darán la libertad».
Por eso considero que es providencial para Costa Rica en estos momentos, en una función o en otra, pero siempre actuando como manto protector sobre la patria, la presencia de don Otilio Ulate. No suelo hablar sin fundamento. Soy el peor político que existe. La presencia de don Otilio Ulate representa en este momento, para los costarricenses, una doble garantía: primera, porque él, es un digno representante de la República de don Cleto, de la Primera República. Segundo, porque su juventud física y mental y su cultura, son una promesa de que en este momento de honda transformación nacional, no van a detener lo inatajable en Costa Rica y en el mundo: el carro del progreso.
En primer lugar nosotros debemos ver que no se sacrifique nada, en la Segunda República, de lo mucho bueno que tuvo la primera. Muy en especial debemos heredar dos joyas preciosas, que fueron pulidas con paciencia y con el tiempo mediante el trabajo sapientísimo de varones ilustres. Ambas joyas son de igual valor, aunque se menciona más a menudo una que la otra.
Me refiero, costarricenses, al derecho del sufragio electoral y a la independencia del Poder Judicial. Esas dos prendas tienen entre si la relación curiosa, de que cuando un país se degenera, la del sufragio es la primera que se pierde. La otra, la majestad de la justicia, tras un largo proceso de derrumbe de valores, viene a ser la última perdida. En Costa Rica la descomposición ya estaba llegando a esta etapa final, cuando vino la guerra salvadora.
En cuanto al carro del progreso, debo advertir que tiene un parecido notable con la campaña guerrera que acabamos de librar. Todos mis compañeros recuerdan que hubo un factor que siempre les recomendé y que todos me ayudaron, con la mayor comprensión a realizar. Ese factor decisivo en las empresas de los hombres, es sencillamente el cuidadoso planeamiento.
En la guerra ese planeamiento es relativamente sencillo. Teníamos una meta general que iluminaba toda la estrategia y que nos guiaba en todo. Ese objetivo general era doble: primero: alcanzar la victoria total en vez de sólo pequeños triunfos aislados como algunos insistentemente me recomendaban.
Segundo: reducir al mínimo posible el número de bajas nuestras. Dentro de esa orientación integral, cada operación se hacía objeto de un plan y de muchos subplanes. No se daba la batalla sino después de intensa deliberación cuando todo estaba maduro y listo.
En la reconstrucción nacional que ha de conducir a la fundación de la Segunda República, el problema es mucho más complejo. Debe haber en primer término, una filosofía que sea la que ilumine el camino. Luego deben venir los planes técnicos, en todas las ramas de la administración, guiados todos por una idea central y por el más elevado espíritu patriótico. Esos planes de ben ser un poco más ambiciosos de lo que podemos alcanzar.
Todos sabemos que las estrellas no se alcanzan con la mano, pero todos debemos convenir en que los hombres y la naciones, necesitan saber con exactitud a cuál estrella llevan enganchado su carro, para poder discernir en las encrucijadas del camino cuáles sendas conducen adelante, cuáles son simples desviaciones y cuáles los arrastran hacia atrás.
Yo deseo decir a los costarricenses cual es, en el sentir de los soldados que hoy bajamos de la montaña, la estrella luminosa que debe guiar en adelante nuestro carro: la estrella de la Segunda República. Voy a expresar el pensamiento en una frase final. Esa frase carece de toda hermosura literaria. Tal vez yo podría, bajo el influjo inspirador de los héroes aquí reunidos, encontrar en mi alma una lira y arrancarle una nota de poesía que fuera digna de la grandeza del momento. Pero en vez de una frase que deleite el espíritu de Costa Rica, les voy a entregar unas palabras que pongan ese espíritu a pensar. Ojalá que ustedes se vayan de aquí pensando. Ojalá que algún día lleguen a la conclusión de que esa modesta sentencia, compensa con su grandeza su carencia de hermosura. El nombre de la estrella que nos guíe, debe ser, costarricenses, el bienestar del mayor número…”
Terminado ese discurso, que fue aplaudido por largo rato, con verdadero delirio, don José Figueres y don Otilio Ulate se dieron un fuerte abrazo que fue el remate emocional cúspide de toda aquella jomada, porque todo el mundo sentía un nudo atravesado en la garganta, y las mujeres lloraban…
Después, don Otilio dirigió, a su vez, la palabra al pueblo. Su discurso completo nunca fue publicado, pero según una reconstrucción breve, que dio a conocer un diario después, dijo lo siguiente:
“Toda la gloria y el honor de esta epopeya corresponde a los bravos soldados del Ejército de Liberación Nacional y su Jefe don José Figueres.
Cuando me despedía del Sr. Figueres, él se dirigió al frente sur, y yo quedé encargado del frente norte, es decir, de un segundo frente, el que por circunstancias militares especiales, no pudo desarrollar sus operaciones bélicas.
Si las circunstancias lo requieren, pasaré de jefe a soldado. A aquéllos que deseen vemos pelear entre nosotros les dirá que no me verán jamás como un egoísta o un despechado. No entraremos en una discusión de mezquinos intereses. Pueden existir diferencias de matices ideológicos, pero esas diferencias bien pueden quedar dilucidadas en una consulta a los pueblos”
Con el discurso de don Otilio, que también fue ovacionado delirantemente, terminó aquella hermosísima fiesta de la Liberación.
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