Discurso Desfile de la Victoria

Desfile de la Victoria

Discurso Desfile de la Victoria

José Figueres Ferrer

En nombre de los soldados del Ejército de Liberación Nacional, saludo al pueblo de Costa Rica. También en nombre de todos los no combatientes que a este lado de las líneas de fuego nos prestaron ayuda material y espiritual, en toda la extensión de Costa Rica.

Rindamos ante todo, un homenaje a los dos muertos más ilustres de la presente epopeya nacional: don León Cortés Castro y el doctor Carlos Luis Valverde Vega. Un homenaje también a todos aquellos muertos de la primera etapa de la contienda, como los de Llano Grande de Cartago y Sabanilla de Alajuela. Esos son muertos de una batalla librada durante varios años, durante los cuales el pueblo de Costa Rica no había podido responder adecuadamente, a pesar de que la guerra había sido declarada por los usurpadores. Un homenaje a los caídos de nuestro lado durante la última intensa campaña, ya fueran soldados del Ejército de Liberación Nacional o voluntarios heroicos que en todo el país se batían. Un homenaje también a los pobres mariachis que fueron víctimas de una dirección monstruosamente irresponsable.

Yo quiero elogiar una vez más, ante los Oficiales y soldados del Ejército Nacional, las cualidades de disciplina y austeridad que mil veces recomendé en la campaña y que tanto contribuyeron a darnos la victoria.

Soldados: Nada nuevo hemos hecho. Nada verdaderamente nuevo se puede hacer en el mundo. Estamos siguiendo un camino trillado, tal vez de siglo en siglo, por todos los fundadores de las naciones. Tampoco podemos decir nada nuevo. Por eso pido que hagamos nuestra una máxima ya conocida como uno de los axiomas de América: «Las armas os han dado la victoria; las leyes os darán la libertad».

Por eso considero que es providencial para Costa Rica en estos momentos, en una función o en otra, pero siempre actuando como manto protector sobre la patria, la presencia de don Otilio Ulate. No suelo hablar sin fundamento. Soy el peor político que existe. La presencia de don Otilio Ulate representa en este momento, para los costarricenses, una doble garantía: primera, porque él, es un digno representante de la República de don Cleto, de la Primera República. Segundo, porque su juventud física y mental y su cultura, son una promesa de que en este momento de honda transformación nacional, no van a detener lo inatajable en Costa Rica y en el mundo: el carro del progreso.

En primer lugar nosotros debemos ver que no se sacrifique nada, en la Segunda República, de lo mucho bueno que tuvo la primera. Muy en especial debemos heredar dos joyas preciosas, que fueron pulidas con paciencia y con el tiempo mediante el trabajo sapientísimo de varones ilustres. Ambas joyas son de igual valor, aunque se menciona más a menudo una que la otra.

Me refiero, costarricenses, al derecho del sufragio electoral y a la independencia del Poder Judicial. Esas dos prendas tienen entre si la relación curiosa, de que cuando un país se degenera, la del sufragio es la primera que se pierde. La otra, la majestad de la justicia, tras un largo proceso de derrumbe de valores, viene a ser la última perdida. En Costa Rica la descomposición ya estaba llegando a esta etapa final, cuando vino la guerra salvadora.

En cuanto al carro del progreso, debo advertir que tiene un parecido notable con la campaña guerrera que acabamos de librar. Todos mis compañeros recuerdan que hubo un factor que siempre les recomendé y que todos me ayudaron, con la mayor comprensión a realizar. Ese factor decisivo en las empresas de los hombres, es sencillamente el cuidadoso planeamiento.

En la guerra ese planeamiento es relativamente sencillo. Teníamos una meta general que iluminaba toda la estrategia y que nos guiaba en todo. Ese objetivo general era doble: primero: alcanzar la victoria total en vez de sólo pequeños triunfos aislados como algunos insistentemente me recomendaban.

Segundo: reducir al mínimo posible el número de bajas nuestras. Dentro de esa orientación integral, cada operación se hacía objeto de un plan y de muchos subplanes. No se daba la batalla sino después de intensa deliberación cuando todo estaba maduro y listo.

En la reconstrucción nacional que ha de conducir a la fundación de la Segunda República, el problema es mucho más complejo. Debe haber en primer término, una filosofía que sea la que ilumine el camino. Luego deben venir los planes técnicos, en todas las ramas de la administración, guiados todos por una idea central y por el más elevado espíritu patriótico. Esos planes de ben ser un poco más ambiciosos de lo que podemos alcanzar.

Todos sabemos que las estrellas no se alcanzan con la mano, pero todos debemos convenir en que los hombres y la naciones, necesitan saber con exactitud a cuál estrella llevan enganchado su carro, para poder discernir en las encrucijadas del camino cuáles sendas conducen adelante, cuáles son simples desviaciones y cuáles los arrastran hacia atrás.

Yo deseo decir a los costarricenses cual es, en el sentir de los soldados que hoy bajamos de la montaña, la estrella luminosa que debe guiar en adelante nuestro carro: la estrella de la Segunda República. Voy a expresar el pensamiento en una frase final. Esa frase carece de toda hermosura literaria. Tal vez yo podría, bajo el influjo inspirador de los héroes aqui reunidos, encontrar en mi alma una lira y arrancarle una nota de poesía que fuera digna de la grandeza del momento. Pero en vez de una frase que deleite el espíritu de Costa Rica, les voy a entregar unas palabras que pongan ese espíritu a pensar. Ojalá que ustedes se vayan de aquí pensando. Ojalá que algún día lleguen a la conclusión de que esa modesta sentencia, compensa con su grandeza su carencia de hermosura. El nombre de la estrella que nos guíe, debe ser, costarricenses, el bienestar del mayor número…

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