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Y… (24 de abril de 1948)

Figueres

24 de abril de 1948

Y… se rindió San José.
Y… entró a San José el Ejército de Liberación Nacional.
Y… asumió el poder La Junta Fundadora de la Segunda República.

Dr. Carlos Ml. Vicente C.

PRESENTACIÓN

POR EL BENEFICIO DEL MAYOR NÚMERO

Lic. Enrique Obregón Valverde

El presente es el quinto fascículo de la Historia del Partido Liberación Nacional, como también escri­tos los anteriores, por nuestro compañero Carlos Ma­nuel Vicente Castro. Como son muchos los temas que sobre esta historia tenemos que abarcar, otros compa­ñeros se encargarán de escribir el resto, para que al fin las nuevas generaciones, tengan a mano una breve historia de lo que sucedió en una de las etapas de mayor participación y gloria del pueblo costarricense.

Es necesario entender que si en estos fascículos encontramos la expresión apasionada, de fuerte len­guaje, se justifica porque son redactados por costarri­censes que vivimos y participamos en aquellos acon­tecimientos.

En este fascículo encontramos los nombres de los principales dirigentes de la Revolución del 48, de cómo se gestó y de la masiva participación ciudadana, luchando en un frente civil, tan importante como la lucha armada en las montañas del sur.

También se encuentran aquí los textos de los más importantes discursos que José Figueres escribió des­de el frente de batalla para todos los costarricenses que combatían al régimen calderonista que había atrope­llado el derecho del pueblo a elegir libremente a sus gobernantes.

Figueres siempre tuvo muy claro su propósito: fundar la Segunda República que diera origen a una estructura social y política que funcionara en benefi­cio del mayor número. Es decir, la socialdemocracia.

Y …

Y … se rindió San José.
Y … entró a San José el Ejército de Liberación Nacional.
Y … asumió el poder La Junta Fundadora de la Segunda República.
Y … se creo el ICE
Y … se nacionalizó la banca
Y … se entabló el diálogo permanente con el pueblo
Y …

La toma de Cartago, sorpresiva, tras la «Marcha Fantasma» que llevó al ejército de Figueres, por una ruta secreta que solo Figueres conocía, y que pasaba muy cerca del contingente que el Gobierno había des­tacado en un sitio de la Carretera Interamericana para evitar el tránsito revolucionario al interior del país, por esa ruta entró el Ejército Figuerista a Cartago.

La sorpresiva toma de Cartago mostró la forta­leza y la mística del movimiento revolucionario y au­mentó día a día, con voluntarios que recorrían todos los trillos imaginables para unirse al ejército revolucionario.

Por una parte el alto mando Figuerista planeaba la pronta toma de San José con un ejército 18 veces más grande, unos 10.000 hombres, del que había to­mado la ciudad de Cartago. La continua llegada de voluntarios lo hacia posible. La acción con 10 colum­nas de mil hombres cada una atacando en 10 diferen­tes frentes.

Por otra parte, el Clero, el Cuerpo Diplomático, Monseñor Sanabria y Manuel Mora, hicieron el viaje a Cartago a fin de negociar la rendición de San José y evitar un tremendo derramamiento de sangre.

No fue necesario usar la fuerza. San José se rin­dió, los cabecillas del Gobierno derrocado huyeron de Costa Rica.

Figueres dijo:

Queríamos derrocar a un régimen ne­fasto. Esa era la tarea que nos impusimos.

Durante las seis semanas de guerra cap­tamos el anhelo de renovación.

Ante la gravedad de la situación, nos jun­tábamos durante las noches, en que las opera­ciones bélicas nos lo permitían para pensar en el bien del país.

Sobre las bases de la vida institucional, época de don Cleto y de don Ricardo podrían haberse fundado la estructura económica del país. Pero no hubo tiempo, porque vino la crisis del bandolerismo político, o sea el calderonismo, que puso fin a la esperanza de la vida institu­cionalporque se entronizó el irrespeto a la Hacienda Privada y Pública y adquirió carta de naturaleza permanente el atropello a la ley, en especial al sufragio.

El 13 de febrero de 1944 Costa Rica per­dió su ciudadanía y ya antes había perdido sus tradiciones de Gobierno decente y probo, me­diante un pavoroso fraude le arrebataron el triunfo al Lic. León Cortés, candidato de la Oposición Nacional.

A partir de esta fecha Costa Rica vivió como país ocupado por lo que nosotros tene­mos la obligación de devolverle a su país la institucionalidad.

Lucharemos por una nueva y moderna Constitución, entre tanto el ejército que alcanzó la victoria, asumirá el mando y su principal mi­sión será fundar la Segunda República.

Capitalicemos a favor del país la mística de la guerra y el espíritu de renovación, y así lograremos que el país recupere inmediatamente la vida institucional” (1)

La mala fe continuaba en las gentes derrotadas y se empeñaron en propagar el rumor de que “Figueres se empeñaría en instalar una dictadura militar”.

Ningún rumor tan absurdo como este, don Pepe no era uno de esos tantos militarcillos ignorantes que mediante un golpe militar alcanzaba el poder e instala­ba una dictadura.

Don Pepe tenía una formidable formación de­mocrática que esbozó en su primer libro titulado Pa­labras Gastadas.

Ante esos infundados rumores don Pepe pro­nunció el siguiente discurso, el 24 de abril de 1948, en que dio fe de su credo democrático, de la “Ley sobre las armas”, y dice así:

Lamentamos que ciertas disposiciones nuestras impuestas por las circunstancias hayan creado la impresión entre ciertos ciudadanos de que pretendemos instaurar en Costa Rica una dictadura militar. Nada más ajeno al tempera­mento y a las inclinaciones de los hombres que inmerecidamente hemos dirigido el movimiento libertario. Creímos interpretar el sentir nacional al lanzarnos a la guerra y creemos interpre­tarlo ahora de nuevo en el sentido de que nues­tra patria herede de esta lucha las cualidades de disciplina, sacrificio y esfuerzo continuado que serán saludables en la reorganización de la paz sin contaminaciones de prácticas militares abusivas, que están en pugna con los gustos y la tradición de los costarricenses.

Por otra parte los hombres que hemos tenido la fortuna de formar el Ejército de Libe­ración Nacional de ninguna manera pretende­mos tener el monopolio del buen sentido ni la capacidad administrativa. Nuestra labor sería nula si no contáramos con la colaboración entusiasta de todos los costarricenses, así como hubiera sido nulo el mismo esfuerzo de la gue­rra sin el aporte valiosísimo del pueblo entero que, no teniendo el privilegio de empuñar las armas, prestó en mil formas su apoyo material, personal y espiritual al esfuerzo bélico.

Necesitamos prevenir a la ciudadanía contra la impaciencia que naturalmente provo­ca la situación de anormalidad existente. El Ejér­cito no ha terminado su labor.

Debemos consolidar el orden en todo el país en el término más corto posible, antes de entrar a tomar las medidas de carácter civil y político que han de llevar a su debido tiempo a la vida institucional que todos amamos.

JOSE FIGUERES
Comandante en Jefe del Ejército de
Liberación Nacional

Consolidado el triunfo del ejército en Cartago, se pensó inmediatamente en traer las tropas a San José, para ocupar los cuarteles y hacer los cambios militares necesarios en sus guarniciones y dar los pasos necesa­rios para la instalación del Gobierno.

Y el 24 de abril de 1948, a las cuatro de la ma­ñana, las tropas del Ejército de Liberación Nacional entraron a la capital.

Siempre en procura del respeto a la institucio­nalidad, terminada la revolución, Figueres buscó una transición en el orden político de la nación, mediante un convenio celebrado entre las fuerzas revoluciona­rias y el Gobierno derrotado, presidido por el Ing. don Santos León Herrera, Tercer Designado a la Presiden­cia del derrocado régimen caldero-picado-comunista actualmente en ejercicio del mismo.

Se acordó, entre José Figueres y el Jefe del Eje­cutivo, la organización de un gabinete netamente revolucionario que se encargara de las funciones respec­tivas hasta el 8 de mayo de 1948, fecha en que expira­ba el período del Partido derrotado, del Sr. León Herrera, quien era Tercer Designado.

En efecto, el Presidente Constitucional, en ejer­cicio nombró un Gabinete integrado por excombatien­tes victoriosos.

Tal medida tuvo por objeto principal el ir orga­nizando los diversos departamentos de la administra­ción pública, de conformidad con las ideas que susten­taban los vencedores en la revolución, quienes irán a formar el nuevo gobierno, a partir del 8 de mayo de 1948.

Para más claridad, don Pepe firmó el siguiente comunicado:

Cartago, Cuartel General, 22 de abril de 1948.

El Comandante en Jefe del Ejército de Liberación Nacional, declara:

  1. Nuestro ejército permitió que se orga­nizara un gobierno provisorio para po­cos días, a solicitud del Honorable Cuer­po Diplomático, para evitar una toma sangrienta de San José, por la fuerza.
  2. La prensa del país no ha estado bien informada, y ha pintado una situación de ambigüedad que no existe.
  3. La misma organización que alcanzó la victoria, asumirá en breve el mando total del país, y garantiza a los ciudadanos una rápida organización nacional y el resta­blecimiento de la normalidad.
  4. Luego se empezará a poner en ejecu­ción los grandes planes constructivos de la Segunda República.

(f) José Figueres
Comandante en Jefe
del Ejército de Liberación Nacional

Esta decisión del grupo victorioso de respetar las fechas constitucionales para asumir el poder, teniendo ese grupo la fuerza suficiente para actuar de inmediato, es prueba ferviente del espíritu cívico que poseían los victoriosos.

Firmada el Acta respectiva y prestado el jura­mento de ley, los nuevos Secretarios de Estado, todos excombatientes victoriosos, se trasladaron a sus res­pectivos despachos para emprender de inmediato la tarea.

Comenzaba pues, para Costa Rica, en esos mo­mentos una era de paz, de trabajo y de orden, y así se lo comunicó Figueres a su pueblo en la misma noche del 25 de abril de 1948, mediante y discurso radial, de inmenso valor histórico, político y literario, que pronunció:

Costarricenses:

Que Dios y los tribunales de Justicia juz­guen a los malhechores. Nosotros debemos aho­ra mirar adelante. Nos encontramos en el lugar donde el camino se divide en dos: o vamos al caos o vamos a una reconstrucción total de la nación. No hay sendas intermedias.

Tenemos un país arrasado por ocho años de desgobiernos y pillería. Tenemos a la vista el resultado de una guerra civil en que uno de los ejércitos no buscaba a otro objeto que el sa­queo, el incendio y la profanación. Tenemos las instituciones desprestigiadas y el crédito nacio­nal perdido. Tenemos una situación político-ju­rídica imposible de esclarecer por las vías ordi­narias, después de que un congreso anuló las elecciones y se anuló a sí mismo. Tenemos abier­tas ampliamente las puertas del caos. No es cosa rara en la historia el colapso definitivo y per­manente de un régimen institucional, de todo un sistema de vida, de toda una nacionalidad; la degeneración hacia una horda sin estructura y sin espíritu.

Pero si escogemos el otro camino, el que va hacia arriba y conduce a la montaña, nues­tro trabajo hará que allí florezca, sobre las rui­nas del presente, una vida superior. Contamos con gran parte del bagaje necesario en esa mar­cha. Contamos con un pueblo joven y digno que quiere vivir, que quiere superarse y que no Sabhiendo expresar en palabras adecuadas sus as­piraciones, recurre al lenguaje superior de los gestos nobles y heroicos.

Contamos también con una generación de hombres y mujeres, cultos y honestos que se han hecho sentir durante los últimos años en nues­tra literatura política, económica y social, ex­presando una vigorosa filosofia que constituye la moderna enciclopedia de un gran movimien­to de regeneración nacional. Unos y otros, el pueblo que siente y el estudiante que piensa, se encontraron juntos durmiendo sobre las mismas rocas, en las fila del Ejército Libertador. Unos y otros pelearon también de este lado del frente, donde no se tenía la suerte de empuñar las ar­mas, haciendo casi imposibles los movimientos del gobierno usurpador. Unos y otros, intelec­tuales y trabajadores, recibieron injurias y cu­latazos, y presenciaron ladestrucción de sus hogares, y vieron llorar de indignación a sus pa­dres. Unos y otros han alcanzado la victoria, en toda la extensión del territorio nacional.

Con esos elementos contamos, de seguro, para emprender, el camino de la dignidad en esta crisis. Pero hay algo que nos falta. Algo que está a nuestro alcance si queremos; pero que quie­nes están en condiciones de darlo no se decide todavía. Es algo que faltó también para ir a la guerra, libertaria y que la hizo difícil, tardía y peligroso. Nosotros tenemos el deber de seña­lar eso que falta, aunque nos sea una labor desa­gradable.

Lo que falta es la fe. La fe en la clase di­rigente, cuyos exponentes son los hombres de negocios y los políticos. Esa clase social se en­cuentra en estos momentos en todos los países en una situación especial. Se siente anacrónica. Por todas partes ve venir su destrucción si no cambia, si no se transforma, y no se decide a cambiar. Esa clase no ha terminado de compren­der dos cosas: la primera, que su misión en el pasado, económica y política, está cumplida; y la segunda, que dentro de su seno, dentro de su grupo, dentro de su familia, se encuentran los hombres y mujeres que son indispensables para una nueva organización eficiente de la socie­dad. Esa clase social tienen todo: educación, riqueza, experiencia; sólo le falta fe. La fe en sí misma. La fe en que los miembros de su clase tienen mucho que dar al mundo porque no son seres abstractos, ni elementos de una aristocra­cia olímpica, sino las personas de carne y hue­so con quienes hablamos todos los días, a quie­nes el pueblo ama y no odia, a quienes el pueblo les está pidiendo a gritos, con los gritos del alma, que lo dirijan hacia una vida mejor, que aban­donen la mentalidad politiquera y mercantil y que se entreguen con desinterés a la causa de la paz, como al fin se entregaron a la causa de la guerra. Que tengan cultura, que tengan inspi­ración, que tengan fe.

Repito que Costa Rica cuenta en este momento con el pueblo y con los intelectuales. Y si la clase dirigente da su aporte, se habrán solucionado de una vez muchos problemas. Lo que hay que hacer a un lado no es a los hom­bres, sino a los sistemas. Esos mismos hombres de las clases privilegiadas ,en lo económico y en lo político, si en vez de tejer telarañas mentales de posibles diputaciones y otras combinaciones, si en vez de planear negocitos y consorcios más o menos confesables, se dedican todos con el aporte de sus facultades innegables, a la obra de la reconstrucción nacional, se encontrarán con que no sólo se rehace en poco tiempo el daño de los últimos ocho años, sino que de una vez se afrontará para siempre al problemas más gran­de del siglo veinte, que es la lucha de clases.

La guerra que acaba de pasar es casi inexplicable dentro del reino de los aconteci­mientos humanos ordinarios. Había una fuerza divina que lo guiaba todo, como si estuvieran siendo escuchadas las plegarias de ochocientos mil costarricenses. Hombres modestos y desco­nocedores de las artes bélicas planeábamos las operaciones. Oficiales en su gran mayoría im­provisados dirigían los pelotones. Soldados que llevaban en las manos las huellas frescas de la macana o de la pluma de fuente, tras una pre­paración rapidísima se convertían en guerreros acertados y valientes. Los planes se ejecutaban con precisión y aritmética. Las victorias se al­canzaban casi sin bajas. Y cada vez que necesi­tábamos ocultarnos contra la observación ene­miga, las nubes nos cubrían.

Mientras tanto, esas mismas fuerzas so­brehumanas que dirigían la guerra, inspiraban nuestros planes para la paz. Una profunda transformación se efectuaba en nosotros, los que in­merecidamente dirigíamos la campaña.

Todos sabíamos antes, teóricamente, que un régimen político sin una filosofa, es como un puente sin ingeniería. Todos sabíamos que en Costa Rica se había venido gestando, tal vez con contribuciones pequeños de nosotros mismos, una filosofía política y social. Pero en aquellas noches estrelladas en que el silencio parecía profundo porque habían dejado de rugir las ametralladoras, nosotros sentíamos que la ideo­logía se estaba transformando en vida, que la guerra era el parto doloroso, y que nuestra misión es garantizar ante el pueblo, ante Amé­rica y ante el mundo, que ese niño será digno de tan gloriosa gestación.

Por eso consideramos que nuestra misión no ha terminado. En la situación caótica actual, nuestro deber es tomar por una vía expedita to­das las medidas conducentes al restablecimien­to del orden y de la vida institucional, confor­me al gusto de los costarricenses y conforme a las nuevas exigencias de la época. Debe haber un período de transición en que el país sea regi­do por una junta de hombres que garanticen todos los respetos ciudadanos que las institucio­nes democráticas confieren, sin que se tropiece con los escollos legales de una constitución an­ticuada, que ya resultaba inadecuada a las ne­cesidades normales del país y que hace imposi­ble toda labor eficiente en momentos de tan gra­ve anormalidad

Durante ese período de reajuste admi­nistrativo, debe redactarse una nueva constitu­ción para Costa Rica. Los costarricenses de hoy tenemos derecho a darnos la carta fundamental que nos parezca más acorde a las necesidades jurídicas y de todo género, del presente y del futuro. Por eso pensamos llamar oportunamen­te al pueblo para que, por medio de una consti­tuyente que sea lo más perfecta posible repre­sentativa de todos los altos intereses naciona­les, entregue formalmente al país esa nueva base de su vida institucional. Esa será la constitu­ción de la Segunda República. Cuando la ten­gamos lista, los hombres que en ese momento ejerzan el poder en forma transitoria y de emer­gencia lo traspasarán a quien la nueva consti­tución señale, en la forma y en el día legal­mente prescrito.

Los hombres que integren esa junta pro­visional, que se llamará “Junta Fundadora de la Segunda República”, no tienen que ser nece­sariamente los soldados de la guerra pasada. Comprendemos que hay en el país ciudadanos de mayores capacidades y de mayor represen­tación política, cuyo deber es darnos su aporte en esta gran tarea. Los invitamos formalmente a que ocupen su puesto en nuestras filas y se consagren patrióticamente al trabajo intenso que tenemos por delante.

Lo importante es que ese período de tran­sición sea bien aprovechado. Para ello tenemos programas creadores de trascendencia extraor­dinaria en todos los campos: en economía, en material social, en agricultura e industria, en salubridad, en educación pública, en relaciones exteriores. Si el país nos otorga su confianza y nos da su apoyo, ahora como en la guerra, para que el desarrollo de esos programas sea una la­bor de todos los costarricenses, cuando venga el restablecimiento de la normalidad institu­cional tendremos el mecanismo administrativo funcionando con un alto grado de eficiencia y entregaremos al nuevo gobierno legal el carro andando.

No podemos extendernos hoy lo suficien­te para dar a conocer como es debido, esos pro­gramas del gobierno provisorio, pero promete­mos hacerlo gradualmente con la rapidez que las circunstancias nos permitan. Adelantamos sí, y pedimos que se nos crea, que están basa­dos en un criterio netamente científico y de ef­iciencia y que están inspirados en la misma mís­tica heroica, de sacrificarse y de intentar lo apa­rentemente imposible, que iluminó la guerra.

En nombre de los soldados combatientes, en nombre de los muertos, en nombre de los huér­fanos, en nombre de todos los héroes que sufrie­ron de este lado de las líneas, que son los más, nosotros pedimos en este momento un amplio voto de confianza al pueblo de Costa Rica. No podemos hacerlo todo en un día, pero si lo tene­mos todo previsto. No podemos hacer nada con sólo nuestras débiles fuerzas, pero sí lo pode­mos hacer todo con el aporte desinteresado de quienes puedan darlo. Nosotros solamente so­mos los humildes portadores de un mensaje que viene de las montañas de Santa María de Dota para el pueblo de Costa Rica, y tal vez para el de América. No pudiendo escribir ese mensaje en el cielo, lo consignamos aquí. El Mensaje dice así: “Con la ayuda de todos se ganó la guerra, y con la ayuda de todos se ganará la paz”. Con la ayuda de todos, es decir, con la ayuda de us­ted que nos escucha o lee. Con la ayuda de to­dos, es decir, con la ayuda de Dios.

José Figueres Ferrer

Con ese discurso, confirmaba Figueres lo que ya había comunicado a la prensa, respecto del futuro gobierno de la República, y hablaba por primera vez de la próxima instalación, a partir del 8 de mayo de 1948, de una Junta Fundadora de la Segunda Repúbli­ca, que gobernará al país por un período transitorio, necesario para llevar a cabo la elaboración del proyec­to de una nueva Constitución y para iniciar todos los planes de reorganización administrativa e institucional que planeaban los revolucionarios.

Además, en este discurso aclara que el Gobier­no de la Segunda República, será un Gobierno Social Demócrata, concepto que para evitar divisiones ideológicas dentro de la Oposición Nacional, nunca antes había mencionado.

Figueres

El Comandante en Jefe del Ejército de Liberación Nacional, en el desfile del DÍA DE LA VICTORIA, 28 de abril 1948.

Desfile de la Victoria

El 28 de abril de 1948, la ciudad capital se había engalanado de guirnaldas y banderines, para celebrar el Día de la Victoria, con un grandioso desfile en el que la ciudadanía pudiera festejar dignamente a las fuerzas que combatieron en todos los frentes, militares y civiles, para ganar la revolución.

Según aviso publicado en los periódicos, a las nueve de la mañana de ese día, el Ejército de Libera­ción Nacional desfilaría por las calles de San José, sa­liendo de la Plaza González Víquez, pasando por el Paseo de los Estudiantes, Avenida Central y Paseo Colón, para terminar en La Sabana.

Fue ese un día de alegría, de aplausos y vivas a Figueres, a las tropas y a sus jefes, que no se olvidará jamás. Una verdadera apoteosis.

Los diferentes batallones, con su oficialidad al frente, abrían la marcha, comenzando con el Batallón El Empalme. Seguía el Alto Mando, y en su amplio automóvil, el Jefe del Ejército de Liberación Nacional, José Figueres, vistiendo su uniforme de kaki y puesta su típica cachucha revolucionaria. Saludaba a todo mundo, de pie en su vehículo, visiblemente emo­cionado y teniendo que estrechar las manos a cada paso, que le extendían las gentes, locas de entusiasmo. Las mujeres le lanzaban ramos de flores en el camino y alguna que otra, se había subido al estribo del automó­vil para besarlo sorpresivamente.

Seguían en la comitiva, la policía militar, los que habían sido presos políticos del último régimen, la Cruz Roja Costarricense, las unidades mecanizadas del ejér­cito, los trofeos bélicos tomados a los vencidos, la ofi­cialidad de los diferentes cuarteles, las “Mujeres del 2 de Agosto”, los empleados bancarios, y por último el público en general, que formaba un verdadero océano de gente a lo largo de todo el Paseo Colón, hasta el Aeropuerto Internacional.

Las tropas que habían actuado en el sur, en las montañas de San Cristóbal, desfilaron con sus sacos de yute puestos, improvisado abrigo que habían tenido que procurarse para protegerse del frío, y la mayoría de los soldados y jefes tenían todavía sin rasurar sus hirsutas barbas, crecidas desmesuradamente durante la campaña.

Al pasar frente a las oficinas del DIARIO DE COSTA RICA, cuya sirena atronaba los aires saludan­do a los triunfadores, el Comandante Figueres hizo detenerse el desfile, y salió a los balcones del edificio el Presidente Electo don Otilio Ulate Blanco, quien desde allí pronunció unas hermosas palabras de salu­tación a las tropas y a su Jefe, que merecieron deliran­tes aplausos. Luego el Comandante Figueres invitó al señor Ulate a que se sentara a su lado en el automóvil y juntos continuaron en el desfile. Un fuerte abrazo fue el recibimiento de Figueres para Ulate, lo cual se desa­rrolló entre frenéticos aplausos de la multitud, cuyo empuje parecía incontenible.

Bandas y músicas alegraban los ánimos con sus aires marciales y tonadas populares, entre las que des­collaba el “Corrido Pepe Figueres” compuesta durante la revolución y que se hizo muy popular, fue cantada durante el desfile y su letra dice así:

¡Allá en La Lucha y en San Cristóbal
Un estandarte yo vi flotar
El estandarte Pepe Figueres
Que no ha caído y nunca caerá»!

Viva Figueres, vivan sus hombres
Todos muchachos de gran valor
Vivan ‘glostoras’ y ‘medallitas’
Que por la Patria saben luchar!

 
El desfile era interminable, el apoyo, el cariño, al héroe de la Revolución era apoteósico.

Que pensaría el ganador de las elecciones que fueron anuladas sobre ese unánime apoyo que estaba recibiendo el héroe revolucionario, Pepe Figueres.

De una cosa si estoy seguro, y es que por la mente de don Pepe nunca pasó la idea de traicionar la volun­tad del pueblo cuando dio el triunfo a Ulate y que una mayoría parlamentaria anuló fraudulenta y antidemocráticamente, hasta llevar al pueblo a la Re­volución.

Era necesario encontrar una solución y ese par de hombres de honor, en el trecho que une el Diario de Costa Rica con el Aeropuerto de La Sabana, la encon­traron.

Don Pepe le propuso a don Otilio, en vista de la desastrosa situación en que se encontraba el país, que una Junta de Gobierno Revolucionaria gobernara el país por un período de 18 meses, durante las cuales la Junta trabajaría para ordenar el país en lo material y en lo económico. Durante ese mismo período se instalaría una Constituyente encargada de darle al país un nuevo y moderno instrumento constitucional.

Don Pepe y Ulate llegaron a un acuerdo en ese sentido, acuerdo que fue anunciado a la entusiasta multitud que acompañó a estas dos personalidades, Figueres y Ulate, hasta el aeropuerto de La Sabana.

Cuando la Comitiva llegó, eran las 12 del medio día, los héroes revolucionarios bajaron de sus vehícu­los y en brazos de aquel público henchido de fervor patrio, los subió hasta la terraza.

El griterío, la fiesta y la bulla que festejaba el triunfo revolucionario se silenció de pronto. Don Pepe tomó el micrófono en una mano, y dijo, con voz firme:

Costarricenses:

En nombre de los soldados del Ejército de Liberación Nacional saludó al pueblo de Costa Rica. También en nombre de todos los combatientes que a este lado de las líneas de fuego nos prestaron ayuda material y espiritual, en toda la extensión de Costa Rica.

Rindamos antes que todo un homenaje a los dos muertos más ilustres de la presente epo­peya nacional: don León Cortés Castro y el Dr. Carlos Luis Valverde. Un homenaje también a todos aquellos muertos de la primera etapa de la contienda, como los del Llano Grande y Sabanilla de Alajuela. Esos son muertos de una batalla librada durante varios años, en la cual el pueblo de Costa Rica no había podido toda­vía recoger el guante, a pesar de que la guerra le había sido abiertamente declarada por los usurpadores. Un homenaje a los caídos de nues­tro lado durante la última intensa campaña, ya fueren soldados del Ejército de Liberación, o vo­luntarios heroicos que en todo el país se batían. Un homenaje también a los pobres «mariachis» que fueron víctima de una dirección monstruo­samente irresponsable.

Yo quiero elogiar una vez más ante los oficiales y soldados del Ejército de Liberación las cualidades de disciplina y austeridad que mil veces les recomendé en la campaña, y que tan­to contribuyeron a darnos la victoria. Muy en especial quiero referirme (para pedirles que esa virtud siga presente durante la celebración, y luego en la vida corriente, a la abstención de los excesos alcohólicos que caracterizó en to­das partes la marcha de nuestro ejército. Mu­chas veces les hice ver que mis recomendacio­nes no emanaban de un puritanismo insulso, sino de razones de profunda conveniencia práctica. Hoy tenemos todos la satisfacción de haber com­probado en las victorias alcanzadas, y de haber hecho patente ante el mundo (entre otras mu­chas cosas) lo que sucede cuando se enfrentan en la línea de combate dos ejércitos, si uno de ellos es un ejército de hombres sobrios, y el otro es un ejército de ebrios. Sea esa victoria moral una inspiración más, un indicio del régimen de austeridad en esta materia y en muchas que de­berá distinguir a la Segunda República.

Soldados:

Nada nuevo hemos hecho. Nada verda­deramente nuevo se puede hacer en el mundo. Estamos siguiendo un camino trillado tal vez de siglo en siglo por todos los fundadores de na­ciones. Tampoco podemos decir nada nuevo. Por eso yo pido que hagamos nuestra una máxima ya conocida, que es uno de los grandes axiomas de América: «Las armas dan victoria; sólo las leyes pueden dar la libertad».

Por eso considero que es providencial para Costa Rica en este momento, en una fun­ción o en otra, pero siempre como manto pro­tector sobre la patria, la presencia de don Otilio U/ate. Quiero explicar por qué hago a ustedes esta observación, advirtiendo una vez más que no suelo hablar sinfundamento, y que soy el peor político que existe. La presencia de don Otilio Ulate representa en este momento para los costarricenses una doble garantía: Primero porque él es un digno representante de la Repú­blica de don Cleto, de la Primera República. Segundo porque su juventud física y mental, y su cultura, son una promesa de que en este momento de honda transformación nacional, no se ejercerán fuerzas tendientes a detener lo inata­cable en Costa Rica y en el mundo, que es el carro del progreso.

En el primero de los aspectos aludidos, nosotros debemos ver que no se sacrifique nada en la Segunda República, de lo mucho bueno que tuvo la Primera. Muy en especial debemos heredar dos joyas preciosas, que fueron pulidas con paciencia y con el tiempo mediante el tra­bajo sapientísimo de varones ilustres. Ambas joyas son de igual valor. aunque una se menciona mucho más a menudo que la otra. Me refiero costarricenses, al derecho del sufragio popular por una parte, a la independencia del poder ju­dicial por la otra. Esas dos prendas tienen entre sí la relación curiosa de que, cuando un país se degenera, una de ellas, la del sufragio, es la primera que se pierde; y la otra, la de la majes­tad de la justicia, tras un largo proceso de de­rrumbe de valores, viene a ser la última pérdi­da. En Costa Rica la descomposición ya estaba llegando a esta etapa final cuando vino la gue­rra salvadora.

El segundo de los conceptos que vengo desarrollando, el del carro del progreso, tiene un parecido notable con la campaña guerrera que acabamos de librar. Todos mis compañeros recuerdan que hubo algo de la mayor importan­cia en el desarrollo de las operaciones y que contribuyó notablemente a la victoria. Algo que siempre les recomendé por todos los medios y que todos me ayudaron con la mayor compren­sión a realizar. Ese factor decisivo en las em­presas de los hombres es, sencillamente, el cuidadoso planeamiento.

En la guerra ese planeamiento era relati­vamente sencillo. Teníamos una meta general que iluminaba toda la estrategia y que nos guiaba en todo. Ese objetivo general era doble; pri­mero alcanzar la victoria total y no pequeños triunfos aislados; segundos, reducir al mínimo posible el número de bajas nuestras. Dentro de esa orientación integral cada operación se ha­cía objeto de un plan y de muchos sub- planes, y no se daba la batalla sino después de una inten­sa celebración, cuando todo estaba madurado y listo.

En la reconstrucción nacional, que ha de conducir a la fundación de la Segunda Repúbli­ca, el problema es mucho más complejo. Debe haber en primer término una filosofía, que sea la que ilumine el camino. Luego deben venir los planes técnicos en todas las ramas de la admi­nistración, guiados todos por una idea central, y por el más noble espíritu que le podamos arrancar a nuestros corazones. Esos planes de­ben ser un poco más ambiciosos de lo que po­damos alcanzar. Todos sabemos que las estre­llas no se alcanzan con la mano, pero todos de­bemos convenir en que los hombres. y las asociaciones, y las naciones, necesitan saber con exactitud a cuál estrella llevar enganchado su carro, para poder discernir, en las encrucijadas del camino, cuáles sendas conducen adelante, cuáles son simplemente desviaciones, y cuáles los conducirán hacia atrás.

Yo me permitiré decir a los costarricen­ses cuál es, en el sentir de los soldados que hoy bajamos de la montaña a la ciudad, la estrella luminosa que debe guiar en adelante nuestro carro: la estrella de la Segunda República. Voy a expresar el pensamiento en una frase que será el final del presente discurso. Esa frase carece de toda hermosura literaria. Tal vez yo podría, bajo el influjo inspirador de los héroes aquí re­unidos, encontrar en mi alma una lira y arran­carle una nota de poesía que fuera digna de la grandeza del momento. Pero en vez de una fra­se que deleite el espíritu de Costa Rica, yo le voy a entregar unas palabras que pongan ese espíritu a pensar. Ojalá que ustedes se vayan de aquí pensando, y ojalá que algún día lleguen a la conclusión de que esa modesta sentencia com­pensa con su grandeza, su carencia de hermosu­ra. El nombre de la estrella que nos guíe debe ser costarricenses, el bienestar del mayor número

Galería Desfile de la Victoria

 
Terminado ese discurso, que fue aplaudi­do por largo rato, con verdadero delirio, don José Figueres y don Otilio Ulate se dieron un fuerte abrazo que fue el remate emocional cús­pide de toda aquella jornada, porque todo el mundo sentía un nudo atravesado en la gargan­ta, y las mujeres lloraban …

Después, don Otilio dirigió, a su vez la palabra al pueblo. Su discurso completo nunca fue publicado, pero según una reconstrucción breve, que dio a conocer un diario después, dijo lo siguiente:

Toda la gloria y el honor de esta epopeya corresponde a los bravos soldados del Ejército de Liberación Nacional y su Jefe don José Figueres

Luego, don Pepe dio lectura del Acuerdo de siete puntos, a los que había llegado en el acuerdo que fir­mó con Ulate, redactado en los siguientes términos:

  1. La Junta Revolucionaria gobernará al país, sin Congreso, durante un período de 18 meses, a partir del 8 de mayo en curso. Expirado ese término, podrá solicitar a la Asamblea Constituyente una prórroga por seis meses más, si lo considerara necesario para sus labores.
  2. La Junta Revolucionaria convocará al pueblo a elecciones para escoger representantes a una Consti tuyente. Dichas elecciones se verificarán el día d diciembre del corriente año. La Asamblea se instalará el día 1 5 del mismo mes.
  3. La Junta Revolucionaria designará inmediatamente una comisión que redacte un proyecto de Cons­tituyente para ser sometido ala Constituyente.
  4. La Junta reconocerá y declarará inmediatamen­te que el 8 de Febrero último fue legítimamente electo Presidente de la República, don Otilio Ulate Blanco.
  5. La Junta pedirá a la Asamblea Constituyente que ratifique la elección de don Otilio Ulate Blanco, para que ejerza el poder en el primer período Constitucio­nal de la Segunda República, que en ese caso concreto no excederá de cuatro años.
  6. La Junta integrará el Tribunal Nacional Electoral con los licenciados don Víctor Guardia Quirós, Gerardo Guzmán Quirós y José María Vargas Pacheco. Como Suplente el Lic. don Jaime Solera Bennett.
  7. Ambas partes signatarias de este acuerdo se comprometen formalmente a que no se ejerzan en el país actividades de carácter político electoral duran­te un período de seis meses, a partir de esta fecha.

    lº mayo de 1948

    (f.) José Figueres Ferrer
    (f.) Otilio Ulate Blanco

Este documento leído ante la inmensa multitud del Desfile de la Victoria, no es otro que el entendimiento patriótico a que llegaron el candidato triunfador en las elecciones y el triunfador de la revolución encabezada por don Pepe.

La noticia pareció sorprender, al principio, a al­gunos sectores de la ciudadanía, y hasta hubo alguna que otra señal del descontento, pero pronto se dio cuenta el país, comenzando por el propio don Otilio, quien en esta oportunidad dio muestras de un espíritu de com­prensión y de patriotismo muy laudables, que las co­sas no podían hacerse de otra manea, que la nación necesitaba, por un tiempo prudencial, estar sometida a la autoridad vigilante y enérgica de una Junta Guber­nativa, con poderes omnímodas, que tuviera a los mi­litares a su entera disposición para actuar en defensa de las instituciones y para repeler rápidamente cual­quier intento subversivo de los partidarios del régimen caído, ya fuera dentro, o fuera del país.

El señor Presidente en ejercicio, don Santos León Herrera, también opinaba en esa forma, y en un mani­fiesto al país, había declarado su intención de deposi­tar el poder en manos de una Junta Gubernativa, el próximo 8 de mayo.

Una vez concluida por el señor Figueres la lectura de su discurso y definidamente constituida la Junta de Gobierno Fundadora de la Segunda República, como primer acto de su Gobierno, en su carácter de Presi­dente de la Junta, Figueres procedió a llamar a todos los miembros de la Corte Suprema de Justicia recién nombrados, que en ese momento se integraba, para proceder a su juramentación. Todos ocuparon sitio fren­te al Pabellón Nacional, y ante él fueron juramentados con la nueva fórmula del juramento creada por la Jun­ta, que variaba la segunda parte de la existente, así: “Si así lo hiciereis, Dios os ayude, y así será”.

Terminado el acto, hubo una pequeña parada militar frente a la Casa Amarilla, en la que el nuevo Jefe de Gobierno revisó las tropas y se saludó la ban­dera nacional.

Es conmovedor y de valor histórico, que firma­do el convenio del 1º de mayo entre los señores Figueres y Ulate, y aún antes de firmarse, el primero había ofre­cido al segundo la Presidencia de la Junta de Gobier­no, que el señor Ulate no aceptó.

Pasados unos días después de la victoria, se ha­bía llegado a un acuerdo en cuanto a la nueva organi­zación política del país.

Así tenía que ocurrir, porque las discrepancias de criterio no podían predominar sobre el empeño de uno y otros, de llegar a la necesaria armonía, sin la cual hubiera seguido el caos político al triunfo de las armas.

La prensa, sobre todo, estaba obligada a coope­rar con su sana crítica, es decir, con su elogio justo y con su censura ponderada, a que las resoluciones del poder se ajusten a la conveniencia pública.

Para obtener ese bien excelso, se debía contar con la sincera y poderosa cooperación de todos los costarricenses.

Se efectúo una ceremonia sencilla el 8 de mayo de 1948, a las doce horas, donde se celebraría el traspaso del poder público del Presidente León Herrera, a la Junta Gubernativa Revolucionaria.

¡Ese fue don Pepe!

A la hora señalada, el señor Designado entró al salón acompañado del nuevo Secretario de Relaciones Exteriores, Lic. don Benjamín Odio, e inmediatamente se dio principio a la ceremonia.

Don Pepe, como Presidente de la Junta Funda­dora de la Segunda República, dio lectura a su discur­so, breve, claro y lleno de fe en la bondad de las futu­ras actuaciones de la Junta.

Señor Presidente:

Tenemos el honor de recibir de vuestras manos el Gobierno de la República. Nos com­place reconocer el acierto con que habéis sabi­do conducir al país en momentos tan difíciles como éstos, en que os ha tocado gobernar. Os agradecemos, en nombre de la Patria, vuestras actuaciones, así como los conceptos del mensa­je.

Conocedores de vuestro manifiesto hecho al país el primero de mayo, en el cual expresa­bais vuestra intención de depositar en nosotros el poder, hemos considerado oportuno dirigirle a la Nación las declaraciones siguientes:

Nosotros José Figueres Ferrer, Alberto Martén Chavarría, Fernando Valverde Vega, Raúl Blanco Cervantes, Francisco J. Orlich Balmarcich, Edgar Carmona Quriós, Bruce Masís Diabiassi, Gonzalo Facio Segreda, Uladislao Gámez Solano, Secretarios y Subse­cretarios de Estado durante el ejercicio consti­tucional de la Presidencia de la República por el Ing. don Santos León Herrera, al finalizar hoy este período y ante la anormalidad jurídica y política producida por la anulación que hizo de las elecciones de Febrero el último Congreso Legislativo, rompiendo el orden constitucional, recibimos de manos del señor León Herrera el Gobierno de la Nación, como depositarios del poder público, y hacemos juramento solemne al pueblo de Costa Rica, de restituirle su vida constitucional, conforme al siguiente plantea­miento:

  1. Nos constituimos en este acto, en asocio con los señores Presbítero Benjamín Núñez Vargas y Licenciado Benjamín Odio, en Consejo de Gobierno Provisorio de la Nación, y ejecutaremos esas funciones con el nombre de Junta Fundadora de la Segunda República.
  2. Actuará como Presidente de la Junta, don José Figueres Ferrer, y como Ministros, sus otros Miembros.
  3. Inmediatamente tomaremos las siguientes disposiciones, por Decretos:

    a) Restablecimiento de las garantías individua­les y sociales, que el interés y la dignidad de la República demanden.
    b) Reorganización del Poder Judicial, hacien­do recaer los nombramientos respectivos, en jurisconsultos, sabios y honorables.
    c) Nombramiento de una comisión de juristas, economistas, y técnicos en los diferentes ra­mos de la administración pública, para que redacte un proyecto de Constitución que res­ponda a las necesidades actuales del país.
    d) Convocatoria a elecciones para una Consti­tuyente, que emita la nueva Carta Fundamen­tal.
    e) Depuración del Registro Electoral, dentro de la mayor brevedad.

  4. El período de propaganda para la elección de Constituyente, comenzará el 8 de no­viembre de este año. Las elecciones se efectua­rán el 8 de diciembre. La Asamblea Constituyente se instalará el 15 de diciembre de este mismo año de 1948.
  5. La duración de las funciones de la Junta Fundadora de la Segunda República, será de 18 meses, a partir del 8 de mayo en curso, siendo prorrogables sus poderes, por 6 meses más, mediante consulta a la Asamblea Consti­tuyente.
  6. Durante su período de gobierno, la Junta se empeñará en la reorganización admi­nistrativa que los costarricenses ansían desde hace tiempo, especialmente después del caos de los últimos 8años, que hizo necesaria la guerra de liberación nacional.
  7. La Junta Fundadora de la Segunda República deja constancia ante la historia de que, en las elecciones presidenciales verifi­cadas el 8 de febrero de 1948, fue legalmente electo Primer Magistrado de la Nación, don Otilio Ulate Blanco; y que a este le fue arreba­tada su credencial de modo arbitrario, por el Congreso, al declarar nulas las referidas elec­ciones.

    A fin de que el pueblo de Costa Rica vier­ta su veredicto final, la Junta pedirá a la Asam­blea Constituyente que ratifique la elección de don Otilio Ulate, por un período de cuatro años, si a bien lo tuviere.

  8. La Junta de Gobierno mantendrá la vigencia de los tratados y pactos internacio­nales suscritos y ratificados por los gobiernos anteriores, y estrechará los lazos amistosos que la unen a las demás naciones del mundo.
  9. Al finalizar nuestro período de Gobierno provisorio, y al hacer entrega de los poderes públicos a un nuevo régimen constitu­cional, se disolverá esta Junta.”

Ninguna tarea más apropiada, ninguna labor más grata para este hombre, acostumbrado desde pequeño a la lucha: Costa Rica tendría que cambiar, la Segunda República tendría necesariamente que salir adelante, como salió ilesa de las trincheras. Su constante opti­mismo, su ardiente y perenne fe en el triunfo de las causas nobles, su inmenso patriotismo, así se lo pro­metían, y sin dudarlo un instante abandonó nuevamente sus propios negocios y se dedicó a la ardua tarea.

El periódico La Nación, el día 24 de abril de 1948, publicó un artículo firmado por el periodista A. Vega Aguiar, en el que describe la personalidad de don Pepe de la siguiente manera:

De estatura más bien baja, tiene una mirada penetrante y viva. En el se adivina el hombre de estudio, acucioso, investigador, que desea analizar bien los asuntos que llegan a sus manos.

Especialmente fuera de Costa Rica, pue­de que llegue a confundirse a Figueres con al­guno de tantos políticos de oficio o militares ambiciosos de mando o de poder. Por eso es necesario destacar que se trata de un hombre eminentemente civil, que nunca ha ocupado car­gos políticos porque ha sabido trabajar y levan­tar una empresa agrícola e industrial que es or­gullo de nuestro país. Al conocer de sus haza­ñas, que no tienen nada que envidiar a las más gloriosas que se han librado por la libertad de los pueblos, muchos creen que Figueres es un hombrón de modales rudos, acostumbrado a gritar antes que hablar. Pero nada más alejado de la realidad, pues Figueres es de las personas que siendo superiores pasan ante todo el mun­do como un ciudadano cualquiera. Es hombre modesto, como que es inteligente en grado sumo. Pero entre sus muchos atributos está el de ser un hombre de carácter, dotado de un temple de acero, con una energía poco conocida en nues­tro medio, que le permite llevar a la realidad cuanto se propone.” (2).

La Junta Fundadora de la Segunda República estaba integrada precisamente por los profesionales y técnicos que él necesitaba como consejeros para su magna obra.

Figueres comprendió que su responsabilidad ante la Nación y la Historia era inmensa. Había lo­grado su propósito de limpiar al país de la mala hier­ba, pero faltaba demostrarle a su pueblo y al mundo, que su esfuerzo y el de sus compañeros no habían sido en vano.

Lo anterior se confirma en su discurso radial del 19 de junio de 1948, del que se extractan algunos pá­rrafos:

Ciudadanos:

Han transcurrido seis semanas de que la Junta de gobierno recibió el poder el 8 de mayo pasado. Durante ese tiempo hemos hecho un análisis de la situación nacional, y queremos hoy informar al país con toda claridad sobre las condiciones en que lo encontramos.

Pasamos por la pena de informar que la situación es peor de lo que muchos costarricen­ses se imaginan, y que son necesarias grandes medidas de emergencia, que implican el sacri­ficio de todos, para salir del camino que condu­ce al caos, y enderezarnos por el sendero de la prosperidad.

Como resultado de la deficiente adminis­tración de los últimos ocho años, la situación fiscal es mala, el estado de los bienes naciona­les es pésimo, y las angustias que sufren las cla­ses pobres del país son pavorosas.

Encima de todo eso, existe la amenaza de un movimiento revolucionario tendiente a devolver el poder a quienes tanto daños no han hecho.

Es tan urgente tomar las medidas nece­sarias para evitar una nueva hecatombe, como emprender un gran programa de reconstrucción nacional, que traiga el bienestar de la mayoría de los costarricenses.

Las resoluciones tomadas por la Junta de Gobierno que hoy tendré el honor de exponer en parte, representan en su aplicación un gran esfuerzo para muchos ciudadanos, en especial para aquellos que están en capacidad de sopor­tarlo. Costa Rica espera que quienes pueden lle­var la carga en el paso más difícil de la historia nacional, lo harán con agrado y con patriotis­mo, reconociendo que la gran masa del pueblo ya ha soportado suficientes sacrificios.”

Y continuaba informando del desastroso en que se habían hallado las dependencias del Gobierno, Mi­nisterio por Ministerio, se habían llevado hasta los es­critorios y máquinas de escribir- y las cosas que había que hacer urgentemente por mejorarlas.

Pero este discurso fue trascendental y causó gran revuelo, porque Figueres anunció en él, al país, dos medidas tomadas por la Junta, que unos días después se promulgaron como Decreto: la nacionalización ban­caria y el impuestos del 10 por ciento sobre el capital.

Respecto a la nacionalización bancaria dijo:

El mayor obstáculo con que una labor de esta índole tropieza (orientar las actividades económicas de la Nación de tal manera que la acumulación normal del ahorro no se detenga, y de que los recursos de trabajo y capital de que dispone el país se inviertan en la forma más reproductiva), es la actual organización del cré­dito. Fundamentalmente son los bancos los qu distribuyen y administran los recursos financie­ros de que se alimenta la Agricultura, la Indus­tria y el Comercio. No sólo colocan los Bancos su propio capital, sino también el de los deposi­tantes, que representan la ciudadanía en gene­ral. De ahí nace el tremendo poder social d que disponen y que, en la actualidad, -en el si­glo veinte- constituye un verdadero anacronismo. La administración del dinero y el crédito no debe estar en manos particulares, como no lo están ya tampoco la distribución del agua po­table ni los servicios de Correos. Es al Estado, órgano político de la Nación, a quien corres­ponden esas funciones vitales de la economía. El negocio bancario es el más seguro y el más productivo de todos los negocios. En pocos años han logrado los bancos particulares acumular reservas muy superiores a su capital inicial. Estas ganancias provienen en su mayor parte, no de la colocación de su propio capital, sino de la movilización de los recursos del público. Público es entonces el servicio, y pública debe ser la propiedad de las instituciones que lo ma­nejan, mayormente cuando las condiciones mo­dernas del desenvolvimiento económico, con­vierten a todas las industrias y actividades en tributarias de los bancos. Impulsan éstos a los empresarios que quieren impulsar; asfixian a los que quieren asfixiar; dirigen en una pala­bra el progreso económico del país, y determi­nan la ruina o prosperidad de las empresas. Se­mejante poder, repito, no debe estar en manos de particulares, sino de la Nación.

El criterio marcadamente comercial con que los bancos particulares han venido ope­rando, si bien es conveniente para los accionis­tas, que consiguen, por ejemplo, una colocación segura y rápida, al financiar una importación de whisky, no es el más saludable para un país que necesita desarrollar su agricultura y sus in­dustrias, y que no cuenta fundamentalmente para ello con otros recursos que el crédito bancario. La política económica de la Junta Fundadora de la Segunda República, tendiente a la indus­trialización del país y a la explotación intensa de todos sus recursos naturales, no podría lle­varse a cabo sin un control efectivo de la políti­ca crediticia. Para lograrlo, se impone la na­cionalización de los bancos particulares”.

Y respecto del impuesto del 10%, dijo:

La destrucción sistemática de los equipos e instalaciones de la Administración Pública. llevada a cabo por dos gobiernos consecutivos, sumada a la devastación de la guerra civil, al­canza tales proporciones, que no es posible pen­sar en reponerla con las rentas ordinarias del país.

Es necesario comprender que el país es más pobre, que ha perdido una parte de su ca­pital, precisamente el capital de trabajo, cuya reposición es urgente. Por consiguiente, no que­da otro camino que pedirle a todo propietario que sacrifique una parte de su patrimonio, para salvar el resto. La Junta Fundadora de la Se­gunda República, estimando aproximadamente las proporciones del desastre nacional, ha decretado un impuesto del diez por ciento sobre el capital particular, que se pagará por una sola vez, como contribución extraordinaria, para pagar los gastos de ocho años de saqueo admi­nistrativo y de cinco semanas de campaña de liberación nacional”.

También se refirió Figueres en este discurso, a un brote subversivo, provocado desde el exterior, por el Dr. Calderón Guardia y sus partidarios comunistas, permitido por el Gobierno de un país vecino, que era el primero de una serie interminable de atentados de esa naturaleza que iba a sufrir Costa Rica en el futuro, aunque, por suerte, ninguno con buen éxito, terminan­do su alocución así:

Costarricenses:

El mensaje que la Junta Fundadora de la Segunda República tiene para vosotros, después de seis semanas de Gobierno, se puede resumir en tres frases: PRIMERA: La situación del país es grave, pero no de muerte. SEGUNDA: Esta­mos dispuestos a impedir por la fuerza, en la medida de las posibilidades nacionales, que vuelvan al Poder los aventureros políticos que nos llevaron a la situación actual. TERCERA: Ordenamos a los ciudadanos económicamente más pudientes, que pongan a disposición del Go­bierno una parte moderada de la riqueza na­cional, prometiendo emplearla honestamente y a lo mejor que permitan nuestras capacidades, en la promoción del bienestar de todos”.

Los decretos de la nacionalización bancaria y el impuesto del 10% sobre el capital, causaron tal albo­roto en cierto sector del público, listo siempre a defen­derse de cualquier agresión a sus bolsillos y principal­mente en este país, donde las obligaciones tributarias han sido tan leves, y fueron tan mal comprendidos e interpretados por algunos, que Figueres creyó conve­niente volver a referirse a ellos en una nueva conversación radial, que tuvo lugar el 29 de junio de 1948.

La experiencia de los años venideros se encar­garía de demostrar cuán sabias y beneficiosas para el desarrollo económico del país fueron ambas medi­das.

COMENTARIO FINAL

La Junta Fundadora de la Segunda República gobernó por medio de Decretos-Ley, es decir, sin Con­greso, por 18 meses.

En esos 18 meses le dio la dignidad a que aspira toda democracia a tener elecciones libres y cristalinas.

En esos 18 meses creó el ICE permitiéndole el acceso a la electricidad a todo el pueblo de Costa Rica.

En esos 18 meses extendió los programas de educación y salud a todo el territorio nacional.

En esos 18 meses bajo el índice de pobreza del 60% al 20%.

En esos 18 meses convirtió el Consejo Nacional de la Producción en un ente regulador de precios para el consumidor y el productor.

En esos 18 meses calzó a la población descalza de Costa Rica.

En esos 18 meses comenzó la modernización de Costa Rica, las casas de adobe con ventanas, sin vi­drio, comenzaron a sustituirse por casitas de cemen­to, con ventanas con vidrios y luz eléctrica y hasta con antena para radio.

En esos 18 meses el campesino comenzó a reci­bir salarios acorde con su trabajo, lo que permitió alimentar y educar a la familia.

En 18 meses Costa Rica se orientó hacia una democracia moderna, con programas sociales y de de­sarrollo, que cambiaron aquella democracia aldeana, por un país moderno y con gente mejor vestida, y con salarios acorde con su trabajo.

Esos 18 meses le dio a Costa Rica el impulso para ser la democracia moderna que hoy disfrutamos y que lleva el sello de JOSE FIGUERES FERRER.

Notas:

1. Periódico La Nación. 20 de abril de 1948.

2. A. Vega Aguiar. La Nación, 24 de abril de 1948.

Historia del Partido Liberación Nacional
Fascículo 5. Editorial Raíces.

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