Ensayo sobre la historia del Partido Vanguardia Popular

Ferreto

Ensayo sobre la historia del Partido Vanguardia Popular

Arnoldo Ferreto Segura

Tomado del libro «Gestación, consecuencias y desarrollo de los sucesos de 1948», editorial Zúñiga y Cabal, colección Santamaría, 1987.

Arnoldo Ferreto

La gestación, consecuencias y desarrollo de los sucesos de 1948.

1. Fundación del Partido (junio de 1931)

Circunstancias nacionales e internacionales que determinaron el nacimiento y desarrollo del Partido marxista-leninista de la clase obre­ra de Costa Rica.

a. La influencia de la Gran Revolución de Octubre de 1917 en la Rusia de los zares y la consecuente divulgación mundial de las doctrinas de Marx, Engels y Lenin.

b. Repercusión de la Gran Depresión económica mundial de los años 30.

2. Presencia del Imperialismo yanqui.

La penetración, desde fines del siglo pasado y principios de este, de los monopolios yanquis (United Fruit Co. y Electric Bond and Share) marca el principio de la dominación económica de los EE.UU. en Costa Rica.

Los contratos de 1910 y 1938. Al tramitarse el contrato de 1910, correspondió combatirlo, entre otros, a Don Ricardo Jiménez Oreamu­no, quien fuera luego tres veces Presidente de la República. Fue en­tonces cuando dijo la histórica frase «Si en Wall Street se tira una piedra para arriba, caerá indefectiblemente sobre la cabeza de un la­drón». El contrato Ley de 1938 con la UFCo. se concertó por 50 años. A raíz de la huelga bananera de 1984 el gobierno de Monge negoció y pactó el finiquito del contrato, violando la Constitución y la Ley General de la Administración Pública y vendiendo por una bi­coca bienes del Estado intransferibles, como son los ferrocarriles. -El pretexto para llevar a cabo este crimen de «lesa» patria, fue el antico­munismo de esa funesta administración.

3. La participación en las lides electorales.

El Gran Consejo Electoral rechazó la inscripción del Partido Co­munista para participar en las elecciones de Presidente, diputados y regidores, de 1932, aduciendo que era una agrupación anarquista, pro­hibida por una Ley del siglo pasado. En 1933 el Partido celebró su Primer Congreso y acordó formalmente cambiar de nombre para fines electorales, adoptando el de «Bloque de Obreros y Campesinos». En realidad el Partido siguió llamándose comunista, pero para eludir el decreto mencionado participó en las elecciones con el otro nombre. Utilizando el de Bloque de Obreros y Campesinos eligió dos regidores municipales en el Cantón Central de San José en diciembre del 32: Adolfo Braña y Guillermo Fernández.

En 1933 el Partido se inscribió para participar en las elecciones de medio período a celebrarse en 1934, en que se renovaba la mitad del Congreso de la República, entonces integrado por 45 diputados, y to­das las municipalidades del país.

En estos comicios se anota una importante victoria electoral: de nueve diputados que nombraba la provincia de San José, elige dos; además de regidores municipales en los ayuntamientos de San José, Heredia y Limón. En Heredia fue electo regidor municipal el que es­cribe, siendo luego reelecto cuatro veces consecutivas.

4. La Huelga Bananera de 1934: gestación, desarrollo, trascendencia nacional e internacional.

Esta huelga, iniciada en agosto de 1934, abarcó alrededor de 10.000 trabajadores, incluyendo pequeños y medianos productores de banano. Se paralizaron las fincas desde Guápiles hasta el Valle de La Estrella y se prolongó por mes y medio.

Por su carácter y magnitud, constituyó la más importante batalla contra un monopolio yanqui en la que el protagonista principal fue la clase obrera. Antes las luchas anti-imperialistas habían tenido a la cabeza intelectuales nacionalistas. La huelga .tuvo una gran resonancia nacional e internacional. La participación de dirigentes del Partido en ella, le dio a éste un gran prestigio. La huelga fue aplastada por la fuerza pública, sus dirigentes encausados y encarcelados, pero el Par­tido se proyectó como fuerza política en escala nacional. Esta huelga, a pesar de su aparente derrota, dio origen a la influencia del Partido entre los obreros bananeros, que perduró hasta la década del 80. El organizador y dirigente principal de este movimiento fue el c. Carlos Luis Fallas quien, a partir de entonces, tuvo siempre un gran prestigio personal entre los obreros bananeros. Esto explica en parte la relativa facilidad con que los reclutó y los movilizó para integrar su columna en la Guerra Civil de 1948.

5. La lucha contra el nazifascismo.

La entronización del nazismo en Alemania, con el ascenso de Hi­tler al poder en 1933, tuvo como antecedente un tanto lejano el gol­pe de Estado de los fascistas italianos encabezados por Benito Musso­lini, en 1922. Fue en estas circunstancias que el VII Congreso de la Internacional Comunista se celebró bajo el signo de la lucha mundial contra el nazi-fascismo. El Informe de Jorge Dimitrov a dicho Congre­so recoge las experiencias de esa lucha y formula la táctica de los «Frentes Pop u lares’. Esta línea se anota importantes triunfos en Francia y en España. Ella se concretaba en la alianza de los comunis­tas con los socialistas y socialdemócratas, así como con los partidos burgueses más democráticos, no sólo en las contiendas electorales, si­no también en el movimiento obrero sindical y en general en todo tipo de organizaciones de masas.

En representación del Partido Comunista de Costa Rica asistió a este Congreso el c. Rodolfo Guzmán, quien luego permaneció por al­gún tiempo estudiando en Moscú. Dada esta última circunstancia, el Partido de Costa Rica aceptó la invitación del Partido Comunista de Cuba para que un representante suyo participara en un Pleno Clandes­tino de su Comité Central. Es así como se dispuso que el que escribe viajara clandestinamente a La Habana para concurrir a dicha reunión plenaria del CC del PC de Cuba, en la cual se discutió la aplicación a la realidad cubana de la táctica de los frentes populares y, de hecho, se analizara la secuencia de esta línea en los países dependientes y coloniales de América Latina. El que escribe, desconociendo en lo fundamental las conclusiones del VII Congreso de la IC, informó so­bre la situación política prevaleciente en Costa Rica, donde se libraba una contienda electoral en la cual disputaban la Presidencia de la Re­pública el candidato oficial, don León Cortés y, por la oposición, don Octavio Beeche.

6. La Guerra Civil Española.

La derrota del Ejército Republicano Español después de tres años de heroica resistencia, ocurrida como resultado de la intervención abierta de las tropas y de la fuerza aérea de la Alemania hitleriana y de la Italia fascista en favor de Franco, y gracias a la «neutralidad» proclamada por las potencias capitalistas occidentales, en particular Estados Unidos, Inglaterra y Francia, trajo consigo la caída del go­bierno republicano español y la llegada al poder de los fascistas espa­ñoles, con el general Francisco Franco como su caudillo. Más tarde, para dar remate a esta vergonzosa página de la historia de la historia de las todavía hoy mal llamadas «democracias occidentales» se fir­mó el Pacto de Munich y se oficializó la política de «apaciguamien­to», simbolizada por el paraguas del primer ministro inglés, Neville Chamberlain.

El Partido Comunista de Costa Rica encabezó e impulsó nacional­mente la lucha en defensa de la República Española y, en general, con­tra el peligro fascista en el país y en el mundo. En las elecciones pre­sidenciales de 1936, el candidato León Cortés agrupó a las fuerzas más retrógradas y a los grupos extranjeros pro-nazis y pro-fascistas. El partido no dio a tiempo el viraje para contribuir a derrotar estas fuer­zas, viraje derivado de la realidad nacional en consonancia con las conclusiones del VII Congreso de la Internacional Comunista (IC) y postuló su propio candidato presidencial. Como consecuencia, le hizo el juego a León Cortés, quien derrotó fácilmente al candidato rival, don Octavio Beeche, quien representaba fuerzas más democráticas. Nuestro candidato fue el c. Carlos Luis Sáenz.

7. Sigue el avance del fascismo en Europa.

La Alemania nazi se anexó a Austria, invocando el pretexto de la unidad de la nación germana. La Italia fascista sé apoderó de Abisinia (hoy Etiopía). Más tarde, como consecuencia del pacto de Munich, ya citado, firmado por Chamberlain y Daladier, primeros ministros de Inglaterra y Francia respectivamente, la Alemania nazi se apoderó de Checoslovaquia, iniciando así la Marcha hacia el Este de que hablara Hitler en su libro «Mein Kamf». De esta forma las potencias capita­listas de Europa Occidental, que tenían un pacto de asistencia mutua con Checoslovaquia, rehusaron cumplir sus compromisos con ésta, pese a que la Unión Soviética se mostró dispuesta a defenderla.

8. Comienza la Segunda Guerra Mundial.

La Guerra de Finlandia.

El curso que tomaban los acontecimientos en Europa, en que se hacía evidente que las grandes potencias no sólo no querían ponerle freno al expansionismo nazi, sino que procuraban que dicha expan­sión se orientara hacia el este, cor, el siniestro fin de empujar a las potencias del llamado «Eje Roma-Berlín» a una guerra con la Unión Soviética, y en vista de que el jefe del gobierno de Finlandia, el fascista mariscal Mlannerheim, preparaba sus fuerzas para que, llegado el momento, atacaran a la Unión Soviética desde el norte, en coordi­nación con el golpe principal que Hitler desataría desde el oeste, las tropas del Ejército Rojo se lanzaron al asalto de la I ínea de fortifica­ciones que a pocos kilómetros de Leningrado tenía Finlandia. Las potencias occidentales y la prensa, adicta, incluyendo la de nuestro país, lanzaron una furiosa campaña contra el Ejército Rojo, al que presentaban como incapaz de librar una guerra moderna, alentando en esta forma a Hitler para que probara suerte emprendiendo u na gran ofensiva hacia el este. La propaganda de desprestigio y menos­precio del Ejército Rojo fue de tal calidad e intensidad que, como veremos luego, cuando en efecto, en junio de 1941, todos los ejérci­tos nazi-fascistas emprendieron el ataque a la URSS, la prensa de los países occidentales aseguraba que Moscú caería en poder de Hitler en menos de cuatro semanas.

Fue en las circunstancias apuntadas en que se firmó el pacto Molotov-Ribbentrov, mediante el cual Alemania y la URSS se comprometían mutuamente a no agredirse. Obviamente este pacto fue muy mal recibido por los países capitalistas de Europa Occidental y por los Estados Unidos. Aún hoy los escritores a sueldo del imperia­lismo yanqui interpretan este pacto de no agresión, como una alianza entre la Unión Soviética y la Alemania nazi.

Hay que decir que tanto Francia como sus aliados ingleses y norteamericanos depositaron una gran confianza en la posibilidad de detener cualquier ataque alemán hacia el oeste, por la supuesta inex­pugnabilidad de la famosa línea de fortificaciones que llevó el nombre de Maginot. No obstante, en 1939 Hitler lanzó sus famosas columnas «panzer» contra Francia, haciendo pedazos en pocos días la citada línea de fortificaciones. En efecto los nazis derrotaron al ejército fran­cés y se apoderaron luego de todo el norte de Europa.

El ejército nazi alemán emprendió luego el bombardeo de Londres y de otras ciudades inglesas, pero sin lograr doblegar la resistencia que oponían el pueblo inglés y las tropas británicas. En realidad Hitler nunca intentó cruzar el Canal de la Mancha para invadir Ingla­terra. Estimulado por sus fáciles victorias en Europa Occidental, en junio de 1941 por fin ordena a sus ejércitos atacar a la Unión Sovié­tica. Pero antes, a raíz del avance de las tropas germanas sobre Polo­nia, el Ejército Rojo le había salido al paso ocupando los territorios de Ucrania y Bielorrusia occidentales. Tales territorios habían pasado a formar parte de Polonia a raíz de la firma del Tratado Brest-Lito­vsk, que puso fin a la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial.

En diciembre de 1941 la escuadra japonesa lanzó su traicionero ataque sobre Pearl Harbor, la más importante base naval de los Esta­dos Unidos en Hawai. Por este motivo los Estados Unidos le declara­ron la guerra al Japón y a las potencias del eje nazi-fascista.

Aunque sea brevemente es preciso subrayar que el Ejército Rojo no sólo tuvo que batirse contra las fuerzas armadas combinadas de la Alemania nazi y de la Italia fascista, sino que Hitler utilizó, para atacar a la U RSS, las tropas fascistas húngaras del régimen del almi­rante Horthy; las rumanas al servicio de la monarquía del rey Miguel; las de Finlandia, e incluso La División Azul, comandada por el gene­ral Muñoz Grande, enviadas al frente oriental por el General Franco.

No voy a hacer una recapitulación de lo que fue el aporte decisi­vo de la Unión Soviética a la victoria contra el nazi-fascismo, pero sí es conveniente reseñar dos cosas: primera, que después de que Estados Unidos e Inglaterra formalizaron su alianza con la Unión Soviéti­ca en la guerra contra los ejércitos nazi-fascistas, la apertura del se­gundo frente en las costas de Normandía se retrasó por tres años, no sin que antes Churchill intrigara para que dicho Segundo Frente se abriera por lo que él llamó «el bajo vientre de Europa», y, segunda, que la Unión Soviética sólo en pérdidas humanas sufrió 20 millones de muertos, entre ellos, 7 millones de la flor y nata de su juventud, caída en los frentes de batalla.

Recapitulando y poniendo los acontecimientos en orden cronoló­gico, la Segunda Guerra Mundial tuvo tres comienzos, aunque parezca paradójico. Inglaterra y Francia le declaran la guerra al eje Roma-Ber­lín, con ocasión del ataque y avance de los fascistas sobre Polonia. Aunque esto se produce cuando ya estaba firmado el pacto Molotov-­Ribbentrop, el Ejército Rojo le sale al paso, llevando sus tropas hasta Varsovia; todo esto ocurre en el año 1939. En junio de 1941, se produce el ataque alevoso de los ejércitos nazifascistas contra la Unión Soviética, convirtiéndose de hecho la URSS en aliada de Fran­cia y Gran Bretaña. En diciembre de 1941, como quedó dicho, a partir del ataque japonés a Pearl Harbor, entraron los Estados Unidos en la guerra, no sólo contra el Japón, sino también contra las poten­cias del eje Roma-Berlín. La Unión Soviética no declaró de inmediato la guerra contra Japón, aunque se vio precisada a mantener en el Extremo Oriente varios ejércitos, los cuales vinieron a intervenir ya concluida la contienda en el occidente de Europa, derrotando en Manchuria a las fuerzas élite del ejército nipón.

9. Las elecciones generales de 1940.

El Partido Comunista se vio en la situación de tener que enfrentar a su propio candidato, Manuel Mora Valverde, a la candidatura oficial del Dr. Calderón Guardia, en condiciones muy adversas, puesto que el oficialismo, además de contar con el apoyo resuelto y unánime de la oligarquía, utilizó la represión y los fraudes electorales para tratar de aplastarnos electoralmente. Antes de proclamarse la candidatura de Manuel Mora, nuestro Partido trató de formar un Frente Democrático alrededor de la figura de don Ricardo Jiménez Oreamuno, tres veces Presidente de la República. Pero las violentas medidas de represión desatadas al comienzo mismo de la campaña hicieron al señor Jimé­nez desistir de su candidatura, declarando que estaba muy viejo para hacer frente a una campaña que obviamente se iba a librar bajo el influjo de la arbitrariedad y la violencia del gobierno de León Cortés.

También durante la Administración de León Cortés el fraude fue la tónica de las elecciones. «Chorreo» de mesas electorales; expulsión de fiscales de dichas mesas de votación; no representación de nuestro Partido ni de ningún otro partido de oposición en las juntas receptoras de votos; empleo del sistema de los llamados «votos a computar» para poner a votar varias veces a una misma persona; encarcelamiento el día de las elecciones de los activistas y fiscales del Partido y violencia física contra ellos, fueron algunas de las caracterís­ticas de los comicios electorales de 1936, 1938, 1940 y 1942. La arbitrariedad y el irrespeto al sufragio durante la Administración de León Cortés llegó al colmo cuando pese a todos los fraudes, el Gran Consejo Electoral declaró electo diputado por San José al profesor Carlos Luis Sáenz; entonces el presidente Cortés destituyó al Consejo, integrado en su totalidad por personalidades adictas al régimen, y nombró un Tribunal ad hoc para anular la elección de Carlos Luis Sáenz y nombrar en su lugar a don Carlos Jinesta. Hay algo más que decir: los presuntos reivindicadores de la libertad del sufragio -me refiero a Figueres y a quienes lo secundaron en la Guerra Civil se las arreglaron para mantener en la ilegalidad al Partido Vanguardia Popu­lar, desde 1948 hasta 1975, impidiéndole su participación directa en los procesos electorales, mediante la aplicación arbitraria del párrafo segundo del artículo 98 de la Constitución Política.

De modo que la sangre que corrió durante la Guerra Civil de 1948 no se derramó para restaurar la democracia mancillada, según dicen los malos historiadores y los voceros de Liberación Nacional, sino para erradicar de la vida pública la influencia del Partido de la clase obrera. Es incomprensible entonces que muchos de los que su­frieron los atropellos de que hablo hoy sean aliados «vergonzantes» del Partido Liberación Nacional, supuestamente en aras de la defensa de la democracia.

Los sucesos ocurridos durante la Administración de León Cortés fueron, sin duda, el prólogo de los que tuvieron lugar en la Guerra Civil de 1948. Aún en nuestros días numerosos voceros del Partido Liberación Nacional siguen afirmando que la Guerra Civil se justificó por la anulación de la elección de don Otilio Ulate y para restablecer la libertad de sufragio que, según ellos, siempre ha existido en Costa Rica, excepto en los años de las administraciones de Calderón Guardia y Teodoro Picado (1940-1948). También, no obstante la corrup­ción puesta de manifiesto durante las administraciones liberacionistas, en forma destacada durante la presidencia de don Luis Alberto Mon­ge, se sigue diciendo que la revuelta armada del 48 estuvo motivada por los vicios de peculado, nepotismo y otros en la vida pública, que prevalecían durante los años de la década del cuarenta. Todo esto es una mentira de principio a fin. No hay espacio en este libro para hacer una reseña histórica que permita demostrar que no tienen nin­guna validez las constantes afirmaciones de que la nuestra es la «más antigua democracia de América», la «mejor democracia del mundo» y que el pueblo de Costa Rica siempre ha gozado de «la libertad de elegir a sus gobernantes». De momento sólo precisa consignar que la Administración de León Cortés se caracterizó por su absoluto irrespe­to a las libertades públicas, comenzando por la libertad de elegir:

Educadores tan prestigiosos y relevantes como Carmen Lyra, Luisa González, Carlos Luis Sáenz y centenares más, fueron expulsados de las escuelas y colegios en que impartían enseñanza. Todo obrero o empleado de la Administración Pública de quien se sospechara siquie­ra alguna simpatía o parentesco con comunistas, era de inmediato objeto de destitución. También se institucionalizó la violencia oficial y extra-oficial. Durante esa fatídica administración se produjeron los asesinatos de líderes campesinos como Herminio Alfaro, de Barva, Rafael Angel Zamora, de Santa Bárbara de Heredia; el intento de asesinato de Rubén Cabezas en Turrialba, y de muchos más que ahora no acuden a mi memoria.

En el libro recientemente publicado bajo el título de «El espíritu del 48», don José Figueres prodiga de elogios a León Cortés, a quien trata de presentar como uno de los grandes paladines de nues­tra democracia. Pero los hechos históricos muestran otra cosa, y los hechos son tercos.

Antes de verificarse las elecciones de medio período bajo la Administración del Dr. Calderón Guardia, se produjo una ruptura entre éste y don León Cortés. Aparte de otras razones, influyó en esto, sin duda, el rumbo anti-fascista de la política, tanto exterior como inter­na del Dr. Calderón. Lo cierto del caso fue que algunos de los afilia­dos del Partido Republicano Nacional, entonces en el Poder, más adictos a don León Cortés, formaron casa aparte e inscribieron un partido con el nombre de «Demócrata», para participar en los comi­cios de 1942. De modo que no sólo nuestro Partido se ubicó en la oposición del Partido Republicano Nacional para intervenir en las elecciones de diputados y regidores municipales de 1942, sino tam­bién el nuevo partido llamado «Demócrata».

El ambiente electoral era poco propicio para las candidaturas ofi­cialistas, por los efectos económicos negativos de la guerra, y el des­prestigio que había rodeado a aquella administración con lo que se dio en llamar «lo que el viento se llevó». En particular desprestigiaron mucho al Gobierno los contratos sin licitación. Es importante señalar que buena parte de los contratos sin licitación fueron otorgados a través de la Secretaría de Fomento (hoy Ministerio de Ob1·as Públicas) que estaba a cargo de Alfredo Volio Mata, quien luego se volcó y pasó a ocupar un lugar destacado en las filas de la oposición, es decir, del cortesismo. Esto demuestra que la consigna de lucha contra «los contratos sin licitación» fue esencialmente demagógica. Nuestro Parti­do, en cambio, aún después del pacto con el calderonismo, denunció las irregularidades cometidas, por ejemplo, por «Pancho» Esquive!, paniaguado del Dr. Calderón Guardia.

El verdadero León Cortés.

La publicación del libro del periodista Guillermo Villegas H., titu­lado «El otro Calderón Guardia», y que contiene un reportaje de doña Ivonne Clays Spoelder, esposa del Dr. Calderón Guardia durante los años de su administración, sugiere la conveniencia de que se publi­que otro bajo el título de «El otro León Cortés». La figura de este personaje debe ser definida y reubicada en el lugar que le reserva la verdad histórica.

No es al primer personaje, ni en nuestro país ni menos en el mundo, a quien se erige un monumento sin merecerlo. Pero aquí como en cualquier parte el pueblo tiene derecho a saber la verdad respecto a los que han sido sus gobernantes, y más cuando una aligar· quía sórdida, como es el caso, le manda a hacer una estatua en reconocimiento no sólo a su anticomunismo enfermizo, sino a lo que es peor: su ideología eminentemente antidemocrática, rayana en el filofascismo.

Para someter a juicio a León Cortés y a su obra política, es preciso ubicarlo en el momento histórico en que ejerció el poder y en el período subsiguiente, en que preparó sus armas para retornar. No me propongo referirme ahora, porque ya lo he hecho en este mismo libro y en otros escritos, al León Cortés conculcador de las libertades democráticas, al que despidió de la Administración Pública, en espe­cial, de las esferas de la educación, a un gran número de los más eximios maestros de nuestra patria, a los compañeros y discípulos de Ornar Dengo; mi objetivo es más importante. Se trata de analizar su conducta en relación con la contienda más trascendental de la historia de la humanidad: la confrontación ideológica, política y militar con­tra el nazifasicsmo. Alguna vez había que decir que la gran burguesía costarricense, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, especialmente en el período que, precedió a la entrada de los Estados Unidos en dicha guerra, por sus entronques económicos y familiares con los miembros de la colonia alemana, italiana y con los españoles franquis­tas, se puso, en su gran mayoría del lado del llamado Eje Roma-Ber­lín, más tarde Roma-Berlín- Tokío. Refiriéndose a este fenómeno, don José Figueres lo atribuye inocentemente a los lazos familiares que unían a estas familias y a su ancestro alemán, italiano o español. Pero las cosas no fueron así de simples. Los miembros de la colonia alemana, para solo citar un ejemplo, visitaron con frecuencia a la Alemania hitleriana en aquellos días y sabían bien los horrores que el nazismo significaba. Por su parte, los italianos fascistas glorificaban los crímenes de Benito Mussolini y se llenaban la boca llamándolo «El Duce», desde hacía más de una década.

Lo que nunca pensaron estos señores, que constituían una «Quinta Columna» bien organizada y mejor financiada, era que Hitler y sus aliados iban a ser definitivamente derrotados en las estepas rusas, y que el Ejército Rojo liberaría Berlín de la «peste parda» el 1 de mayo de 1945.

León Cortés no sólo capitalizó y utilizó al máximo el filofascis­mo, de las mencionadas colonias extranjeras, sino que durante su Administración distinguió a muchos de ellos con altos puestos en la Administración Pública, como fue el caso de Max Effinger, nombrado Administrador del ferrocarril al Pacífico.

Es cierto que León Cortés no fue un fascista militante, ni que su gobierno fuera «totalitario» en el cabal sentido de la palabra. Pero era un amigo del nazifascismo y un silencioso admirador del expansio­nismo que desembocó en la 11 Guerra Mundial. Para ilustrar este criterio me voy a permitir transcribir textualmente las siguientes pala­bras de doña lvonne de Calderón Guardia, entonces Primera Dama de la República, según las consigna el Sr. Villegas en su reportaje:

«Villegas: -Supieron ustedes de las conspiraciones que se hicieron contra el Doctor, aparte de las que denunció don Manuel Mora, de las que hablamos atrás?

Doña Ivonne: -Pues, si, siempre se sabía de las conspiraciones que se urdían contra Rafael Angel, muchas cosas eran falsas, y algunas muy en serio. Siempre se sabía hasta el último detalle. Se decía que los hijos de don Claudio Cortés (hermano de don León ) lo querían asesinar. Algunos de ellos trabajaban en la Librería Universal, por cierto.

– Villegas: Los dueños de la Librería Universal, ¿qué tenían que ver con eso?

– Doña lvonne: Algunas gentes nos informaron que los señores Cortés conspiraban, no los dueños de la Librería. Nosotros habíamos salvado a don Carlos Federspiel de la ruina porque ellos no sabían muy bien lo que pasaba en Alemania, (Esto no es cierto. N. del A.), y desde luego iban con su país, así que lo metieron en la lista negra para que lo perdiera todo. Eso fue una cosa espantosa. El fue donde Rafael Angel y dijo que se iba a pegar un tiro porque no tenía salvación, que nadie más que él lo podía ayudar en ese gran problema. Rafael Angel lo hizo costarricense en quince días. Y sin embargo, en la Librería Universal, cuando las leyes sociales, los hijos de Claudio Cortés conspiraron para asesinarlo«.

Los hijos de Claudio Cortés fueron más tarde lugartenientes de don Pepe Figueres en la Guerra Civil, y hoy los Federspiel son algu­nos de los principales financiadores del grupo fascista «Movimiento Costa Rica Libre’.

Ha quedado dicho que los sucesos del 4 de julio de 1942, que comenzaron con un desfile convocado por la Liga Antifascista, tuvie­ron origen en el torpedeamiento del vapor San Pablo, atribuido a un submarino alemán, pero que hechos posteriores mostraron que fue obra de alguna agencia del gobierno de los Estados Unidos. La verdad es que ni el Departamento de Estado, ni el de Defensa tenían necesi­dad de promover una provocación criminal en que murieron veintitrés trabajadores costarricenses, para lograr el propósito de alinear al go­bierno de Costa Rica en la guerra contra el nazifascismo.

Todos los acontecimientos que tuvieron lugar desde 1940 hasta 1945, así como los posteriores, no se pueden explicar si no se parte del hecho de que, tanto el gobierno de Calderón como el de Picado, estuvieron, para bien y para mal, bajo la dependencia y tutela de Washington. En ese sentido, debe incluirse el resultado de las eleccio­nes de 1944, con la derrota de la candidatura de León.

Veamos algunos párrafos del reportaje del periodista Villegas a doña Ivonne Clays, primera esposa del Dr. Calderón Guardia, a propó­sito de las relaciones de Costa Rica con los Estados Unidos. El párra­fo que inserto se refiere a una entrevista con el Presidente Franklin D. Roosevelt:

«Villegas: -En este momento difícil en que estaban ustedes peleando por preparar los proyectos (se refiere a las leyes sociales. N. del A.) se produce un hecho importante, que fue el ataque a Pearl Harbor, por parte de los japoneses.

Doña Ivonne: -Sí, el ataque a Pearl Harbor fue sorpresivo para el mundo, indudablemente aunque se vela que algo iba a pasar y que los Estados Unidos, como nos había dicho el Presidente Rooseve!t cuando le hicimos una visita, entrarían en la guerra, pues así lo había prometido a Churchill, ya que era absolutamente necesario, pero que no sabía cómo ni cuándo se iba a producir. Y cuando vino el ataque a Pearl Harbor, nos vimos todos envueltos en la confla­gración. Voy aquí a revelar un gran secreto de Estado que lo he llevado conmigo por ¡cuarenta y cuatro años! …»

Unos párrafos más adelante doña Ivonne agrega:

«Entonces el Presidente Roosevelt nos dijo: «en este caso les voy a confiar un secreto. Este es un secreto de Estado, tan grande, que no quiero que nunca se escriba una palabra sobre esto, ni siquiera que lo volvamos a hablar porque es demasiado serio. Se trata de esto: La base para submarinos que nosotros tenemos en Cuba, es una base muy importante, pero inadecuada para nosotros por las corrientes submarinas que tiene. Esa base está-afectada por esas fuertes corrientes tanto que los submarinos sobre o bajo la superficie, se encuentran gravemente expuestos a ser arrastrados, así que nosotros necesitamos, a todo trance, ver en qué nos podría usted auxiliar, y como yo he viajado tanto a lo largo de las costas de Costa Rica, y he visto que allí hay aguas tranquilas y escondidas, nos servirá de mucho si nosotros necesitáramos en algún momento utilizarlas. Pero no sabemos exactamente cómo hacer. Nosotros no podemos intervenir ni podemos ocupar ni sus costas ni sus aguas, si ustedes están en paz con el Eje, pero, por otro lado, si ustedes declaran la guerra antes que nosotros, entonces sí podemos llegar a protegerlos y pondríamos nuestros barcos en lugar seguro, sin problemas. Entonces yo quisiera saber cuál es su opinión sobre eso» Rafael Angel indudablemente, le dijo que estaba a su disposición y que podía contar con él, que en el momento en que estuviera seguro de que los Estados Unidos entrarían en guerra sin dudarlo, declararían la guerra al Eje antes que los Estados Unidos lo hiciera para que de esa manera pudieran venir a nuestras aguas con su flota.

Villegas: -Entonces, esto fue un compromiso previo al 7 de diciembre de 1941.»

Unas páginas más adelante el periodista Villegas, refiriéndose a la expulsión de don José Figueres, pregunta:

«Villegas: -¿La Embajada Americana presionó para que lo expulsaran? Doña lvonne: -Completamente. Lo exigió. No solamente exigió que lo expulsaran sino que lo enviaran a un campo de concentración americano …

En la página 50 del libro que contiene esta entrevista, se dice:

«Doña Ivonne: – Ah, claro, pero los Secretos conmigo eran hasta cierto punto, no totales. Pero si, muy seriamente puedo señalar que el Departamento de Estado le había mandado a decir a Rafael Angel que Teodoro Picado tenía que ganar esas elecciones.»

Villegas: -Bueno, entonces el Departamento de Estado obligó a que don Teodoro Picado ganara …»

El resumen de todo esto es que la elaboración de las listas negras, la intervención de los bienes de los súbditos del Eje, el internamiento en campos de concentración, primero aquí y luego en Canadá y Esta­dos Unidos; la expulsión de Figueres, la derrota de León Cortés, etc., fueron el producto de la presión de los Estados Unidos y estuvieron determinados por las circunstancias de la guerra contra el Eje nazifas­cista.

El resultado de las elecciones de 1942 reflejó una gran pérdida de popularidad del Dr. Calderón Guardia, y, en general, de su Partido, por las razones ya expuestas.

10. La Conferencia de Teherán en 1943.

Roosevelt, Churchill y Stalin se reunieron desde el 28 de noviem­bre hasta el 1 de diciembre en la capital de Irán. A pesar de que hubo acuerdos trascendentales en esta Conferencia de los «Tres Gran­des» de la época, quienes permitieron la ayuda en armas, especialmen­te de Estados Unidos, a la U RSS y alguna coordinación en la estrate­gia general de la guerra, ya en esta cita cumbre se perfilaron los antagonismos derivados de la diversidad de regímenes sociales.

No obstante eso, no sólo nuestro Partido, sino muchos otros par­tidos hermanos, no supieron interpretar correctamente, ni el carácter general de la guerra, ni el específico de los acuerdos de Teherán. Contribuyó a crear confusión el libro escrito por el entonces Secreta­rio General del Partido Comunista de los Estados Unidos, Earl Brow­der, titulado ‘Teherán». Esa negativa corriente ideológica vino a indu­cir más a muchos partidos comunistas, entre ellos al nuestro, a conce­bir mal el estado de cosas que habría de prevalecer en las condiciones que se iban a dar después de la guerra. En esencia, se trataba de crear ilusiones sobre el papel de los Estados Unidos y las potencias capita­listas occidentales en la posguerra, y suponer que el imperialismo iba a dejar de ser el imperialismo y que, después, aplastado el nazi-fascis­mo en el mundo, iba a continuar la colaboración amistosa entre las potencias capitalistas occidentales y la Unión Soviética. En cierta for­ma, estas falsas concepciones influyeron en. el cambio de nombre de nuestro Partido, aunque también esto tuvo por objeto facilitar el pac­to de alianza con el Partido Republicano Nacional, precedido por el pacto con la Iglesia Católica. Este entendimiento con la Iglesia, hecho público a través de un intercambio de cartas entre Monseñor Víctor MI. Sanabria y Manuel Mora, en que aparentemente el primero autori­zaba a los católicos a afiliarse a Vanguardia Popular, en realidad ayu­dó muy poco a nuestro Partido, pues el Sr. Arzobispo condicionó esa autorización a que Vanguardia Popular abjurara del marxismo-leninis­mo.

En el año 1943, en las condiciones de un gran movimiento de masas, que sirvió de escenario a la promulgación de las Garantías Sociales y del Código de Trabajo, se celebró el Congreso Constituyen­te de la Confederación de Trabajadores de Costa Rica (CTCR) que eligió al c. Rodolfo Guzmán como su Secretario General.

Los errores del Partido en la propaganda y la agitación, hicieron posible que aun hoy el mérito de las reformas sociales de la década del 40, se le atribuya al Dr. Calderón Guardia.

En realidad nuestro Partido fue el motor del movimiento de ma­sas, sin el cual el Dr. Calderón Guardia y su partido jamás hubieran promulgado esas reformas, aún teniendo el aval de la Iglesia Católica y contar con la afirmación de que estaban enmarcados dentro de su política social.

La burguesía costarricense, incluyendo los sectores que permane­cieron adictos a Calderón Guardia, hizo cuanto pudo por malograr las reformas sociales, como sigue hoy procurando la violación del Código de Trabajo. Hay más sobre esto: las limitaciones que desde el princi­pio tuvo el, Código de Trabajo, que se refieren a las restricciones para el ejercicio de la libertad de sindicalización, del derecho a la contrata­ción colectiva y a la huelga, aún persisten, y fueron el producto de las presiones que los diversos sectores de la burguesía hicieron al gobierno del Dr. Calderón Guardia. Nuestro Partido cayó en la tram­pa de aceptar el criterio de que más adelante se introducirían las enmiendas necesarias para hacer efectivas las Garantías Sociales. Pero al ser ilegalizado a raíz de la Guerra Civil del 48 y ser disueltos la Confederación de Trabajadores de Costa Rica y sus sindicatos, los instrumentos necesarios para eliminar las lagunas del Código de Traba­jo fueron inutilizados por largo tiempo. En el ya citado libro de Figueres se afirma cínicamente que bajo la Administración de la Junta de Gobierno que éste presidió durante 18 meses, a partir de abril del 48, se mantuvieron las conquistas sociales logradas por nues­tro Partido y por la CTCR en el año 43. ¿Cómo se atreven Figueres y el padre Núñez a afirmar esto cuando, como quedó dicho, pusieron fuera de ley y persiguieron implacablemente a la CTCR y a sus sindi­catos, amén de autorizar, por decreto, el despido de decenas de miles de trabajadores sin pagarles prestaciones?

11. El cambio de nombre del Partido.

En una conferencia celebrada por el Partido Comunista en el año 43 se acordó el cambio de su nombre por el de Vanguardia Popular, el cual fue reiterado en un Congreso en 1944. Como se sabe, antes del cambio de nombre y del pacto con el Partido Republicano Nacio­nal se produjo, como ya quedó dicho, el acuerdo con Monseñor Sana­bria, Arzobispo de San José y jefe de la Iglesia Católica costarricense. Debo insistir con franqueza en que la Iglesia puso a salvo sus princi­pios y no así Vanguardia Popular. Tanto en la dirección nacional como en las intermedias del Partido, y aún en las bases, se produjo inconformidad y controversia. De hecho hubo quienes interpretaron el cambio de nombre, y el pacto o acuerdo con Monseñor Sanabria, como el renunciamiento a los principios del marxismo-leninismo, que habían normado siempre oficialmente la vida del Partido. Se puede decir que a veces en forma sorda, y en otras abierta, se enfrentaban dos tesis: la oportunista, que pugnaba para que en la teoría y en la práctica el Partido dejara de ser comunista para convertirse en reformista, y la de los que manteníamos la tesis de que el cambio dé nombre no había tenido más objeto que facilitar la alianza electoral con el Partido Republicano Nacional. Ese pugilato aún hoy persiste como telón de fondo en las circunstancias que indujeron a Manuel Mora a dividir al Partido y en el enfrentamiento ideológico que existe entre Vanguardia Popular y el Partido del Pueblo Costarricense (PPC).

Sin embargo, justo es decir que muchos dirigentes y militantes de esta última agrupación siguen apegados, por lo menos formalmente, a los principios del marxismo-leninismo. Ya desde aquél entonces, a los que sustentábamos públicamente nuestra condición de comunistas consecuentes, se nos acusaba de ser sectarios y dogmáticos, pese a que no hay doctrina más anti-dogmática que la dialéctica materialista, fundamento filosófico del marxismo-leninismo.

12. Las elecciones generales de 1944.

En medio de un clima de gran tensión y violencia, Teodoro Pica­do fue electo Presidente de la República con el apoyo oficial y abier­to de nuestro Partido, derrotando ampliamente a León Cortés. El sistema de votos a computar y otras triquiñuelas que León Cortés había utilizado contra nuestro Partido y otros opositores, como ya quedó dicho, le fueron aplicados en las elecciones de 1944; es decir, el Partido Republicano Nacional le aplicó al Cortesismo, «su propia medicina». Esto dio base para que don Otilio Ulate, desde las colum­nas de su periódico Diario de Costa Rica, denunciara las elecciones como fraudulentas y lanzara una campaña llena de odio contra la coalición victoriosa. Ya antes el señor Ulate había calificado las garan­tías sociales y al Código de Trabajo, como «atolillo con el dedo».

En el curso de este proceso, los partidarios de León Cortés co­menzaron a utilizar como arma de lucha el terrorismo individual. La casa de Manuel Mora fue semi-destruida por una bomba. Otra fue hecha estallar en su automóvil, frente a la casa de Carmen Lyra. Estos actos son reconocidos y hasta elogiados en el libro recién publicado por el señor Figueres». Tales prácticas terroristas continuaron y, años más tarde, después de la Guerra Civil del 48, fueron replicadas por actos terroristas perpetrados por elementos adictos al Dr. Calderón Guardia. Hay que decir que ni entonces ni después, ni aún en represa­lia por los actos terroristas de que fue víctima, nuestro Partido apeló a esa forma de lucha. Pero sí creó las «Brigadas de Choque», integra­das por militantes obreros y campesinos, para hacerle frente al mato­nismo de los cortesistas primero y luego al de los ulatistas y para disputarles el dominio de la calle. De modo que las «Brigadas de Choque» fueron cuerpos de auto-defensa ampliamente justificados, aunque como es obvio suponer, cometieron excesos.

Pasadas las elecciones y habiendo muerto don León Cortés, el 5 de marzo del 46, asumió la jefatura de la oposición don Otilio Ulate Blanco, con la bandera del anticomunismo como su principal enseña.

El señor Ulate preparó bien el andamiaje para hacerse de la he­rencia política de don León Cortés. Como primer paso, a su regreso de Europa luego de concluida la guerra, vino a proclamar la inminen­cia de la Tercera Guerra Mundial y, como consecuencia, la necesidad de erradicar del poder al ‘caldero-comunismo». Actuando sobre esta línea, los diputados de la oposición, ya entonces ulatistas, plantearon en el Congreso un proyecto de ley para ilegalizar al Partido Vanguar­dia Popular. Esta actitud habría de influir más tarde en la decisión de nuestro Partido de anular la elección de don Otilio Ulate, lograda fraudulentamente en 1948. En el año 1945 llegó a su término la Segunda Guerra Mundial. La capitulación se produjo el 8 de mayo. Una semana antes, en la gran concentración obrera del Primero de Mayo, el Partido anunció, desde la tribuna, erigida en el parque Es­paña, la entrada victoriosa del Ejército Rojo a Berlín y el suicidio de Adolfo Hitler y su amante Eva Brown.

13. La Conferencia de Postdam. Los Tres Grandes: Truman, Attlee y Stalin concertan las condiciones de la terminación de la guerra.

Harry Truman asistió porque Franklin D. Roosevelt ya había muerto, sustituyéndolo en su condición de Vicepresidente. Attlee, dirigente laborista, relevó a Churchill después de derrotarlo en las elecciones inglesas. Alemania fue dividida en dos partes: la Oriental, bajo la ocupación del Ejército Rojo, y la Occidental, bajo la ocupa­ción de tropas norteamericanas, inglesas y francesas. Berlín también fue dividido en dos partes. En los países de la Europa del Este libera­dos por el Ejército Rojo y bajo el influjo de las insurrecciones que encabezaron los partidos comunistas, surgieron las Democracias Popu­lares, regímenes de transición hacia el socialismo. En el occidente de Europa los Estados Unidos lograron detener el proceso revolucionario con el Plan Marshall y la intervención militar directa en Grecia, decre­tada por Truman.

14. Comienza la guerra fría.

Churchill pronunció un discurso en la Universidad de Fulton, Illinois, en el que planteó la inminencia de la Tercera Guerra Mundial entre las potencias capitalistas occidentales por una parte, y la Unión Soviética y los demás países del campo socialista, por otra. El ejército Japonés fue derrotado por el Ejército Rojo en Manchuria, en agosto de 1945. Fue después de consumada esta derrota cuando Truman ordenó lanzar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Este execrable crimen de «lesa humanidad» permitió a los Estados Unidos Convertirse en el país que impuso las condiciones de rendición 4 Japón. Al mando del general Mac Arthur tropas yanquis ocuparon Japón y pusieron a salvo el régimen social imperante.

Como quedó dicho, Otilio Ulate se lanzó a la campaña para asumir el poder en 1948, basándose en la tes¡ de la inminencia de la guerra y en la necesidad de erradicar del poder al «caldero-comunis­mo» (su consigna contra los componentes de la alianza era: «no le hable, no le compre, no le venda»). Los asesinatos de dirigentes co­munistas, que como ya expresé, se habían iniciado cuando un seguidor de León Cortés dio muerte al dirigente campesino Herminio Alfaro en Barva de Heredia, se intensificaron. En este contexto de violencia fracasó un complot para derrocar a Teodoro Picado, que se dio en llamar el Almaticazo, por utilizar los encartados las instalacio­nes de la radio emisora «Almatica». Nuestras «brigadas de choque» pasaron al contra-ataque en todas partes, pues era evidente aue 1 oposición, particularmente sus círculos más reaccionarios, se orienta­ban hacia la toma del Poder por la fuerza. Esto lo reconoce con toda franqueza don José Figueres en su libro «El Espíritu del 48».

15. Errores y aciertos del Partido en el período de 1942 a 1946.

Evidentemente, aunque las «brigadas de choque» se Crearon co­mo cuerpos de auto-defensa, cometieron abusos que, bien explotados Por la prensa reaccionaria, contribuyeron a que la oposición ganar4 adeptos. En las elecciones de medio período del 46, el Partido Van­guardia Popular eligió a Manuel Mora y a Jaime Cerdas como diputados propietarios y a Víctor Cordero como suplente. Tres diputados más le quedaron en el Congreso, electos en los comicios generales del 44, a saber: Luis Carballo, Carlos Luis Fallas y Alfredo Picado. De inmediato comenzó la campaña para la sucesión presidencial del 48. El enfrentamiento adquirió caracteres de extrema violencia; el impe­rialismo norteamericano, actuando en el contexto de la «Guerra Fría’, atizó la lucha contra nuestro Partido. El señor Figueres fue enviado al exilio, con motivo de un discurso transmitido por radio, que pronunció a raíz de los desórdenes que se promovieron por el hundimiento del vapor San Pablo, atracado en Puerto Limón, atribui­do a un submarino alemán. (Recientemente, al hacerse públicos docu­mentos de los archivos secretos de la diplomacia yanqui, se ha venido a saber que el hundimiento fue provocado por los Estados Unidos. Los muertos fueron .todos costarricenses. Los tripulantes norteameri­canos no estaban a bordo en el momento del ataque.) La muerte de los veintitrés obreros por la explosión originó una justa indignación en la opinión pública, por lo que la Liga Antifascista, presidida por don Fernando Valverde Vega, dueño de la Librería Española, convocó a un desfile de protesta, al cabo del cual hablarían el presidente Calderón Guardia y Manuel Mora. Es conveniente que se sepa, ahora que se escribe la historia de estos sucesos, que el propio señor Valver­de Vega entregó al c. Manuel Moscoa Barrantes la lista de las tiendas y almacenes de alemanes e italianos filo-fascistas, para que fueran apedreadas sus vitrinas y lapidados sus negocios. No sólo en el discur­so que motivó su exilio por orden del gobierno de los Estados Uni­dos, sino ahora en su libro, el señor Figueres no condenó ni condena el ataque contra el vapor San Pablo, sino los desórdenes que durante la noche degeneraron en saqueo. Es preciso decir que el Ministro de Gobernación que mandaba la fuerza pública era don Carlos María Jiménez Ortiz, quien obviamente, por su procedencia de clase y sus nexos familiares, nada tenía que ver con nuestro Partido. Los dirigen­tes comunistas durante la noche, cito el caso, modestia aparte, de Carlos Luis Fallas y el que escribe, tratamos de contener, revólver en mano, los saqueos. Como una ironía del destino don Fernando Val­verde Vega, responsable principal de los desórdenes del 4 de julio de 1942, fue lugarteniente de Figueres en el curso de la Guerra Civil de 1948. Entre las empresas comerciales lapidadas estuvieron la librería Lehmann y la Universal, todavía hoy esta última propiedad de la familia Federspiel.

El discurso de don Pepe fue considerado subversivo. En México el señor Figueres se puso en contacto con elementos de la llamada Legión Caribe, que supuestamente se proponían derribar por la fuerza a los dictadores de Centro América y el Caribe. Pero, en la práctica, lo único que consiguieron, porque para hacerlo contaron con la ayuda norteamericana, fue derribar al gobierno de don Teodoro Picado que, con todos sus vicios, era el único democrático del Istmo. En efecto, a su regreso a Costa Rica, ya terminada la Segunda Guerra Mundial, el señor Figueres se dedicó a almacenar armas y a reclutar y preparar hombres para llevar a cabo la Guerra Civil. Por eso hay que insistir en que es una mentira que esa contienda tuviera como motivo que fuera anulada la elección de don Otilio Ulate para Presidente de la Repúbli­ca. En el libro de don Pepe, «El Espíritu del 48′, condena la inter­vención de los bienes de la colonia alemana filo fascista y el hecho de que sus miembros fueran enviados a campos de concentración, omi­tiendo el hecho de que esas medidas represivas, más o menos justifica­das en las condiciones de la guerra, fueron ordenadas por el gobierno de Franklin D. Roosevelt, a la sazón Presidente de los Estados Uni­dos, de quien el señor Figueres, en la ya tantas veces citada publica­ción, se declara gran admirador.

Partiendo del criterio de que los fraudes electorales eran uno de los caballos de batalla de la reacción, por iniciativa del Partido Van­guardia Popular se promulgó el Código Electoral, aún vigente. Se trató así de garantizar la representación de las minorías en la Asam­blea Legislativa y las municipalidades, acabar con el sistema de «los votos a computar’ y otras corruptelas y, al efecto, confeccionar un Registro de Sufragantes (Padrón Electoral), y exigir, para tener dere­cho a votar, la cédula de identidad, así como dar representación en las juntas receptoras de votos a todos los partidos inscritos en escala nacional.

En plena campaña para la sucesión presidencial de 1948, las cáma­ras patronales y los bancos privados promovieron el «lock out» que se dio en llamar «Huelga de Brazos Caídos», logrando sus propósitos. En efecto, el presidente Picado cedió ante la presión de la oligarquía, cuando, gracias a la lucha de nuestro Partido, dicho paro patronal ya estaba prácticamente derrotado. El Gobierno acobardado comprome­tió a sus propios diputados a aceptar el fallo electoral del Tribunal Supremo de Elecciones, al tiempo de que entregó a la oposición la mayoría en dicho Tribunal y la Dirección del Registro Electoral, que puso en manos de don Benjamín Odio, quien luego combatió bajo las órdenes de Figueres. De esta forma se creó el andamiaje para perpe­trar el fraude en las elecciones generales de 1948, el cual se llevó a cabo mediante la alteración del Padrón Electoral. Al mismo tiempo, los seguidores de Ulate apelaron al terrorismo, que ya habían utiliza­do durante la campaña electoral de 1944.

16. Las elecciones de 1948 y la Guerra Civil.

Como ya se venía perfilando, Calderón Guardia y Otilio Ulate se enfrentaron en las elecciones de 1948. Vanguardia Popular presentó papeletas independientes de regidores municipales, diputados, Presi­dente y vice-presidentes de la República. Por su parte, don José Fi­gueres continuó acumulando armas procedentes de Guatemala y de Cuba, (en el ya varias veces mencionado libro del señor Figueres, «EI Espíritu del 48′, revela que, gracias a los buenos oficios de Carlos Prío Socorrás y de Aureliano Sánchez rango, buenos amigos suyos en Cuba, consiguió el envío a Guatemala para luego ser remitidas aquí, de las armas decomisadas después del fracaso de la aventura de ‘Cayo Confite». Revela, así mismo, que cuando Arévalo dejó de en­viarle armas y hombres por presión de los comunistas guatemaltecos, logró obtenerlas por decisión del coronel Arana, entonces jefe del ejército. Arana murió en vísperas del alzamiento militar reaccionario contra Arévalo, en 1949, que se disponía encabezar y que resultó fallido), con la complacencia imperialista y la tolerancia del presiden­te Picado, presionado por su hermano René, Ministro de Seguridad Pública. René Picado era ciudadano norteamericano y había prestado servicio militar en Estados Unidos. Su actitud durante la guerra civil fue clave para impedir a tiempo que las masas populares, que apoya­ban a Vanguardia Popular, frustraran el alzamiento de Figueres. El juego del Departamento de Estado y de la Embajada Americana en este período, en esencia, se orientó a poner término a la influencia de Vanguardia Popular y del movimiento obrero clasista e independiente en la vida pública y, en última instancia, aplastarlos. Entregados a la oposición, el Tribunal Supremo de Elecciones y el Registro Electoral, estaba previsto cual sería el resultado de las elecciones del 48. El Tribunal Supremo de Elecciones, por dos votos contra uno, declaró electo Presidente de la República a Otilio Ulate, por un margen de 10.000 votos de ventaja sobre Calderón Guardia, consciente de que ese resultado era producto de un gran fraude. No obstante, el Partido Vanguardia Popular logró completar una fracción de 9 diputados pro­pietarios y 2 suplentes, incluyendo los que quedaron electos en los comicios de medio período. Por su parte, el calderonismo quedó con una fracción considerablemente mayor que el ulatismo. Por consi­guiente, las dos fracciones de los partidos aliados iban a contar con una abrumadora mayoría de diputados en el Congreso de la Repú­blica, entonces integrado por 45 diputados propietarios. En estas circunstancias el PVP se dejó arrastrar hacia la anulación de la elección presidencial; sus diputados, encabezados por el Secretario General del Partido y jefe de la fracción parlamentaria, Manuel Mora Valverde, votaron en favor de la anulación del acuerdo del Tribunal Supremo de Elecciones, que había declarado a Ulate Presidente Electo. Aunque en un principio hubo opiniones en favor de aceptar el resultado elec­toral, luego se impuso la tesis de que la Presidencia de Ulate implica­ba la pérdida de las conquistas sociales y el paso del Partido a la ilegalidad. No obstante, el Partido propugnó una fórmula de transac­ción que quizá pudo evitar la Guerra Civil; tal fórmula consistió en proponer al Dr. Julio C. Ovares, amigo de Ulate pero con trayectoria antimperialista, como Presidente de transacción. En realidad esta fórmula de transacción fue presentada por don Paco Trejos, hermano de don Juan Trejos, dueño de la librería del mismo apellido, y padre del ahora expresidente don José J. Trejos. Mientras se negociaba esta transacción, el gobierno de Picado, presionado por el imperialismo y mediatizado por su Ministro de Seguridad Pública, permitió que Fi­gueres siguiera recibiendo armas y hombres enviados por el gobierno de Juan José Arévalo, desde Guatemala. Al mismo tiempo, los Esta­dos Unidos bloquearon toda posibilidad de que el gobierno de Picado adquiriera armas. Ya terminada la Guerra Civil se supo que René Picado, Ministro de Seguridad, escondió algunas de las mejores armas con que el gobierno contaba para su defensa. A partir del incidente en que muere el doctor Valverde Vega, gran amigo de don Otilio Ulate, don José Figueres y sus hombres, concentrados en la hacienda «La Lucha», dan comienzo a las acciones armadas. A los pocos días se apoderaron de San Isidro de El General, casi sin disparar uh tiro, donde utilizaron el campo de aterrizaje para recibir más armas y hombres por avión, desde Guatemala. El Gobierno tuvo informes previos de los planes de Figueres de tomar San Isidro y no movió un dedo para evitarlo. Pese a las debilidades e inconsecuencias del presidente Picado, el Partido Vanguardia Popular llamó a sus militantes y simpatizantes a empuñar las armas. Carlos Luis Fallas y el general Enrique Tijerino, excombatiente sandinista, recibieron el encargo de trasladarse al Pacífico Sur portando con ellos 300 rifles Remington, 50 máuser y 2 ametralladoras de sitio que, a la hora de los combates, resultaron inútiles porque les faltaban piezas. No obstante las preca­rias condiciones en que les tocó actuar, pues a estos rifles, después de hacer cada disparo había que meterles por el cañón una baqueta para sacarle el cascarón, Fallas y Tijerino lograron enrolar en pocos días cuatrocientos hombres en los bananales del Pacífico Sur, los cuales se trasladaron por mar a las playas de Dominical y emprendieron la marcha ascendente sobre San Isidro de El General, plaza fuerte de Figueres. A pesar de lo abrupto del camino, y de que se trataba de escalar una región montañosa, la columna ganó todos los combates hasta tender un cerco parcial a San Isidro. Una avanzadilla, comanda­da por el coronel Juan Leiva, dirigente obrero bananero, penetró en la ciudad, tomó la Iglesia y combatió durante todo el día, apoyada por el grueso de las fuerzas de Fallas, tratando de desalojar de sus posiciones, en el norte de la plaza y de la ciudad, a los combatientes figueristas, infinitamente mejor armados. Las municiones se agotaron y la avanzadilla de Leiva, y luego toda la columna comandada por Fallas y Tijerino, recibió orden de emprender la retirada, en el curso de la cual cayó mortalmente herido el general Enrique Tijerino. De regreso a Puerto Cortés (hoy Ciudad Cortes) Fallas reagrupó y aumen­tó sus fuerzas para emprender un segundo ataque a San Isidra. Mien­tras esperaba que le llegaran armas y municiones, el grueso de las tropas de Figueres flanqueó los destacamentos que teníamos en «El Empalme’ y otros sectores de la carretera Interamericana y entró a la ciudad de Cartago. La guarnición del cuartel resistió algunos días, comandada por el general Roberto Tinaco, quien a últimas horas, entrando ya Figueres en Cartago, se trasladó desde San José hacia allá para asumir el mando de la guarnición. El gobierno tuvo informe de nuestra parte de la marcha nocturna de las tropas de Figueres hacia Cartago (que él denomina en su libro «Marcha Fantasma»} y no hizo nada por frustrar dicha operación de flanqueo, ni por reforzar la guarnición. En esas circunstancias, nuestras fuerzas descendieron de «El Empalme» siendo interceptados por grupos de combatientes fi­gueristas a los cuales derrotaron, logrando llegar hasta El Tejar, donde combatieron heroicamente durante todo un día. Al anochecer fueron abandonadas por su jefe, un oficial del Gobierno de apellido Zamora.

Pero mucho antes de que esto ocurriera tuvieron lugar en La Sierra y El Empalme los siguientes sucesos, que el señor Figueres relata fantasiosamente en su libro de la siguiente manera, digna de una hazaña del Cid (página 185 del libro «El Espíritu del 48»):

«Al rayar el día y despejarse la neblina, Frank Marshall, con diez hombres, avanzó sobre el enemigo con tanto arrojo, que lo hizo huir en desbandada. Sólo se perdió un hombre, el valeroso Manuel Ureña Valverde, que falleció en Santa María, a donde lo habíamos trasladado mortalmente herido. Marshall logró así, con su puñado de valientes, poner en fuga; ¡a todo! el Ejército expedicionario del gobierno y reconquistar La Sierra, perdida por nosotros el 13 de marzo» (Los subrayados son míos).

La verdad de lo ocurrido fue la siguiente:

EI Jefe de la «Unidad Móvil», coronel Durán, y el coronel Caba­llero, destacado en «El Empalme» por el Estado Mayor del Gobierno, recibieron orden del Ministro René Picado de retirar sus fuerzas de todo ese sector de la carretera Interamericana y los puntos aledaños, como era el caso de la Sierra, y trasladarlas a San José, dejando allá solos a «los comunistas». Nuestros camaradas detectaron la maniobra y cundió la noticia de que estaban siendo víctimas de una traición. Como es de comprender, se produjo confusión y pánico; las fuerzas integrantes de nuestras brigadas tomaron los buses y los camiones allá destacados y se vinieron para San José a averiguar qué pasaba. Me tocó recibir en el local de la CTCR (Confederación General de Traba­jadores de Costa Rica), donde teníamos el Cuartel General del Partido en esos días, a un destacamento acompañado por el camarada Enri­que Conde, para enterarme de lo que sabían con respecto a la retira­da en cuestión. Informé a la Dirección del Partido y hablé por teléfo­no con el presidente Picado, y con Paco Calderón Guardia. Este últi­mo me dijo que René Picado, «inexplicablemente», había dado la orden de retirar de La Sierra a la Unidad Móvil y a otras tropas que le eran adictas. Entonces reagrupamos a nuestros hombres y los devol­vimos, con mandos propios del Partido, a recuperar La Sierra y El Empalme, tarea que cumplieron a cabalidad. Esta es la verdadera historia, detalle más, detalle menos, de lo ocurrido, que el imaginativo señor Figueres relata como una hazaña del Cid. Teniendo en cuenta que a Don Pepe le gusta evocar los gestos y palabras de los grandes hombres de la historia, quiero recordar la siguiente estrofa: «Cuenta Corneille en versos que valen bien su prosa, una hazaña del Cid, fresca como una rosa», Pero en nuestro caso se trata, entre otros, de Tuta Cortés, Frank Marshall y Edgar Cardona, éste último director, durante veinticinco años, de la agrupación fascista «Movimiento Costa Rica Libre».

El grueso de las tropas que Fallas reagrupó en Puerto Cortés, luego de la retirada de San Isidro de El General, recibió orden de trasladarse a San José y de aquí a Tres Ríos, a mitad del camino de Cartago, con los cerros de La Carpintera de por medio.

En vista de que el general Jorge Volio, quien estaba a cargo de la guarnición del Gobierno en Tres Ríos, hizo abandono de su puesto por desavenencias con el alto mando, el Partido me encomendó trasla­darme a ese cantón y reagrupar a los hombres que quedaron sin dirección. Ahí me reuní con el presidente Teodoro Picado y el Dr. Calderón Guardia, a quienes rendí informe sobre la situación de Car­tago.

Tal situación era la siguiente: mientras todavía resistía el cuartel y se combatía en El Tejar, a las doce de la noche una columna de trescientos hombres, dirigida por Fallas, el coronel Abelardo Cuadra, Eduardo Mora Valverde y otros, cruzó los cerros de La Carpintera, en el sector norte de Ochomogo, con el plan de entrar a Cartago por el barrio del Carmen, reforzar las fuerzas que resistían en el Cuartel y ayudar a avanzar a las que combatían en El Tejar. Pero nuestra ma­niobra envolvente fracasó.

El «vaqueano» que guiaba la columna de Fallas la extravió y la condujo a Llano Grande, un lugar muchos kilómetros al norte de Cartago; mientras tanto, el general Roberto Tinaco continuaba resis­tiendo en el cuartel y las fuerzas que combatían en El Tejar, al llegar la noche, carentes de mando, se dispersaron. (En su libro don Pepe relata que el general Tinoco recibió instrucciones, por lo visto de uno de los hermanos Picado, de negociar la rendición del cuartel).

En la reunión de Tres Ríos, en casa de don Ramón Céspedes, este cuadro todavía no estaba claro al rendir mi informe.

En la tarde del día siguiente la columna de Fallas regresó a Tres Ríos y los combatientes de El Tejar, con sus armas, comenzaron a llegar en grupos, una parte a Tres Ríos y otra a San José. En el término de pocos días, Fallas y quien escribe reagrupamos todas esas fuerzas en Tres Ríos; en total, 2.000 hombres.

En San José, con órdenes de la Comisión Política del Comité Central del Partido, yo obtuve autorización de don Luis Paulina Ji­ménez, dueño del Hotel Costa Rica, para ocupar su anexo, un edificio de varios pisos. Ahí trasladamos el Cuartel General del Partido, que hasta el momento operaba en el local de la CTCR, frente al costado norte de la plaza España. Comprendiendo que se acercaba el desenla­ce de la guerra, la Dirección del Partido acordó ocupar con mil dos­cientos hombres la ciudad de San José. Esta operación se realizó en pocas horas. Por acuerdo de la Comisión Política y a petición mía, como representante en el Estado Mayor, el español Alvarez, ex-com­batiente en la defensa de Madrid, nos hizo el plan de ocupación con vistas a la defensa de la ciudad (en un artículo reciente publiqué el despacho del embajador norteamericano en que daba cuenta de esta operación al Departamento de Estado). Por gestión de dicho embaja­dor se llevó a cabo la reunión del Cuerpo Diplomático en la Embaja­da de México. El Presidente Picado fue presionado por el Cuerpo Diplomático para declinar el Poder en el Tercer Designado don Santos León Herrera. Obviamente don Teodoro Picado pudo negarse a acatar el chantaje imperialista. El pretexto invocado en su carta de capitula­ción, de que «fuerzas incontrastables» le habían hecho saber que tenía perdida la guerra, careció de base. Las condiciones de la capitu­lación pactada fueron, en esencia, el «respeto de vidas y haciendas»; es decir, lo que hubo en realidad fue una rendición incondicional. En la reunión del Estado Mayor y de los jefes militares vanguardistas, en el sótano del edificio del aeropuerto de La Sabana, celebrada en la tarde de ese mismo día, el presidente Picado se presentó de improviso e informó de su capitulación, mientras nosotros planeábamos el ata­que masivo a las fuerzas de Figueres, acantonadas en Cartago. Manuel Mora asistió a las reuniones de la Embajada sin siquiera informar a la Dirección del Partido de lo que se estaba tramando. De modo que el anuncio hecho de viva voz por don Teodoro Picado cayó de sorpresa a todos los que estábamos presentes, excepto quizá al Jefe del Estado Mayor, coronel Mario Fernández Piza, hombre de confianza del Presi­dente.

17. «EI Pacto de Ochomogo».

Manuel Mora acordó, por su cuenta y riesgo, que el Partido depu­siera las armas y las entregara al enemigo. Esto ocurrió después de haber sido prevenido por mí de que la Comisión Política del CC se negaba a que se depusieran las armas en los términos convenidos por el presidente Picado. Como el Partido se resistía, se dispuso celebrar una reunión que duró toda la noche, en el anexo del Hotel Costa Rica. Manuel Mora presentó el supuesto «Pacto de Ochomogo» con las conocidas promesas políticas y sociales que fueron violadas de principio a fin. El plenipotenciario de Figueres, presbítero Benjamín Núñez, afirma que ese «Pacto» no existió y que fue un engaño deli­berado. En su libro ‘EI Espíritu del 48″, Figueres endosa esta afirma­ción; el »pacto» implicaba una virtual rendición incondicional, que tra­jo fatales consecuencias, particularmente relacionadas con el prestigio del Partido entre las masas. La versión de Manuel Mora es que Figue­res autorizó en la cita de Ochomogo al presbítero Núñez a firmar el Pacto al día siguiente, en la Embajada de México. Aún partiendo de la hipótesis de que el pacto fuera cierto, la experiencia enseña que un partido revolucionario en armas nunca debe rendirlas y entregarlas, esperando clemencia y lealtad del enemigo de clase y del imperialis­mo. El argumento de que esta capitulación evitó que tropas regulares de los Estados Unidos intervinieran nuestro país, es inconsistente, pues el imperialismo logró sus propósitos sin disparar un tiro, a un costo político infinitamente mayor que el precio en sangre que se pagaría si hubiéramos continuado la resistencia.

18. La Junta de Gobierno presidida por Figueres asume el poder.

Sin autorización del Partido, Manuel Mora se asiló en la Embajada de México y marchó al exilio voluntario. Desde el aeropuerto mandó un recado por escrito, aconsejándonos a seguir su ejemplo. Su tesis era que la ola represiva duraría unos pocos meses y que, de momen­to, lo importante era salvar las vidas de los dirigentes del Partido. Esta instancia fue rechazada de plano por todos los dirigentes del Partido y reiterada ya estando todos en la cárcel.

Instalada en el Poder la Junta de Gobierno presidida por Figueres, el Partido fue declarado ilegal, la CTCR disuelta, lo mismo que sus sindicatos; centenares de dirigentes y militantes de base, así como ex-combatientes, fueron encarcelados y miles despedidos de sus traba­jos sin pago de prestaciones.

Se produjeron asesinatos de compañeros que fueron sacados de la Penitenciaría durante la noche, así como también la masacre del «Codo del Diablo» y la de «Quebradillas». Estos hechos y miles más demostraron que ni siquiera la garantía de respeto de «vidas y hacien­das» se hizo efectiva.

19. El Partido emprende su reconstrucción clandestina.

Esta fue una ardua empresa, pues ninguno de los dirigentes_ del Partido que la tuvimos a cargo tenía experiencia en trabajo clandes­tino. Sin embargo, a los pocos días de ilegalizado, comenzó a circular el periódico «Trabajo», poligrafiado. La cuestión no era sólo impri­mirlo, sino también organizar su circulación. El decreto de ilegaliza­ción era tan drástico, que el sólo hecho de portar una publicación cualquiera del Partido podía ser castigado hasta con diez años de cárcel. Igual pena había para quien fuera sorprendido en una reunión clandestina. Paralelamente realizamos grandes esfuerzos para reorgani­zar los sindicatos, también ilegales. Con firmeza y valor los dirigentes de los sindicatos de San José, afiliados a la CTCR, comenzaron a convocar asambleas para reorganizarse. Pero la policía allanaba los locales y se llevaba presos a los asambleístas.

En diciembre de 1948, con posterioridad a las elecciones a la Asamblea Constituyente, las fuerzas adictas al Dr. Calderón, que la Guardia Nacional de Somoza estaba entrenando en Coyotepe, invadie­ron el territorio nacional por el cantón de La Cruz, en la zona norte de la provincia de Guanacaste. Nuestro Partido condenó públicamente esa aventura, evidentemente mal inspirada y condenada al fracaso. Nosotros habíamos prevenido a los calderonistas que Somoza los trai­cionaría, ya que no tenía otro interés, al apoyar esa operación militar, que obtener garantías internacionales de que la «Legión Caribe», acampada en Costa Rica a raíz del triunfo de Figueres, no llevaría adelante sus planes «revolucionarios». Efectivamente, Anastasio So­moza García obtuvo lo que deseaba, luego de cerrar la frontera a los «coyotepes» de modo que no pudieran reabastecerse, es decir, luego de dejarlos sin apoyo logístico.

Los círculos más reaccionarios del gobierno de Figueres se aprove­charon de la fallida aventura calderonista para recrudecer la represión contra Vanguardia Popular. Se puede decir que nosotros fuimos los «patos de la fiesta». Las cárceles se llenaron de nuevo de comunistas. Toda la Dirección del Partido fue encerrada en la Penitenciaría. Cua­tro miembros de nuestra dirección en Limón: Federico Picado, Tobías Vaglio, Octavio Sáenz y Lucío !barra, fueron asesinados vilmente en el «Codo del Diablo». Cuatro miembros de la Comisión Política, todos diputados, a saber: Luis Carballo, Jaime Cerdas, Carlos Luis Fallas y el que escribe, así como el camarada Adolfo Braña, fuimos sacados la misma noche del 19 de diciembre para ser asesinados. Como curiosidad hay que decir que los locutores de radio de los «coyotepes» pregonaban como consigna principal la exterminación de los comunistas, pero la Junta de Gobierno de Figueres, para cuidar su imagen ante el gobierno de Washington, no se quiso quedar atrás.

Después de que intervino la OEA y se dio por fracasada la aventu­ra calderonista, la Corte Suprema de Justicia ordenó nuestra libertad, a excepción de la de Carlos Luis Fallas, quien estaba condenado a cuatro años de cárcel por un supuesto robo de gallinas practicado en Tres Ríos por las fuerzas a su mando. De nuevo en la calle reanuda­mos nuestros esfuerzos para reorganizar al Partido y a lbs sindicatos. Como por su defecto físico el c. Rodolfo Guzmán no nos era útil para el trabajo clandestino, resolvimos enviarlo a México a trabajar con la (CTAL) (Confederación de Embajadores de América Latina), a la sazón presidida por Vicente Lombardo Toledano. En relevo de Guzmán encargamos al c. Gonzalo Sierra Cantillo ponerse al frente del trabajo sindical, labor que cumplió a cabalidad. Ya restablecido el orden constitucional y con Otilio Ulate como Presidente de la Repú­blica, el 11 de abril de 1953 se constituyó la Confederación General de Trabajadores de Costa Rica, (GTC) con el c. Sierra como su Secre­tario General.

20. Las Elecciones a la Asamblea Constituyente.

Mientras a nuestro Partido, pese a lo que supuestamente fue pac­tado en Ochomogo con Figueres, se le impidió participar en las elec­ciones a la Asamblea Constituyente, el calderonismo rehusó hacerlo, no obstante nuestras reiteradas instancias. La tesis de sus dirigentes aquí, con quienes hicimos contacto, era que no existían garantías para participar en esos comicios y que ellos se orientaban hacia el derrocamiento violento de la Junta de Gobierno. Mantuvieron el ab­surdo criterio de volver al Poder por medio de las armas, con ayuda de Somoza. En efecto, como ya quedó dicho, en diciembre del 48, con posterioridad a las elecciones constituyentes y como una réplica a ellas, el calderonismo emprendió desde Nicaragua la invasión del territorio norte, por el Cantón de La Cruz.

En tales condiciones el PVP, desde la clandestinidad, acordó brin­dar su apoyo a un Partido que se improvisó con el nombre de »Cons­titucional». Al efecto entramos en conversaciones con el Lic. Celso Gamboa, personero de esa agrupación, con quien llegamos a algunos acuerdos programáticos. En lo fundamental, el Partido Constitucional se comprometió a luchar por la promulgación de una constitución democrática, que garantizara la legalidad de todos los partidos, man­tuviera las Garantías Sociales y el Código de Trabajo, en particular la libertad de sindicalización, el derecho a la contratación colectiva y a la huelga.

En las precarias circunstancias de aquel momento, haciéndole frente a la persecución implacable de que éramos objeto, contribui­mos decisivamente a que esa agrupación improvisada eligiera seis dipu­tados constituyentes que, en alguna medida, contrarrestaran las co­rrientes más reaccionarias que encabezaba el diputado Fernando Volio Sancho. Entre esos diputados constituyentes estuvo el Lic. Don Juan Rafael Arias Bonilla, abuelo del actual Presidente de la República, don Osear Arias Sánchez.

La Constituyente se negó a prorrogar el período del gobierno de facto, a revalidar los decretos ley de la Junta presidida por Figueres y a aprobar los contratos con dos monopolios yanquis, precio sin duda pagado para que el Departamento de Estado consintiera la permanen­cia de la Junta de Gobierno en el Poder hasta por dos años. (Ver Informe al VII Congreso del Partido). Como ahora queda más claro, después de publicado «El Espíritu del 48», don Pepe y sus lugarte­nientes querían «cogerse el mandado», es decir, no entregar el Poder al señor Ulate. A la entrada no más de las tropas de Figueres a la Capital, se evidenció el propósito de mantener la 111amada Segunda República. Las manifestaciones ulatistas, organizadas por la señorita Emma Gamboa, Presidenta de la Asociación Nacional de Educadores (ANDE), obligaron a Figueres a limitar su mandato a año y medio.

Epílogo

Ya estaba terminando de escribir este ensayo sobre la historia del Partido Vanguardia Popular, cuando salió a la luz el libro de don Pepe Figueres, «El Espíritu del 48». Esto me obligó a retocar y ampliar lo escrito, para refutar conceptos y versiones distorsionados sobre los acontecimientos que precedieron a la Guerra Civil, los que ocurrieron durante ella y sus consecuencias hasta nuestros días. Este libro me motivó también para redactar este epílogo.

No me mueve ningún sentimiento mezquino, ni de rencor ni de odio, contra el señor Figueres. Hay dos razones fundamentales para actuar así. En primer lugar, para enfrentar y refutar el pensamiento, por cierto tan complicado, de don Pepe, parto del criterio que los comunistas llamamos de clase, esto es, considerar su posición y su conducta en la parte de la historia de nuestro país en que ha sido protagonista, como determinada por los intereses de la clase social a que pertenece y de la que ha sido, sin lugar a dudas, un exponente y un representante genuino y brillante; en segundo lugar, porque en los últimos años de su vida ha jugado un papel positivo, en ocasiones muy positivo, en relación con la situación centroamericana en general, y en particular en relación con la guerra que los Estados Unidos llevan a cabo contra el hermano pueblo de Nicaragua. Es una lástima que la altura de miras, que no es inconsecuente con sus intereses de clase, con que ha actuado frente al heroico sacrificio del pueblo de Sandino, no la haya usado para presentar con más objetividad, con menos rencor y menos odio, los sucesos del 48, los que lo precedieron y los que lo siguieron.

«El Espíritu del 48» tiene una virtud desde el punto de vista histórico y político. Y es que pone en claro, en mi criterio definitivamente, mucha de la verdad de lo que se dio en llamar, a lo largo de treinta y nueve años, «El Pacto de la Embajada de México» y «El Pacto de Ochomogo», así como las circunstancias que rodearon la salida del país y el exilio voluntario de Manuel Mora en México. En artículos recientes publicados en el periódico «Libertad Revolucionaria», yo había abordado con bastante profusión de hechos, los temas en cuestión. Pero ahora don Pepe, gran amigo de siempre de Manuel Mora, ha dicho su palabra y endosado la del presbítero Benjamín Núñez cuando dice, refiriéndose a sus conversaciones con Mora en la Embajada de México: «Don Manuel me dijo entonces, que había un medio para tranquilizar el Buró Político. Me pidió que le firmara una carta, que él iba a redactar, en la que aparentemente el Ejército de Liberación Nacional, y desde luego don Pepe, cuyo representante yo era, les ofreciera ciertas concesiones políticas. Reaccioné diciéndole que tal ofrecimiento sobrepasaba la plenipotencia de mi delegación. Que una cosa de tanta monta, exigía una consulta a don Pepe y al Ejército de Liberación Nacional. Don Manuel me pidió unos minutos para redactar la carta, cuyo texto, según él, contendría cosas inocuas. Yo le concedí el tiempo que pedía.

«Después de algunos minutos, regresó don Manuel, trayéndome un proyecto de carta, en la que me hacía prometer que, al organizar el nuevo Gobierno resultante de la Revolución, a su partido, se le darían ciertas garantías, nombrando dentro del Gobierno a personas de mentalidad «progresista»; que a los comunistas se les consultaría la elaboración de la nueva Carta Constitucional, y se les daría participación en la Constituyente. Don Manuel incluía un ruego de precaución: «tener este documento como privado». Yo insistí en mi negativa a firmar aquella carta, porque no tendrían ningún valor las promesas que allí se hicieran. Mi firma sería automáticamente desconocida y repudiada por Figueres y por nuestro ejército. Advirtiéndole que mi firma, como persona privada, no tendría ningún valor y que yo no estaba dispuesto a granjearme el repudio de los sectores mayoritarios del país, que habían luchado por sacar a los comunistas del Poder.

«Don Manuel volvió a describirme la gravedad de la situación. La destrucción material y el costo de vidas, si su Buró Político, por no tener esas concesiones, persistiera en seguir la guerra. Audazmente me dijo: Yo necesito esa carta para convencer a mi Buró Político. Su firma no tendrá ningún poder obligante para mí. Yo se la devolveré, apenas regrese de la reunión con el Buró. Declaro que Ud. Padre Núñez, no está contrayendo ninguna obligación moral, ni para usted, ni mucho menos para don Pepe y su futuro Gobierno.

«Necesito ese papel únicamente, para evitar una hecatombe, haciendo creer a mis compañeros de dirección, que se les han concedido las condiciones que están exigiendo».

Más adelante el presbítero Núñez agrega:

«Don Manuel quería que yo fuera su cómplice en el engaño a la dirigencia de su partido. ¿Y el juicio de la historia? Pero, por otro lado, reflexioné que estaría justificado firmar la carta, si podía evitar a Costa Rica una nueva matanza, por la continuación de la lucha, aún haciéndome cómplice de una jugarreta política que Manuel Mora, quería hacerle a la dirigencia de su partido. Mostraba una vez más el señor Mora, su gran sentido patriótico y humanitario, a expensas de su ideología. (Valiente patriotismo y humanitarismo: engañar a su Partido y sacrificar sus principios ideológicos. N. del Autor).

«Entonces, le dije a don Manuel- sigue diciendo el padre Núñez solemnemente le declaro que no estoy firmando esta carta, sino simplemente poniendo mi nombre al pie de ella; que al hacerlo, no estoy contrayendo ninguna obligación personal, ni mucho menos obligando moral ni jurídicamente a don Pepe, al Ejército de Liberación Nacional o a su futuro Gobierno. Para todos los efectos, esta carta es apócrifa, pues no es de la persona cuyo nombre lleva al pie. Usted sabe que este acto no tiene, ni podrá tener nunca, valor obligante.

Don Manuel asintió totalmente a mis afirmaciones. Puse mi nombre al pie de la carta. Don Manuel me prometió devolvérmela apenas volviera de convencer a sus compañeros con ella. Al regresar de la reunión, ya estábamos preparándonos a firmar el Acuerdo Preliminar. Don Manuel se acercó a mi y me dijo que ya todo estaba arreglado. Pero en la agitación del momento, no me devolvió la carta.

«Creo, don Pepe -termina diciendo en su carta el padre Núñez-que hice lo que tenía que hacer, para ahorrarle a Costa Rica mucho dolor. Del juicio de los escritores de mala fe, del juicio de los engañados comunistas y de la condenatoria de los políticos deshonestos, apelo al juicio de Dios»

Don Pepe, el gran amigo de Manuel Mora, comenta esta carta que huele a podrido por todos sus extremos, en los siguientes términos:

«Yo he aceptado como buenas las explicaciones del Padre Núñez». En la página 263 de su libro, el señor Figueres, comentando la entrevista de más de una hora con Manuel Mora en Ochomogo, mano a mano con él, sin la presencia de Fallas, dice:

«Con toda claridad le expuse, la imposibilidad de entrar a ninguna clase de arreglos políticos con el Partido Vanguardia Popular, pues, estaría en contra de las posiciones ideológicas y políticas, que inspiraron la guerra que estábamos librando«.

Es decir, don José Figueres reconoce aquí dos cosas muy importantes, a saber: que las posiciones ideológicas y políticas que inspiraron su asonada militar, su verdadero móvil, eran por esencia anticomunistas, que era una guerra contra el partido de la clase obrera; y que él advirtió que sería consecuente con esos ‘principios’, ya en el poder. Por su parte, Manuel Mora, conocedor de esa posición, engañó a la dirección del Partido para conseguir que depusiéramos las armas, con las consecuencias conocidas.

Estos conceptos del libro de don Pepe desvirtúan y desmienten lo que trata de establecer a lo largo y lo ancho de su historia, pues cae por tierra la leyenda de que la Guerra Civil del 48 se libró contra la «tiranía del gobierno de los hermanos Calderón», contra la corrupción del régimen de los ocho años y en defensa de la democracia, y, en particular, de la libertad del sufragio«. Y no es para menos, pues el filo de. la represión fue contra Vanguardia Popular y contra el movimiento obrero clasista, es decir, la CTCR y no contra el calderonismo.

Si los desmanes, el enriquecimiento ilícito; si los fraudes electorales, fueron obra del Partido Republicano Nacional y Vanguardia Popular jamás se le logró probar ningún asesinato, ningún robo, ninguna inmoralidad, pese a que los tribunales de sanciones inmediatas y de probidad establecieron el sistema de la reversión de prueba, consistente en que éramos los acusados los que teníamos que probar nuestra inocencia y no los acusadores los que tenían que probar nuestra culpabilidad, por qué entonces el partido puesto fuera de ley fue Vanguardia Popular y no el Republicano Nacional? Por qué fue nuestro Partido el que tuvo que luchar por más de un cuarto de siglo para recobrar su derecho a participar en los procesos electorales, mientras el Republicano Nacional mantuvo todos sus derechos? ¿Por qué, pese a las promesas de mantener la legislación social, lo primero que hizo la Junta fue proscribir a la CTCR, ilegalizar sus sindicatos e intervenir sus bienes? ¿Por qué los asesinatos cometidos después de la Guerra Civil, en el Codo del Diablo y en Quebradillas, para sólo citar dos ejemplos, fueron de comunistas? por qué se decretó el derecho patronal de despedir sin prestaciones a los trabajadores comunistas?

Toda la palabrería hueca de que la oposición de entonces luchaba por la decencia y por la honestidad, queda en evidencia en nuestros días, cuando los gobiernos liberacionistas son de los más corruptos de la historia patria -si no que lo diga la defraudación del Fondo Nacional de Emergencia- cuando se usa el tesoro público para ganar votos fáciles y mantenerse en el Poder, cuando el Código de Trabajo ha devenido en letra muerta pues no hay libertad sindical, ni derecho a la contratación colectiva, ni el derecho de huelga.

¿Qué decir, don Pepe Figueres, de gobiernos cuyos programas los elabora el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, por medio de la mal llamada Carta de Intenciones y los Ajustes Estructurales? Qué decir de gobiernos como el de Monge, que al tiempo en que lanzaba una «PROCLAMA DE NEUTRALIDAD» para engañar al pueblo, autorizaba usar el territorio nacional a naves extranjeras, permitía construir pistas de aterrizaje para abastecer a los «contras» y autorizaba el ingreso de batallones de ingeniería militar, del Ejército de los Estados Unidos?

¿Para qué se derramó la sangre de nuestros compatriotas, de uno y otro lado, cuando hoy el pueblo es más pobre que nunca y los ricos, los que ayudaron a financiar la guerra, son más ricos que antes?

Las palabras de la carta del padre Núñez se pueden resumir, en lo pertinente en que él optó por hacerse cómplice del engaño de que nos hizo víctimas Manuel Mora y que deja en manos de Dios el veredicto sobre su conducta. ¡En buen aprieto pone a Dios el presbítero Núñez! Por su parte, don José Figueres tácitamente admite también haber sido cómplice de dicho engaño. Empero, ninguno de los dos explica por qué esperaron casi cuarenta años para desentrañar lo ocurrido en la Embajada de México y en el Alto de Ochomogo. Sería por la amistad que siempre unió a don Pepe con Manuel Mora? En todo caso, este último ha recibido, ya en el ocaso de su vida, una lección de marxismo-leninismo, igual a la que recibió en 1948 al confiar en las buenas intenciones de su amigo Figueres: que los políticos burgueses no deben nunca ser dignos de confianza de quienes representan los intereses de la clase obrera y que su «amistad» tiene un límite: sus intereses de clase. Al relatar el señor Figueres lo ocurrido en el Alto de Ochomogo y en la Embajada de México, así como la forma voluntaria en que Manuel Mora buscó y obtuvo asilo político en México por más de dos años, no ha tenido empacho en dejar a su ‘amigo’ en el más lamentable de los predicados, para no decir que lo ha revelado como a un hombre que sacrificó su causa en aras de lo que un político burgués entiende por patriotismo.

La Legión Caribe

A propósito de «patriotismo», tan traído y llevado por la burguesía-antes y ahora- debo señalar que el señor Figueres trata de minimizar el papel de la llamada «Legión Caribe», aunque le rinde tributo. La importancia del aporte de este grupo de hombres de diversas nacionalidades (dominicanos, hondureños, nicaragüenses) no estribó en el número, sino en el hecho de que todos tenían experiencia militar y la mayoría eran cuadros militares de varias calificaciones. Además, su presencia hizo posible que llegaran aquí las armas de «Cayo Confite» y que el coronel Arana, jefe del Ejército Guatemalteco, cuando el Presidente Arévalo se echó atrás, les continuara mandando pertrechos militares.

El papel del Embajador yanqui

Dice don Pepe en la página 250 de su libro:

«Era el 73 de Abril de 1948

«Se libraba la encarnizada Batalla de El Tejar, en la que se ponía en juego, el éxito o el fracaso de toda la Guerra Civil.

Yo estaba, atendiendo con fingida tranquilidad, acompañado de unos pocos integrantes del Estado Mayor, a una Delegación del Cuerpo Diplomático acreditado en Costa Rica. La reunión se efectuaba en una aula del Colegio San Luis Gonzaga. La delegación estaba integrada por cinco diplomáticos: el Excmo. Nuncio Apostólico Monseñor Luigi Centoz, quien los presidía; el Excmo. señor Carlos Darlo O jeda, Embajador de México; el Excmo. Señor NATHANIEL DAVIS (las mayúsculas y el subrayado son míos) Embajador de los Estados Unidos de América; el Excmo. señor Narciso Garay, Embajador de la República de Panamá y el limo. señor Guillermo Bianchi, Ministro de Chile. Por teléfono, en la mañana de ese día, tan distinguidas personas hablan solicitado una audiencia urgente conmigo, que gustoso les concedí para después del medio día.

¿Sus Excelencias vienen a negociar la rendición del Gobierno? les pregunté, después de saludarlos y de agradecerles el interés que mostraban por el «bien» de Costa Rica (las comillas son mías)

No. Venían, me repusieron, a traerme un mensaje del Gobierno, que solamente quería establecer conversaciones para la búsqueda de la paz«.

Subrayo dos cosas. Aunque la delegación estaba presidida formalmente por Monseñor Centoz, por ser decano del Cuerpo Diplomático en razón de su edad, en realidad, como es obvio, el jefe era el embajador Davis de los Estados Unidos. Volviendo sobre el tema del ‘patriotismo y quiénes eran ellos, y quién era Davis, para venir a negociar la paz? Por otra parte, en virtud de qué el presidente Picado les encargó esa misión, otorgándoles salvoconductos para llegar hasta Cartago? La respuesta es categórica: Porque el Embajador Davis le ordenó a don Teodoro emprender negociaciones para rendirse. En efecto, para justificar su injustificable conducta, el presidente Picado, en car· ta al Dr. Calderón Guardia y a Manuel Mora, hecha pública, comienza diciendo: «Fuerzas incontrastables me han hecho saber que tengo perdida la Guerra Civil«.

¿Cuáles eran esas supuestas fuerzas incontrastables? El Gobierno de Washington, el imperialismo yanqui. Que un gobernante, además de burgués, flojo, creyera en la amenaza de Davis y considerara «incontrastables» esas fuerzas, en caso de desplegarse, es comprensible; pero que el jefe del Partido Comunista compartiera ese criterio, es otra cosa.

En Guatemala, en el 54, de nuevo esas fuerzas se impusieron, por la traición del Ejército y el error del Presidente Arbenz de confiar en él. Pero en 1959 triunfa la Revolución Cubana y luego derrota en Playa Girón a los mercenarios yanquis, probando a América que no es «tan fierro el león como lo pintan’, y hoy día la Nicaragua heroica demuestra también al mundo, afrontando el bloqueo y la ‘guerra santa» de Washington, que un pueblo verdaderamente patriota puede resistir al imperialismo si cuenta con la solidaridad internacional.

En todo caso, en el 48, el Ejército del Pueblo, que ya estaba bajo el comando de Carlos Luis Fallas a mediados de abril, no tenía por qué endosar la rendición de un gobernante burgués cobarde que emprendió la fuga para refugiarse bajo el alero de Anastasia Somoza García.

Algunas cosas más debo aclarar antes de terminar este epílogo. Primera: que el señor Figueres oculta, lo mismo que don Benjamín Núñez, que al asilarse don Otilio U late en el Palacio Arzobispal, monseñor Sanabria solicitó que la patrulla que custodiara el Palacio y protegiera la vida de don Otilio Ulate, estuviera integrada por miembros de Vanguardia Popular, porque eran una garantía de su seguridad; segundo; que la patrulla que custodió a monseñor Sanabria hasta tierra de nadie, cuando su viaje a Santa María de Dota, estuvo integrado por comunistas, al mando del Lic. Fernando Chaves Molina; tercera: que Benjamín Odio, Fernando Ortuño Sobrado y Carlos Mendieta, hechos prisioneros por la columna de Fallas y Tijerino durante el avance sobre San Isidro, fueron protegidos por Fallas personalmente y cuando, después del combate de San Isidro, nuestras fuerzas tuvieron que emprender la retirada, Fallas ordenó ponerlos en libertad. En reconocimiento de esos gestos, don Fernando Ortuño Sobrado, potentado cafetalero y anticomunista a ultranza, estuvo en la vela del c. Carlos Luis Fallas en el local del Comité Central del Partido.

Estos son, señor Figueres, los facinerosos comunistas de que Ud. habla en su libro.

Es un imperativo de conciencia aclarar que los nicaragüenses que fueron asesinados, junto con costarricenses en «Quebradillas», por orden de Jorge Montero, en una casa de peones en la finca de don Juanito Montealegre, no eran somocistas, ni menos miembros de la Guardia Nacional, sino obreros bananeros de nacionalidad nica. Cuando Jorge Montero llegó al lugar, ordenó salir a los nicaragüenses para matarlos y nuestro compañero Raúl Malina, conocido por «Molinón», salió a la puerta y dijo: «aquí no habemos ticos y nicas, todos somos camaradas y nadie saldrá». Las ráfagas de las ametralladoras lo silenciaron para siempre. Con él fueron ultimados 18 compañeros, ticos y nicas. También debe aclararse que el coronel. Abelardo Cuadra no vino a Costa Rica como miembro de la Guardia Nacional. El estuvo encarcelado y torturado por Somoza porque, habiendo sido testigo del asesinato de Sandino, organizó un complot para derrocar a Tacho.

Finalmente, a propósito del «Pacto Ulate-Figueres», hay que decir que las fuerzas que comandaba don Pepe Figueres no tenían en sus planes entregar el poder a don Otilio Ulate. Cuando esa situación comenzó a trascender, los ulatistas, dirigidos por la profesora Emma Gamboa, convocaron a su partido a una gran manifestación que tenía por objeto obligar a la Junta de Gobierno, es decir, al Gobierno de facto, a respetar el fallo del Tribunal Supremo de Elecciones en favor de Ulate. Se dio entonces un violento enfrentamiento que según el propio señor Figueres se resolvió gracias a los buenos oficios del poderoso miembro de nuestra oligarquía, Lic. Jaime Solera Bennet, quien promovió la entrevista en que se acordó el llamado Pacto Ulate-Figueres. La moraleja de esto es que los miembros del Estado Mayor del llamado Ejército de Liberación Nacional no luchaban por el cacareado respeto al sufragio. El intento de golpe de estado de Edgar Cardona vino a confirmar esta tesitura. Además, ¿cómo fue que en ese pacto se dispuso mantener el fallo del Tribunal Supremo de Elecciones sólo en lo concerniente a declarar Presidente Electo al señor Ulate y no se aceptó el fallo del mismo tribunal relativo a la elección de los diputados al Congreso?

p. p. 9-42 y p. p. 94-102

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