La Marcha Fantasma

Don Pepe

La Marcha Fantasma

Por Oscar Padilla Sellen
Excombatiente

Esta narración fue escrita por el citado autor. Su nombre figura en ellas con el pseudónimo de Federico. Son tomadas fielmente de la obra inédita del autor llamada «Yo quiero contarlo», aun sin publicar. Partes de ellas, variadas en alguna forma y bajo el mismo pseudónimo se publicaron en La Prensa Libre, unas semanas después de la Guerra del 48. Otras fueron base de los excelentes artículos armados en una serie histórica que el excepcional investigador y mejor escritor, Guillermo Villegas Hoffmaister dio a la luz pública en abril de 1978. Unas pocas, recorrieron los años, en grabaciones del mismo autor, en emisoras y actos públicos, siempre con el mismo pseudónimo.

A la estupenda idea del excelente profesional y excepcional patriota Ing. Carlos Revilla lo he autorizado plenamente para que haga uso de lo anterior. Los aspectos referentes al héroe y brillante malogrado escritor, orador, político y abogado, Lic. Eloy Morua Carrillo ven la luz pública por primera vez, como adelanto al libro arriba citado y como un reconocimiento al investigador, familiar y amigo, brillante profesional, autor de este sitio en Internet. La Patria sabrá premiar adecuadamente su esfuerzo.

El autor.

16 de Mayo del 2002

Doce de abril de 1948…

En esta fecha inolvidable llegó a las puertas de Cartago, el Ejército de Liberación Nacional, después de hacer desde Dota y Tarrazú «La Marcha Fantasma».

Ya comenzaba a despuntar la victoria entre las nieblas de Cartago; ya iba a rematar la obra gloriosa del Ejército de Liberación Nacional, dirigido y orientado por don Pepe Figueres.

No había fatiga, ni dolores, ni trabajos en este amanecer de triunfo.

José Figueres, a la cabeza de ese Ejército que era carne y espíritu de su propia vida, vió, el 12 de abril de 1948, después de las penalidades de una jornada durísima, el esperado rostro de la victoria.

Federico, como muchos otros, protagonista de esta acción memorable narra las incidencias de la «Marcha Fantasma».

Después de pasadas las batallas más sangrientas de la guerra: la de las 36 horas de «El Empalme» y la de la consolidación definitiva de la plaza San Isidro, las tropas del Ejercito de Liberación Nacional, en los primeros días de abril de 1948, entraron en relativa calma.

Ya el 8 de abril los rumores comenzaban a rodar. Se hablaba de un gran ataque… y todo el mundo esperaba impaciente que transcurrieran los próximos días. Leamos a Federico.

Yo estaba con las fuerzas acantonadas en el Cuartel General: Santa María de Dota. Debo decir que a pesar del estado de alerta en que pasábamos todos los minutos, todos los segundos, en Santa María de Dota respirábamos el respeto y la paz que deseábamos para toda Costa Rica».

Y realmente como lo dice Federico, el primer día iniciador de una de las gestas heróicas fue el 8 de abril.

«Sesenta y cinco compañeros nuestros partían hacia rumbo desconocido, en misión delicada y trascendental. Tanto nosotros los que quedábamos, con ellos lo que más tarde sería el famoso «Batallon Caribe», no sabíamos más que una cosa: su misión era, morir o vencer.

A las cinco y media de la tarde de nuestros pechos emocionados brotaban las notas del Himno Nacional y de nuestros brazos el apretón a los amigos que comenzaban a decidir el futuro de Costa Rica…»

Un día más de espera… de aquel puñado de valientes.

Ya se olía la hora cercana.

Y al día siguiente…

Y continúa narrando Federico:

«Sin saber para dónde partíamos, sin saber cual iba a ser nuestro destino, sin preguntar hacia dónde nos llevaban, sin pensar en que los corazones de nuestros padres sufrían alla lejos, sin pensar en que algunos iban a entregar su vida; solo pensando en que nada importaba; en que nada importaba con tal de entregar a aquellos que sufrían por nosotros una Patria limpia, una Pãtria sin humillaciones y con paz, llegamos a La Roca, una posición cercana a San Marcos de Tarrazú.

Allí pasamos todo el día.

Aviones enemigos estuvieron volando sobre los reducidos matorrales en que nos escondíamos los seiscientos del Ejercito de Liberación Nacional.

A las cuatro y media de la tarde vino la primera recompensa a nuestras penalidades.

Cartago: Ese era nuestro objetivo; esa era nuestra finalidad.

Todos estábamos delirantes de alegría. Nadie pensó en lo que sabíamos nos aguardaba en los próximos días. No. No había que pensar en lo que nos aguardaba si ello era penoso.

Nadie tenía miedo… Nadie dudaba…

Ya no pensabamos más que en derrotar, a como fuera lugar, aun a costa de todas las vidas, al que había escarnecido y al que había vilipendiado…

Salimos pues, de La Roca, en San Marcos de Tarrazú, a las seis de la tarde del sabado 10 de abril.

El principal peligro en aquellos momentos era el que fuéramos vistos.

Mas… de un momento a otro, cuando apenas llevabamos unos cuantos metros de camino, una densa neblina protectoramente nos cubrió. Pensamos entonces en la Madre de Dios.

Y la marcha, «La Marcha Fantasma» comenzó a lastimar nuestros cuerpos. ‘Nadie debía fumar’, ‘Nadie debía hablar’, ‘Nadie debía rastrillar’. Sin objetar nada, todas las órdenes disciplinadamente eran cumplidas. Aunque siempre y principalmente en esa noche todos estabamos optimistas, pensabamos en lo que nos esperaba en cualquier momento en el transcurso de las penalidades de «La Marcha Fantasma». Nadie dudaba del buen éxito de la empresa y nadie dudaba por supuesto, que ya estabamos corriendo graves riesgos e inminentes peligros. No obstante el obstinado cansancio, en cada paso en la oscuridad, nos preguntábamos cual sería la forma en que se iba a librar la máxima batalla.

Como a las ocho y media de la noche, en una de las voces que brincaban de una en una, en las seiscientas bocas preguntando novedades, vino una noticia desesperada.

Estábamos en la parte más peligrosa de la jornada; nos rodeaban los enemigos que el Gobierno tenía en La Lucha. Y la voz trajo la noticia de que los pelotones correspondientes a la artillería pesada no seguían el grueso del Ejército. Es decir, que no podíamos seguir, pues como es de suponer, aquello era factor decisivo en cualquier batalla. Había que ir a buscarlos. Había que detener la marcha y esperar a que fueran buscados los hombres en los «trillos» cercanos.

¿Y quiín podría ir? ¿Quién podría conocer esas regiones en la oscuridad, sin poder encender un fósforo y sin peligro a perderse? Solo había un soldado, uno que conocía esas regiones desde hacía un cuarto de siglo y que podría buscarlos en todos los trillos bordeando veredas a oscuras . Sólo había un soldado, el primer soldado del ejército, que a ojos cerrados sabía donde quedaban todos los «atajos» por donde nuestros compañeros podrían haberse extraviado. Y a pesar de nuestras súplicas, a pesar de los insistentes ruegos de su Estado Mayor, Figueres partió en busca de los compañeros… Comprendiendo que debía ser acompañado, solo admitió que fuéramos dos intentando resguardar su vida. Dichosamente, dos horas después, el peligro había desaparecido. Regresamos y nuevamente, mirando hacia el cielo, lo vimos claro y luminoso. Arrastrando piedras, «La Marcha Fantasma», nuevamente, prosiguií su recorrido hacia la alborada…

LA TRAMPA

En unas montañillas, en unos cañales, en unas casitas humildes nos escondimos los seiscientos a descansar… Deberíamos evitar todo riesgo de ser vistos, pues el objetivo era acercarse lo más que se pudiera a Cartago, evitando derramamientos de sangre: el lema de Figueres. Además , pues éramos pocos y ya estábamos en pobres condiciones físicas y había que seguir… seguir… seguir…

Yo estaba dormitando cerca de un cañal, como siempre con el mauser a la cabecera cuando oí una alarma. Inmediatamente, todos estuvimos listos. Se acercaba un jeep… ¡Listo todo el mundo! La idea que tuvimos era que nos habían descubierto. Unos minutos más y el jeep estaba a cien metros de donde ya nos verían a todos… Uno de nuestros compañeros, cobija de «gangoche» al hombro y con cara de desfallecido, les salió al encuentro dándoles el alto y pidiéndoles el santo y seña:

-«Alto ahí… ¿Quién vive?

Pobrecillos, se imaginaron quien los había intentado detener era uno del Gobierno y respondieron:

-«Somos del Gobierno. ¡Viva Calderón Guardia…!

Cuando todos oímos aquellas palabras insultantes para nosotros, pues nos acercamos y los detuvimos. Seis reconocidos calderonistas que andaban de exploración. Máuseres y ametralladoras que pasaron a nuestro poder, y un jeep que nos acompañó hasta Cartago, aliviándole la carga a unas hambrientas mulas…

La hora de la comida no llegaba y efectivamente no llegó, pues a lo que vino después, caramba: no se le puede llamar así… Una paila de trapiche con unos cuantos plátanos, avena y dulce para seiscientos, cocinados en agua que quemaba, fue lo que comimos en toda la Marcha Fantasma. ¿Los platos? Las manos, unas hojas, algún pedazo de madera, algún pedazo de piedra… Pero nadie se quejaba; nadie protestaba; pues aunque el hambre ya estaba surtiendo efectos inimaginables en nuestros organismos, algo había que nos llenaba siempre: la obsesión de llegar a Cartago. Llegar a Cartago: ese era nuestro aliento, nuestro sueño, nuestra comida, nuestro calor.

LAS HUELLAS DE LOS HEROES

El once de abril a las seis de la tarde se emprendió la última gran jornada de la Revolución, y a esa hora comenzó la marcha más forzada, la más penosa, la más terrible, porque ya los cuerpos estaban deshechos. La segunda y última parte de la marcha a Cartago del Ejército de Liberación Nacional, es algo que no podremos olvidar los que participamos en ella…

Caminábamos como empujados, arrastrándonos casi. El frío de la noche y la madrugada en aquellas alturas golpeaba terriblemente nuestros cuerpos. Apenas podíamas abrir los ojos… Las cobijas, «los gangoches», los implementos innecesarios que tuvieran cualquier peso, iban quedando de huella, de seiscientos hombres que firmes de espíritu, firmes en valor y firmes en sus ideales, casi caminando a gatas marchaban fantásticamente en busca de los destinos de su Patria. Las cosas que sentimos en esta parte de la marcha son casi inenarrables. Cuando se daba orden de descansar por unos minutos, todos caíamos sin esperar, en el lugar que fuera, tendidos en el suelo: al borde del camino, en una piedra martirizante, en un paredón mojado, en un zacate humedecido por el sereno; en cualquier parte, porque habia que lograr el descanso de minutos… Más, lo peor… lo triste… lo imposible de evitar, era que inmediatamente que se dejaba de caminar, inmediatamente… se quedaba uno profundamente dormido, por unos minutos, pues la marcha no se detenía.

Había que llegar a Cartago en las primeras horas de la alborada y los planes no se podían variar.

¡Cartago…! ¡Cartago…! Muchas veces, y esto nos pasó a casi todos, ya caminábamos dormidos, y nos despertaba el anuncio de un árbol, o de una piedra en el camino. Jamás pude imaginarme, antes de esa vez, que se pudiera caminar dormido. Ya casi a media noche, nos sucedían con mucha frecuencia espejismos causados por nuestras lamentables condiciones físicas: «Ahí viene un camión. Ahí viene gente. Alguien se acerca. Alguien viene a caballo. ¿Que es lo que se ve ahí? ¿Que… están repartiendo comida? Todo lo creíamos ver… y no eran más que ilusiones. Y así fue toda la noche: espejismos, sueño, cansancio, frío y hambre… Yo crei que a Cartago no llegaríamos nunca… Ya el tiempo para nosotros no corría. A mí no se me ocurrió ver el reloj. Teníamos que llegar a Cartago, y eso era todo. Cuando había peligro se hacía guardia con algún pelotón.

Más ade lante se separaron dos grupos del grueso del Ejército, que partieron a cumplir dos partes de las tres que formaban el plan de ataque a Cartago: uno de ellos llego a Ochomogo y allí se hizo fuerte para impedir el contraataque de los «mariachis»; el otro salió hacia la Cangreja, donde debería taponear la ruta e impedir el paso de los gobiernistas por la Interamericana; y el otro, el resto del Ejercito seguimos hacia Cartago, donde deberíamos dividirnos para tomar la ciudad…

Y aquella noche histórica, aquella noche que jamás olvidaremos, tenía que tener su alborada… ¡Y qué alborada la de esa noche! Doce de ahril de 1948… Ya terminaba la «Marcha Fantasma»…

En Guadalupe de Cartago se organizó todo para entrar a nuestro objetivo. El aspecto que presentábamos al caminar era algo espantoso. No había quien estuviera caminando más o menos regular: los pies hinchados, rotos, magullados… las espaldas ya tenían la marca del mauser que desde hacía tres días no nos lo quitabamos. No encuentro cómo decir, cómo explicar, cómo era que nos encontrabamos aquellos seiscientos que realizábamos la empresa más trascendental de la guerra.

Cuando el día comenzó a nacer, cuando el sol que iba a alumbrar pronto a una ciudad libre, comenzó a salir, ya el Ejército estaba en los alrededores de Cartago. Nadie supo por que lado de la ciudad entró; cuando se dieron cuenta ya estaba pisando los barrios del sureste. Las gentes salían y gritaban de emoción:

-«Figueres… Figueres… Son los figueristas…»

Esas palabras eran los saludos. Las lagrimas, los gritos, las palabras de desahogo de aquellas pobres gentes que merecían vivir libres, tocaron nuestros corazones.

-«¡Figueres…Aquí esta Figueres!»

Esas frases, ese nombre inmortal, corrieron por todas las bocas de las gentes que no daban crédito a lo que sus ojos ofrecían a sus corazones.

«No puede ser. Aquí está Figueres… Que Dios los acompañe; que la Virgen de los Angeles los ayude…»

De cada ventanilla, de cada puerta, de aquellas casitas humildes de los alrededores se nos enviaba aliento. Gentes que venían de la cama, sin bañarse, con los ojos alegres, se tiraban a la calle a saludarnos.

«Pobrecitos; vean cómo vienen… No pueden caminar casi… Dios mío, que bueno sos… Que alegría, por fin llegó Figueres…»

Las mujeres no podían contenerse; los hombres nos seguían; las viejitas alzaban sus manos temblorosas y nos bendecían a Figueres y a nosotros. Yo estaba completamente emocionado; jamás me sentí así… No hubo nadie que no nos ofreciera café o desayuno. Pero había que seguir… seguir… pues ya estabamos cerca. Y los saludos, los gritos y las lágrimas nos siguieron en toda la entrada a Cartago. Todo Cartago comenzaba a despertarse; todo Cartago comenzaba a sacudirse de entusiasmo al paso del Ejército Libertador.

Ya terminaba la «Marcha Fantasma»…

Poco rato después ya estabamos cerca del Colegio San Luis Gonzaga, Cuartel General del Ejercito por unos días.

Las balaceras habían comenzado…

¡»La Marcha Fantasma» ya había terminado…! 12 de abril de 1948.

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