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La modernidad de Figueres

El Siglo de Figueres

La modernidad de Figueres

Luis Burstin*

Un hombre de 63 años de edad, interesado en conocer lo último, no es un fenómeno frecuente, ni aquí ni en ninguna parte; usted recuerda la historia de Anaxágoras, cuando sus discípulos lo encontraron, a los 71 años de edad, comenzando a estudiar geometría. Pero, maestro, le dijeron ¿a los 71 años de edad está usted comenzando a estudiar geometría? ¿Y si no es ahora, entonces cuándo? ¿No ven lo viejo que estoy?, contestó el griego genial. Por eso movía un poco a risa oír a algunos de los jóvenes que venían donde don Pepe a reclamarle que ya estaba viejo; entre las 200 toneladas de defectos que tiene don Pepe, la vejez no es precisamente uno de ellos; por el contrario, todos conocemos a muchos hombres de corta edad que se consideran jóvenes modernos porque visten o se peinan a la última moda, como si la modernidad estuviera en la pose mientras las ideas se encuentran por ahí por el siglo 18.

Como todo hombre que pretende entender lo que pasa alrededor, don Pepe sabe escuchar; usted sabe que hay mucha gente que parece que consideran su propia voz como la creación sonora más alta de la naturaleza, porque lo único que les interesa es oírse a sí mismos. Esta es una de las peores cosas que le pueden pasar a cualquiera, pues es el tipo de hombre que nunca olvida nada y que nunca aprende nada. Don Pepe tiene una paciencia para escuchar que ya se la quisiera Job para un fin de semana; a veces es hasta exasperante, especialmente por la tendencia que todos tenemos de descubrir el café con leche y correr muy emocionados a comunicarle la grandiosa noticia al que ejerce el mando, con el exclusivo propósito de demostrar lo inteligentes que somos. Después de escuchar, toma todas sus decisiones absolutamente a solas consigo mismo. Yo lo he visto presionado por varias personas a la vez, muy allegadas a él, incluyéndome a mí, para hacer determinada cosa, oírlos a todos, y luego tomar su propia decisión diametralmente opuesta a la opinión de todos; y también lo he visto llegar a una discusión con su propio punto de vista, oír a los demás, y luego tomar su propia decisión aceptando la tesis opuesta a la suya; pero la decisión final, desde luego, siempre es de él mismo. Usted se imagina lo que es intentar «manear» a un catalán de San Ramón; es como arriar gatos en una carretera.

Al contrario de lo que pudiera creerse, ser amigo personal de don Pepe representa, en cierto sentido, una desventaja para la persona que tenga ambiciones políticas, porque don Pepe se guía, para la selección de las personas que lo acompañan en sus gestiones, únicamente por el criterio de eficiencia y lealtad programática, y, desde luego, se cuida mucho de no hacer confusiones. La verdad es que la mayor parte de nuestros políticos procuran actuar así, hasta donde lo permiten las circunstancias. Un buen ejemplo lo puede usted encontrar, sin ir muy lejos, en la organización de su propio equipo político durante la campaña, y ahora en la integración de su gabinete de gobierno; nadie puede discutir que las escogencias han sido hechas todas con criterio de beneficio para el país y del hombre para el puesto; vea usted la integración del gabinete: todos los ministros nombrados son hombres de gran experiencia administrativa, y absolutamente compenetrados de las ideas de don Pepe; lo mismo sucedió durante la campaña política, en la cual actuaron, en puestos de gran responsabilidad, cientos de personas, todas escogidas por su eficiencia y su capacidad de trabajo.

Generalmente lo más difícil no es resolver los problemas, sino plantearlos correctamente. No son sólo las respuestas las que iluminan; a veces iluminan más las preguntas. Esta es una de las virtudes innegables de don Pepe. Muchos políticos nacionales también poseen esa virtud, desde luego que son líderes; en don Pepe esta es una característica muy relevante, tal vez la más relevante de todas. Yo no sé si logrará resolver los problemas de nuestro país, o por lo menos iniciar la vía de su resolución. Eso, el tiempo lo dirá. Nuestros problemas son difíciles y complejos, pero es necesario demostrar que se es bueno no sólo para ganar elecciones, y don Pepe, que tiene una tremenda vanidad histórica, lo sabe mejor que nosotros. Dicen los chinos que el camino de las mil leguas se inicia con un simple paso, el primero; algunos de nuestros problemas son caminos de dos mil leguas, pero el primer paso está dado: los problemas están bien planteados. Veremos si sabemos dar, el país en conjunto, los pasos que siguen. De cualquier manera, un viejo proverbio hebreo dice que cuando un hombre sabio señala con su dedo a las estrellas, los necios y los tontos lo único que miran es el dedo…

* Fragmentos de una entrevista al Dr. Burstin sobre don José Figueres, publicada en el diario La República, el 15, 16 y 17 de febrero de 1970, poco después de ganar las elecciones. El Dr. Burstin fue un entrañable amigo de don Pepe y su médico personal por muchos años.

Tomado de “Figueres 80 años de amor a Costa Rica”.

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