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El nacionalismo de Figueres

Don Pepe

El nacionalismo de Figueres

Alfonso Carro Zúñiga

«El más fuerte nunca lo es bastante para dominar siempre, si. no muda su fuerza en derecho y la obediencia en obligación. Convengamos, pues, en que la fuerza no constituye derecho, y en que sólo hay obligación de obedecer a los poderes legítimos.»
J. J. Rousseau

En 1948 y con la Guerra de Liberación Nacional, lo que se salvó no fue la República sino la Nación costarricense. Y quien la salvó fue Figueres; no Figueres solo, él individualmente, sino el hombre visionario que comprendió la realidad caótica del momento, que midió certeramente los propósitos de quienes querían perpetuarse en el poder por la vía ilegítima de la fuerza, que se ubicó adecuadamente en las dramáticas circunstancias políticas que estaban destruyendo la vida nacional y, finalmente, que tuvo el coraje, junto con sus hombres, de resolver con las balas lo que en aquella época no podía ser resuelto por vías civilizadas. El y sus hombres lucharon con pasión y valor, representando a todos los costarricenses que repudiaban la fuerza bruta como estilo de gobierno. Con la victoria, se legitimó la fuerza que, como última razón, fue necesario emplear para rescatar la libertad y el respeto a la voluntad del pueblo.

Aunque Figueres odia que lo encasillen en ideologías, yo no tengo otra salida que calificarlo como el más nacionalista de los costarricenses en la segunda mitad del siglo XX, precisamente porque salvó a nuestra Nación del caos y la destrucción. Salvó lo que nuestro pueblo había forjado a lo largo de siglo y cuarto de vida independiente: un estilo propio de vida cultural, de raíces republicanas y democráticas, y con bases morales positivas y firmes como corresponde a toda sociedad occidental.

Otros, menos visionarios o valientes, aunque tenían el mismo fervor libertario que Figueres, buscaron la solución apaciguadora y trataron de jugar la suerte de nuestra Nación en negociaciones estériles y entreguistas. Por eso se hundieron en el vacío de la historia.

La Nación, más que la República como forma de Estado, es la realidad político-espiritual que sirve de base a un pueblo para definir y realizar su destino. Renán la definió como «un alma, un principio espiritual», que se constituye por un «plebiscito de todos los días». Heller dijo que la Nación surge en un pueblo cultural, «cuando la conciencia de pertenecer al conjunto llega a transformarse en una conexión de voluntad política». La Nación es un modo de vivir, una forma espiritual que une a todos los miembros de un pueblo que tienen un pasado común y deciden -diariamente realizar un destino propio.

A partir de su independencia, Costa Rica logró, paso a paso, organizarse como Nación y como Estado. Esto le dio identidad y unidad a nuestro pueblo.

Desde principios del siglo XX se inició en nuestro país un proceso de descomposición política, que hizo crisis a partir de 1943. Este proceso no solamente abarcó la estructura del Estado, sino que penetró hasta las capas más profundas de la vida nacional. Se atacó el sistema de vida tradicional, las pasiones políticas se desbordaron y chocaron violentamente entre si’, el pueblo se dividió en dos grandes bloques y era común el antagonismo entre los diferentes sectores de la sociedad, familias, obreros y campesinos, profesionales y empresarios; todos los costarricenses, de un modo u otro, luchaban por ideas e intereses irreconciliables. La realidad nacional se dislocó’ y una poderosa fuerza amenazaba con destruir su unidad esencial. Hubo, en síntesis, una ruptura de la continuidad histórica.

El problema que Figueres enfrentó fue el de cómo vencer y destruir a la fuerza bruta que pretendía sustituir al Derecho como medio para gobernar, a la fuerza que ignoraba la titularidad de la Soberanía del pueblo costarricense y sus anhelos de libertad, y cómo restablecer la unidad de la Nación y garantizar su permanencia histórica. En fin, cómo acabar con el caos existente y darle a Costa Rica un nuevo proyecto de vida nacional. Figueres venció en la guerra y venció en la paz, fenómeno poco usual en la historia de los pueblos. A la Nación rescatada, Figueres la fortaleció con instituciones y principios modernos de convivencia: nacionalización de la producción y venta de la energía eléctrica, de los bancos privados, de los ferrocarriles ingleses, la proscripción del ejército, etc. Tarea en la que, justo es reconocerlo, tuvieron iniciativa y participación algunos de sus más cercanos colaboradores durante la guerra y en funciones de Gobierno.

Nada ni nadie podrá empañar esta jornada histórica de Figueres, ni siquiera su enigmático respaldo al régimen marxista-leninista —que por esencia es internacionalista— que hoy destruye a la Nación nicaragüense y que ha puesto en peligro a todos los pueblos libres de América Latina.

Tomado de “Figueres 80 años de amor a Costa Rica”.

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