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Los caminos de Carmen Lyra

Carmen Lyra

Los caminos de Carmen Lyra

Isabel Ducca
Universidad Nacional, Costa Rica

RESUMEN

La contribución intelectual y política de la pensadora Carmen Lyra, militante comunista, maestra y escritora costarricense, puede identificarse como una dádiva que aportó luz en la construcción de una sociedad costarricense más justa. Exilada política, murió en México, el país que la recibió, rogando volver para fallecer en su Patria, petición humanitaria que le fue negada por la jerarquía política de la Suiza Centroamericana. Hoy, su pensamiento y su praxis han sido despojados por el imaginario oficial del contenido político que movió su pluma y su vida.

Nota introductoria del editor del espiritudel48.org: Debo señalar un dato que me parece históricamente incorrecto de este buen ensayo. Tiene que ver con lo que el autor llama «exilio» de Carmen Lyra después de la Revolución. En realidad, la salida de ella, se debió a razones de seguridad para garantizar su vida, prueba de ello es lo que nos narra el propio autor, que ametrallaron el avión que despegaba de La Sabana donde iba ella. Nunca hubo una orden o decreto para enviarla al exilio, pueden leer más sobre esto, y por qué se le negó el regreso al país aquí.

INTRODUCCIÓN

Quisiéramos iniciar este breve homenaje a María Isabel Carvajal, más conocida como Carmen Lyra, contando una anécdota de su vida. De muy joven quiso ser monja para lo cual trabajó como novicia en el Hospital San Juan de Dios, pero su condición de hija fuera de matrimonio se lo impidió. Los estigmas marcaron su existencia desde el nacimiento hasta la muerte. Nace como “hija natural” en San José en 1888 y muere como comunista exiliada en México en 1949.

La única mujer exiliada política de la Suiza Centroamericana salió del país enferma de cáncer. El avión en que viajaba junto con otro exiliado, Manuel Mora Valverde, fue ametrallado en la Sabana, sin ningún perjuicio físico para los pasajeros.

Añorando fallecer en su país, solicitó permiso para volver y se le negó. Cuentan que, cuando trajeron sus restos en 1949, José Figueres Ferrer mandó abrir el ataúd en pleno cementerio para cerciorarse de realmente venía su cadáver.

¿Qué rumbos fueron los que emprendió para que el imaginario oficial la expulsara y la tratara de esa manera?

Empecemos el recorrido con una metáfora que, de cierta forma, sintetiza su labor intelectual, tanto la textual como la política. En Vidas Estériles, 1912, uno de sus primeros escritos, apunta: “Caminábamos despacito por el camino que se alejaba entre la masa ya oscura de los campos, blanqueando como si estuviera alumbrado por la luz de la luna” (Lyra, 1977: 79).

La imagen es aparentemente muy simple, pero el gerundio lleva implícita una ambigüedad que oscurece su sentido. El camino entra en la oscuridad, pero realiza la acción de aclarar por sí mismo, pues no es seguro que la luna le presta luminosidad. No aparece blanqueado, sino ejecutando la acción de blanquear algo o a alguien y a lo único que puede blanquear es a la masa oscura.

Después, la voz narrativa saca de su memoria el recuerdo de una solterona en una casa oscura y pesada, cuya única claridad la constituía la flor de tuete, cortada por la narradora como regalo a la amiga.

Hay una dádiva que aporta luz. En ese sentido, se puede leer la contribución intelectual y política de esta pensadora, el de un camino blanqueando la realidad.

LA “MASA OSCURA” DE LA OPRESIÓN

El camino de la escritura de Carmen Lyra se constituyó en una luz para percibir aquellos rincones de la sociedad donde se oculta la tristeza, el odio, o la desesperación que causa la injusticia. Las relaciones opresivas o relaciones asimétricas fueron la gran preocupación desde sus inicios en las letras hasta los últimos escritos en el periódico Trabajo, voz oficial del Partido Comunista desde 1931 hasta 1948. De forma que hasta los cambios en su estilo literario se explican por su incansable observación, análisis y explicación del porqué existen las relaciones asimétricas. Su obra es una observación y, al mismo tiempo, un protesta contra la injusticia en muchas de sus formas.

Cuando descubre la opresión, corresponde al inicio de su incursión en las letras. La focalización de lo oculto y dramático de ésta se expresa mediante el contraste con que articula los textos entre el ser y el parecer. La realidad se reviste de ropajes y disfraces que la voz narrativa va develando a lo largo de los textos.

La opresión “golpea” la subjetividad de la voz narrativa, que se impregna del dolor humano, y éste la lleva a reflexionar.

En tres de sus primeros escritos se visualizan las grandes áreas donde se anidan las asimetrías sociales: la explotación económica, la religión y la afectividad; las cuales serán objeto de análisis durante toda su travesía por la sociedad costarricense y la escritura. El encuentro con la pobreza en Carne de miseria, 1911, expresa la impotencia de una maestra por la muerte de una alumna y la lleva a cuestionar el conformismo de los progenitores por engendrar hijos para la miseria. La miseria aparece desligada de la explotación económica pero el itinerario para encontrar su razón de ser la conduce hasta su muerte.

En Del natural, 1911, el mundo narrado gira en función de la oposición entre fe natural y fe artificial. La primera corresponde a la buena voluntad de los feligreses y la segunda al engaño con el cual la Iglesia Católica estimula la fe de los participantes para lucrar con ella.

La voz de la narración se siente excluida con dolor de una arcadia espiritual observada en una escena familiar, pero las monedas le recuerdan que no pertenece al negocio de la fe. Su crítica radical contra la Iglesia Católica la lleva a denunciar años después su complicidad con el fascismo tanto en Europa como en Costa Rica y, especialmente, con Francisco Franco.

Su necesidad por leer las contradicciones sociales desde una visión liberadora del Evangelio la conducirá por senderos desconocidos y de una complejidad inusitada para la época.

En ¡Todos irresponsables!, 1911, dos oposiciones básicas estructuran el sentido del texto: la beatería se opone a la integralidad y la culpabilización a la liberación. La voz narrativa defiende a una amiga, víctima del chismorreo beato. Una visión liberadora del Evangelio contrasta con los deseos de hundir a la víctima en una muerte social por el descrédito de su conducta pues perdió su honorabilidad por una pasión.

La necesidad de perdonar y amar al prójimo de la narradora se enfrenta a la necesidad de acusar y criticar de sus familiares. Aunque la crítica al chismorreo se enfoca desde una visión liberadora del Evangelio, se enuncia una de sus grandes preocupaciones: las asimetrías en las relaciones afectivas. Si bien su mirada acusadora se dirige principalmente contra la opresión patriarcal, aunque no se le llamara así en su época, no es exclusiva pues los varones también la sufren; sin embargo, el énfasis recae en la defensa femenina.

Por la complejidad y desarrollo que adquieren en su pensamiento la crítica a la religión, la afectividad conflictiva y la explotación económica se hace difícil deslindarlas y tratarlas por aparte, pues en su visión de la sociedad se entrelazan siempre y una lleva a la otra, o bien desembocan en un haz de relaciones para crear un mundo donde priva el conflicto y la victimización de los débiles y los vulnerables. Si se quiere obtener una visión completa de su obra, habría que detenerse en cada una por separado con el fin de estudiar cómo lleva un proceso ascendente en términos de asumir la opresión como un universo cada vez más complejo.

Por razones de espacio, reuniremos la crítica a la religión junto con la explotación económica, para lo cual sacrificamos el estudio de los textos iniciales, con lo cual se pierde contacto con su riqueza literaria y su visión de mundo.

La afectividad conflictiva

Reiteramos que la visión de Carmen Lyra de la asimetría en las relaciones afectivas no abarca únicamente lo femenino. El varón también puede ser victimizado por una madre despótica o una esposa neurasténica; sin embargo, su focalización se centra fundamentalmente en la victimización de la mujer, con lo cual anticipa planteamientos teóricos que hasta después fueron establecidos como tales.

Su indagación problematiza situaciones de injusticia y opresión que no son exclusivamente económicas. Hay una serie de textos que cuestionan la sumisión, la opresión y la marginación de la mujer. En Las Madamas Bovary, 1918, ubica como objeto de reflexión, la dependencia femenina de la moda; la necesidad de las mujeres de ser apreciadas y valoradas por el varón; y, sobre todo, la pérdida de la vitalidad y fuerzas femeninas por conquistar el matrimonio como plataforma de realización. Lo que la norma social les inculcaba a las mujeres como su camino, se convierte, en el texto, en renuncia a sí mismas. El llamado a la autonomía incluye el rechazo al matrimonio como institución de desgaste para la mujer.

En Al margen del libro de Job, 1922, la actualización de la leyenda de La Llorona, se disfraza en un ambiente de normalidad, armonía familiar, hermandad y comodidad económica, en el cual no se justifica, aparentemente, el crimen. Una niña, llamada Guaria, crece en una familia normal amparada por su hermano mayor, pues su padre muere cuando ella tiene cuatro años. La pequeña se desarrolla con las inquietudes típicas de la edad. Su hermano se va al extranjero. A cierta edad, ella se hace de un novio, es rechazado por sus otros hermanos quienes son descritos como groseros y serviles desde la infancia. En la edad adulta, son un grupo constituido por un abogado obsesionado por el honor, un alcohólico también obsesionado por la honra familiar y un comerciante de mala fe.

Al encontrarse desamparada, huye, mata a su hijo y muere. La desesperación y el dolor que envuelve a la protagonista se torna una crítica radical hacia la sociedad que es capaz de abandonar así a una mujer para lanzarla a la locura.

Esta acusación se focaliza en los hermanos, por cuya incomprensión ella huye, y en un hombre que, aparentemente, la abandonó. Los dos puntos extremos de la identidad femenina —la criminal y la dadora de “mística alegría”— se unen en un solo personaje para focalizar la maternidad como algo desestabilizador y difícil de llevar para la mujer sola.

A lo largo del relato, el narrador observa y comprueba cómo su hermana se marchita por efecto de los partos y la crianza de los hijos hasta convertirse en un ser apagado por la opresión de sus hijos varones. En el otro ángulo, está la madre soltera, a quien la maternidad destruye emocionalmente.

En 1922, La Llorona y la flor nacional son convocadas por la pluma de Ma. Isabel Carvajal para remover la imagen idealizada de la maternidad en una sociedad patriarcal, con el fin de abogar por la debilidad de la mujer y, una vez más, pedir clemencia y amor por la caída. ¿No constituiría, actualmente, este texto un llamado a la legalización del aborto? Una de las reivindicaciones fundamentales con que el feminismo aboga por otra noción de salud pública.

En ¿Qué habrá sido de ella?, 1923, se centra en el clímax de tensión y violencia doméstica, el cual llevará al personaje femenino a un ataque de histeria que le provocará la soledad y la pérdida de todo. Se describe a las mujeres del pueblo como: trabajadoras; atareadas; descuidadas por falta de tiempo; vestidas sin coquetería; y asumidas, hasta por sus propias madres, sin tiempo y sin romanticismo.

Son heroínas anónimas, santificadas por la voz narrativa y cuyo cuerpo “es más respetado por la muerte que por la vida”. Su personaje, Ramona, se convierte en el arquetipo de la mujer pobre. Tiene multiplicidad de funciones; está desgastada por la maternidad (diez hijos en quince años); no posee derecho al descanso pues en ocasiones trabaja toda la noche; presenta síntomas de enfermedad física y mental; y es víctima de la explotación económica y la violencia de su marido. La vida cotidiana de la familia está dominada por la tensión, la amargura y la histeria.

Un día durante la discusión rutinaria del almuerzo, la mujer estalla en un ataque de ira y acepta las palabras repetidas del marido para que la mujer se marche pues ahí no sirve para nada. La protagonista sale al patio a gritar y cuando regresa, el marido ha empacado y se está llevando a los hijos. El relato se construye alrededor del punto máximo de la victimización de la mujer en nuestra sociedad: el paso de la mujer pobre por el matrimonio violento.

Antes del matrimonio, el personaje posee fuerza, juventud y vigor; durante el matrimonio se desgasta y pierde la salud física y mental. Ni siquiera cuenta con el afecto de su marido y de sus hijos pues debe enfrentar la rivalidad de su suegra quien compite por el cariño del hijo y la de una cuñada sin hijos que rivaliza por el amor de éstos.

En ese nudo de relaciones conflictivas, el marido se presenta como un pasivo para asumir las responsabilidades del hogar pero muy activo para la agresión y el maltrato. Después del matrimonio, la víctima queda desolada y sin ninguna posesión.

La mujer pobre accede a dos únicas posesiones en la vida: su fuerza de trabajo y los hijos. La invisibilización de que es víctima en la sociedad patriarcal y capitalista hace que no exista ningún tipo de reconocimiento ni a su desgaste ni frente a la perdida de sus posesiones.

El matrimonio se manifiesta, en este texto, como un engranaje de explotación. Al despedirse, el marido le hace ver por qué no tiene ningún derecho de reclamo:

Le dijo irónico: — Te dejo lo que llevaste el día en que nos casamos. La casa estaba vacía. Ella nada había llevado consigo el día que se casaron. ¡Era tan pobre! A no ser que su juventud y su frescura que habían quedado enredadas en los abrojos del camino (Lyra, 1977: 258).

La voz narrativa posibilita y va guiando el sentido del texto hacia una relación proporcional entre las cuotas de sacrificio, presión, victimización, y la histeria de la mujer.

Al centrarse en el punto máximo de tensión, cuando estalla la agresión en el ambiente de la violencia doméstica, logra un doble efecto en su búsqueda de autonomía para las mujeres. En los procesos de agresión étnica, patriarcal o económica, la víctima es invisibilizada por parte del agresor o agresora, pero una vez logrado el ocultamiento de los mecanismos de opresión, el victimario la observa y la define nuevamente mediante los procesos de culpabilización. Aparece como la provocadora de las medidas tomadas.

En la subordinación patriarcal, la mujer es asumida como la loca, la histérica, la que se sale de sus casillas, la que se lo buscó. En el caso que nos ocupa, la voz narrativa rompe con la visión gratuita de la histérica para otorgarle coherencia dentro de un proceso de explotación y presión llevado al máximo. La ficción culmina con la soledad total de la mujer. Un destino de incertidumbre, dolor y tensión se teje alrededor del personaje pues fracasa en un último llamado a los hijos. Queda una brasa encendida como su única compañía. En este final, un juego complejo de asociaciones sinestésicas entre la brasa, el color del pelo de uno de los niños, el sonido de los pasos sobre el empedrado y el corazón golpeado de la mujer, abre la posibilidad de recobrar una exclamación del inicio del texto: “¡Ramona, nombre bueno para un pedrón de la calle!” La asociación simbólica entre el pedrón y la mujer pobre, a quien hasta los hijos son capaces de abandonar, confirma el ángulo desde el cual es vista la mujer.

La crítica a la religión y a la explotación económica

La calidad literaria, la crudeza con que describe la realidad, la complejidad de la misma y la denuncia acerca de la explotación económica que encontramos en Bananos y Hombres, 1931, se fueron forjando a lo largo de su experiencia como escritora, activista política y observadora de las ramificaciones sutiles de las condiciones injustas en las conductas humanas y la sociedad como un todo.

Algunos de los escritos de Lyra poseen como estructura profunda de sentido la visión liberadora o cuestionadora del Evangelio Es así como la serie Bananos y Hombres constituye una lectura de la realidad social desde una perspectiva teológica, por lo que su sentido global se puede sintetizar como: al margen del Vía Crucis.

Este texto anticipa posiciones y concepciones que se enraizarán en el pensamiento latinoamericano con la Teología de la Liberación. Plantea una imagen del sacrificio de la o el explotado; la noción de pecado social para comprender la conducta humana generada desde esas condiciones; y las instituciones eclesiásticas como cómplices de la explotación al margen del poder liberador del Evangelio.

Esa visión liberadora se afirma a partir de las historia de “una de las tantas sacrificadas”, una crítica a la doble moral y a la ironía con que asume las tres festividades de la Nochebuena para culminar con la imagen de un nuevo tipo de redentor.

Varios símbolos se unen en el relato para darle un adiós definitivo a la visión caritativa de la labor social pero crea otros símbolos que se justifican en el texto por un sentido de la justicia muy próximo a la Teología de la Liberación.

En el primer texto, la cruz, arrastrada por las aguas, le permite recordar a Estefanía y con ella, a todas las mujeres víctimas de la explotación en la zona bananera. En las condiciones sociales que privan en ese medio, las mujeres son las más sacrificadas pues son objeto sexual para poder sobrevivir, sea bajo la forma de prostitución o dependencia de un varón.

Las mujeres sufren la explotación económica de sus parejas, de los dueños de las fincas, y de las mujeres esposas de esos propietarios. Hay una red de relaciones afectivas, sociales y económicas que es visibilizada por la voz narrativa para plantear el sacrificio humano. El abandono puede comprobarse físicamente por la enfermedad, los embarazos, el descuido y las formas de servidumbre, entre las que se ubica la lealtad femenina como método de ahorro para el “explotador”.

Desde el inicio de ese primer relato, la voz de la narración plantea la existencia de personajes femeninos cuya vida no puede juzgarse por los parámetros de la moral “oficial” pues son: “marchitas, tostadas por el sol, las fiebres y la sensualidad del hombre, amorales e inocentes como los animales” (Lyra, 1977: 372).

Después recorre el espacio y relata cómo se desenvuelven las relaciones humanas; se detiene en resaltar varias conductas como es el alcoholismo generalizado y, en más de una ocasión, advierte que las mujeres y los niños también bebían.

Por otra parte, enumera el número de parejas de determinadas mujeres, observa cómo los hijos son de diferentes padres, plantea el conocimiento de una niña en “todo lo que se relaciona con el pecado que en las tablas de Moisés ocupa el sexto lugar” (Lyra, 1977: 381). Sin embargo, aclara que para la madre de la criatura ni para la niña o para otras gentes del lugar se trata de un pecado. Dentro del entorno, se ve como algo normal. Inmediatamente, la voz narrativa plantea un paréntesis y afirma en primera persona una crítica a la moral católica: “Yo me pregunto lo que piensan los católicos que hace su Dios con las almas de estas criaturas” (Lyra, 1977: 381).

En esa interrogación, hay una ambigüedad en torno a la imagen de dios pues el posesivo marca una distancia con respecto a un dios castigador de los católicos y, al mismo tiempo, abre la posibilidad, aunque no lo afirme explícitamente, de un dios comprensiva con las criaturas inocentes. Se da, por una parte, una relativización del pecado desde la normalidad del entorno y del castigo pues la duda implica una negación de la culpa.

El abandono en que crecen esos y esas niñas se debe en primera instancia a la situación de sus madres, pero éstas, a su vez, son víctimas de sus parejas y de la explotación. Conforme se va desarrollando el sentido global de la serie, se confirma la inocencia de las criaturas por las condiciones salvajes de que son víctimas.

Las cadenas de la opresión va de lo particular y lo más inmediato, cómo son las relaciones humanas: el trabajo, la diversión y el “afecto”, para desembocar en la principal: la existencia de la compañía extranjera.

En Nochebuena, que corresponde al relato número dos, realiza un recorrido por la jornada laboral de la peonada en medio de un temporal y por la fiesta que improvisan en sus ranchos, inundados por la crecida del Reventazón.

El alcohol, los tamales y la música de una guitarra o de una vitrola caracterizan el jolgorio. Después pasa al festejo navideño en la Zona, nombre que recibía el sector que ocupaba en Limón el caserío de la alta jerarquía de la compañía, cuyo símbolo es el árbol navideño y los juguetes importados.

Resalta también la celebración de uno de los diputados “de los que se empeñaron en que pasaran los contratos bananeros tal como lo deseaba la “United Banana Co.” (Lyra, 1977: 378). Culmina el recorrido en Nueva York con la forma en que la realiza el Assistant Manager de la compañía, cuyo rasgo predominante es la opulencia. La miseria, el consumo y el derroche se constituyen en las formas cómo se olvida la razón de ser del ritual pues: “Nadie se acuerda allí de que en esa noche se celebra el recuerdo de Jesús, quien, dicen, vino a salvar este mundo del pecado” (Lyra, 1977: 377).

Aunque la ironía puede descartar el papel del salvador, no se puede obviar que la secuencia se estructura en torno al olvido, lo que afirma de cierta forma la necesidad del recuerdo.

En el tercero, Niños, contrasta los cuidados de la fruta con el abandono de la infancia en la zona bananera. Ofrece una lectura del valor nutritivo resaltado en la publicidad en los Estados Unidos que contrasta con la desnutrición de nuestros niños costarricenses, la indefensión de las víctimas más desvalidas y anticipa la necesidad de la redención.

En el último texto de la serie, la rebeldía se convierte en el elemento que le da sentido al trayecto de por lo menos uno de esos pasajeros que van en la lancha, cuyo nivel simbólico se deposita en el motor. A lo largo de la serie, ha planteado que la realidad y la compañía son duales, por lo que también existen dos posibilidades de enfrentarlas: la caridad o la rebeldía. La clara oposición entre dos tipos de peones: el común, el que se adormece con la explotación y el que se rebela, reivindica la última alternativa. Crítica, como la de Araya y Ovares, así lo visualizó (Araya y Ovares, 1988: 197-216).

Dentro de la coherencia global de la obra de Carvajal, la acción individual priva; sin embargo, se trata de una acción de rebeldía justiciera: acabar con un policía corrupto que cometía atropellos e injusticias contra los peones. Y el personaje no sólo es rebelde, también bondadoso. Se trata de un modelo de integralidad que no pasa de los 35 años. Es sanador, adormecedor de serpientes, alfabetizador, tomaba los avisperos y panales sin precauciones, los insectos nada le hacían, amigo entrañable de los niños. Es una mezcla de Jesús con Francisco de Asís, pues despierta también resonancias espirituales como la siguiente: “…ojos oscuros que se quedaban mirando con tan apacible serenidad, que uno sentía como si por el espíritu pasaran una cinta de seda…” (Araya y Ovares, 1988: 386). Este personaje tomó justicia por sus propias manos sin influencia del alcohol. Los demás peones liberan la presión peleando o tomando. Éste, en cambio, es sereno.

La voz narrativa considera el ambiente amoral porque las condiciones de explotación lo exigen así, pero no existe el pecado individual. Es la explotación la que genera ese comportamiento, frente al cual surge un nuevo tipo de místico: el que no pone la otra mejilla. La serie se abre con la crucificada, pasa por el “nacimiento” que ya nadie recuerda, cuestiona la noción de pecado frente a las niñas prostituidas y culmina con un nuevo redentor. El paralelismo entre la acción justiciera y el misticismo se sintetiza en el título de este último apartado El peón que parecía un santo.

La subversión de la lógica opresiva

Se ha realizado un recorrido sintético y apenas insinuado de la trayectoria del pensamiento de Carmen Lyra. En 1931, cuando escribe Bananos y Hombres, ha reflexionado y puesto en evidencia las asimetrías sociales, religiosas, patriarcales y económicas que dominan a la sociedad costarricense.

Por si fuera poco, denunciar el lucro con la fe por parte de la Iglesia Católica, visualizar el matrimonio como pérdida de la autonomía e identidad femenina, liberar de culpa a La Llorona, establecer las causas sociales de la histeria de la mujer agredida, y acusar a la United Banana Compay Co. de explotadora y causa del pecado social, todavía le faltaba el trecho más radical de su pensamiento y de su acción: su militancia en el Partido Comunista hasta 1948, fecha en que éste queda disuelto y sus militantes son objeto de persecución a raíz del enfrentamiento civil.

Por razones de espacio, no es posible detenernos en esta parte de su trayectoria. Sin embargo, queremos anotar dos elementos muy significativos. El primero es que por su dedicación al periódico Trabajo abandona casi por completo la ficción y se enfrasca en escritos sin preocupación estética en el sentido literario, pero abre una dimensión de la educación política que adquirirá pleno sentido y nombre conceptual. también décadas después del abordaje por parte de ella. Se trata de lo que en la década de los años ochentas del Siglo XX se conceptualizó como la Educación Popular.

La alternativa de llevar información sistemática a los sectores populares para asumir conscientemente las causas políticas y económicas de sus condiciones, la inaugura, para Costa Rica, Carmen Lyra en su trabajo periodístico.

En las páginas de Trabajo, se preocupa por ofrecer explicación e investigación exhaustivas de determinados hechos o personajes, pero también adquirió el carácter de “letras de emergencia”, como llamó Mario Benedetti la labor que determinados escritores se ven impulsados a realizar cuando las condiciones de la lucha política así lo requieren.

Artículos como: La silueta de un palanganas: don José Santos Lombardo (Lyra, 1939: 3); Falangista José Pozuelo (Lyra, 1941: 3); Contrato gollería del Ingeniero Bertolini (Lyra, 1942: 1-2); Los curas nazis amenazan con excomulgar campesinos (Lyra, 1942: 3); constituyen claros ejemplos de escritos en los cuales el objetivo estético cede su lugar al interés político inmediato.

Sin embargo, no todos sus escritos de este período responden a la urgencia del momento. Su formación intelectual se desplaza por algunos de los ejes vitales para la conformación de una conciencia revolucionaria y construye una temática que puede ser objeto de interés tanto histórico como cultural. Dentro de dicha temática se pueden establecer como los más importantes la moral, los temas o personajes de interés histórico, la cultura, la literatura, el arte, el imperialismo y la política internacional.

El imaginario oficial no podía soportar la convivencia con un pensamiento y una acción dedicados a desestructurar su razón de ser. Era una luz que transparentaba demasiado la esencia de la sociedad capitalista por lo que se defendió como bien sabe hacerlo en todas las épocas: la expulsó del país, la ocultó y hoy sigue ocultando su valor. Era un modelo de intelectual demasiado explosivo por su capacidad de análisis y, además, no concibió la labor intelectual desligada de la acción subversiva.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Araya, Seidy y Ovares, Flora. (1988). Ensayo y relato en Carmen Lyra. Letras, 18-19: pág. 197-216.

Ducca, Isabel. (2001). De cómo la Tía Panchita resultó pensadora. Imágenes, Vol. 7 No. 10: págs. 73-107. Lyra, Carmen. (1977).

Relatos Escogidos de Carmen Lyra. (Selección y prólogo de Alfonso Chase). San José: Editorial Costa Rica.

Fuente: ÍSTMICA. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras, Número 13 del 2010

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