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Memorias Comunistas sobre la Guerra Civil de 1948

2. El estallido de la Guerra Civil

Según el folleto de la CPPVP de 1948, el primer ensayo de “desobediencia civil” lo llevó adelante la oposición en 1947 con la “Huelga de Bancos”. El origen de esa huelga, mejor conocida en el recuerdo oposicionista como Huelga de Brazos Caídos,35 radicaba en la libertad con que los oposicionistas ocupaban puestos dentro de las instituciones del gobierno. Según los comunistas: “El pueblo no se sumó al movimiento y por el contrario, tomó la actitud de apoyar al Gobierno para intentar quebrar la intentona”.36 De ahí que, continuamente, las memorias comunistas identificarán a este movimiento como una “huelga de patronos”, de acuerdo con ellos realizada en contra del pueblo. Empero, el gobierno reaccionaría de forma débil a ese apoyo, firmando un pacto con la oposición en la que le cedía el “aparato electoral”. El resultado era esperado: “Asaltó así la oposición el aparato electoral y lo convirtió en un instrumento mediante el cual habría de realizar, como realizó, un gigantesco fraude desde el propio Registro Electoral. Amañó así un triunfo, logrando apenas una ventaja de unos diez mil votos sobre la votación alcanzada por el Dr. Calderón Guardia”.37

De acuerdo con el folleto de la CPPVP de 1948, la oposición estaba dividida en dos filas frente a la anulación de la elección presidencial de Ulate: “una se pronunciaba por la guerra civil; la otra por un acuerdo transaccional mediante el cual surgiera un tercero al ejercicio del Poder Ejecutivo, representando los círculos más poderosos de la banca, el comercio y la agricultura”.38 El primer grupo, “más agresivo”, estaba constituido por “falangistas, pronazis y súbditos del Eje que habían figurado en las Listas Negras” y “estaba ya en camino de la insurrección, cualquiera que fuera el resultado electoral, si éste no favorecía sus pretensiones”.39 Los comunistas sostienen que su partido quedó fuera de todas las conversaciones, ya que ellos no aceptarían una transacción que “se hiciera dándole la espalda a los intereses del pueblo”.40 En este clima, cuando la transacción “parecía ya hecha”, ocurrió lo que se temía: “José Figueres se alzó en sus latifundios del Sur del país, en conexión con la Legión Caribe”.41

En la versión escrita por Fallas, Mora y Ferreto en 1955, el énfasis en la división de los grupos de cara al resultado de las elecciones es distinto. En lugar de prestar atención a la oposición, los líderes comunistas se concentran en las divergencias existentes entre los grupos oficialistas. De esta manera, al darse el resultado electoral que favorecía a Ulate, “se planteó para los partidos Republicano Nacional (calderonista) y Vanguardia Popular la siguiente alternativa: aceptar bajo ciertas condiciones el resultado electoral, o anular por fraudulentas esas elecciones y encarar entonces el peligro de la guerra civil, que era inminente”.42 Aquí ocurre otro giro en la narrativa comunista al incluirse la imagen de un Otilio Ulate preocupado por una transacción que permitiera la formación de un gabinete, “que garantizara a los partidos perdidosos contra posibles persecuciones, a reconocer la deuda política de los dos partidos y a mantener las leyes sociales”; una propuesta que los comunistas encontraron “aceptable”, pero no así Calderón quien “se negó a entrar siquiera en negociaciones sobre las bases propuestas”. Esta posición, que insiste en un Calderón empecinado en ganar las elecciones a su gusto, se combina con la ceguera de parte de la Dirección de Vanguardia Popular que se habría dejado arrastrar “por la justa indignación de las masas populares”.43 Así, hacia 1955 ya están fortificadas dos visiones sobre el estallido de la guerra: una que pone el acento en el fraude electoral como justificación suficiente para anular las elecciones y otra que muestra divididos a los grupos oficialistas frente a un actor, Otilio Ulate, con el que había sido posible una transacción. Sin duda, los intentos de invasión calderonistas de diciembre de 1948 y 1955 jugaron un papel central en la evolución de esas narrativas.

El movimiento de Figueres, según los comunistas en su folleto de 1948, se habría beneficiado de las intrigas, el desorden y el oportunismo que reinaban en el Gobierno, siendo una de las más importantes la negación del Ministro de Seguridad Pública René Picado en darle armas al “pueblo”. Por eso, para los comunistas René Picado era en realidad “no sólo un instrumento del Embajador yanqui, sino un mercader muy peligroso”.44 En contraste, Figueres hacía la guerra con “oficiales y soldados experimentados y abundantes y buenas armas y municiones”.45 El embajador estadounidense, enseguida apoyó a los insurrectos utilizando “la red de emisoras que la Public Road Administration” tenía establecidas en todo el país para “dar información” y “difundir las órdenes para los rebeldes”. Asimismo, un “técnico americano en sabotaje” era el encargado de dirigir los actos de dinamitación mientras que el Embajador estadounidense ejercía presión contra el gobierno.46

Esta narrativa que liga a René Picado con la embajada estadounidense tenderá a consolidarse en los siguientes años.47 En el análisis de Fallas, Mora y Ferreto de 1955, Picado ya es presentado no solo como un “hombre de confianza de la Embajada Americana”, sino también como cercano a Somoza. No hay además una distinción en estas narrativas cuando se refieren a la representación diplomática estadounidense: para las vanguardistas, la embajada estadounidense estuvo siempre en su contra y a favor de los grupos que intentaban sacarlos del poder y marginarlos políticamente.48 Junto a la embajada estadounidense y René Picado, los “militares gobiernistas” aparecen constantemente como saboteadores de las ofensivas lideradas por los vanguardistas.49 Frente a ellos, el presidente Picado es representado en 1955 como un hombre débil y complaciente.50 Hacia 1958, Manuel Mora matiza esa imagen al intentar presentarlo como “un ilustrado profesor de Historia” a quien lo acongojaba mantener el orden público, por lo que siempre fue temeroso de utilizar la fuerza para hacerlo.51 Empero, en 1977 Manuel Mora cataloga a Picado como un gobernante débil que “carecía de la capacidad de decisión para mantener el principio de autoridad en un periodo de conmoción social” y como un presidente que “vivía haciendo equilibrio entre las presiones de la embajada yanqui y de su hermano, y su conciencia que lo empujaba a hacerle honor a los compromisos adquiridos con nosotros”.52 En suma, las memorias vanguardistas ubican su posición hacia 1948 como difícil: enfrentados militarmente a los grupos conservadores que querían dar al traste con la Reforma Social, a la embajada estadounidense, al Ministro de Seguridad que emprendía el sabotaje en su contra y un presidente Picado que caminaba por la cuerda floja entre la ética y la traición.

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