5. El Pacto de Ochomogo
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La manera en que el folleto de la CPPVP de 1948 se refiere a la actuación de Manuel Mora en las negociaciones conducentes a finalizar el conflicto bélico, lo exponen retrasando los acuerdos hasta “lograr algunas garantías a favor de la clase trabajadora”. Según esta narrativa, el Embajador estadounidense estaba disconforme con los atrasos y por eso habría pedido la invasión del país por parte de la Guardia Nacional nicaragüense. Este acontecimiento, “hizo cambiar inmediatamente la posición de Vanguardia Popular; nuestras gentes estaban dispuestas a cualquier sacrificio para evitarle al país la humillación y las consecuencias funestas que habría de traerle la intervención de la Guardia Nacional en los asuntos internos de Costa Rica”.84 Con base en esta posición, los vanguardistas estaban dispuestos a formar un frente común contra Somoza.
Así, se produjo “en el Alto de Ochomogo (zona ocupada por los figueristas) la entrevista personal del compañero Mora con Figueres. Llegaron al acuerdo de poner incluso inmediato fin a la guerra para hacer la resistencia posible a Somoza”. Según los vanguardistas, la deposición de las armas fue negociada por Manuel Mora y Benjamín Núñez a partir de un conjunto de garantías que habrían sido explicadas en una carta firmada por Nuñez y dirigida a Mora. En dicha carta se indicaba que el nuevo gobierno debía dar la cartera de Seguridad Pública a Miguel Brenes Gutiérrez, en quien los comunistas confiaban, y que la Secretaría de Trabajo debía recaer también en Brenes o en “un ciudadano que sea amigo de su partido el cual será debidamente consultado”. Mientras tanto, “los otros puestos del Gabinete que sea preciso destituir, serán ocupados por personas de mentalidad progresista de manera que, el nuevo gobierno sea una garantía para la clase trabajadora y para el pueblo”. Por si fuera poco, los figueristas hacían saber a los comunistas que su interés era formar una Constituyente con el fin de proclamar una nueva Constitución Política y por eso querían que los vanguardistas participaran tanto en la redacción de la nueva constitución como en la Constituyente. Inmediatamente, Núñez habría indicado que no existía una justificación para el “choque sangriento” entre vanguardistas y figueristas, ya que ambos grupos podían colaborar en la realización de “los ideales más sentidos por nuestra clase trabajadora y por nuestro pueblo”. Finalmente, Núñez, “siguiendo instrucciones del señor Figueres”, habría adjuntado a esa carta un pliego de garantías para la clase trabajadora en el que se sostenía que: las Garantías Sociales serían respetadas y profundizadas; el Código de Trabajo no sufriría cambios en contra de los trabajadores sino que sería “perfeccionado a favor de los mismos”; se darían garantías para el sostenimiento y actividades de las centrales sindicales existentes en el país, la Rerum Novarum y la Confederación de Trabajadores de Costa Rica, las cuales recibirían incluso el “apoyo económico y moral” del Gobierno; el sistema de Seguros Sociales sería respetado y reestructurado para que fuera controlado por un organismo único y para que sus beneficios fueran extendidos a todos los trabajadores del país; se intensificaría el plan de viviendas baratas; se procuraría asegurar la alimentación adecuada de la población; se guardaría absoluto y efectivo “respeto al sistema democrático republicano asegurando y respetando las libertades de pensamiento, de conciencia, de palabra, de reunión y de organización a todos los partidos que existan o puedan establecerse en el país”; se sostendría el Impuesto de la Renta y se utilizaría para enfrentar las necesidades del pueblo; se produciría un programa de distribución de tierras y todas las familias de las víctimas e incapacitados de la guerra civil, sin distinción de partidos políticos, recibirían indemnizaciones adecuadas, a la vez que se garantizaba la reinserción en sus trabajos de los trabajadores que hubiesen participado en la guerra, sin distinción de bandos.85
En 1955 hay un cambio en la memoria comunista con respecto a estas garantías. Si en 1948 los vanguardistas afirmaban que el pliego de garantías venía adjuntado a la carta de Núñez como una orden de Figueres, siete años después esas garantías, en el mismo orden, se le adjudican a Manuel Mora. De acuerdo con esta versión, al ser requerido en la embajada mexicana, Mora, después de escuchar que Picado había dimitido con la promesa de que se respetarían las vidas y haciendas de los “anti-figueristas”, planteó que él no podía desarmar a los militantes comunistas que estaban en lucha sin antes conseguir la promesa de que se respetarían esos compromisos. Por eso es que, según este folleto, Mora decidió subir a Ochomogo a dialogar con Figueres quien habría girado órdenes a Núñez para firmar en nombre del Ejército de Liberación la carta con las garantías en la embajada mexicana.86 No hay en esta nueva versión una mención a alguna invitación de Figueres o Núñez para que los vanguardistas contribuyeran en la redacción de la nueva constitución política o en la Constituyente. Al contrario, los comunistas aseguran que ellos le plantearon a los líderes calderonistas participar en las elecciones para la Constituyente en 1949, garantizándoles también sus votos, con el fin de hacer más apabullante la derrota de Figueres.87
En 1958 Manuel Mora reafirma la narración de que el pliego de garantías fue presentado por él a Figueres en Ochomogo. Según Mora, Figueres aceptó sus condiciones “las cuales, al día siguiente, fueron incorporadas al Pacto de la Embajada de México”.88 Este testimonio es rescatado por Mora en 1965,89 por Adolfo Herrera, Enrique Mora y Francisco Gamboa en 1968,90 y otra vez por Mora en 1969 y en 1977.91
En 1981 el periodista Miguel Salguero publicó una nueva entrevista con Manuel Mora. En esta conversación, el líder comunista transforma un tanto su relato sobre su conversación con Figueres en Ochomogo. Al ser consultado por Salguero sobre cómo estaban los ánimos en esa reunión, Mora agrega un elemento fundamental que no había incorporado en el pasado: “Figueres y yo habíamos sido amigos; y como yo le dije al comienzo de estas conversaciones, yo había sido hasta abogado de él. No fue afectuosa, pero tampoco hostil. Eran dos viejos amigos que se encontraban de nuevo…”.92 Según esta revelación, no eran dos enemigos los que se encontraban en Ochomogo, sino, dos amigos en frentes distintos.93
La primera vez que la versión de Mora sobre el Pacto de Ochomogo fue expuesta por una persona ajena a los comunistas, ocurrió como parte de dos entrevistas que el 20 y el 27 de setiembre de 1967, el sacerdote Benjamín Núñez le concedió al entonces joven tesiario en historia Oscar Aguilar Bulgarelli. Lo relatado por Núñez a Aguilar es muy importante no sólo porque tiende a confirmar la narrativa comunista que se estaba consolidando en la década de 1960, sino porque, como se verá más adelante, en la década de 1980 Núñez cambiará su versión de los hechos. Así, el sacerdote figuerista le contó al joven tesiario que en las entrevistas que se dieron en la Embajada de México para lograr un acuerdo de paz, Manuel Mora divergió con respecto a lo que los otros grupos oficialistas pretendían asegurar. Núñez dice entonces:
“Vanguardia Popular no me habló de seguridad de vidas, directamente, ni seguridad de haciendas, ellos son gentes que no tienen haciendas y no tienen por qué preocuparse por eso; pero me hablaron de algo, a mi entender, más importante, aparte de las vidas desde luego, que era el mantenimiento de las garantías sociales, el Código de Trabajo, y las instituciones sociales como el Seguro Social y el respeto a los movimientos sindicales y hasta a la existencia y a la participación política, de este grupo en la vida nacional. Yo no tuve ninguna dificultad en conceder, suscribir un documento, en que se le podía conceder a Manuel Mora, a Vanguardia Popular, esa garantía… ni Calderón Guardia, ni Teodoro Picado, me hablaron de esas garantías; en ningún momento mencionaron el Código de Trabajo, ni el Seguro Social, ni el sindicalismo. Quien me habló, muy interesado, como punto central de la negociación, fue Manuel Mora, él quería que esas instituciones sociales, se mantuvieran incólumes y se robustecieran”.94
Pero esta narración cambia abruptamente en un momento. Así Núñez indica que: “Cuando estábamos en esas conversaciones se presentó una situación muy seria, y sentí que ya no me encontraba capacitado para seguir la conversación por mí mismo”.95 ¿Cuál era esa seria situación de la que hablaba el sacerdote? Núñez no indica a qué se refiere. Más adelante descarta que como telón de fondo a esta conversación con Mora se presentara el peligro de una invasión nicaragüense o estadounidense al país, destacando que la noche en que él, Mora y Figueres se reunieron en Ochomogo, solamente se mencionó la amenaza somocista, “que todavía no se había hecho real”.96 Según Núñez, la conversación entre Mora y Figueres en Ochomogo fue un intento de ambas partes por convencerse mutuamente:
“Manuel Mora quería convencer a Figueres de la conveniencia de la concesión de las garantías, del carácter de las Garantías Sociales, de la Legislación Social, de las instituciones sociales, el reconocimiento de la vida política de su partido. Por otro lado Figueres quería convencer a Manuel Mora, que no había razón de que los comunistas nos estuvieran combatiendo… No terminamos en nada… Por tanto no hubo ahí ningún pacto, ningún arreglo, cada uno contó sus intenciones y trató de ganar al otro para su causa, y nada más. Por eso es equivocado hablar del Pacto de Ochomogo, no hubo ningún pacto”.97
En el testimonio de Núñez, contrario a lo que ocurre en el de su contraparte comunista, la amenaza somocista no aparece sino hasta después de la reunión en Ochomogo. Pero no va ser esta invasión la que convenza al sacerdote oposicionista de finiquitar las negociaciones en la embajada. Es en este punto del relato de Núñez en donde aparece la “situación muy seria” que habría aparecido antes de tiempo en su entrevista con Aguilar. Así, el cura le indicó a Aguilar que:
“Un día vino otro señor de origen español, don Enrique Limosner, a la Embajada de México, y preocupado comunicó a los embajadores el hecho de que en el entonces edificio de aviación que está al final del Paseo Colón se había almacenado una gran cantidad de dinamita y que se quería hacer en San José el tipo de defensa parecido al que se había hecho en Madrid, y dijo que el que estaba al frente de ese plan era el señor López Masegoza. El señor Limosner llevó a dos diplomáticos a que fueran a ver lo que él les estaba diciendo. Ellos fueron y comprobaron que en el edificio de La Sabana, según dijeron, había una extraordinaria cantidad de dinamita, y López Masegoza declaró abiertamente que esa dinamita era para librar la batalla de San José, que no se rendirían y que iban a demostrarle a Figueres lo que era pelear en la ciudad, y que ahí iban a destruir el mito que era Figueres… Este informe de la disposición que había de defender San José como a Madrid era grave y era toda una amenaza, porque manifestaba el ánimo caldeado de grandes sectores… En todo caso mi tarea era evitar, —por lo menos lo concebí así y creo que lo volvería a hacer—, que esa lucha tuviera lugar y favorecer con cuidado todos los planteamientos que se hicieran para evitar esa lucha en San José, que iría a costar tanta vida inocente, de personas que no estaban envueltas en el conflicto, tanta destrucción física, material. Fue de ahí en adelante que entendí con más claridad que había que agotar todos los medios para que se llegara a un arreglo. Este era el hecho que yo quería anotar, pues trajo un momento de dramatismo, casi trágico en el proceso de las conversaciones”.98
Es en este contexto, de acuerdo con Núñez, que él decidió negociar con Manuel Mora lo que el líder comunista insistentemente pedía. Así, el sacerdote figuerista le indicó a Aguilar que:
“De lo que ellos sólo hablaban… era de que se mantuvieran las garantías sociales, las instituciones sociales, la posibilidad de acción de su grupo, en el orden político que surgiera a raíz del arreglo. En cuanto a los dos primeros puntos ya lo habíamos conversado en el Alto de Ochomogo, y como Manuel Mora insistiera en esa parte yo escribí un documento especial dirigido a Vanguardia Popular, en que yo les aseguraba el mantenimiento de esas garantías, aseguraba también la posibilidad de que se impulsaría más y más la reforma social… Esa misma mañana entregué el documento a Manuel Mora”.99
De esa manera el testimonio de Núñez de 1967 agrega nuevos elementos a la narrativa comunista sobre el Pacto de Ochomogo y parece confirmar uno de los puntos medulares defendidos por Manuel Mora: la existencia de una carta y de un pliego de peticiones que habrían convencido a los vanguardistas de su rendición. Pero el testimonio de Núñez parecer haber persuadido más al joven Aguilar Bulgarelli quien escribió en su análisis de la Guerra Civil que en Ochomogo “no se firmó ningún pacto” y solamente fue “un cambio de ideas, en que se trató de mostrar al líder Mora que la oposición de su partido a la acción de Figueres, no tenía razón de ser”. El convencimiento del joven tesiario es precedido por una afirmación más fuerte sobre la narración de Vanguardia Popular acerca de la necesidad de dialogar con Figueres debido a la invasión que sufría el país: “Esto es falso porque aquella conversación se realizó antes de la invasión a que hacemos referencia”.100 La incredulidad de Aguilar sobre lo apuntado por Mora acerca del pacto en Ochomogo, tenía sin embargo un trasfondo más amplio en el que las narrativas comunistas se enfrentaban con otras memorias.
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