Setenta años de desarrollo sobre cenizas, dolor y sangre
Alex Solís F.
Discurso pronunciado en el conversatorio de conmemoración de los 70 años de la guerra de Liberaciónn Nacional, el 10 de marzo de 2018 en San Isidro de Pérez Zeledón.
La generación de 1948, fue una generación estudiosa, emprendedora y muy valiente; que no se metió en su casa a esperar a que los problemas del país se arreglaran solos, como por arte de magia. La generación de 1948, en el teatro de la guerra donde la vida se juega a cada instante a sangre y fuego, fue la arquitecta y la constructora de la Costa Rica que hoy gozamos, todas las mujeres y los hombres que vivimos en este pequeño terruño de paz y democracia.
Al reconocer la valentía y el idealismo de aquellos visionarios, que hoy resultan ser nuestros padres y abuelos, creo recoger la intención de quienes han organizado esta actividad, al titularla “setenta años de desarrollo sobre cenizas, dolor y sangre.
Tal es la razón, por la cual quisiera, en esta calurosa tarde de marzo, comentar algunos de aquellos actos heroicos que tuvieron lugar en el Valle del General.
Pero al hacerlo, quiero no solo brindar tributo a quienes arriesgaron su vida y a quienes murieron por la causa de la libertad y la democracia, sino también enjuiciar la forma como las actuales generaciones, particularmente quienes gobiernan, están encarando los problemas políticos, económicos, sociales y culturales que agobian al país.
La comparación tiene sentido, porque los problemas que encararon los gestores de la Guerra de 1948, son básicamente los mismos que hoy aquejan a la sociedad costarricense: la quiebra financiera del Estado, la corrupción, el tráfico de influencia política, la intransigencia, el fundamentalismo de unos y de otros, el personalismo, la cobardía, la falta de liderazgo y la ausencia total de un gran proyecto de vida nacional, que nos abrace a todos y nos ponga a caminar hacia una misma estrella.
Aunque la tentación de hablar sobre éstos problemas y otros hechos que se produjeron entre 1940 y 1948 es enorme, no podré hacerlo. Antes bien, solo para que sirva de contexto en el poco tiempo que se me ha brindado, quisiera indicar que los antecedentes inmediatos de la guerra de 1948 fueron los siguientes: Primero, el deseo de quienes gobernaban de quedarse en el poder y segundo, que el 1° de marzo de 1948, el Congreso, anulara, de forma arbitraria, la elección de don Otilio Ulate Blanco, como Presidente de la República.
Desde ese momento, Pepe Figueres comprendió que para recobrar el valor del sufragio, refundar la democracia y el gobierno republicano, al pueblo costarricense solo le quedaba el doloroso camino de la guerra, el sacrificio y la sangre.
Es ante tal paisaje, que emerge el espíritu heroico de los generaleños, dispuestos a rescatar, aún acosta de sus vidas, la honestidad en el ejercicio de la función pública, la justicia social, la libertad y la democracia.
Fue tan determinante y heroica la participación de los generaleños en la Guerra del 48, que hoy, si echamos la mirada para atrás, se puede concluir que la paz y la libertad que gozamos todos los costarricenses, se debe al papel que jugó San Isidro de El General.
En efecto, aquí comenzó la guerra el 12 de marzo de 1948, con lo que se denominó la Operación Maíz. Fue el primer operativo militar, el cual consistió en la toma de San Isidro, el primer pueblo liberado del autoritario y oprobioso de la época y la captura del campo de aterrizaje y de tres aviones.
Este operativo fue clave, ya que permitió por un lado, resguardar las espaldas de Pepe Figueres cuyo cuartel general había sido instalado en Santa María de Dota y por otro, establecer un puente aéreo con Guatemala, desde donde se trajeron las armas que abasteció el ejército de Liberación Nacional durante toda la guerra. Sin este operativo, la Guerra del 48 no habría no habría sido posible.
Se debe destacar, que San Isidro no solo cuidó las espaldas a Pepe Figueres o sirvió de puente para abastecer de armas a los libertadores de la patria. Aquí en palabras del propio Figueres, se produjo una de las batallas más heroicas de la Guerra de 1948, en una campaña verdaderamente épica, que todos los costarricenses deberíamos estudiar y conocer en la escuela y en el Colegio.
Después de aquella exitosa primera batalla, en un esfuerzo desesperado por retomar San Isidro y atacar a don Pepe por la espalda, las fuerzas del gobierno lanzaron un poderoso ataque sobre nuestra ciudad. Estas fuerzas estaban comandadas por el General Enrique Somarribas Tijerino y por el mayor Juan Leyva, ambos nicaragüenses. Además, compartía el mando con ellos el diputado comunista Carlos Luis Fallas, como consejero o comisario político de dicho comando, integrado por más de trescientos soldados oficialistas.
La batalla en la que se enfrentaron estas fuerzas con las generaleñas, tuvo lugar, cerca de donde nos encontramos, en unas trincheras construidas en el parque de esta ciudad, frente a la Catedral. Se trataba de un enfrentamiento muy desigual, no solo por la calidad y variedad del armamento que tenía el Gobierno, sino por la cantidad de soldados: ellos eran más de trescientos, los generaleños solo treinta.
Y sucedió lo que solo puede suceder, cuando se lucha o trabaja por intereses de orden superior: 30 campesinos, a quienes se les conoce como los “Los treinta de la trinchera”, casi sin armas, sin pertrechos, sin entrenamiento, sin agua y sin comida, durante treinta y seis horas defendieron heroicamente San Isidro, y con ello la razón de ser de la Revolución: el combate de la corrupción, la pureza del sufragio, el bienestar de los pueblos, la transformación de la sociedad y del Estado.
Quiere decir lo anterior, que en las manos de un puñado de campesinos, casi sin armas y sin entrenamiento recayó la defensa de San Isidro y el éxito de la Revolución, porque como dice el propio don Pepe: si San Isidro caía en manos del enemigo, “tendríamos un puñal sobre nuestras espaldas.”
Cuando repaso la historia de nuestro país, no tengo ninguna duda en afirmar, que la batalla que libraron “Los treinta de la trinchera” es la más importante batalla que se ha librado en el territorio nacional, desde la independencia hasta nuestros días, quizás solo comparable a la Guerra contra los filibusteros, en 1856.
La Participación de los generaleños fue tan determinante, que aquí no solo se inició la guerra, como ya había dicho el 12 de marzo, sino que también terminó el 19 de abril. Es de destacar que mientras en San José, en la Embajada de México, se firmaban los acuerdos de paz, en San Isidro se libraba un sangrienta batalla en la que hubo muchos muertos de ambos bandos, lo que significo, repito, el punto final de la guerra de 1948.
Viéndolo en retrospectiva, cuando se analiza el papel que jugó San Isidro en la Guerra de 1948, se llega a la conclusión que sin el destacado papel de los generaleños, la guerra del 48 no habría sido posible, no habría triunfado y consecuencia, quizás tampoco, se habría eliminado el ejército y los costarricenses disfrutado de la paz y la estabilidad que hemos tenidos durante los últimos 70 años. Dicho de otra forma, la decidida y valiente participación de los generaleños en la Guerra de 1948, cambió la historia de Costa Rica para siempre, en el tanto hizo posible la fundación de la Segunda República.
Dice don Pepe que “lo que ocurrió en San Isidro, durante la Guerra del 48, es materia suficiente para un libro…poemas, pinturas y estatuas.” Lamentablemente, hasta donde conozco, solo existe una poesía que Alberto Cañas escribió en honor de esos treinta campesinos valientes que pelearon por el restablecimiento de la libertad y el Gobierno Republicano en nuestro país; además, un pequeñito monumento en el parque y una abandonada tumba de los caídos, que muy poca gente conoce. Esta triste realidad, además de sonrojarnos, nos debería motivar construir en el parque un gran monumento para gloria y honra de aquellos valientes.
La participación de San Isidro de El General, reitero, fue tan determinante que la Junta Fundadora de la Segunda República, el 18 de noviembre de 1948, la declaró ciudad mártir.
Con esta celebración, hoy rendimos homenaje a Romilio Duran, Miguel Salguero, Jorge Ramírez, Juan Bautista Gamboa, Damián Barrantes, Rodrigo Quesada, Aníbal Barboza, Chalío Ureña, Millo Ureña, Aquileo Barrantes, Billo Barrantes, Dimas Barrantes, Guillermo Barrantes, Octaviano Barrantes, Máximo Mena, Lucas Mena, Tulio Barrantes, Nengo Zúñiga, Efraín Valverde, Misael Ceciliano, Chico Bedoya, Ventura Bedoya, Jeremías Garbanzo , Juan Vargas, Omar Agüero, Efraín Gamboa, Tista Ceciliano, Chelo Valverde, Carlos Valverde, Mario Infante, Claudio Barrantes, Oscar Infante, Edgar Infante, Chulo Venegas, Piquin Mora, José Mora, Bernardo Amador y María Isabel Romero, y a todos los demás, que no conozco o no pude documentar. También rindo homenaje a mi padre Beto Solís, otro guerrillero de la libertad, que aunque no estuvo en esa trinchera porque lo cogieron preso, sirvió al ejército de Liberación Nacional desde otro frente de batalla, como tantos otros. También rendimos homenaje a las 2500 personas de ambos bandos, que por la causa de la libertad y la democracia perdieron la vida en 1948.
Al analizar los antecedentes que condujeron a la guerra, la primera conclusión a la que se puede llegar, es que los hombres y las mujeres del 48 no se limitaron al puro estudio y diagnósticos de los problemas nacionales, como ocurre en la actualidad.
Ellos combinaron la teoría con la acción y lo hicieron con una gran determinación. Ellos para ir a la guerra donde se arriesga todo, no argumentaron que no se podía, que era peligroso, que no estaban preparados, que era dar un paso hacia lo desconocido o como abrir una caja de pandora. Ellos no se escudaron en el falacioso argumento del miedo, como se hace hoy, para emprender el camino de las reformas que necesitaba nuestro país, en 1948. Ellos lo arriesgaron todo para heredarnos la libertad y la democracia que hoy disfrutamos las mujeres y los hombres que vivimos en este remanso de paz.
Con ese ejemplo de vida, yo les invito a que miremos y encaremos el presente. Estoy profundamente preocupado, porque cada cuatro años elegimos gobernantes, que al llegar al poder de inmediato se refugian en el conformista discurso de que Costa Rica es ingobernable o en que una cosa es verla venir y otra bailar con ella. Y así, al llegar al siguiente proceso electoral, nos encontramos con que los problemas sustanciales del país en lugar de resolverse, más bien se han agravado.
Entonces, yo pregunto en esta calurosa tarde de marzo, emulando a los Treinta de la Trinchera: ¿qué vamos a hacer? ¿Cuál es la salida? ¿Vamos a continuar en la confortable posición de criticarlo todo y no hacer nada? ¿Vamos continuar refugiándonos en el cobarde argumento del miedo, o diciendo que no estamos preparados para emprender el camino de las reformas que requiere la sociedad y el Estado? ¿Vamos continuar haciendo elecciones viendo como la situación del país se deteriora, año con año? ¿No es cierto que todos estamos muy indignados? Entonces, yo pregunto: ¿Estamos haciendo nosotros lo que podemos para resolver los problemas del país?
Un grupo de ciudadanos, que ya somos miles a lo largo y ancho de Costa Rica, creemos que para resolver los problemas, no basta con elegir presidentes cada cuatro años, porque eso no está dando resultados. Ya verán como, con cualquiera que resulte electo Presidente de Costa Rica, el próximo 1° de abril, que los problemas, en lugar de resolverse se agravarán. Ojalá me equivoque.
Este grupo de ciudadanos creemos que mediante un proceso que arranque del pueblo, de abajo hacia arriba, con visión de futuro, que nos integre a todos, de manera pausada y en paz, debemos convocar una Asamblea Constituyente con el propósito de aprobar una nueva Constitución, que nos permita vivir mejor a todos.
No podemos vivir anclados en las instituciones que heredamos de nuestros padres y abuelos, pensando que es lo único que podemos tener. ¡El mundo es de los vivos!, diría Tomas Jefferson. Seamos valientes como la generación del 48. Atrevámonos a imaginar y crear otras formas de organización, otras formas de gestión de las políticas públicas y otras formas de compromiso y participación ciudadana. Atrevámonos a profundizar la democracia, el respeto por los derechos humanos y a construir un Estado más eficiente, que nos permita vivir mejor a todos.
Amigas y amigos, el mejor homenaje que podemos tributar a los hombres y mujeres que hace 70 años arriesgaron o sacrificaron su vida a la causa del Estado Constitucional, democrático y social de derecho no es quedándonos de brazos cruzados. No inventemos pretextos. El país requiere de nosotros. Solamente tenemos que tomar la decisión de trabajar por Costa Rica. Llegó el turno de darnos una nueva Constitución. Este es el momento de fundar la tercera República.
LOS TREINTA DE LA TRINCHERA
Alberto Cañas
Para hablar compatriotas,
de los treinta hombres de la trinchera
se necesita amar mucho nuestra tierra:
se necesita haber llorado por ella;
se necesita haber contado una por una
todas las lágrimas derramadas.
¡San Isidro en peligro!
¡San Isidro en peligro!
Perdido San Isidro, todo está perdido…
Los hombres se contaron y eran solo treinta.
¿Qué pueden treinta hombres hacer contra trescientos…?
En la plaza del pueblo,
rodeada por la iglesia y la escuela
alguien escavó una trinchera,
La plaza no fue hecha para peleas y muerte
pero ahora hay una trinchera.
En otros días mejores, se jugaba en ella;
a veces pacían las vacas
o discutían las viejas;
y en las tardes jugaban
los niños de la escuela;
No hay que haber conocido San Isidro
para saber todo esto.
Por que en todos los pueblos
hay una plaza rodeada por la iglesia y la escuela.
Pero esta plaza, esta plaza
tiene algo que las otras no tienen:
esta plaza tiene una trinchera.
Ahí está la trinchera.
¡San Isidro en peligro!
Los hombres se han contado…
y tan solo son treinta.
¿Qué pueden treinta hombres hacer contra trescientos…?
¿Qué pueden treinta hombres hacer contra trescientos?
Resistencia.
Sí, resistencia
y para hacer resistencia,
allí está la trinchera.
¡San Isidro en peligro!
Mientras estos treinta hombres estén en la trinchera
no caerá San Isidro.
Mientras estos treinta hombres opongan resistencia
no está todo perdido.
Puede ser resistencia silenciosa,
resistencia con pocos disparos.
Puede ser resistencia de solo estar allí,
de estar allí metidos
los treinta hombres de la trinchera.
En la trinchera no han nada que comer
pero no caerá San Isidro.
El sol brilla, agota y quema a los hombres de la trinchera;
no se sabe cuánto tiempo habrá que estar en la trinchera;
no se sabe si habrá que morir en la trinchera;
no hay una gota de agua en la trinchera;
hay barro, polvo suciedad en la trinchera;
hay pocas y malas armas en la trinchera;
Pero esos hombres saben…
que en tanto resistan en la trinchera
no caerá San Isidro.
El sol y la angustia, el calor y las balas
son los otros habitantes de la trinchera.
Las horas pasan
y la angustia aumenta.
¡Que se rindan, gritan los agresores,
que se rindan
que ninguna esperanza les queda!
Al caer la noche
las oraciones, las balas y la angustia de las tinieblas
son los nuevos habitantes de las trinchera.
Noche y sed
y la incertidumbre de las penumbras.
Y el padre nuestro,
y el padre nuestro
que se repite hasta vaciarlo de contenido.
No hay nada que beber en la trinchera,
y no hay otra luz
que la luz desigual de las estrechas.
Y la muerte al otro lado de la calle
en la iglesia, en la escuela,
y en todos los lugares
que rodean la trinchera.
La angustia, la sed, la muerte
y las estrellas siempre presentes.
Pero no hay que rendirse,
que nada se ha perdido
mientras un solo hombre quede en la trinchera.
¡San Isidro en peligro!
Treinta hombres hicieron resistencia
y no cayó San Isidro
porque hubo treinta hombres dentro de una trinchera.
Treinta hombres,
treinta hombres que aquí están,
que aquí viven,
que están en la historia.
No cayó San Isidro
porque los treinta hombres de la trinchera
36 horas resistieron
la angustia del sol y la noche,
el hambre y la sed,
el polvo y la suciedad
las balas y la muerte.
No calló San Isidro,
porque durante treinta seis horas,
los treinta hombres de la trinchera
un día irrumpieron del polvo
para convertirse en héroes,
ser una leyenda
y pasar a la historia.
Esta batalla por el arrojo, la valentía y el sacrificio de aquellos 30 campesinos generaleños es comparable a la batalla de “Las Termopilas, durante la segunda Guerra Médica entre griegos y persas, en el año 480 antes de Cristo.
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