Don Pepe Vive
Francisco Morales
Ni doctor, ni licenciado, ni ingeniero, ni general, ni presidente. Simplemente: don Pepe. Así lo vivió el pueblo costarricense. Ni político, ni empresario, ni sindicalista, ni universitario, simplemente: estadista.
Polifacético, como el renacentista Leonardo Da Vinci o como el redactor de la declaración de independencia de los Estados Unidos Tomás Jefferson.
Da Vinci, diseñó aeroplanos, pintó y escribió y Jefferson con igual destreza redactaba la bellísima declaración de independencia o herraba su caballo o hacia sus muebles.
En América, Bolívar cabalgaba por la cresta de la cordillera de los Andes, era estratega y táctico militar y con su prosa y escritos -como mi delirio sobre el Chimborazo- renovaba la literatura latinoamericana.
Son seres humanos excepcionales.
En Costa Rica, don Pepe levantaba empresas como La Lucha que más que una empresa era casi un falansterio nacido de la noble tradición utopista de Owen, Saint Simón y Fourier. En 1948, dirigía la estrategia y la táctica de la revolución con visión nacional e internacional. Pensaba, y formulaba planes de desarrollo para la Segunda República que anunciaron desde el escenario de la guerra, las Proclamas de Santa María de Dota.
Construyó un país nuevo. Otra Costa Rica. Fundó en 1951, desde las brumas de La Paz en San Ramón, un partido que hoy, sobre el pedestal de sus sesenta años de fecunda existencia, levanta el pendón de una nueva victoria electoral.
Se empinó sobre los pequeños límites de la Costa Rica patriarcal y aldeana de don Cleto y don Ricardo para ver -sin dogmas- el horizonte de la humanidad. Fue ciudadano del mundo como quería el sabio Clorito Picado y en plena Guerra Fría restableció relaciones con la Unión Soviética y visitó la China, el gigante que hoy empieza a despertar.
Pensador político como pocos. No se dejó atrapar por las estrechas ideologías como en Palabras Gastadas. Memorable, todavía, es su intervención crítica sobre la política exterior de Estados Unidos en América Latina hecha en el Senado de ese país en 1958 con motivo de la violencia que desató en Caracas la visita del Vicepresidente Nixon.
Señaló caminos para un nuevo orden económico mundial con sus luchas por precios justos a nuestros productos, la abolición de los ejércitos, la descolonización y la creación de la CEPAL, la UNTAD y la OPEP que recogió con visión madura en su libro La Pobreza de las Naciones en 1972.
Amó la agricultura, los campesinos y los árboles. Todos recordamos su ensayo Ciprés con Sal (Sol, Abono y Luz). También Franjas de Luz, experimentos de arboricultura en el paralelo diez, editado por el Instituto Tecnológico en donde nos llamó a “cultivar la madera” como cultivamos el café.
Leamos éste fragmento de La Pobreza de las Naciones escrito con encendida emoción lírica y acendrado espíritu de agricultor visionario.
“Escribo con emoción, porque amo la agricultura. No he querido ver las volteas del cacao, y espero no ver las del café. Ojalá que podamos sustituirlo gradualmente haciendo que se desvanezca en un número de años… Quiera Dios que las lluvias de abril sigan trayendo nuestra primavera tropical, que las chicharras de marzo le canten igualmente a los siembros de mañana, que las flores no se acaben y que vengan nuevos azahares”.
Tres lustros después, Liberación Nacional y los gobiernos de Monge y Arias introdujeron los nuevos siembros de los cítricos y sus azahares se extienden por más treinta mil hectáreas en el país.
Como todo gran conductor buscaba la soledad y la meditación. Francisco -me decía- “ha visto usted que hay personas que nos quitan la soledad y no nos dan compañía”. Casi como alivio a las tempestades de la política se refugiaba en la literatura. Escribió. Hay cuentos de don Pepe que no desmerecen al lado de los de Borge, Juan Bosch, Fabián Dobles y Alberto Cañas, como Así Nacen las Palabras y Cubases Tiernos en Abril.
Precursor, también, de estilos literarios políticos sencillos y educativos como Cartas a un Ciudadano que constituyó -junto con los escritos de Rodrigo Facio- la agenda del desarrollo de la nueva Costa Rica de la segunda mitad del siglo XX.
Rechazó la frase ampulosa, con más son que ton y acudió a la frase corta y sencilla como Azorín, cortada a cincel como García Monge y Salazar Herrera, sobria e inspirada como Winston Churchill.
Con astucia de campesino siempre dijo que él no era político; que él era un agricultor “prestado a la política”. Pero el fue un político estadista y algo más todavía: un conductor. Costa Rica ha tenido seis conductores polémicos pero que dejaron huella luminosa a la patria. En el siglo XIX, Gregorio José Ramírez, Braulio Carrillo, Juan Rafael Mora, Tomás Guardia y Rafael Iglesias y en el siglo XX, José Figueres.
Una vez llegó José Martí a Caracas y le pidieron que hablara sobre Bolívar y el notable orador empezó diciendo que para hablar de Bolívar “se necesitaba tener por tribuna el Chimborazo, entre relámpagos y truenos, con un manojo de pueblos libres en la mano y a los pies, descabezada, la tiranía”. Para hablar de don Pepe, los que tuvimos el privilegio de estar a su lado en tantas batallas políticas, parlamentarias y de gobierno, necesitamos tener por tribuna El Chirripó y desde ahí -de lo más alto de los Crestones- lanzar ideas y acometer acciones que enriquezcan la hermosa aventura del ser humano.
Don Pepe Vive. Para los costarricenses es, y debe ser, pan nuestro de cada día.
– Exdiputado y Exministro de Trabajo del presidente Figueres
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