El Fundador de la Segunda República

José Figueres Ferrer

El Fundador de la Segunda República
José Figueres Ferrer

De «La Segunda República – Dos Epocas y una Costa Rica»
Editorial Borrasé, Agosto 1948.

«La personalidad de José Figueres Ferrer es nueva y hasta pudiéramos asegurar, no existe. Este ciudadano, a quien el destino reservó para protagonista de una de las páginas históricas más brillantes de la nación -ser fundador de la Segunda República-, es ante todo un auténtico revolucionario de ideas y un valiente y decidido ejecutor de ellas. Nunca antes había sonado su nombre como caudillo político. Fue por muchos años el costarricense anónimo que impulsó el ideal de un saneamiento de nuestras carcomidas instituciones y a ello, sin autobombos y sin resonancias, se entregó por completo.

Cuando vinieron días muy negros para el país, una noche de tantas ocupó el micrófono de una estación radial y pasmó al país con su actitud valiente. Dijo todo aquello que bullía en su corazón de costarricense. Ello le causó el destierro, la persecución y fue cuando el país empezó a oír su nombre como un posible caudillo, no de tribuna pública, sino de ejecutorias viriles, de hechos tangibles y sanciones para los que pisoteaban el honor nacional. En el destierro sufrió privaciones sin límites, pero no perdió su tiempo valioso. Ya que no podía atender sus haciendas y sus haberes, en cuya administración había realizado una magnífica y brillante labor, en beneficio de la colectividad campesina que tenía la fortuna de estar bajo sus inmediatas órdenes, dedicóse a cultivar con más esmero su ya brillante educación intelectual. Visitó las aulas de los colegios y universidades de la gran nación del norte, (EE.UU.) y en ellas bebió sabias enseñanzas y demostró su mentalidad vigorosa. Estudió cuanto pudo. Su afán fue el de no perder el tiempo en frivolidades de turista obligado. Luego, cuando le fue posible, retornó a la patria, la que lo recibió entusiasta. Una intuición de la ciudadanía adivinó en él a un gran hombre, a un posible encauzador del futuro destino de la patria. Y así fue. Con el correr de los años, el mozalbete que tuvo extrema fe y devoción en un hombre de gran estatura moral y cívica como el recordado caudillo León Cortés Castro, siguió el ejemplo de éste y se enfrentó decidido contra los que detentaban el poder.

Vino a agudizarse aún más el desastre. Se burló a un pueblo honrado y viril. Se trató de acallar, por vez segunda, la voz de ese pueblo por medio de la mordaza férrea de las armas. Y surgió entonces el hombre idealista, el máximo revolucionario. Su pequeña silueta, allá en los campos nublados de San Isidro, El Empalme, El Tejar y otros tantos, como una aparición milagrosa, condujo a un puñado de valientes. Les dio consejos, los estimuló, los impulsó a acometer la grandiosa campaña de liberación. Y nació, no el político ansioso de poder y vanidoso, sino el héroe de una gesta diáfana y cristalina como diáfano y cristalino es su espíritu y su corazón.

La patria lo colmó de honores. Pero esos honores no han logrado encender en él la vanidad que es patrimonio del hombre mediocre. Con seriedad exquisita, con una calma pasmosa, sin asomo de membretes políticos, luego de concluida su gesta victoriosa, pensó en algo más grande: la reconstrucción de lo que otros habían destruido. Y sin ser político, afrontó la responsabilidad enorme de hacer lo que siempre ha correspondido a los políticos. No pensó nada más que en devolverle a la patria arruinada y mal herida, lo que antes le perteneció: una libertad económica y una libertad espiritual.

Y ahora, apenas cuatro meses después de haberse enlodado en las montañas que se abrieron a su paso, lo tenemos al frente de una labor aún más dura, más comprometida. Y si con su destreza y valor a toda prueba resultó victorioso en aquella jornada de titanes, ahora estamos seguros, su agudeza, su inteligencia, su vasta preparación y más que todo, su grande empeño de costarricense, lo hará ser nuevamente el jefe vencedor.

José Figueres Ferrer nada ambiciona para sí. Su espíritu altruista y su corazón de gran costarricense, todo lo que pretenden es que Costa Rica surja; que su querida patria salga victoriosa de esta gran prueba de la que él ha sido el máximo protagonista.

El actual Presidente de la Junta de Gobierno no es un demagogo, no es un político, no es, ni siquiera, un pretendiente a la fama; es, solamente, un patriota, un gran patriota, que anhela para el campesino con el que ha convivido la mayor parte de su joven vida, mejores días. Que desea para el país, en todas sus actividades, el sitio que le corresponde en el marco de las naciones cultas, civilizadas y responsables de sus ideales, de su vida propia y próspera.

Es el primer Presidente de la República, ningún otro caso recordamos, que no cobra su sueldo. Su giro, tal y como lo recibe, lo entrega para que se aumente el renglón destinado a reconstruir la zona del país que más duramente fue azotada por efectos de la revolución, en la que él participó como jefe de los valientes que la realizaron.

José Figueres Ferrer, está dando la savia de su vida, los entusiasmos de su preciosa juventud y el fruto de su inteligencia fecunda, sin cobrar nada, sin esperar nada. Es un ciudadano como pocos los hay. Humilde, callado y responsable, pero también valiente y decidido cuando como tal debe serlo.

Las páginas de la vida política del país no tienen referencias de sus correrías por los campos en solicitud de votos para llegar al Congreso o a la Presidencia de la República. De él, políticamente, los pueblos nada saben. Pero sí saben que fue el ciudadano que expuso su vida, en una gesta libertadora de gran trascendencia para el país. Saben esos pueblos que de no haber sido Jose Figueres, es muy posible que a estas horas aún tuviésemos los costarricenses sobre nuestras cabezas la amenaza terrible del black-jack o el temor de morir por una bala disparada de cualquier parte y por cualquier matón.

Este es, a grandes rasgos, el retrato de este gran ciudadano que se llama José Figueres, a quien el destino conservó, por merecido en forma absoluta, una de las páginas más brillantes y gloriosas de la historia de la patria.»

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