Palabras Gastadas

LIBERTAD


Musa que dictas las proclamas de los héroes, numen que aleteaste en Gettysburg: si no soy digno de tu aliento, haz al menos que al pasear mi pobre entendimiento escrutador por las naves impolutas de tan augusto templo, no lo profane. Quiero estudiar la Libertad.

En la mañana de un día ya muy lejano, Homo Sapiens solitario se dio cuenta de que podía permanecer en su caverna, húmeda y fría, y entumirse allí, o salir al sol y calentarse. Una vez afuera, podía dejarse comer de las fieras, o refugiarse en un árbol, o matarlas, y servirlas en su nítido menú.

Este fue tal vez el primer descubrimiento inconsciente de nuestro abuelo en la selva; su facultad de elegir entre un curso de acción que le trajese bienestar, y otro que le perjudicase. A menudo la actividad beneficiosa implicaba algún esfuerzo, o el sacrificio de una satisfacción menor; mientras que la conducta perjudicial era fácil, como la molicie halagadora. A menudo no podía distinguir su intelecto entre una acción y otra, ni predecir los resultados respectivos.

Mas su memoria retenía las experiencias, poco placenteras con frecuencia, y su raciocinio formulaba las reglas primitivas: abstenerse de la acción perjudicial; dominar la tendencia a la inacción; actuar de manera constructiva en beneficio de su vida. Su mente dictó las restricciones, y las órdenes positivas; había ejercido la libertad.

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Al asociarse el hombre con el hombre para la defensa de su vida, para la consecución de menesteres, y para el mayor desarrollo de su ser, su facultad de elegir su acción se siente limitada por el ejercicio de iguales facultades de los demás miembros del grupo. A veces la conducta beneficiosa para si, sin perjudicar al vecino, pugna con el interés común. Ha nacido una entidad abstracta, la sociedad, tan llena de necesidades como el hombre individual.

Nueva incertidumbre prevalece al tratar de distinguir, y clasificar, lo saludable y lo nocivo, cuando coexisten, y se enlazan y se cruzan, los intereses míos, los tuyos y los nuestros. Mas sugiere la experiencia nuevas reglas generales, que abarcan la mayoría de los casos, y los hombres las acatan, convencidos de que son su propio bien. Mientras rige la inteligencia hay libertad.

La interdependencia de los hombres se acentúa cada día, al tiempo que se extiende a un mayor grupo social. Hoy el diestro agricultor de California se informa y se dirige, con la ayuda del mecanismo federal, por lo que haga su colega en la Florida, o por la uva que consuma el oficinista en Nueva York. Hombres cada vez más separados coordinan sus comunes intereses, restringiendo su conducta individual.

«Por significativa paradoja, nada nos impone mayores restricciones, más abstractas, que el sistema de vida democrático, que nos obliga a sentir respetuosa tolerancia por el ejercicio de los derechos ajenos, y por las opiniones contrarias a las nuestras»

Y parece concertarse un nuevo enlace en nuestro siglo, para la orientación social de actividades hasta ahora personales y en conflicto unas con otras. Están a punto de tomar los hombres un cambio de actitud, y decidirse a cooperar en la faena, común a todos, de procurarse abrigo y techo, salud, escuela y pan.

Cada nueva asociación trae nuevas reglas de conducta. Mas todas estas restricciones al humano proceder en sociedad, como otrora en primitiva soledad, son la elección inteligente de la acción más sabia y constructiva, y el dominio de los impulsos destructivos, a la luz de la experiencia acumulada. Son el imperio de la mente, y no menguan, sino ensanchan, el campo donde actúa en su libertad.

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El error más corriente sobre la libertad no es el de quienes gustan de vivir en el desorden, alterando con hechos el concierto social. Casi todo delincuente sabe bien que su conducta es nociva, y que las fuerzas tendientes a evitarla, o a castigarla luego, son beneficiosas al grupo, y redundan a la larga en su provecho personal.

La equivocación grave y frecuente es la que sufren en sus juicios los que creen menospreciar la libertad, que no es sino la divina facultad de elegir inteligentemente, y la confunden con el desorden, o desenfrenada potestad de proceder al antojo. Atribuyen a un cuerpo esbelto y definido, las dimensiones desfiguradas de una sombra.

La libertad es un sentimiento; es el gozo del corazón cuando rigen la vida los dictados preclaros de la mente; cual la salud, no se aprecia hasta que se ha perdido; cual la belleza, se aprecia más cuanto mejor se le conoce.

El oso bailador domesticado, el tigre sanguinario entre sus rejas, el dócil can con la cadena al cuello, han perdido su libertad. Una fuerza exterior, irrespetuosa, les priva de su voluntad, imponiéndoles la suya. Pero el hombre discernidor que se priva de la acción perjudicial a su vida o a su grupo, y actúa socialmente, ejerce libertad.

El vasallo de un régimen que irrespeta su persona, en violación del pacto social, o le priva del derecho a contribuir en la elección del derrotero general, ha sido defraudado en legítima acreencia, por la entidad misma encargada de velar por la pureza contractual. Y si no lleva dentro de sí un altar donde arda, inalcanzable, la llama santa de la dignidad, la inapagable sed de libertad, puede quedar reducido a más mísera existencia que su bruto antepasado en la selva sin confín.

Numerosos como las miserias humanas han sido los atropellos de los gobiernos a los derechos ciudadanos. Desde el tiempo de Arístides el Justo, los varones que alientan elevada fe, los que tienen aptitud para juzgar, y el valor de censurar, han sido considerados peligrosos por los tiranuelos incapaces de defender sus actuaciones. Y se ha creído conveniente, con prudencia esquivadora, interponer tierra y mar entre la amenaza de un análisis consciente, y la debilidad de una situación insostenible. Robo de libertad es el exilio, practicado a mansalva por medio de la fuerza pública que la sociedad depositó en quienes juraron merecerla. Asalto de los temerosos, que no quedan impunes ante el escrutinio y el desprecio de la historia, cuyos laureles desagravian con creces a los Hugos y Montalvos.

Mas el ciudadano de un país donde reina la razón; donde el respeto a la humana dignidad es fundamento de toda relación; donde las restricciones saludables, como las medidas orientadoras, no emanan de un arbitrio individual, estulto o sabio, ni de reducido grupo, sino de la voluntad de quienes forman, mantienen y defienden, conforme al tácito convenio, el agregado social; ha obtenido lo que esperaba de su unión con otros hombres: se ha superado. Porque sus fuerzas físicas, su potencialidad económica y sobre todo el culto a su majestad de Rey de la Creación, se han multiplicado tantas veces como individuos tiene el grupo. Y es hombre libre.

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Entendida la libertad como el imperio de la mente, adquiere para el hombre el valor de lo sagrado. Las viejas religiones supieron algo de esto. El misticismo hindú la encontró en la negación de sí mismo, en el dominio de la bestia humana. El precepto socrático que nos manda conocernos a nosotros mismos, alumbra el camino hacia la misma perfección. Y nada más modelador. más conducente a la perfecta vida social, más inteligente. que el principio cristiano de amar al prójimo como a sí mismo.

Diríase que al florecer la mente humana radiante y acabada, tras proceso evolutivo de millones de períodos sin cuento, miró a su mundo interno y lo encontró partido, igual que el exterior. por dos grandes tendencias: el impulso del desorden destructor, combatiendo al armónico esfuerzo constructivo. Púsose la mente del lado de la armonía creadora; se revistió de autodominio y ambición, y dio muerte al dragón de la pasión y la molicie. Y al erguirse vencedora sobre el cuerpo del vencido, se encontró anegada de las linfas de un placer jamás sentido, un inefable ardor, un éxtasis sagrado indefinible. Entonces adoró su íntimo gozo, le erigió un templo dentro de si misma, y le dio por nombre Libertad.

Del universo, la tierra; de la tierra, la vida; de la vida, la fauna; de la fauna, el hombre; del hombre, la mente. La mente humana es el cenit de la Creación, y la libertad es su atributo predilecto; profésanse las dos un culto mutuo: la mente es el sol que, dorándola, la adora; la libertad es la espiga que al abrirse la venera.

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