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“Caínes despiadados… Caínes invasores”

EL ASESINATO DE LOS VOLUNTARIOS DE LA CRUZ ROJA

EL ASESINATO DE LOS VOLUNTARIOS DE LA CRUZ ROJA

El 20 de diciembre de 1948, un grupo de voluntarios de la Cruz Roja que estaba en Murciélago, Bahía de Santa Elena, en Guanacaste, fue atacado sorpresivamente por invasores que estaban al mando del exjefe político de Esparza, Álvaro Granados, quien había ejercido ese cargo público durante el gobierno de Teodoro Picado. La prensa describió al líder así: “Asesino de profesión, se recordará que, durante la campaña, dio muerte a tiros a un ciudadano, mientras se celebraba un baile en Esparta” (La Hora, 27 de diciembre de 1948, 1). Si bien este asesinato se le adjudica a Granados, no se especifican más detalles y no se sabe si fue capturado o enjuiciado.

El asesinato de voluntarios de la Cruz Roja fue posiblemente el acontecimiento que más indignó a la opinión pública y generó manifestaciones de desaprobación al movimiento invasor. Como resultado del ataque, los invasores fueron representados como seres inhumanos y sanguinarios; por ejemplo, se les describió de la siguiente manera: “Monstruos humanos, las bestias sin Dios ni ley… en el colmo del salvajismo y de la inconsciencia, masacraron a aquellos servidores cristianos” (La Hora, 21 de diciembre de 1948, 5). A los invasores se les acusó, en primer lugar, por haber atacado a un grupo de voluntarios de una institución humanitaria, en segundo lugar, porque las víctimas estaban desarmadas y, en tercer lugar, por no haber respetado a un “Ministro de Cristo” (La Prensa Libre, 24 de diciembre de 1948, 5). Como señaló la prensa:

Debidamente uniformados, con las insignias a todas luces visibles, sin portar armas, sin escolta militar y acompañados de un sacerdote, fueron brutalmente asesinadas dentro de una casa donde les tendieron una emboscada en el momento en que disponían a levantar su puesto de Cruz Roja (La Nación, 22 de diciembre de 1948, 8).

Las víctimas fueron seis hombres: Jaime Gutiérrez Braum, de aproximadamente 42 años, caracterizado como miembro destacado del Colegio de Ingenieros de Costa Rica y dueño de las fincas Murciélago y Santa Rosa; el presbítero Jorge Quesada, de 25 años, quien se había ordenado el año anterior y prestaba servicios en la población de Barbacoas en Puriscal; Antonio Facio Castro, de aproximadamente 30 años, médico y cirujano graduado en los Estados Unidos; Oscar Maineri, también de unos 30 años, licenciado en farmacia, quien al inicio de la invasión se encontraba en Puerto Rico y alarmado por las noticias que circularon en el exterior se dispuso inmediatamente a regresar a Costa Rica; y el estudiante universitario Jorge Manuel Delgado, de 19 años, y Edgar Ardón Brenes, de 22 años, empleado de comercio. En los periódicos La Hora y La Nación se afirmó que sus cuerpos habían sido “profanados” con arma blanca, lo que dificultó su identificación.

La indignación se hizo presente en la sociedad costarricense. Incluso, algunos investigadores han planteado que existió una conexión entre estos asesinatos y la expulsión de Calderón Guardia del Colegio de Médicos y Cirujanos (Solís Avendaño 396). Sin embargo, la expulsión ad perpetuam que incapacitó legalmente a Calderón para volver a ejercer su profesión de médico en Costa Rica se dio el 30 de julio de 1948, es decir, cuatro meses antes de la invasión. En una asamblea general del Colegio de Médicos y Cirujanos se conocieron los expedientes levantados contra varios de sus miembros por no haberse apegado a la actitud que debían seguir como médicos durante la guerra civil de 1948; es decir, por haber participado de los “sucesos revolucionarios” (La Nación, 1 de agosto de 1948, 5). A otros miembros acusados los suspendieron por un año, seis meses o un mes. Por lo anterior, el contexto de la expulsión de Calderón es el de persecución y despido de empleados públicos y del sector privado, de filiación calderocomunismo, sin relación con la invasión.

La violencia más deshumanizada en el asesinato de los cruzrojistas fue reprochada mediante un simbólico acto de duelo nacional, como se describió en la prensa:

Alrededor de las dos de la tarde, los comercios capitalinos y de las cabeceras de cantón y de provincias, comenzaron a cerrar sus puertas como muestra de duelo por la muerte del destacamento de la Cruz Roja… A las tres de la tarde no quedaba en la ciudad capital un solo establecimiento de comercio abierto al público… Todos los hombres y mujeres vistieron de negro durante el día de ayer, como homenaje a los valientes de la Cruz Roja caídos en cumplimiento de sus humanitarias labores. Por las calles capitalinas no se veían más que personas enlutadas y verdaderamente dolidas por la pérdida irreparable sufrida por la patria (La Nación, 22 de diciembre de 1948, 9).

El embajador de Costa Rica en Washington, Mario Esquivel, dirigió una carta a Mr. Paul Reugger, presidente del International Comittee of the Red Cross en Suiza, en la que declaró:

These men were murdered near the villaje of Murciélagos where they were establishing a medical field station to attend the soldiers wounded… I protest before you and before the civilized world against the cruel and inhuman conduct of the murderers who have invaded my country” [Estos hombres fueron asesinados cerca del poblado de Murciélago, donde establecían una estación médica para atender a los soldados heridos… Protesto ante ustedes y ante el mundo civilizado por la conducta inhumana y cruel de los asesinos que invadieron mi país] (ANCR, MRE, 27001, s. f.).

Por su parte, el director general de la Cruz Roja Costarricense, Alfredo Sasso Robles, emitió un comunicado en el que decía:

La Cruz Roja está hoy de duelo. Nuestra institución, llamada por la índole misma de sus humanitarias funciones, a aliviar el dolor de los demás, siente hoy el dolor en su propia carne… No llevaban armas. Sólo portaban medicinas y vendas. Y encontraron balas. Iban a salvar a otros de la muerte y la muerte los escogió a ellos primero (La Nación, 22 de diciembre de 1948, 7).

En un editorial de La Nación se planteó que este caso era la prueba de que la invasión estaba siendo realizada por mercenarios, pues un acto de tanta violencia no podía haber sido realizado por costarricenses:

Desarmados, en cumplimiento de su labor altruista, confiados en que la santidad de su misión era escudo protector, como lo es en todo país civilizado, fueron sorprendidos… Discuten las cancillerías si en la invasión armada hay fuerzas extranjeras. ¿Quieren prueba mejor que la vil carnicería de Murciélago?

No existe un costarricense capaz de perpetuar el asesinato alevoso de un grupo sanitario de la Cruz Roja. Tienen que haber sido mercenarios destacados quienes dispararon sobre gentes indefensas… el doctor Calderón Guardia, jefe de los forajidos, no podrá quitar jamás de su nombre de médico y de costarricense, el estigma de haber puesto armas en manos de hienas extranjeras y de haber invadido con ellas el territorio costarricense (La Nación, 22 de diciembre de 1948, 3).

El asesinato de los cruzrojistas fue representado con metáforas bíblicas, por ejemplo, algunos interpretaron el ataque a través de la narración bíblica de Caín y Abel. Precisamente, estas representaciones son las que dan título a este trabajo.3 Rodolfo Brenes, quien se identifica como un calderonista, señaló: “Ni siquiera respetaron las nobles insignias de la Cruz Roja ni el hábito de un representante de Cristo. En nuestra patria se repitió el crimen de Caín” (La Nación, 23 de diciembre de 1948, 5). Continuando con esta metáfora, en un artículo de La Nación se manifestó: “Víctimas de una emboscada traidora estos hombres, hombres de verdad, murieron por aliviar los dolores de sus hermanos costarricenses pero hallaron en su camino a los caínes invasores del suelo patrio” (La Nación, 22 de diciembre de 1948, 8). Por último, Oscar Martínez utilizó la figura de Caín en un extenso poema titulado “Romance de los Caídos” (Diario de Costa Rica, 25 de diciembre de 1948, 2), el cual dice en un fragmento:

Hay que contar a los vientos,
para que lo sepa el mundo,
este horripilante crimen
que trajo duelo profundo…
En honor al dios Caín
los seis cuerpos masacraron;
el Niño Dios está triste
porque su cuna mancharon…

El gobierno de la Junta aprovechó el ataque a los cruzrojistas para diabolizar, deshumanizar y desprestigiar a sus enemigos. No obstante, en Nicaragua el Comité de Prensa de Exiliados Costarricenses aseguró en la prensa del país que las víctimas de El Murciélago habían perecido en combate militar y que ellos, conscientes de los convenios internacionales, respetarían siempre la inmunidad de la Cruz Roja, lo cual, por el contrario, no habían hecho los figueristas durante la guerra civil cuando ametrallaron convoys de material y personal médico (Diario de Costa Rica, 24 de diciembre de 1948, 5). Cabe resaltar que, durante el funeral de los voluntarios de la Cruz Roja, el cual se realizó cerca de la iglesia de La Merced, la prensa informó sobre acciones represivas contra opositores de la Junta:

Unos comunistas que viven por ese sector… fueron requeridos por las autoridades para que quitasen unos vivas a Calderón que ostentaban visiblemente y que naturalmente eran una afrenta para el pueblo costarricense en momentos en que había sido herido el honor nacional con el asesinato vil y cobarde de una brigada de La Cruz Roja. Los comunistas, en vez de acatar la orden de la policía, retó a ésta cuchillo en mano… Los “vivas” fueron quitados y los revoltosos fueron pasados a la penitenciaría (La Hora, 22 de diciembre de 1948, 7).

La censura a la prensa impuesta por el gobierno mediante la creación de la Oficina de Información y Censura (Salazar Mora 154) cumplió su objetivo al exaltar este caso y guardar silencio con respecto a otros casos como el asesinato de seis hombres que estaban recluidos en la cárcel de Limón, mientras eran trasladados hacia San José, en un lugar conocido como el Codo del Diablo (ANCR, AJ, 1949; Benavides Chaverri 1968). Molina (2017) plantea lo siguiente: “Fue la prensa asimismo la que brindó seguimiento al caso, informó sobre las condenas e incluso proporcionó espacio a los comunistas y a los familiares de las víctimas para que se pronunciaran” (37). Posiblemente, esto ocurrió luego de levantarse la censura y de haber terminado el conflicto armado.

La muerte de los cruzrojistas fue un acontecimiento de gran relevancia en la posguerra costarricense, pues permitió que la sociedad manifestara con firmeza su deseo de que la violencia política acabara. Fue el acto que generó mayor repudio a nivel nacional contra la invasión y, en general, contra la vía armada como mecanismo de enfrentamiento político. Fue un episodio que de cierta forma integró a la población costarricense a través de la desaprobación de la violencia, especialmente, la dirigida contra la población civil. Además, la deshumanización de los invasores representados como personas sanguinarias generó que el movimiento armado se deslegitimara, mientras que el gobierno de la Junta utilizó el evento para fortalecer el gobierno de facto.

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