Anecdotario

Anécdotas de Pillique Guerra (4)

Anecdotario

Marina de Guerra

Mis relaciones con el Caudillo, fueron excelentes después de la Revolución, y puedo decir que era un hombre muy preocupado por sus amigos; inclusive tuve una operación cuando era Viceministro de Seguridad Pública y me fui a operar a Estados Unidos. Tres o cuatro veces por semana me llamaba personalmente para averiguar cómo estaba. En el hospital se asustaban: «Lo llama el Presidente de Costa Rica». En una ocasión me dijo: «Manuel Enrique, cuando salgas de esa vaina te vamos a casar con Marina Volio». «¿Y eso, para qué?». «Idiay para tener una Marina de Guerra». Recordemos que mi apellido es Guerra.

Cambio de clima

En una oportunidad, en un viaje Puntarenas en mi flamante Cadilac, yo llevaba a don Pepe, y como acostumbro siempre pongo el aire acondicionado al máximo. Al llegar al Puerto se despertó el viejo Líder y comentó: «¡A la gran flauta! ¡Cómo ha cambiado el clima de Puntarenas! Antes era caliente y ahora está como en El Empalme…». ¿Ese comentario era una broma o en serio? Probablemente en broma, pero con el Caudillo, nunca se estaba seguro.

Sobre un submarino

Nos llegaba mucha información cuando estaba de Viceministro de la Presidencia y tenía el recargo de la Oficina de Seguridad. Llegaban rumores o bolas, y teníamos que protegerlo. Especialmente porque los más encarnizados enemigos eran Trujillo de República Dominicana, Batista de Cuba y especialmente Somoza de Nicaragua. En una ocasión se dijo que Somoza lo invitó a encontrarse los dos en la frontera, la contestación fue: «Díganle a Somoza que con qué calibre quiere que sea el encuentro, si con tiro grueso o delgado». Otra vez lo retó directamente Somoza y le contestó: Como está más loco que una cabra suelta en un repollar, el duelo puede ser sobre un submarino…».

Debajo del colchón

Una noche de visita en su casa, en los cerros de La Carpintera, que la bautizó con el nombre de Entebbe; ya cerca de las 9 de la noche, entró su fiel empleada Dorelia a la biblioteca y dijo: «aquí le traigo estos chayoticos en leche. Perdone que tardara tanto». Figueres sonrió, y le dijo: «Me olvidé que no había comido. De veras que tardaste bastante. ¿Por qué?». Dorelia se encogió de hombros y no respondió; pero Sacristán que era su ayudante, le dijo a don Pepe: «Dorelia no quiere decirle, pero es que no había nada de víveres en la cocina y tuve que salir a traer unos chayotes afuera». Mientras degustaba la delicia de guiso que le preparó Dorelia, el Patriarca comentó: «¿Nada en la cocina? Eso es raro. ¿Por qué, Dorelia?». Titubeó la amable señora, y Sacristán le habló a su jefe: «Bueno, porque se terminaron y en el almacén tenemos el crédito cerrado…». Pero, ¿por qué no me pidieron dinero?» dijo don Pepe. Dorelia y Sacristán se miraron entre sí sorprendidos. Entonces habló Dorelia: «Idiay porque usted nunca tiene dinero en sus bolsillos…». Sonrió el Patriarca, puso el plato de comida en una mesita, levantó un cojín y señaló varios miles de colones y dólares en billetes. «Mira, aquí hay suficiente para comprar los víveres de un año…». En verdad siempre los sorprendía. Dorelia no supo qué decir al ver los billetes que el Patriarca guardaba en su sofá predilecto, debajo del almohadón. En cambio Sacristán, más perspicaz -por algo decía que los años a la par del Patriarca habían sido como la universidad para él- se atrevió a cuestionarle. «Pero… usted que nacionalizó la banca en Costa Rica, ¿guarda plata como quien dice debajo del colchón? ¿Por qué?». «Porque -y de nuevo tomó el plato del guiso de chayote- ¿no te has dado cuenta de que a como anda hoy el país, debajo del colchón está más segura?»

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