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Anecdotario

Anécdotas de José Rafael Cordero Croceri (21)

¡Ah cosas las de don Pepe!

Veintiún anécdotas contadas por el exdiputado y exministro José Rafael Cordero Croceri, editadas a partir de su libro “¡Ah cosas las de don Pepe!” por Camilo Rodriguez Chaverri.

Una aspirina

Durante los primeros días del inicio de la Revolución de 1948, se libró en San Cristóbal Sur de Desamparados, uno de los más fieros combates. El pequeño contingente que comandaba don Pepe fue prácticamente barrido por las fuerzas que el gobierno de don Teodoro Picado había enviado para sofocar la rebelión. Don Pepe, en medio del desastre que se produjo, mantuvo la calma y buscó refugio en uno de esos grandes tubos de concreto que se emplean en la construcción de desagües principalmente, y que de casualidad se encontraban a la orilla de una calle en espera de ser usados. Junto a él se sentó un bravo muchacho desamparadeño, del famoso grupo de don Domingo García y don Carlos Gamboa. El muchacho, preso de lógico nerviosismo, fue afectado por un fuerte hipo.

Don Pepe era consciente de que si era capturado se terminaría ahí el movimiento revolucionario. Preocupado por el ruido que pudiera provocar su compañero de armas, recurrió a una de sus inteligentes argucias y al nivel más bajo de voz que pudo, le dijo cerca del oído:

-Mire compañero, siempre ando con una pequeña pastilla y estoy decidido a tragármela en el momento en que seamos descubiertos. Pero como la Revolución me necesita, como su indiscutible jefe no me queda más camino que pedirle a usted que se sacrifique por la patria.

Acto seguido le entregó la pastilla. El valeroso muchacho, sin pensarlo mucho, se la tragó de un solo golpe, y de inmediato, como por arte de magia, el hipo desapareció.

De esta manera, no fue capturado el gran caudillo y la Revolución se salvó.

¡En realidad lo que le había dado era una simple aspirina!

El héroe desamparadeño, fallecido hace algunos años, se llamó Jorge Romero.

Blanquear

Rolando Fernández fue su secretario privado por mucho tiempo. Cuenta la siguiente anécdota: antes de ocupar el puesto de manera oficial, en Casa Presidencial, había trabajado con don Pepe en su casa de Barrio La California, cerca de la antigua Cantina La Luz. Le cedió una pequeña oficina que daba a un patio exterior. Cierta tarde llegó a visitarle Don Pepe, quien lo buscaba personalmente cuando necesitaba que le atendiera algún asunto de urgencia. Al llegar, se quedó mirando la ventana, abrió las persianas y dijo, «Rolando, es mejor que busque otro lugar, porque aquí fácilmente lo pueden blanquear».

Olla de carne

Se acostumbraba que el Presidente asistiera a las celebraciones del día patrio de las diferentes misiones diplomáticas acreditadas en el país. Como no gustaba de platos extraños, acostumbraba ingerir un poco de «olla de carne», que era su comida favorita, antes de asistir a algún acto de esa naturaleza.

En cierta ocasión le fue ofrecida una recepción en la Embajada de la República de Argentina, cuya representación estaba a cargo de una distinguida dama, quien se mostró muy solícita con su connotado visitante. Le acompañó a la mesa principal, donde había suculentas viandas, entre ellas un delicioso plato de canelones. Don Pepe, con la mayor cordialidad, rechazó el ofrecimiento. Al percibir la congoja de la anfitriona, le dijo que no se preocupara porque él con cualquier galletita de soda quedaba satisfecho.

Pelota

Muchos muchachos que participaron en el 48, pasaron a ocupar altos cargos. Uno de esos muchachos fue Rodolfo Solano Orfila, a quien le decían «Pelota», lo que le molestaba muchísimo.

Siendo ministro de Obras Públicas, don Chico Orlich, Rodolfo Solano ocupa un alto cargo en ese ministerio.

Una vez, los trabajadores del MOPT que laboraban bajo el régimen de planillas, realizaron un paro en demanda de mejoras en sus salarios. El muchacho del cuento se puso al frente del movimiento, y le dijo a los dirigentes que le aseguraran a sus compañeros que todo se iba a resolver dada su amistad con don Pepe.

Con tan buenos augurios, se organizó una marcha hacia la Casa Presidencial. Don Pepe salió a recibirlos, y después de escuchar sus quejas, les dijo,

-Miren, muchachos, no se preocupen por los problemas que me vienen a plantear. Dichosamente, en el ministerio donde ustedes trabajan ocupa un alto cargo un joven a quien apodan «Pelota». Es una persona muy inteligente, por lo que estoy seguro que les encontrará una solución oportuna.

La muchacha del ministro

Don Pepe era un pésimo fisonomista. Durante su primer gobierno, formó parte de su gabinete un joven ministro que había contraído recientes nupcias con una bella joven. Como se acostumbraba entonces, don Pepe realizaba frecuentes reuniones informales con los ministros a las que asistían las esposas.

Aunque este tipo de reuniones nunca fueron de su agrado, don Pepe asistía y se aprendió los nombres de las compañeras de todos sus ministros.

Para el acostumbrado saludo de Año Nuevo que se ofrece al Cuerpo Diplomático, la joven pareja llegó y lo primero que hicieron fue saludar al presidente.

Al rato, don Pepe se encontró en uno de los pasillos al joven ministro, y con mirada maliciosa, le dijo,

-Dígame, ministro, ¿de dónde sacó esa muchacha tan bonita que anda con usted?

El apellido

Había en Cartago un eterno aspirante a diputado que se metía en cualquier actividad a hacer méritos político electorales.

En una ocasión se presentó un problema con los productores de papa, quienes reclamaban mejores precios para su producto, y pedían la presencia del presidente Figueres.

De inmediato se apersonó el candidato del que hablamos, y se comprometió a conseguirles una cita con el mandatario. Así lo hizo, a través de un viejo dirigente del partido.

El candidato vino a la reunión con el presidente y se puso en primera fila. El hombre no se cambiaba por nadie.

Posó junto al mandatario para las fotos de la prensa y se esforzó por robarse el show.

Don Pepe se enteró de sus intenciones, por lo que al despedirse le dio la mano, y hablando fuerte, para que todos lo escucharan, le dijo, «hasta luego, Monterito».

El asunto es que ese no era su apellido, por lo que don Pepe lo dejó muy mal ante sus acompañantes.

Pepe Tacones

Aunque una buena cantidad de grandes figuras de la historia han sido de baja estatura, para don Pepe resultó un complejo difícil de disimular. Usaba botas con tacones más altos, por lo que sus adversarios aprovecharon para colgarle el mote de «Pepe Tacones».

Pocas veces asistía a las recepciones, porque decía que en esas actividades lo único que se hace es beber guaro. Cuando iba, era porque lo obligaban a atender rígidas reglas protocolarias. En una de esas ocasiones, después de un corto lapso, pidió a su anfitrión la venia para retirarse. Por esa época acostumbrada usar sombrero, como lo hizo siempre de joven. Al buscarlo, lo encontró colgando de una de las perchas más altas de la paragüera que se encontraba a la salida de la residencia. Al darse cuenta que el sombrero estaba fuera del alcance del presidente, el embajador corrió a recogerlo y se lo entregó cortésmente. Al despedirse, don Pepe le dijo,

-Sírvase recibir mi agradecimiento por las finas atenciones de que he sido objeto y además por molestarse al alcanzarme el sombrero. Pero le ruego tenerme presente para cuando se le caiga algún objeto al suelo, para venir a recogérselo.

Cuba libre

Meses antes de la caída del dictador cubano Fulgencio Batista, Don Pepe fue invitado a la inauguración del edificio del Palacio Municipal de la ciudad de Cartago. Al acto asistió el Cuerpo Diplomático. Al embajador cubano le correspondió sentarse al lado del mandatario.

Por ese tiempo, se había popularizado en el país un cóctel conocido como «Cuba libre», mezcla de gaseosa con ron.

A la hora del brindis, alzó don Pepe la copa vacía, como acostumbraba hacerlo, por lo que el embajador cubano se apresuró a preguntarle por qué no brindaba con algún licor en su copa, a lo que don Pepe le contestó,

-Yo sólo brindaría con Cuba Libre.

Sobre un polvorín

La finca «La Lucha sin fin» fue siempre sitio de reunión de luchadores por la libertad que deambulaban por estas naciones en busca de ayuda para derrocar a los regímenes espurios que tiranizaban a sus pueblos. Durante la primera etapa de la Revolución Cubana, durante la dictadura de Batista, llegó a Costa Rica un grupo de exiliados, encabezados por el Comandante Hubert Mathos.

Lo primero que hicieron fue dirigirse a la histórica finca para entrevistarse con don Pepe, quien les recibió con el interés que merecían aquellos valientes luchadores. Al poco rato de iniciada la reunión, los hizo pasar a uno de los galerones aledaños a la casa, para conversar con mayor privacidad.

Al llegar, se sentaron sobre unos sacos de yute y unos cajones muy deteriorados. En nombre del grupo, Mathos le pidió a don Pepe un lote de armas que se decía que estaban escondidos en algún lugar de la finca.

Don Pepe, que ya había escuchado las lamentaciones por la dictadura de Batista, y los ruegos por ayuda, con la mayor tranquilidad le dijo,

-No se preocupe por las armas. Ustedes están sentados sobre ellas y pueden llevárselas.

Procedieron a abrir cada una de las cajas y con sorpresa comprobaron que habían permanecido sentados sobre un verdadero polvorín.

En calzoncillos

Don Pepe casi siempre tuvo a su lado a su fiel amigo, el licenciado Gonzalo Solórzano, quien fue su Secretario de la Presidencia, lo que ahora se llama Ministro de la Presidencia.

Un día que iba a llegar un diplomático a presentar sus cartas credenciales, Don Gonzalo estaba muy preocupado por la tardanza de don Pepe para vestirse tal como lo exigía la ocasión. Por esta razón, le llamaba a cada momento por el intercomunicador. Cansado del asunto, don Pepe decidió presentársele tal y como se encontraba en ese preciso momento: en puros y simples calzoncillos.

Don Gonzalo se quedó estupefacto al verlo, y don Pepe le dijo,

-Me vine así porque usted me dijo que no había tiempo de esperar.

Catrín

Los esfuerzos que sus asistentes tenían que realizar para que don Pepe estuviera listo para cualquier acto protocolario resultaban sofocantes, y más cuando su estado anímico no era el más conveniente.

Contaba el periodista Jorge Arguedas Truque, quien en una de sus administraciones sirvió el cargo de Secretario de la Presidencia, que después de que vencieran todas esas dificultades, don Pepe debió esperar en su oficina a un distinguido visitante, lo que le puso aún de peor talante. El circunspecto diplomático se presentó luciendo sus mejores galas y en la solapa de su traje tenía una serie de condecoraciones.

A don Pepe le cansaban esos actos. Los consideraba insulsos, y sin algún fin práctico. No encontraba la manera de iniciar la conversación, por lo que sólo se le ocurrió preguntarle,

-Idiay, embajador, ¿adonde va tan catrín?

Declaratoria de guerra

Durante su segunda administración, Don Pepe decidió poner en cintura a la United Fruit Company, con el objeto de que dejara más beneficios al país, pues ya tenía más de medio siglo de explotar nuestras tierras. Se les exigió pagar un 50 por ciento de impuesto de renta en lugar del 30 por ciento que pagaban hasta entonces.

Los personeros de la compañía opusieron fiera resistencia, con el apoyo del gobierno de Estados Unidos. Amenazaron con abandonar los cultivos y con dejar el país. No faltaron los serviles que pusieron el grito al cielo por el peligro que significaba para la economía.

Un periodista, que apoyaba la posición de la compañía bananera, en son de burla le dijo al presidente que, conocida su posición tan radical, por qué no le declaraba la guerra a Estados Unidos.

Don Pepe le contestó,

-Me parece muy interesante lo que usted sugiere. Pero lo grave no es eso. Lo que me preocupa es pensar que haríamos si les ganamos la guerra.

La pluma

Cuando don Pepe tenía que recorrer el país en una de sus campañas, prefería alojarse en la casa de uno de sus partidarios de confianza.

Durante la campaña de 1953, en la que se enfrentó al acaudalado empresario Fernando Castro Cervantes, en una gira que realizó por Guanacaste, don Pepe se alojó en la casa de habitación del exdiputado José Ángel Jara, en Las Juntas de Abangares.

Al día siguiente, cuando iba por el cruce conocido como La Irma, don Pepe le pidió a su amigo Jara que se devolvieran porque había dejado olvidada su pluma. Al llegar a la casa, se dirigió a la habitación que había ocupado la noche anterior. Después de correr el colchón, dijo «aquí está», y les mostró su reluciente arma calibre 45.

EL curandero

Siendo embajador en Colombia, recibí la visita de don Pepe. Una noche, después de una recepción oficial, me atacó un profundo dolor de estómago. Don Pepe diagnosticó una aguda gastritis y ordenó que se me diera un vaso con leche. Su remedio casi me manda al hospital puesto que el dolor se agravó muchísimo. Al día siguiente acudí al médico y resultó que era un ataque de amebas. Cuando se lo reclamé, como en broma, ante su versión de la venta de anteojos que hacía a los campesinos de La Lucha, se limitó a decirme,

-En La Lucha, yo lo que hacía era ayudar a que la gente viera mejor. Pero en su caso, el tonto fue usted al hacerme caso. Yo nunca le he dicho que sea curandero.

Administración Figueres

A los pocos meses de iniciada su tercera administración, Don Pepe asistió a un acto en la Universidad de Costa Rica. Los muchachos estaban divididos en dos bandos, unos a favor y otros en contra. Al llegar al predio, los muchachos que lo adversaban lo recibieron con una fuerte silbatina. Algunos le lanzaron fuertes improperios. Don Pepe perdió el control y le lanzó un fuerte golpe a un muchacho de la Facultad de Medicina. La noticia conmovió al país y le dio la vuelta al mundo. ¡Un presidente agredió a un estudiante!

A los años, siendo aquel estudiante ya un profesional, se encuentran de nuevo. Le dice,

-Don Pepe, seguro usted no se acuerda de mí, Yo soy aquel estudiante del incidente en la universidad. Como consecuencia de aquel golpe, tuve que ponerme un puente en mi dentadura.

Don Pepe se quedó viéndolo, y le contestó,

-Dígame, ¿y no le puso al puente «Administración Figueres»?

El General Volio

Un día quedaron de encontrarse don Pepe y doña Marina Volio, hija del legendario General Jorge Volio en La Lucha, debido a que ella requería algunos datos de él para una investigación que realizaba. Doña Marina se trasladó en su vehículo a la Zona de los Santos. Al llegar, preguntó por don Pepe y un trabajador le dijo que posiblemente se encontraba en alguna de las plantas procesadoras de la fibra de la cabuya, que se hallaban en el bajo.

Al acercarse a una de las fábricas, pudo ver al propio Presidente Figueres todo cubierto de aceite, mientras trataba de arreglar algún desperfecto. Ella siempre había creído que lo que se decía de esas aficiones de don Pepe era pura demagogia.

Al notar su presencia, don Pepe salió a recibirla, la paso adelante y la llevó a su casa, donde les habían preparado un almuercito.

Don Pepe habló con largueza y entusiasmo del General Volio, y confesó que fue uno de sus más grandes inspiradores para llevar adelante la reforma social y económica en que estaba empeñado.

Después de escucharlo, doña Marina le reclamó porque, a pesar de que decía que admiraba a su padre, durante sus gobiernos y a partir de 1948 se le había perseguido muchísimo.

-Usted perdone, Marinita, por lo que voy a decirle, pero eso que usted me reclama es cierto, y se debió a que su padre era el único mariachi que tenía los güevos bien puestos.

Los pantys

Un día, un grupo de periodistas interrogó a don Pepe y le cuestionó sus aventuras revolucionarias en contra de dictaduras latinoamericanas y el costo de la vida.

Uno de los periodistas le increpó diciendo,

-Si quiere un ejemplo, le puedo dar uno. Los pantys que usan las mujeres han subido una barbaridad.

Don Pepe guardó silenció unos segundos, y chispeando los ojos, le contestó,

-¿Y qué quiere que haga yo, que le baje los pantys a todas las mujeres?

El boxeador

El ex Presidente de Venezuela, Doctor Luis Herrera Campins, en el ejercicio del poder, realizó una visita a Costa Rica con el fin de atender una invitación oficial que le extendiera el Presidente de la República Rodrigo Carazo. Al llegar a San José, expresó su deseo de visitar a don Pepe pues se enteró de que estaba hospitalizado.

Llegó a la Clínica Bíblica, donde estaba esperándolo don Pepe. Al verlo en la puerta, se irguió como pudo sobre su almohada. Don Pepe convalecía de una operación de cirugía facial. Estaba cubierto de vendas. Al mirar la cara de susto del mandatario venezolano, sin darle tiempo a que lo saludara, le dijo,

-No se preocupe, Presidente, que el «otro» quedó peor.

La pitonisa

El Año Nuevo de 1988 se recibió con malos augurios de una conocida pitonisa que predijo muchas calamidades, pestes, terremotos y la muerte de uno de los expresidentes de la república.

Por esos días, don Pepe había experimentado serios quebrantos en su salud, por lo que tuvo que ser hospitalizado en dos ocasiones.

Alguien le preguntó que si se había enterado de la predicción hecha por la pitonisa, a lo que, ni lerdo ni perezoso, se apresuró a responderle,

-Sabe amigo, no estaba enterado de ese cuento de la adivinadora, pero ahora sí que usted me ha llenado de preocupación, ya que en los últimos días he visto muy pálido a don Mario Echandi.

La pensión

Ya en el ocaso de su vida, se enteró don Pepe que el Presidente en ejercicio, Oscar Arias Sánchez, Premio Nobel de la Paz, había propuesto que se le declarara Benemérito de la Patria.

Cuando le preguntaron los periodistas, se limitó a decir,

-La vaina es que, como a los beneméritos les dan una pensión, tendrían que buscarme ahora una muchachona bien guapa, para tener a quien dejarle la mía.

A cato limpio

Al triunfar la Revolución del 48 se produjeron muchos abusos y atropellos contra los partidarios del régimen derrocado, condenables siempre, pero que se explican mientras se normaliza lo que se conoce como el péndulo de todo triunfo revolucionario. Don Pepe trató de frenarlos hasta donde le fue posible. Recordamos que en Cartago, para evitar mayores problemas, al ocupar le heroica ciudad, lo primero que hizo don Pepe fue ordenar que se lanzaran al Río Molino (una acequia o quebrada que desciende por el sector oeste de la ciudad, propiamente al costado donde se encontraba el Hospicio Salesiano y que por cierto dio su nombre a ese conocido barrio) los toneles de licor que permanecían en las bodegas de la Agencia de la Fábrica Nacional de Licores.

Pero ni aún así pudo evitar otras tantas arbitrariedades.

Víctima de uno de estos incalificables atropellos lo fue el ilustre maestro y brillante escritor don Mario Sancho, quien sufrió la humillación de ser detenido sin justificación alguna, ya que se había mantenido al margen durante la contienda electoral que había desembocado en la guerra civil del 48. Cuando don Pepe se enteró de tan grave hecho lo vimos llegar con muestras de profunda indignación hasta el Colegio San Luis Gonzaga, que servía de cuartel provisional al Estado Mayor de su Ejército, y ordenar que de inmediato se pusiera en libertad al ilustre ciudadano. Además, dio instrucciones para que se castigase al o a los culpables de tan condenable acción. En el resto del país se cometieron atropellos similares, consecuencia lógica de la venganza que trataron de tomarse muchos ciudadanos por sus propias manos, después de haber sido víctimas de toda clase de ignominias por parte de las autoridades del régimen derrocado.

En San José, la brillante escritora y folklorista, Emilia Prieto, que había sido cofundadora del Partido Comunista, padeció varias detenciones, pese a que desde la primera ocasión en que sufrió tal vejamen, don Pepe se apresuró a ordenar que se le dejara en libertad y giró instrucciones precisas para que no se le volviese a inquietar.

Pero sus deseos no fueron cumplidos. Sumamente molesto, cuando se enteró de que la destacada educadora había sido detenida de nuevo, se traslado hasta la prisión donde se encontraba y se enfrentó al oficial que estaba a cargo de la unidad. Era un hombrón de casi dos metros de altura, quien se negaba a cumplir sus órdenes por considerar que debía apegarse a ciertas normas militares.

Don Pepe, ciego de indignación y lleno de coraje, sólo atinó a gritarle:

-¡O la pone en libertad inmediatamente o lo agarro a cato limpio!- (*).

(*).- Cato m. Golpe con el puño. Miguel A. Quesada Pacheco. Nuevo Diccionario de Costarriqueñismos. Editorial Tecnología Costa Rica. 1991.-

Anecdotario don Pepe

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