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Anecdotario

Anécdotas de Gerardo Trejos (3)

Anecdotario

Como todas las personas verdaderamente inteligentes, poseía un gran sentido del humor, igualado únicamente, tal vez, por don Ricardo Jiménez y don Abel Pacheco en la historia de Costa Rica.

A diferencia de tantos demagogos que se presentan a los electores no como ciudadanos que pretenden legítimamente ejercer el cargo de Presidente de la República, sino como demiurgos capaces de solucionar en cuatro años todos los problemas del país (algunos inocentes les creen). Él, cuando fue candidato victorioso en las elecciones de 1953 y 1970 se presentó al electorado como un simple candidato a presidente. En una ocasión un reportero de prensa le preguntó: «¿Cuál es el hombre que podría salvar a este país?» Y don Pepe secamente le respondió: «Jesús Sibaja». El ingenuo periodista repreguntó: «¿Quién es ese señor? Yo nunca he escuchado hablar de él ni lo conozco.» Y don Pepe rápidamente le aclaró: «He dicho: Jesús si baja del cielo».

Trejos Gerardo. Remembranzas (Pequeñas Acuarelas). Editorial Juricentro, San José, Costa Rica, 2009, páginas 171 y 172.

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Gran amigo de dar bromas, se las toleraba a sus amigos. Una de las últimas veces en que conversé con él fue en una recepción en la Embajada de Bélgica. Le conté que recientemente había contraído nuevas nupcias con una mujer «que dejaba a todos los hombres con la boca abierta» y que se la iba a presentar. Fui y busqué a Gloria y la llevé a donde estaba don Pepe en animada conversación con algunos diplomáticos. Después de presentarlos le aclaré que mi cónyuge dejaba a todos los hombres con la boca abierta porque era dentista de profesión. El ex Presidente sonrió tiene usted toda la razón – me dijo – y se apartó de los diplomáticos para continuar hablando conmigo y con mi esposa. Nos contó que recientemente se había divorciado y, categórica y jocosamente afirmó: «El que pierde una mujer no sabe lo que gana».

Trejos Gerardo. Remembranzas (Pequeñas Acuarelas). Editorial Juricentro, San José, Costa Rica, 2009, páginas 159 y 160.

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De don Pepe recuerdo sus ojos de un color verde azul indefinible, saltaban, del fuego de las neuronas de su cerebro, ideas fuera de lo común, muchas veces serenas, otras otropelladoras.

Cuando don Pepe vivía —en sus casi últimos años— en una modesta casita de madera de dos pisos en los cerros de Ochomogo, me invitó a tomar café o a almorzar en su compañía algunas veces. Su comida era frugal: un par de chayotes hervidos. No fumaba ni tomaba licor.

Trejos Gerardo. Remembranzas (Pequeñas Acuarelas). Editorial Juricentro, San José, Costa Rica, 2009, páginas 169 y 170.

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