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El 48 como desborde trágico

Carta a mis sobrinos

El 48 como desborde trágico

Manuel A. Solís

Sin darme cuenta- creo yo- todos íbamos cayendo en una trampa y odiándonos unos a otros por motivos políticos
Una niña del 48

Resumen

El choque armado que tuvo lugar en Costa Rica en el año 1948 ha sido caracterizado como una guerra civil ocurrida en el contexto de una lucha política. Ello es atinado pero insuficiente. Este texto pretende aproximarse a ese período de la historia costarricense desde otra perspectiva, complementaria de la anterior. A la luz de la documentación testimonial parece pertinente repensar el 48 utilizando el concepto de tragedia empleado por el antropólogo Rene Girard, y con el concepto de catástrofe social, utilizado por psicólogos y sociólogos del Cono Sur. Común a la tragedia y a la catástrofe social es una situación colectiva de desborde, con implicaciones diversas sobre los individuos. En nuestro caso interesan aquellas que tienen efectos sobre la salud mental de la población, un tema hasta el momento nunca considerado en la literatura histórica y sociológica sobre los años cuarenta.

Se ha dicho repetidamente que los años cuarenta fueron el taller en el cual se trenzaron las fibras del tejido social costarricense de la segunda mitad del siglo XX. Esta metáfora abre dos posibilidades. Si nos damos por satisfechos con ella, da pie a una clausura. Se pueden agregar algunos comentarios pero lo fundamental ya estaría dicho. De lo contrario, puede ser una invitación para repensar lo que sabemos.

De seguir el segundo camino, encontramos con que aún nos falta por conocer con más detalle la naturaleza de los hilos que sostenían la trama social que entonces se rasgó, y que persisten importantes interrogantes sobre los tejedores del nuevo lienzo social. Hay algo paradójico. Enemistados entre sí, ellos alteraron la trama precedente tratando de remendar sus zonas desgastadas o agujereadas. Nadie se propuso sustituirla por otra totalmente distinta. Pero al intentar repararla la destejieron. Los tejedores recurrieron a la fuerza para vencer los obstáculos al diseño de la sociedad mejor que tenían en mente. Como consecuencia, el nuevo tejido social quedó manchado por los colores de la sangre y el sufrimiento.

La imagen positiva de los tejedores da cuenta de la clave con que los principales actores de entonces explicarán más tarde sus actos. Todos querrán luego presentarse como creadores. Dentro de ciertos límites aquí hay algo de verdad. Sin embargo, lo que en un registro se pueden presentar como proyectos complementarios que enhebraron las instituciones y reglas de juego del siguiente medio siglo, en otro paralelo queda como dolor sentido en carne propia o presenciado en cuerpos ajenos. Estos dolores han dejado huellas que llegan hasta nosotros, como lo ilustra una importante cantidad de escritos testimoniales.

A principios del nuevo milenio el fondo acumulado de relatos escritos era de unas cincuenta publicaciones, y continuaba creciendo. Este es un dato interesante. Algo motiva para seguir escribiendo sobre aquellos años, y algo hace también que esos esfuerzos encuentren todavía algún público. En los testimonios encontramos la referencia a unas “fibras nerviosas vivas” que todavía ligan gente a ese pasado. Podría pensarse que buena parte del interés que persiste en torno al 48 viene de esas fibras que no se han adormecido. Pero seguramente también de todo aquello que no termina de tener un lugar satisfactorio dentro de las cuadrículas cognitivas y emocionales con que procesamos nuestra historia, y nuestras historias. Confrontada con los relatos de quienes no fueron protagonistas de primera línea, la metáfora de los tejedores fatalmente descoordinados resulta desbordada desde distintos lados. Frecuentemente, en vez del acto lúcido, valeroso o cargado de buenas intenciones, surgen fuertes imágenes de confusión, violencia y crueldad. Algunos de estos relatos recogen incluso vivencias que evadieron durante mucho tiempo la escritura, o que nunca antes se habían podido articular verbalmente. Varios son el producto de un esfuerzo por saltar sobre una barrera de pudor y de temor. Desde ellos se perfila un cuadro más complejo y las palabras que podrían ayudar a comprenderlo se nos siguen quedando cortas.

Fuente: Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de Costa Rica, 33-34: 261-295, 2007-2008

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El Espíritu del 48
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