ALGUNAS ANÉCDOTAS
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Una noche clara de marzo, en pleno desarrollo de la revolución un prominente hombre político que estaba al servicio del gobierno, fue enviado a montar guardia a una de las torres de la Iglesia Parroquial. En un momento dado y ya en horas avanzadas de la madrugada, el susodicho guarda tomó el teléfono que estaba instalado en la misma torre y que comunicaba con la oficina central del cuartel, y a voz en cuello, gritó: «¡por la calle que va al Tremedal, observo un bulto que viene hacia acá!»… La rápida contestación del otro lado del hilo telefónico, increpó: «Explíquese qué clase de bulto es; ¡descriíbalo!» Y el guardia, un tanto azorado, contestó: «no sé, se parece mucho a una vaca», y colgó el teléfono…
Otro día, en el seno del cuartel de las tropas gobiernistas, se encontraba el encargado de entregar armas a los hombres que saldrían a prestar servicio, como de costumbre, y al hacerse presente uno de los voluntarios a quien conocían por el sobrenombre de «Pistiadora», dijo al oficial «Yo quiero uno de esos rifles de picaporte» se refería a un máuser; pero hubo de conformarse con un bocaueca de marca Winchester…
Un día de tantos, a la hora de dar instrucciones a un retén que en esos momentos salía a hacer un recorrido de rutina, el oficial instructor, ordenó, con voz severa a los soldados: «Recuerden que la situación es muy grave; el enemigo puede salir de donde menos se piensa. Así es que, muchachos, deben permanecer ojo alerta y dispuestos a disparar a todo lo que ustedes vean moverse». La patrulla salió a desempeñar su misión. Allá a altas horas de la noche, a la luz de la clara luna, vieron un bulto que se movía hacia el grupo patrullero. Unos inmensos y brilantes ojos brillaron, por lo que un soldado, sin dar el alto de costumbre, de una vez disparó acertando a darle al bulto en medio de los ojos… Era un pobre animal vacuno. Que más tarde se convirtió en un banquete para la tropa.
Así concluyo este trabajo, que dejo a la posteridad como un recuerdo de los hechos ocurridos durante los años 1948 y 1955, y que Dios quiera no vuelvan a ocupar en la historia de Costa Rica ningún lugar.
Terminado de redactar en San Ramón, a los veintiocho días del mes de marzo de mil novecientos noventa y cinco.
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