COSTA RICA DURANTE LA DÉCADA DE LOS 40
Contenidos
Este período está marcado en la historia de nuestro país, como uno de los más turbulentos y sangrientos. Comienza con la administración del Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia, al terminar en 1940 la administración del Lic. León Cortés Castro. Al finalizar esta administración, Costa Rica se encontraba en una situación boyante. Las finanzas estaban equilibradas, el precio del dólar al dos quince de nuestra moneda, estable y conveniente para nuestras posibilidades. La venta de café, ganado y cacao en los mercados internacionales era suficiente para cubrir nuestras necesidades más perentorias. Por esos días nuestro mejor mercado era Alemania que tenía especial predilección por nuestros productos, y era el que nos ofrecía mejores precios. Además de lo anterior, los alemanes habían establecido nuevas normas comerciales con el fin de competir con los ingleses. Establecieron un régimen monetario para facilitar las transacciones, para lo que crearon un valor monetario, al que denominaron «Aski-mark». Este novedoso sistema consistía en el intercambio de productos, sin necesidad necesidad de desembolsar moneda. Este sistema para los países pobres como el nuestro era sumamente justo y equitativo. Por ejemplo: recuerdo que intercambiamos una cantidad de café y en pago recibimos máquinas eléctricas para nuestro Ferrocarril al Pacífico, de la famosa marca A.E.G., que según entiendo aun están prestando servicio. Igual ocurría con las medicinas, las herramientas agrícolas, productos químicos, etc.
Pero hizo la desgracia que el 31 de agosto de 1939, estalló la Segunda Guerra Mundial. Las consecuencias del tremendo conflicto no se hicieron esperar. Hubo cambio de gobierno, subió al poder el Dr. Calderón Guardia y las cosas cambiaron radicalmente. El Gobiemo de Cortés había tenido relaciones muy cordiales con la Alemania de entonces; pero el nuevo mandatario tenía otras intenciones, influenciado por circunstancias casuales y momentos de actualidad internacional, que motivó el golpe de timón que cambió la situación que generó violencia y toda clase de atropellos.
Había escasez de toda clase de materiales de construcción, como zinc, clavos, varillas de hierro, cemento que traíamos de Alemania. Las medicinas también bajaron a niveles de escasez alarmante y las telas y muchos otros artículos quedaron fuera del alcance de nuestro pueblo.
Surgió entonces un fenómeno que jamás había sido observado en nuestro país: la especulación. Tímidamente el Gobierno tomó algunas providencias que fueron insuficientes para combatirla, pues las Juntas que al efecto habían sido nombradas, como la Junta de Abastos, no sirvió más que para algunos inescrupulosos y comerciantes golosos que se aprovecharon de la ocasión, generando de hecho una nueva clase de ricos a los que se denominó «los nuevos ricos».
A la sombra del recién fundado sistema florecieron, además, toda clase de tropelías e injusticias. La Junta de Abastos se convirtió en una arma de doble filo, al extremo de que los granos básicos sólo podían adquirirse mediante una recomendación de algún «santo grande» del partido y había que someterse a la humillación de rendir pleitesía política a los que administraban tal especie de ignominia, que en casi todas las ocasiones eran familiares o fervientes amigotes del partido en el poder; con tal sistema se favorecía a los partidarios del gobierno. De nada valieron, desde luego, las regulaciones dictadas por las autoridades, que más valían para la exportación, que para resolver los graves problemas que afectaban a la población. En esta forma todo regulado a sus anchas por lus tagarotes del partido republicano. Hay que tomar en cuenta que la situación se agravó aun más, por la clausura de los mercados europeos debido a la guerra, pues los submarinos hacían estragos en los mares y no permitían el paso de barcos mercantes hacia nuestras costas.
Al ocurrir el ataque de Pearl Harbour, llevado a cabo por los japoneses contra esa base militar de los Estados Unidos, ocurrido el siete (ocho para nosotros) de diciembre de 1942, provocó la participación de nuestro país en la guerra en forma militante. El Gobierno de Costa Rica declaró la guerra a las potencias del Eje, sea el bloque formado por Alemania, Italia y Japón antes que los mismos Estados Unidos, que eran los ofendidos. Esta actitud hizo que nuestro país se viera involucrado en el conflicto mundial y lo que fue aprovechado por los comunistas para echarse a la calle con aviesas intenciones.
En efecto, el 29 de junio de 1942 se encontraba anclado en Puerto Limón, un barco de nombre «San Pablo», cuando estalló algo en el seno del barco, causando severos daños en la nave y algunos muertos. Tal incidente fue achacado a un submarino alemán que según las autoridades nacionales había disparado un torpedo al citado barco. Este incidente provocó en San José una encendida manifestación popular manejada hábilmente por quienes deseaban lanzarse a la calle en busca de víctimas propiciatorias. Lo que ocurrió en San José, jamás habíase visto en nuestro país; hechos sumamente desagradables como el saqueo de negocios de alemanes, italianos y japoneses. Por la Avenida Central de San José corrían los regueros de harina de la Panadería Musmanni, telas de las tiendas de los italianos Scaglietti, Feoli, etc.; las librerías Lehmann y Universal y así sucesivamente, todos los negocios de los honestos comerciantes que daban brillo al comercio nacional, sufrieron los embates de las turbas enloquecidas, encendidas en su asquerosa pasión por discursos incendiarios de los políticos oportunistas, apoyándose en un falso patriotismo. A todo esto, la policía brillaba por su ausencia; desde luego que esta circunstancia fue aprovechada por los hábiles dirigentes comunistas y así las turbas se apoderaron de las calles josefinas. Sin duda, una negra noche que debió llenar de pena a las gentes decentes del país.
Pero el ensañamiento no llegó hasta ahí. Fue abierto un campo de concentración, precisamente donde ahora está el mercado de mayoreo, en la calle 10. Los designios de la clase gobernante se iban cumpliendo como los «molinos de Dios», poco a poco, pero inexorablemente. Allí fueron recluídos los ciudadanos de las naciones indicadas, por su pecado de tener un origen extranjero. Pero el camino era largo y aun faltaba mucho que recorrer.
Comenzaron, entonces, los decretos que expropiaban los bienes de los ciudadanos de los países en guerra, por supuesto, según nuestro criterio. Las prósperas haciendas erigidas en beneficios de café o ingenios de azúcar, como Lindora, Victoria, Aquiares y otras; los edificios de San José como el Steinvorth, los pertenecientes a la Sociedad Niehaus y tantos otros, fueron pasto del apetito impúdico de los «mandamás» del gobierno.
Como no había zinc, debido a la guerra, como ya se ha dicho, procedieron a desmantelar los galerones de las indicadas haciendas, para subastarlas, tiñendo dichos remates de cierto matiz legal; pero los participantes de dichos despojos, siempre eran los militarotes al servicio del Gobierno (me correspondió asistir, junto con Hans Niehaus a uno de tales esperpentos legales en la Hacienda Lindora, donde un Coronel, obtuvo para sí todo el zinc rematado). Y así ocurrió con el ganado, con los negocios comerciales, con la Empresa de Cabotaje de Limón, haciendas de cacao, como la Waldeck. El pillaje fue absoluto. Mientras tanto los detenidos en el campo de concentración sufrían los insultos de los esbirros secuaces gobiernistas.
Poco después, la mayor parte de los alemanes e italianos fueron remitidos a un campo de concentración en el Norte de los Estados Unidos.
Después vinieron los reclamos de los perjudicados alemanes e italianos; pero el gobierno prestó oídos sordcs a los justos reclamos por los bienes arrebatodos. Sus abogados lucharon hasta lo indecible por que se pararan las injusticias cometidas; pero todo fue en vano. A pesar de ello, algunos recuperaron parte del rico botín.
Comentarios Facebook