Hechos militares y políticos

JULIO Y AGOSTO DE 1947 – HUELGA DE BRAZOS CAIDOS

El distinguido ciudadano licenciado don Fernando Volio Sancho, quien tuvo una destacada actuación en la campaña política de esta época, nos dice lo siguiente:

…Debido al brutal atropello de la policía que sufrimos numerosos ciudadanos durante la noche del 20 de julio en las calles de Cartago masacre sin precedentes en la lucha de la oposición contra el régimen , calderonista y comunista- los cartagineses pusimos de inmediato por obra una acción espontánea y colectiva de resistencia a ese régimen, de carácter local en un principio ciertamente, pero que fue planeada desde comienzos con miras a convertirla en lo que llegó a ser dos o tres días después: la huelga nacional de brazos caídos.

En efecto, el lunes 21 de julio Cartago amaneció virtualmente paralizada en sus distintas actividades: el comercio y la industria, los talleres y las oficinas cerraron sus puertas en la inmensa mayoría, y en la tarde del mismo lunes el movimiento se había propagado con tanta rapidez y entusiasmo, que los civiles controlábamos toda la ciudad y los distritos y cantones vecinos. El salvoconducto especial para entrar a la población o salir de ella, lo extendíamos los directores de la huelga, e incluso se vieron en el caso de solicitárnoslo el subsecretario de Seguridad Pública y otros altos funcionarios.

El ejemplo de Cartago fue seguido por San José y el resto del país, y no es aventurado afirmar que, de no haber sido la viril y heroica actitud de los cartagineses, no se habría producido -al menos en oportunidad tan propicia- la huelga de brazos caídos, que fue antecedente indispensable del triunfo definitivo logrado por la oposición.

«La oposición de San José, dice el licenciado don Roberto Fernández Duran, estaba en el deber de hacer patente su solidaridad con los cartagineses y de hacerles sentir que estaba dispuesta a compartir con ellos su suerte».

Efectivamente, hubo desfiles improvisados que recorrieron calles céntricas de la capital, y se solicitó al gobierno la destitución de las autoridades militares de Cartago. El presidente Picado, convencido de los desafueros cometidos por esos militares, anunció de inmediato el nombramiento de los nuevos comandantes de Cartago, don Mario Jiménez Tinoco y don Héctor Sáenz Mata.

El 23 de julio se inició en la capital la huelga de brazos caídos con carácter de resistencia pacífica. La mayoría del comercio y de las diferentes empresas, lo mismo que los bancos, cerraron sus puertas. Durante los días de la huelga hubo grupos que saquearon algunos establecimientos de comercio. Las estaciones de radio de la oposición fueron cerradas por las autoridades militares. En los tiroteos producidos por la policía en puntos céntricos de la capital fueron heridas varias personas, algunas de ellas mortalmente. Durante estos días hicieron su aparición en las calles de San José, traídos por el gobierno, muchos trabajadores de la zona del Pacífico, cubiertos con cobijas para librarse del frío, con una faja de tiros en la cintura y bien armados con una carabina. Inmediatamente la imaginación popular los bautizó con el nombre de mariachis, término que luego se aplicó a todo aquel que era calderonista.

El 2 de agosto se realizó un desfile de mujeres -se dijo que eran ocho mil— hasta la Casa Presidencial para pedir garantías electorales, y posteriormente se instalaron en el Parque Nacional donde dijeron que permanecerían hasta recibir una contestación favorable. Pero a las once y media de la noche se interrumpió la corriente eléctrica, vino la Oscuridad, y comenzó una balacera nutrida, que causó pánico y desorden en todas las mujeres que allí estaban, quienes apresuradamente desalojaron el sitio. Como no hubo ninguna herida, pudo comprobarse que la policía había disparado al aire con el único propósito de atemorizar a las mujeres. Fue algo de mal gusto, y una gran falta de consideración para las damas.

Con el propósito de terminar con la huelga que iba extendiéndose cada vez más, se iniciaron desde el 1º de agosto conversaciones entre el presidente de la República, los miembros del Tribunal Nacional Electoral, en carácter de mediadores, y el delegado de la oposición, don Ricardo Castro Beeche.

Por fin, el domingo 3 de agosto se llegó a un arreglo, y fue firmado un convenio declarando concluidas las dificultades de carácter político existentes. Además, y esto fue lo importante, se convino y aprobó mi pliego de garantías electorales, y entre ellas: se acordó aceptar como definitiva la resolución que sobre las elecciones del próximo mes de febrero hiciese el Tribunal Nacional Electoral. El presidente de la República y el secretario de Seguridad Pública entregarían en el término de 24 horas después de firmada esa resolución, el control de la fuerza pública al ciudadano favorecido por la elección. Se creó un comité de investigación, de nombramiento del Tribunal Electoral, para estudiar las denuncias de actos que violasen las leyes electorales, y que llegasen a ser cometidos por funcionarios públicos civiles o militares. El gobierno presentaría al Congreso un proyecto de ley para conceder indemnizaciones a todas las personas heridas, y para esposas e hijos menores de los muertos con motivo de estos sucesos, el Poder Ejecutivo daría absoluta libertad a sus empleados para adherirse al partido político de sus simpatías. No se ejercerían represalias sobre personas o empresas que hubiesen participado en la huelga. El Tribunal Nacional Electoral ejercería vigilancia y autoridad sobre los miembros de la policía en cuanto a las actuaciones relacionadas con el proceso electoral, y las ejercería por medio de un cuerpo de delegados suyos, los que quedarían investidos de la autoridad necesaria para llevar a cabo su cometido. Se acordó una tregua completa en las actividades políticas durante ocho días.

Este pliego fue firmado también por los diputados de los partidos Republicano Nacional y de la oposición, y con eso de declaró terminada la huelga de brazos caídos que había durado doce días.

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