MARZO Y ABRIL DE 1948 – LA GUERRA CIVIL
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En la finca La Lucha, situada en las montañas que están al sur de la capital, se concentraron desde el mes de febrero de 1948 varias personas que pretendían llevar a cabo un movimiento armado; ese grupo, muy reducido y con escasas armas, estaba integrado por los señores José Figueres Ferrer, Edgar Cardona Quirós, Frank Marshall Jiménez, Max Cortés Noriega, Alberto Lorenzo Brenes, Fernando Figuls Quirós, Víctor Alberto Quirós Sasso y José Santos Delcore Alvarado. Jefe de dicho grupo era el señor Figueres, quien apenas hacía pocos días, en diciembre de 1947, había suscrito en Guatemala, con algunos exilados dominicanos y nicaragüenses, un pacto de alianza en el que se comprometían todos ellos a trabajar por un cambio político en Costa Rica, Nicaragua y República Dominicana, y al efecto, designaban un Comité Supremo Revolucionario, presidido por el general Juan Rodríguez García. Y como el pacto contenía varios puntos, nombraban al presidente de Guatemala, doctor Juan José Arévalo, como arbitro y amigable componedor en relación con cualquier diferencia respecto a la interpretación o aplicación del mismo, de donde se deduce que el señor Arévalo, quien recibió una copia del documento, estaba también identificado con el plan.
Lo más importante de todo esto era que el gobierno de Guatemala tenía en depósito una apreciable cantidad de armas que tiempo antes había adquirido el citado general Rodríguez para iniciar un movimiento revolucionario contra el dictador Trujillo, el cual fracasó, y las armas habían sido incautadas por el gobierno de Cuba, que las pasó luego al de Guatemala. Algunos exilados nicaragüenses y hondureños tenían interés en ese armamento para derrocar a los dictadores Carias y Somoza, y las solicitaron al presidente Arévalo, pero Figueres anduvo con más suerte pues su solicitud, apoyada por los nicaragüenses Edelberto Torres y Rosendo Argüello hijo, fue aceptada por el presidente guatemalteco con la complacencia del coronel Francisco Arana, alto jefe militar de gran influencia. Lo más serio del problema era el traslado de esas armas a Costa Rica, y ese vino a ser el primer punto básico a resolver en el plan revolucionario que se elaboró más tarde en la hacienda La Lucha.
Pero como es difícil que asuntos de esta índole puedan permanecer en secreto, pronto corrió el rumor en nuestro país, y llegó hasta las autoridades, de que el señor Figueres estaba preparando un levantamiento que habría de estallar de un momento a otro. Las autoridades tomaron algunas precauciones, las cuales no fueron lo suficientemente electivas, ya que a pesar de la vigilancia que se mantuvo sobre los caminos del sur de San José y Cartago, comenzaron a trasladarse a la finca La Lucha, desde el inicio del mes de marzo, muchas personas que formaban parte del partido opositor al gobierno, y que en ese momento se encontraban indignadas por varios hechos, uno de ellos la nulidad de las elecciones verificadas el mes de febrero anterior. Todas esas gentes iban decididas a colaborar en el movimiento revolucionario, y así fue como el grupo inicial aumentó el número de sus integrantes; entre los que llegaron en esos días podríamos citar a los señores Cornelio y José Luis Orlich Bolmarcich, Benjamín Odio Odio, Fernando Valverde Vega, Reverendo Benjamín Núñez Vargas, Alberto Martén Chavarría, y otras más, sobre todo de la región de Desamparados.
Se inicia la revolución: El día 12 de marzo se puso en ejecución el plan revolucionario, el cual consistía en tomar la población y el aeropuerto de San Isidro de El General para poder así apoderarse de dos aviones que permitiesen traer de Guatemala las armas a que se ha hecho referencia, y para cuyo traslado a Costa Rica se contaba con la ayuda y complicidad de importantes miembros del gobierno de aquel país. Al mismo tiempo, y como medida necesaria y de gran importancia era establecer un tapón en la carretera interamericana para impedir el paso de cualquier fuerza del gobierno hacia San Isidro de El General, y proteger así a los hombres encargados de tomar la población. Se colocó, pues, un grupo en el punto llamado La Sierra, sitio importante porque de allí se desprendía el camino para La Lucha, cuartel general de la revolución en ese momento. De esta manera la hacienda quedaría protegida por el lado de la carretera interamericana, pero como también era accesible por el camino que la comunicaba con San Cristóbal Sur, Frailes y Desamparados, se dispuso situar en el punto de este camino llamado Santa Elena otro grupo revolucionario. A ambos grupos les iba a corresponder una misión importante. Veamos los nombres de algunas de las personas que se situaron en esos lugares.
En La Sierra: Rodrigo Acuña Monge, Albino Arce, Edgar Cardona Quirós, Alejandro Carrillo, Tobías Carrillo, Ricardo Campos, Jorge Castro, Carlos Alberto Chacón, Dagoberto Cruz Obando, Roberto Fernández Duran, Carlos Luis Chaves, Fernando Figuls Quirós, José Joaquín Garro Jiménez, Fernando Madrigal Barrantes, Nicolás Marín Cornejo, Juan Márquez Amador, Frank Marshall Jiménez, Bruce Ma-sís Dibiasi, Carlos Luis Meza, Hernán Molina, Jorge Montero Gómez, Harold Mora Trejos, Jorge Pacheco Alfaro, Manuel Antonio Quirós Núñez, Claudio Quirós, Amoldo Ramos Aguilar, José Francisco Romero Avila, Alvaro y Hernán Rossi Chavarría, Alvaro Umaña Volio, Elias Vicente Sáenz, Edgar Sojo Arias, Gonzalo Segares García, Roberto Valldeperas, Francisco Yglesias Echeverría, y otros más.
En Santa Elena: Jorge Arrea Escalante, Fernando Barrenechea, Julio Caballero Aguilar, Daniel Calvo Astúa, Guillermo Cortés González, Rafael Angel Cruz Selva, Oscar Esquivel Pacheco, Eduardo Gutiérrez, Alberto Lorenzo, Mario L. Starke Jiménez, y otros más.
La toma de San Isidro: El grupo encargado de tomar San Isidro de El General tuvo un éxito completo. En la madrugada de ese día 12 de marzo atacó sorpresivamente la población; el jefe político, don José Sáenz Mora, junto con su hijo, murieron en el enfrentamiento, y todos los militantes del partido calderonista y del comunista fueron detenidos. Dueños los revolucionarios del campo de aterrizaje de ese lugar, se apoderaron fácilmente del avión de la compañía Taca que llegó allí temprano, cumpliendo el vuelo regular. Por radio se avisó a San José que el aparato había sufrido un desperfecto al aterrizar, y entonces fue enviado inmediatamente otro, que también fue tomado por los revolucionarios. Inmediatamente salieron esos dos aviones hacia Guatemala, piloteados por Guillermo Núñez y Otto Escalante con el propósito de traer las armas. Las siguientes formaron parte del grupo de personas que tomaron San Isidro, advirtiendo que no se trata de una lista completa: Ricardo Arana Bailar, Juan Arrea Escalante, Aníbal Barboza Villalobos, Eladio Bonilla, Manuel Camacho Jiménez, Carlos Calderón, Luis F. Castro, Carlos Castro, Fernando y Max Cortés Noriega, Luis Cubero, Domingo Chacón Rodríguez, Romilio Duran Picado, Roberto Fernández Duran, José Joaquín Fernández, Miguel Angel Flores, Carlos y Juan Bautista Gamboa Gamboa, Domingo García Villalobos, Fernando Herrera S., Edelmiro Isaula, Enrique Jiménez Canossa, Edgar Jiménez Jiménez, Marcelino Jiménez Mesen, Jesús Jiménez Mora, Carlos Eduardo Mendieta, Fernando Monge Ureña, Aníbal Monge, Julio César Mora, Amoldo Muller, Gonzalo Navarro Calderón, Fernando Ortuño Sobrado, Cayetano Rivera Mata, Jorge Romero Romero, Alvaro Rossi Chavarría, Arturo Sotillo Jiménez, Elias Vicente Sáenz, Edmond Woodbridge Mangel, y otros más.
Primeros sucesos en La Sierra: En la mañana de ese mismo día 12, el coronel Rigoberto Pacheco Tinoco, el mayor Carlos Brenes, el oficial César A. Fernández, y don Luis Quinto Vaglio, decidieron recorrer en jeep la carretera interamericana para hacer una inspección ocular y comprobar si había algunas actividades sospechosas, como afirmaban los rumores. Cuando estas personas llegaron a La Sierra fueron de improviso atacadas por el grupo revolucionario que se encontraba en ese lugar; ellos trataron de defenderse pero les fue imposible hacerlo con éxito, y allí murieron los señores Pacheco, Brenes y Fernández, salvándose únicamente el señor Vaglio que pudo escaparse precipitadamente. La muerte de estos militares causó mucha impresión en el país, y fue un golpe rudo para el gobierno que se apresuró a enviar a ese sitio, en la tarde del mismo día, un contingente denominado la Unidad Móvil al mando del coronel Egidio Durán Strain. El combate que se estableció fue corto pues duró unos treinta minutos, después de lo cual las fuerzas gobiernistas se retiraron. Gran error, pues si se hubiesen empeñado en continuar el ataque, posiblemente habrían derrotado a los revolucionarios que no eran muchos y se encontraban mal armados; de haberlo conseguido habrían podido llegar a San Isidro de El General e impedido el aterrizaje de los aviones que traían las armas, o podrían haber entrado a La Lucha que estaba indefensa, y habrían liquidado la revolución pues no hubiera sido posible la llegada de las armas a ese lugar. Pero, repetimos, las fuerzas gobiernistas se retiraron, tal vez porque como combatían desde la carretera su situación era mucho más desventajosa que la de los revolucionarios que ocupaban posiciones estratégicas a ambos lados de la carretera; tal vez porque ya terminaba el día, y la visibilidad no era mucha a causa de la neblina propia de ese sitio; además, no conocían muy bien el terreno, y sobre todo ignoraban cuántas gentes se encontraban allí haciendo frente, y como posiblemente suponían que eran muchos hombres, decidieron prudentemente retroceder para reanudar el ataque otro día.
Acción en San Ramón: El mismo día que estalló la revolución en el sur, un grupo de treinta y cinco hombres se alzó en el norte, y a las ocho de la noche atacó la ciudad de San Ramón, sosteniendo desde varios puntos y del altozano de la iglesia un intenso tiroteo contra la jefatura del lugar. Formaban parte de este grupo revolucionario los señores Francisco Orlich Bolmarcich, Miguel Ruiz Herrero, Fidel Tristán Castro, Rodrigo Escalante Herrera, José Alberto del Barco, Carlos Bulanger, Raúl Cambronero, Jorge, Guillermo y Carlos Alfaro, Miguel Teja y hermanos, Federico Alpízar, José Miguel Salazar, Rodrigo Valverde, Lisímaco Azofeifa, y otros más. Como resultado del encuentro de esa noche hubo un muerto del lado del gobierno (Catalino Murillo), y del lado de los revolucionarios hubo otro (Federico Arce) y también un herido (Carlos Corrales Blanco). El jefe político, quien hizo frente decidido a los asaltantes, solicitó ayuda urgente al gobierno, y de San José fue enviado su refuerzo al mando del dominicano Aureo Morales pero cuando éste llegó, ya Orlich y su gente se habían retirado de la población, y se habían dirigido hacia el norte hasta alcanzar la finca La Paz, en donde se mantuvieron por varios días. Más tarde la mayoría del grupo se trasladó por avión del aeropuerto de Altamira a San Isidro de El General, para unirse al grueso de las fuerzas de Figueres, y tomar parte en la marcha hacia Cartago.
El grupo de Alajuela: No puede dejarse de mencionar el grupo que al mando de don Alvaro Chacón Jinesta llevó a cabo una serie de actividades subversivas en la zona norte de Alajuela. Estas personas actuaron en forma totalmente independiente con respecto al movimiento que se desarrollaba en el sur. Habían comenzado desde unos días antes, y el sistema que siempre usaron fue el de guerrillas, atacaban en un lugar, y se trasladaban con rapidez a otro, de manera que las autoridades no pudieron tener un serio enfrentamiento con ellos; hicieron en esa forma incursiones en Aguas Zarcas, Pital, Río Cuarto, Altamira, y otros puntos. Entre los que formaron parte de este grupo estaban Alfonso Monge, Mario Flores Miralles, Marco Tulio Arroyo, Mario Arguello Salazar, Isaías Saborío, Filadelfo Rodríguez González, Rafael Brenes, Francisco Rojas Arguello, Gonzalo Rodríguez, José Luis Sánchez, Bolwer Arias, y otros más.
El grupo del Valle Central: Tampoco podemos omitir aquí las actividades del grupo que después se llamó batallón Carlos Luis Valverde, el que con pocas armas pero con bastante dinamita estuvo primeramente acuartelado en una finca de Ojo de Agua de Alajuela. Este grupo, que actuó bajo la jefatura de don Marcial Aguiluz Orellana, se propuso dinamitar algunas plantas eléctricas del Valle Central, entre ellas, la planta de Tacares, en donde murió uno de sus guardas; todo esto causó gran alarma y para el gobierno constituyó enorme preocupación. Formaron parte de este grupo Ramón y Efraín Arroyo Blanco, Carlos Blanco Cervantes, Bernardo Chang Morales, Virgilio Aguiluz Orellana, Edgar Gólcher Avendaño, Gerardo Fernández Duran, Francisco Tijerino, Santos Herrera, Emilio Soto Rojas, León Morales Rodríguez, Carlos Manuel González Alvarado, Hernán González Gutiérrez, Rafael Machado Pinto, Ornar González Rodríguez, Alfredo Vargas Acosta, y otras personas más. Más tarde, la mitad del grupo se trasladó a pie desde la Guácima de Alajuela hasta Santa María de Dota, a donde llegaron sus hombres a tiempo de tomar parte en la marcha hacia Cartago.
Levantamiento en Puntarenas: También en Puntarenas tuvo lugar un movimiento revolucionario que, aunque independiente de los otros que hemos mencionado, contribuía de manera efectiva a los mismos propósitos. Con mucha decisión y entusiasmo pero con muy pocas armas, este grupo hizo frente a las fuerzas oficialistas que se desplegaron para desbaratarlo. El combate más serio ocurrió el 23 de marzo en el lugar llamado El Apagón, en donde los revolucionarios perdieron a dos estimables compañeros de su grupo, los jóvenes Carlos Alberto Tenorio y Alvaro París Steffens. Entre los rebeldes puntarenenses se encontraban Rafael París Steffens (jefe del grupo), Juan Aponte y sus hijos, Luis y Guillermo, Carlos Biolley Riote, Raúl H. Canessa Murillo, Leonardo Campos, Pedro García Roger, Rodolfo Jiménez, Alvaro Lujan Alvarado, Alfonso López, Mario López Monge, Alvaro Martín, José María Sánchez, Luis Rodríguez, Juan Sequeira, Gustavo Ulloa, Jorge Vargas Flores, Carlos Manuel, Antonio y Joaquín Vargas, y otros más.
Llegan las armas: En la mañana del día 13 de marzo regresaron a San Isidro de El General con una importante cantidad de armas los dos aviones que habían ido a Guatemala; en ellos venían a colaborar en el movimiento los señores Miguel Angel Ramírez y Horacio Ornes (dominicanos), Francisco Morazán, Francisco Sánchez Reyes, Alfredo Mejía Lara, Jorge Rivas Montes y Mario Sossa Navarro (hondureños). Los viajes aéreos a Guatemala se hicieron luego con frecuencia hasta que se trajo la totalidad de las armas, y también vinieron entonces otros oficiales extranjeros como Jacinto López Godoy, José María Tercero Lacayo, Adolfo Báez Bone, Humberto Ramírez, Presentación y Marcos Ortega, Rosendo Argüello hijo, Alberto Velázquez, Amado Soler, Antonio Salaverry, Octavio Caldera, José Santos Castillo, y el médico Emilio Gómez Rovelo. Apenas llegaron las primeras armas se procedió a trasladarlas a La Lucha. Se dispuso también que la mayor parte de la gente que había tomado la población se trasladase a la misma hacienda, y que permaneciese en San Isidro solo un pequeño grupo. Esa misma noche fueron distribuidas las armas, y como muy temprano del día siguiente se supo que el gobierno atacaría tanto La Sierra como San Cristóbal Sur, se dispuso reforzar ambos puntos.
Ataque a San Cristóbal Sur y a La Sierra: Efectivamente en la madrugada del día 13 salieron de San José dos columnas al mando, respectivamente, de los coroneles Diego López Roig y Gerardo Zúñiga Montúfar; la primera se situó en Frailes y la segunda en Río Conejo. Al mismo tiempo la Unidad Móvil se desplazó nuevamente hacia La Sierra. López Roig debía avanzar hasta San Cristóbal Sur donde atacaría a los revolucionarios, y luego esperaría a que la Unidad Móvil rompiera el tapón de La Sierra, para entrar todos juntos a La Lucha. En San Cristóbal Sur el combate fue largo y de pésimos resultados para las fuerzas gobiernistas, las cuales fueron rechazadas por los revolucionarios que, al mando de Alberto Lorenzo y Fernando Barrenechea, las obligaron a retirarse de ese lugar, con apreciable número de bajas. En La Sierra, por el contrario, la Unidad Móvil se impuso, y su ataque fue tan agresivo que los rebeldes tuvieron que desalojar el lugar. Roto ese tapón de la carretera, parte de las fuerzas del gobierno entraron a La Lucha en donde no encontraron a nadie, porque los que allí estaban, después de esconder en lugar seguro el sobrante de armas que tenían, se habían ido hacia Santa Elena a reforzar ese punto amenazado por nuevas fuerzas del gobierno jefeadas por los coroneles Víctor Manuel Cartín y Alfredo Garrido. En esta oportunidad peleó aquí la casi totalidad de los revolucionarios, y con sus buenas armas pudieron rechazar el ataque. Pero como esa posición no era segura, pues ya La Sierra y La Lucha estaban en posesión del gobierno, dispusieron trasladarse a Santa María de Dota en donde quedó instalado el cuartel general de la revolución.
El Empalme: Los rebeldes, casi en su totalidad, decidieron situarse en El Empalme, un sitio de la carretera interamericana que no estaba a muy larga distancia de donde se encontraba la gente del gobierno, o sea, La Sierra. Lugar estratégico, tenía la importancia de que allí comenzaba el camino que iba hacia Santa María de Dota que era la sede del Estado Mayor. En El Empalme fueron atacados los revolucionarios en varias ocasiones y en forma intensiva, pero siempre resistieron, tanto por sus buenas posiciones como por el buen equipo militar que poseían; realmente resultó un sitio estratégico de excelentes condiciones. En este punto vinieron a concentrarse casi todos los revolucionarios, incluyendo desde luego los que habían estado antes en La Sierra y en Santa Elena, y parte de los de San Isidro, junto con muchos elementos nuevos, entre los que podríamos citar a José Joaquín Arrieta, Jorge Alvarado, Francisco Calvo Carvajal, Bernardo Cruz, Efraín Chacón Ureña, Renato Delcore Alvarado, Carlos Elizondo Ureña, Hernán Fumero, Enrique Gamboa Rodríguez, Carlos Humberto Gallardo, Manuel Enrique Herrero, Heriberto Mata, Guillermo Molina, Alfonso Mora Güell, Juan José Monge Vargas, Guillermo Martí Vargas, Magús Ma-sís, Rodrigo Ortiz Borbón, Carlos Francisco, Oscar y Rafael Angel Padilla Sellean, Rodrigo Paniagua Salazar, Sidney Ross Coronado, Francisco deP. Rosabal Segura, Ernesto Raabe, Carlos Luis Rojas Lázcarez, Carlos Luis Rivera, Amoldo Salazar M., Jorge Salazar, Walter Sandoval, Guillermo Sojo Arias, Fortunato Tencio, Víctor y Emigdio Ureña Chanto, Rafael Angel Ureña, Rodrigo Volio Jiménez, Gilberto Víquez, Ernesto Zumbado, y muchos otros más. Las gentes de El Empalme tenían también como otro propósito detener el paso hacia San Isidro de El General, por lo que las fuerzas del gobierno los atacaron con toda clase de armas pero, como se ha dicho, sin resultado favorable para ellos. El 31 de marzo hubo allí un combate intenso que continuó el día siguiente, y en esa oportunidad los rebeldes hicieron un riesgoso avance, y lograron hacer retroceder a los gobiernistas, desalojándolos de La Sierra.
Otra vez San Isidro: El presidente Picado, en los últimos días de su mandato, le manifestó al presbítero Benjamín Núñez que el gobierno no tenía un ejército único, sino que éste se encontraba constituido por tres grupos: uno lo formaba la fuerza regular que acataba las órdenes del presidente de la República; otro estaba integrado por partidarios del doctor Calderón Guardia, y obedecía solo órdenes de éste, de su hermano Francisco y de otros muy allegados a éstos; un tercer grupo estaba constituido por elementos del partido comunista o Vanguardia Popular, y obedecía únicamente a los líderes de ese partido. En relación con este último grupo, el embajador de los Estados Unidos en Costa Rica, Nathaniel P. Davis, en informe enviado al Departamento de Estado, decía: «Con la adición de algunos cientos de tropas irregulares o sea mariachis, en la presente crisis, los elementos comunistas Constituyen ahora alrededor del setenta por ciento de la policía y las fuerzas armadas. Algunos hechos recientes han demostrado, por encima de toda duda, que estos irregulares (mariachis) obedecen más a los líderes comunistas que al propio gobierno».
A este tercer grupo, o sea a las fuerzas vanguardistas, correspondió llevar a cabo el ataque a la población de San Isidro de El General en donde se creía que estaba el cuartel general de los revolucionarios, lo cual no era así; pero era evidente que la importancia mayor de dicho lugar era su aeropuerto que había servido para traer las armar a los rebeldes, y continuaba sirviendo para fines militares; por eso éstos conservaban el dominio sobre esa población, y mantenían retenes en distintos puntos de los caminos por donde se podía entrar a la misma; uno de los jefes militares allí destacados era don Fernando Valverde. Por la carretera interamericana no era posible llegar a San Isidro porque ésta se encontraba interceptada por los revolucionarios cabalmente en el sitio de El Empalme; de allí que se pensó en usar el camino que se desprendía de la costa, o sea, de Dominical. De organizar el ataque a esa población se encargó el líder vanguardista Carlos Luis Fallas, quien previamente se trasladó a la zona bananera del Pacífico Sur para levantar una columna de trabajadores, la cual se movilizó por el río Térraba y llegó al puerto de Dominical, para seguir hacia San Isidro, los trabajadores manifestaban mucho entusiasmo y decisión pero se encontraban mal armados por cuanto, según manifestaron los mismos vanguardistas, el gobierno le regateó las armas a esos nuevos voluntarios. ¿Sería que se consideró que ya eran muchos los trabajadores que formaban parte de las fuerzas militares, y hubo temores de ello, porque se sabía que éstos no acataban más órdenes que las de los líderes de su partido? Aquí hubo algo difícil de comprender, y en esos momentos de guerra civil, del todo inexplicable. Carlos Luis Fallas era un hombre valiente, de sentimientos nobles y dispuesto siempre a ofrendar su vida por sus principios. En esta oportunidad compartió el mando de la columna con el nicaragüense Enrique Somarriba Tijerino, a quien se le reconocían conocimientos militares. En su camino encontraron a varios retenes mandados por Roberto Fernández, Juan Arrea y Benjamín Odio, y tras de algunas dificultades lograron pasar para apoderarse poco después de la mitad de la población. Los rebeldes mantuvieron la otra mitad, y en esa ocasión unos veinte de ellos que perdieron la comunicación con el resto de su tropa, se mantuvieron por varias horas dentro de unas zanjas que habían sido abiertas en la plaza, y que les sirvieron de trinchera, siendo defendidos por ametralladoras que funcionaron con mucho éxito, una de ellas colocada en la torre de la iglesia. Una columna al mando de Miguel Angel Ramírez atacó duramente a la de los linieros, y éstos que no tenían ya parque, se vieron obligados a retirarse, por lo que la población volvió a quedar en manos de los revolucionarios. En su retirada una bala perdida acabó con la vida de Somarriba Tijerino, a quien los rebeldes enterraron con honores porque se había portado con hidalguía. Estos hechos ocurrieron el 21, 22 y 23 de marzo. Después de estos sucesos los revolucionarios empezaron a desarrollar un plan audaz que habría de ser decisivo: la toma simultánea del puerto de Limón y de la ciudad de Cartago.
Toma de Limón: En los primeros días del mes de abril fueron entrenados en Santa María de Dota los hombres que integrarían la columna que se conoció con el nombre de Legión Caribe, y que iba a ser comandada por el dominicano Horacio Ornes. La misión que le iba a ser encomendada era de una trascendental importancia: la toma de la ciudad de Limón. Para su traslado se utilizaría la vía aérea, pues para eso los revolucionarios contaban con varios aviones, y además de Núñez y Escalante, ya citados, tenían en sus filas a varios pilotos como Fernando Cruz Ramón, Manuel Enrique Guerra Velázquez, Mario Lizano, Arturo Lutz Salazar, Francisco Vanolli Collado, Johnny Víctory y Teodorico Zamora. Se ha dicho que esta operación aérea fue en su clase, una de las primeras, si no la primera realizada en el continente americano. Así pues la columna revolucionaria fue trasladada primeramente a la hacienda Altamira, en la parte norte de la provincia de Alajuela, punto que sirvió de escala para el viaje hacia el puerto. Cabalmente, y en esa misma oportunidad, fueron trasladados en avión a San Isidro de El General don Francisco Orlich y sus compañeros que esperaban allí en el campo de aterrizaje de Altamira. El gobierno no pudo menos que enterarse del movimiento de gentes que se realizaba en esa hacienda, y envió a dicho lugar un avión militar, el cual fue derribado por los revolucionarios, muriendo todos sus ocupantes. Al día siguiente, 11 de abril, la columna rebelde fue trasladada al aeropuerto de Limón, y desde allí, en una acción rápida y de gran efecto, logró apoderarse del cuartel y de otros puntos importantes de la población. Fuerzas del gobierno trataron de reconquistar la ciudad, y esto provocó el combate de Moín, en que los rebeldes reafirmaron el dominio sobre el puerto; en ese combate murió el jefe de las fuerzas oficialistas don José María Meza. Formaron parte de la Legión Caribe, entre otras, las siguientes personas: Rolando Aguirre Lobo (muerto en acción), Eladio Alvarez Urbina, Jorge Arrea, Julio Caballero, José Antonio y Daniel Calvo, Carlos de la Espriella, Alfonso Goicoechea Quirós, Jorge García, Carlos José Gutiérrez, Carlos María Jiménez Gutiérrez, Alfonso Jiménez Muñoz, Juan J. Monge, Marcos Ortega, Jaime Oreamuno, Benjamín Piza Carranza, Víctor A. Quirós Sasso, Rodolfo Quirós González, Alvaro y Hernán Rossi Chavarría, Carlos Steinvorth Jiménez, Mario Ludwig Starke, Alvaro Umaña, Rudy Venegas, José Venizelos Rivera.
La toma de Cartago: Fue este uno de los episodios más importantes de la revolución. El grupo rebelde que estaba ya constituido por unos seiscientos hombres se puso en marcha desde la zona de Tarrazú hacia la vieja metrópoli, usando para ello caminos poco transitados, ya que la carretera interamericana estaba ocupada por fuerzas del gobierno, lo mismo que algunos puntos del camino de San Cristóbal Sur a Desamparados. El gobierno poseía, sobre todo dos puntos fuertes: Casamata, sobre la carretera, y Frailes, hacia el oeste, sobre el camino ya citado; entre ambos puntos se extendía una línea que era patrullada continuamente. Los revolucionarios tuvieron que cruzar esa zona recorriéndola por unos trescientos metros; la larga columna se movía por las partes bajas para no ser blanco fácil de las ametralladoras del gobierno en caso de ser descubiertos. Los revolucionarios traían únicamente el parque que cada uno podía cargar, lo cual representaba una situación peligrosa, porque se les podría agotar en un combate largo. Previa la ocupación de algunos puntos como el Alto de Ochomogo que habrían de servir de apoyo y defensa, los rebeldes entraron a la ciudad de Cartago en las primeras horas del día 12 de abril, y se posesionaron de ella en poco tiempo, con excepción del cuartel que al mando del valiente general don Roberto Tinoco Gutiérrez mantuvo la resistencia por varios días. Cuando las tropas del gobierno que se encontraban situadas en la carretera interamericana se dieron cuenta de que los revolucionarios se habían trasladado a Cartago, trataron de hacer lo mismo, pero aquellos les salieron al encuentro en la vecina población del Tejar, y allí tuvo lugar la batalla más sangrienta de la guerra civil (13 de abril) en la que los rebeldes nuevamente reafirmaron sus posiciones. En esta oportunidad hubo gran número de muertos y heridos. Mientras tanto, más de dos mil milicianos se concentraron en la población de Tres Ríos bajo las órdenes de Carlos Luis Fallas quien intentaba entrar a Cartago, por su lado norte, y unirse a la gente que se encontraba dentro del cuartel, con el propósito de recapturar la ciudad. Sin embargo, ese plan no se pudo llevar a cabo porque el día 15 de abril capituló el cuartel.
El presidente Picado se separa del mando: Ante el avance de las fuerzas revolucionarias, y la toma que estas hicieron de las ciudades de Cartago y Limón, el presidente Picado decidió iniciar conversaciones con los rebeldes, y al efecto solicitó la mediación del cuerpo diplomático que aceptó de inmediato ese encargo, y nombró una comisión constituida por el Nuncio Apostólico, los embajadores de México, Panamá y Estados Unidos, y el ministro de Chile, para que se desplazara hacia Cartago e hiciera los contactos necesarios. Las gestiones tuvieron buen éxito, y la propuesta del presidente Picado fue aceptada, habiendo sido nombrado el reverendo Benjamín Núñez como delegado de las fuerzas revolucionarias. Las conversaciones que tuvieron lugar en la sede de la Embajada de México comenzaron el 14 de abril y se continuaron por varios días pues hubo ciertos aspectos del convenio que se trataba de consolidar en que fue difícil que las partes se pusiesen de acuerdo. El licenciado Mora Valverde nos dice que en la reunión en que se conoció la noticia de la invasión del territorio nacional por fuerzas nicaragüenses, el embajador de México que la presidía dijo que esa invasión solo podía detenerse, según lo afirmaba el embajador de los Estados Unidos, si los comunistas se desarmaban. A esto respondió el señor Mora que los comunistas no se desarmarían en tanto no se les otorgasen las garantías que consideraban necesarias, y que su partido lucharía para expulsar del suelo costarricense a la guardia nacional, y hasta se uniría si fuese del caso con las fuerzas de Figueres para ese propósito. El padre Núñez le pidió que explicase cuáles eran esas garantías, y el licenciado Mora Valverde le dijo que el mantenimiento de las conquistas sociales de los trabajadores. El padre Núñez manifestó que el grupo que representaba era de tendencias progresistas, y estaba seguro no habría oposición a esas demandas. Al terminar la reunión, y sin que las demás personas se enteraran, el padre Núñez le propuso al señor Mora la celebración de una entrevista con el señor Figueres, esa misma noche, en el Alto de Ochomogo. La entrevista se celebró, sin más testigos que el P. Núñez y Carlos Luis Fallas, este último llamado al final para enterarlo del detalle de la conversación, en que el señor Figueres se mostró de acuerdo en garantizar el respeto a las conquistas sociales que había alcanzado la clase trabajadora, y autorizó al P. Núñez para que firmase un pliego en ese sentido. En esta forma se solucionó este problema, y por fin el día 19 de abril pudo firmarse lo que se ha convenido en llamar el Pacto de la Embajada de México, en el cual se puso fin al estado de guerra civil porque atravesaba el país. Inmediatamente el presidente Picado se separó del mando, y llamó a ejercer la presidencia de la República al ingeniero don Santos León Herrera, en calidad de designado. Unas horas después del arreglo, el partido Vanguardia Popular ordenó el desarme de todos sus soldados.
Una opinión importante: Poco después de estos acontecimientos el licenciado don Teodoro Picado publicó en Nicaragua un opúsculo, del cual tomamos los siguientes párrafos:
Ni mi gobierno ni ninguno de los gobiernos de los últimos años estaba preparado para sostener una guerra civil. El espíritu pacifico se había arraigado de tal modo en el país -que de suyo tiene una mentalidad legalista- que se consideraba imposible un conflicto armado.
El orgullo del país residía en su organización educacional, y en ella y en el mejoramiento de los sueldos del magisterio no se escatimaban sacrificios. En cambio los gastos de la Cartera de Seguridad Pública siempre eran objeto de prevención por parte de la opinión pública, que siendo de un sentido profundamente civilista veía con desconfianza o con criollo humorismo cualquier aumento de sus actividades. Los Congresos, prestos siempre a votar cualquier suma para fines educacionales o de fomento general, conocían con animadversión explosiva de todo gasto tendiente a renovar armamentos o a adquirir nuevos. Los puestos militares se confiaban a los amigos del presidente y su mejor título era la lealtad, pero, salvo contadísimas excepciones no tenían preparación académica, y, menos aún, la experiencia del campo de batalla, que es la que revela y aquilata la verdadera aptitud y la real ciencia del soldado. El ejército era ridículamente pequeño: no alcanzaba a trescientos hombres. La tendencia general de los costarricenses era resolver sus conflictos políticos por medio de conversaciones y transacciones, arreglos conciliatorios. El Estado costarricense estaba realmente inerme. Se hablaba mucho de revolucionarios pero pocos, en realidad, creían en la posibilidad de su realización. Existía apotegma consagrado de que las revoluciones deben ser, para tener éxito, de adentro para afuera, y no de afuera para adentro.
Cuando en el último año de mi administración quiso el gobierno importar de los Estados Unidos en cierta oportunidad, algunas armas automáticas, no pudo obtener de las autoridades americanas, los permisos necesarios, que le fueron negados con regocijo de la prensa oposicionista y estímulo para sus enemigos. Nuestro embajador en Washington, refiriéndose a la negativa me escribió: «Comprendo que el caso es serio con muy posibles repercusiones y muchos intereses afectados…» y cuando sobrevino la guerra civil y quiso adquirir armas y municiones que se necesitaban con urgencia siquiera para equipararse a sus adversarios, encontró en todos los países a que recurrió, ejercitando un lícito derecho, la respuesta negativa que por su significativa uniformidad equivalía a un decreto de bloqueo internacional.
Con los días se notaba, con preocupación, que escaseaban las municiones de las armas automáticas y de los cuatro morteros que teníamoas. A más de que es increíble el consumo de proyectiles que hacen las armas modernas debe tomarse en cuenta que el soldado bisoño gasta cien veces más que el veterano.
En cambio las fuerzas revolucionarias recibían de Guatemala pública ayuda que les llegaba en aviones al aeropuerto de San Isidro de El General, del que se apoderaron, de acuerdo con un plan bien calculado, al iniciarse la lucha. Por ese medio engrosaban sus filas con elementos extraños cuya preparación técnica y avezamiento suplía la inexperiencia bélica de los alzados…
Al producirse la toma de Limón, tuvo, además, el gobierno noticia fidedigna que en puertos antillanos se alistaban embarcaciones con armamentos y refuerzos para la revolución. Limón era otra puerta de aprovisionamiento, y por ella habría penetrado una corriente incesante de apoyo para los alzados. El gobierno venezolano se inclinaba también en su favor.
El respaldo que me daban, con admirable resolución y desinterés, las clases trabajadoras, servia de pretexto para que se dijera que mi Gobierno estaba en manos de los «rojos» y que era «comunista» un régimen de estructura centrista que se caracterizó siempre por su sentido de equilibrio en las cuestiones sociales y económicas, y que en lo internacional secundó, con lealtad, la política democrática de los Estados Unidos…
Me faltaban pocos días para terminar el periodo presidencial. Había gobernado con estricta sujeción a las leyes y había respetado con amplitud, todas las libertades públicas. Las pasiones, atizadas desde la prensa y la radio, precisamente en favor de la libertad que reinaba en el país, estaban encendidas al rojo vivo. Enfriarlas era obra de buen juicio y de buen gobierno… Las luchas fratricidas suelen ser más sangrientas que las internacionales, y dejan divisiones profundas entre gentes que, terminado el conflicto, deben convivir por fuerza de circunstancias. Constantemente se me venía a la memoria el caso de Chinandega, que en 1927 fue incendiada en el feroz combate que por su posesión libraron conservadores y liberales. Recordaba que, a pesar del tiempo transcurrido, los unos y los otros se atribuían las responsabilidades del hecho, lo cual claramente enseña que medidas dictadas por el apasionamiento del momento en que se producen, o por las necesidades de la guerra, son, tratándose de hermanos, indefendibles cuando el señorío de la razón se restablece. Entonces nadie quiere asumir responsabilidades.
Y, aunque en situaciones como la mía, siempre hay consejeros de valor verdadero o simulado que indican heroicas medidas numantinas, yo bien sabia, que sin probabilidades de triunfo, nadie me habría perdonado, a la larga, la prolongación estéril de la lucha.
El gobierno, al revés de lo que creen algunos, podía aún continuar la guerra, aunque no la coronase la victoria. Había, almacenados en los sótanos del aeropuerto de La Sabana, explosivos y materias inflamables suficientes para destruir la ciudad de Cartago, y las fuerzas del gobierno, aunque mal armadas y municionadas, podían defender la capital, amenazada también de destrucción. Habrían perecido muchos inocentes, y, en la exaltación de una lucha desesperada, probablemente muchos de los reos políticos habrían sido sacrificados…
Cuando el 19 de abril de 1948 firmé, en la embajada de México, y no como se ha dicho, sin fundamento, en el Alto de Ochomogo, el convenio que puso término a la guerra civil que ensangrentaba a un país otrora ordenado y pacífico, tuve la impresión de que salvaba la vida a muchos compatriotas, que le ahorraba muchos infortunios a mi patria y que dejaba sentadas las bases para una política de conciliación que apaciguaría los ánimos y que le permitiría a la colectividad costarricense reanudar su vida normal, manteniendo así su prestigio y su nombre.
El pacto lo suscribió, en nombre de las fuerzas Figueristas, el presbítero don Benjamín Núñez, quien parecía realmente animado de sinceros propósitos de conciliación… el Cuerpo Diplomático, representado en el acto de la firma, como lo estuvo en el curso de las negociaciones, por el señor Nuncio Apostólico, monseñor Luis Centoz, por los embajadores de Estados Unidos, México y Panamá y por el ministro de Chile, se mostró también complacido, considerando que aquel acto solemne era un augurio de tranquilidad y de paz para la República. El pacto adquiría así, el respaldo moral inapreciable de todas las naciones amigas representadas…
«CLAUSULAS DEL PACTO. La presidencia de la República en manos del señor León Herrera y la secretaria de Seguridad Pública en las del señor Brenes Gutiérrez constituían una prenda de seguridad para todos los costarricenses, pero, además se convino en las siguientes garantías, que el padre Núñez se comprometió a respetar y a hacer afectivas, en nombre de las fuerzas revolucionarias:
1. Se facilitaría la salida, sin carácter de expatriación, de los más destacados jefes civiles y militares de mi gobierno.
2. Se otorgaba garantía de vida y haciendas de todos los ciudadanos que directa o indirectamente estuviesen comprometidos en el conflicto;
3. Se garantizaría, de modo especial, la vida, hacienda y derechos otorgados a todos los militares, funcionarios y empleados que habían servido en mi gobierno.
4. Se aseguró a las familias de todas las victimas de la guerra civil y a las víctimas incapacitadas, sin distinción de colores políticos, las indemnizaciones adecuadas;
5. No se ejercerían represalias de ninguna clase;
6. Se decretaría una amnistía general;
7. Se respetaría y se mejorarían las garantías o derechos sociales de todos los empleados y trabajadores; eso de acuerdo con pliego qué por separado presentó el Presbo. Núñez, y en que, desde luego, se garantizaba la libertad sindical.
En el logro de los compromisos a que se contrae el punto sétimo y, en general, en la elaboración del pacto intervino con gran lucidez y patriotismo el licenciado don Manuel Mora Valverde, en su carácter de jefe del partido Vanguardia Popular, quien estuvo presente en muchas de las reuniones celebradas por la comisión de diplomáticos. El doctor Calderón Guardia como jefe y candidato del partido Republicano Nacional asistió a la reunión efectuada el 18 de abril.
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