La Huelga de Brazos Caídos

IX.-EL TIEMPO DETENIDO

Junto con otros reos políticos, Juan Morales padece hambre y sed de justicia. Al calabozo llegan a menudo los oficiales y la soldadesca y los insultan con voz enronquecida por el odio y el guaro. A veces se les lanza un balde de agua sucia sobre el duro suelo en donde duermen. A veces les dan de patadas o los golpean, con las cacha de los revólveres o las culatas de los rifles. El alimento es malo y escaso, porque no se les entrega ni siquiera el auxilio que familiares en libertad les envían.

No le está permitido salir a estirar los entumecidos miembros, ni tomar un rayo de sol en los patios. Los calabozos se van convirtiendo paulatinamente en pocilgas de un hedor insoportable a excremento y vómito. Los días, que lentamente pasan, están llenos de ascos y de hambres; de sed y de dolores. De silencio.

Es más dura la prisión cuando es injusta. Pareciera que el frío penetrase más allá de los huesos y que el tiempo estuviera detenido en un punto mortal.

Por los nuevos presos, que constantemente llegan, Juan Morales y sus compañeros se mantienen enterados de lo que ocurre fuera de la cárcel. Es así como se enteran de que algunas personas intentan buscar, por distintos medios, arreglo a la situación.

Logran saber que, en reunión de Gabinete, tres Secretarios de Estado, tras deliberar ampliamente en busca de una solución, deciden sugerir al Tribunal Electoral como mediador, aprovechando que los miembros de ese cuerpo habían visitado el 24 de julio al Presidente con fines conciliatorios. Que mientras tanto, el Secretario de Seguridad Pública recibía en La Sabana a dos técnicos ametralladoristas de la Guardia Nacional de Nicaragua y a un experto en morteros del Ejercito Hondureño, los cuales han sido enviados por Somoza y Carías para asesorar e instruir a los asesinos del pueblo costarricense.

Averiguan que, después de la reunión de Gabinete del 25 de julio, han tenido lugar otras y que en manos de los Secretarios de Relaciones Exteriores, de Fomento y de Trabajo están algunas de las condiciones básicas puestas por la Oposición para declarar terminada la huelga, transmitidas por el Tribunal Electoral. Que el Presidente Picado no abandona su intransigencia y rechaza de plano esas condiciones, negándose, entre otras cosas, a hacer cambios militares y no aceptando ni siquiera permutas, ya que en realidad la fuerza pública no está en manos de los Picado sino en las de los Calderón, los cuales han obtenido hasta que se dé de alta en servicio activo de las armas, con grados militares, a su jefe de brigadas de choque y a sus principales guardaespaldas.

Pueden enterarse de que la intervención de los Secretarios de Estado no llega a ningún resultado, con motivo de lo cual se produce, el 29 de julio, la renuncia irrevocable del Secretario de Trabajo, Lic. Miguel Brenes. Que lo acompaña en su actitud el Subsecretario de esa Cartera y que el texto de la renuncia es:

Señor Presidente de la República. Casa Presidencial

Muy estimado señor Presidente:

La presente tiene por objeto llevar al ilustrado conocimiento de Ud., con verdadera pena de mi parte, la decisión irrevocable de separarme de las funciones de Secretario de Estado en los Despachos de Trabajo y Previsión Social, que he venido desempeñando en el Gobierno que usted dignamente preside.

Motiva mi renuncia la circunstancia muy significativa de que usted, en su condición de Jefe del Estado, ha prescindido por completo de mi modesta colaboración como Secretario de Estado, durante todo el desarrollo de los delicados y graves acontecimientos que ha vivido y vive el país, a pesar de habérsela ofrecido gustosamente, en nombre propio y en el de los estimables compañeros de Gabinete que me dispensaron el honor de darme el encargo, desde el comienzo de la situación.

Además, en el hecho fundamental de que yo no apruebo, en manera alguna, las medidas adoptadas por el poder Ejecutivo para tratar de solucionar el conflicto.

Reitero al señor Presidente los sentimientos de mi sincera e invariable amistad personal; y aprovecho la oportunidad para suscribirme su atento servidor y afectísimo amigo, MIGUEL BRENES G.

Se enteran los reos de que el Presidente, desde el Cuartel de Artillería en donde reside, insta al señor Brenes a retirar su renuncia, invocando la amistad que los une y lo provechosa que ha sido para el país su gestión como Secretario de Trabajo. A esto el Lic. Brenes contesta que su renuncia no ha sido un gesto impremeditado sino el producto de honda reflexión y que ratifica en todos sus términos la carta de renuncia. Dice: «Hay momentos en que deben dejarse a un lado los llamados del corazón para cumplir con los deberes que demanda la Patria.»

Fracasan las gestiones de arreglo iniciadas en el seno del Ejecutivo. Pero entretanto, el Tribunal Electoral ha venido reuniéndose con los personeros de los Bancos, en busca de igual fin. El mismo día en que los comunistas saquean el comercio en San José, los banqueros hacen una proposición concreta que, a pesar de ser rechazada por el Presidente, contiene las bases del convenio definitivo de unos días más tarde. Los periódicos oposicionistas dan la noticia:

«Hacia la media noche del lunes, los señores banqueros convinieron en presentar al señor Presidente y al señor Ulate una nueva fórmula de solución muy breve, que se reducía a que ambos aceptaran que las garantías electorales fueran calificadas y aprobadas por el Tribunal Electoral y que una vez aceptadas estas garantías se hiciera una tregua de diez días, durante los cuales no habría manifestaciones políticas, ni discursos, ni política en los radios o en los periódicos. En suma, la proposición se limitaba a que el Tribunal Electoral fijara las garantías, a que el Ejecutivo aceptara esa fijación y a que el señor Ulate la aceptara también. En este caso el señor Ulate haría una proclama dando por terminada la huelga en todo el territorio. El señor Ulate aceptó esta nueva fórmula íntegramente, con un (pequeño agregado en el que se decía que la huelga cesaría inmediatamente que las garantías, aprobadas por el Tribunal, fueran hechas efectivas. El señor Picado evadió el examen de esta fórmula porque dijo que los miembros del Tribunal Electoral no aceptarían hacerse cango de la fijación de las garantías.

Hasta anoche, esta era la situación inquietante que prevalecía en el país. Sabemos, sin embargo, que tanto el Tribunal Electoral como los banqueros siguen trabajando empeñosamente por encontrar una solución que afiance la paz de la República, asegure la libertad electoral y permita el regreso a la normalidad.»

Fracasada su primer tentativa, los banqueros se entrevistan al día siguiente con Monseñor Sanabria, Arzobispo de San José, y le piden su mediación. Monseñor, para iniciar sus gestiones, les solicita el respaldo de un pliego con firmas de personas de representación.

Durante todo el miércoles 30 de julio, los miembros del Tribunal Electoral permanecen en conversaciones con representantes de la Banca, de la Oposición y del Gobierno, y el Lic. don Gerardo Guzmán, Presidente del Tribunal, se muestra optimista en declaraciones para la prensa.

Un policía se acerca al calabozo y abre la puerta.

-¡Juan Morales! -grita.

El preso se incorpora trabajosamente y como un autómata sigue al gendarme a través de corredores que para su debilidad se hacen interminables. Siente dolor en los ojos, que en pocos días han perdido la resistencia a la luz.

Ante una puerta se le hace esperar por largo rato. Al fin se le introduce en una habitación en que un sargento parece esperar. Se le comunica que está libre. No se le dice a qué o a quien le debe el favor.

-Serán los abogados de la Oposición- piensa.

Y de pronto, la calle.

El cuadro no ha cambiado. Todo permanece quieto.

Más tarde se entera de que la huelga se mantiene en todo el territorio de la República, a pesar de los desesperados esfuerzos del Gobierno, del calderonismo y del comunismo para hacerla fracasar. Que continúan las persecuciones, allanamientos y las balaceras. Que Costa Rica Libre aún trasmite. Que damas calderonistas intimidan a los empleados públicos para que firmen pliegos de adhesión y apoyo al candidato oficial. Que el Gobierno no ha podido pagar los sueldos de sus servidores, a los que ha entregado vales que nadie admite. Que continúa la ola de protestas por las arbitrariedades y que aún los más tibios han hecho público repudio de los actos del oficialismo. Que algunos Secretarios de Estado presionan al Presidente para que abandone su actitud intransigente. Que los Calderón siguen en los cuarteles. Que los periódicos adictos al Gobierno aseguran que los, saqueos han sido hechos por los oposicionistas. Que los boletines del Comité de Huelga son cada vez más enérgicos. Y que los comunistas, para hacer creer que no han tenido participación en los saqueos, habían anunciado una manifestación para las cinco de la tarde del 31 de julio para pedir energía al Gobierno y con la consigna de no robar.

El desfile no fué autorizado por el Presidente. Pero Manuel Mora, Jefe del Partido, manifestó que daba 48 horas a los directores de la huelga para que ésta terminase, pues en caso contrario el comunismo se lanzaría a la calle con sus arnas, para exigir que el problema se definiese. Antes de hablar a su Partido en la Plaza de la Soledad, había conferenciado largamente con los hermanos Calderón.

Es el primero de agosto de mil novecientos cuarenta y siete.

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