VI. MARIACHIS DE COBIJA
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Como casi todos los ciudadanos, Juan Morales sabe que la intransigencia del Ejecutivo oculta una criminal debilidad. Que durante todo el tiempo han estado juntos el Presidente de la República y el candidato oficial, Rafael Angel Calderón. Que dos de los más destacados dirigentes comunistas permanecen en la inspección General de Hacienda. Sabe también que la Estación Central de Policía, contigua a la Casa Presidencial, se han instalado a dar órdenes el hermano del candidato, Paco Calderón y otros elementos del comando de su partido político. Que de ellos ha sido la idea y ha emanado la orden de traer a la capital a los elementos comunistas de la costa a quienes, por las cobijas con que se cubren en busca de protección contra el frío de las madrugadas del altiplano, el pueblo ha bautizado con el mote de «mariachis», nombre que después habrá de generalizarse para denominar a todo aquel que pertenezca a la coalición caldero-comunista.
Sabe también Juan Morales y sabe el pueblo que una de las pruebas del dominio calderonista del Poder, está constituida por los boletines que la radio oficial ha venido trasmitiendo, pues esos boletines contienen a la vez amenazas presidenciales y amenazas calderonistas contra la Oposición.
Lunes 28 de Julio. Graves acontecimientos se avecinan. Desde el sábado anterior los comunistas han anunciado una manifestación por las calles de San José, y conociendo los fines de esa manifestación, como para lavarse las manos, Picado y Calderón achacan al señor Ulate, responsabilizándolo por lo que pueda ocurrir. El Jefe de la Oposición, ante el ataque, los enjuicia en un artículo, publicado el domingo 27, que dice:
«La fijación de responsabilidades por lo que ha ocurrido durante esta emergencia está muy próxima, y será mejor esperar a que la haga la opinión pública con cuidadoso conocimiento y severo examen de los hechos»…
«Ellos está bien que se afanen en tratar de exculparse, porque ya saben lo que se les viene encima, y por mi parte sé hasta que punto la opinión está irritada con ellos»… «Los que han caído no llevaban armas y esto se probará en los respectivos procesos judiciales. Los mataron o los hirieron por la simple voluptuosidad de ver correr la sangre. La entraña de nuestra infortunada Costa Rica no ha producido un corazón más seco que el del gran culpable de esta tragedia nacional. Nosotros venimos pidiendo una cosa muy simple y muy justa, que se den garantías efectivas de libertad electoral para todos los partidos. Para no darlas, han preferido matar, encarcelar, aterrorizar a las mujeres y a los niños. Allá ellos con su conciencia y con sus futuras responsabilidades»…
Lunes 28 de julio. Sexto día de la huelga. Desde la buena mañana, abiertamente, se amenaza al comercio con obligarlo a abrir «a bala si es necesario». Los comerciantes de la capital no ignoran el peligro que los amenaza, porque ya saben que desde el sábado anterior comunistas llevados de San José a Cartago se han dado al saqueo de los almacenes de esa ciudad, apoyados por la policía la cual, lejos de reprimir el robo en masa, persigue con ráfagas de ametralladoras a los oposicionistas que tratan de evitar la rapiña.
El saqueo en San José se inicia desde dos horas antes de la anunciada para la manifestación que el comunismo ha organizado contra el comercio. A la una de la tarde, y al grito de «Viva Calderón Guardia» y «Viva Vanguardia Popular», las brigadas de choque y los «mariachis» se lanzan contra varios establecimientos en huelga, quebrando con varillas de hierro las ventanas y derribando las puertas con arietes previamente alistados, Los gobiernistas han señalado con anticipación los negocios que serán lapidados, y en el bolsillo de un asaltante que resulta herido se encuentra una lista de las casas comerciales que debían ser saqueadas.
El robo colectivo continúa por largas horas durante las cuales altos militares recorren la ciudad, amenazando desde sus jeeps a los comerciantes. La policía tolera con su deliberada ausencia todos los atropellos de los comunistas, y cuando al fin se lanza a la calle, desatando balaceras con resultado de varios oposicionistas heridos, trata con guante de seda y protege a los saqueadores que se alejan con su botín.
La Oposición había organizado desde el primer día de huelga la repartición de alimentos en todos los lugares de la República. Ese reparto no tenía color político y de él se beneficiaron todos los costarricenses. La Cruz Roja, por su parte, también había acondicionado innumerables puestos de distribución de artículos de uso indispensable. Sin embargo el desfile, que no se realizó por convertirse en saqueo organizado, tenía como pretexto el hambre del pueblo a pesar de la cual los comunistas dieron preferencia en el momento del robo a los licores, las máquinas de oficina y los artículos de lujo.
Después que el comercio ha sido arrasado en Cartago y San José, desfila la roja camioneta al servicio del comunismo, haciendo oír por su magnavoz una severa condenatoria al asalto y al robo, a pesar de que dirigentes de ese partido habían sido vistos en el momento del saqueo, azuzando las turbas. El calderocomunismo también se lava las manos y sus periódicos aseguran que las depredaciones han sido llevadas a cabo por varios miles de ulatistas. Responde al día siguiente el Jefe de la Oposición en un mensaje, en el que manifiesta:
«Los saqueos de ciertos establecimientos comerciales dieron comienzo en la ciudad de Cartago la noche del sábado. Cualquiera que lea el periódico «La Tribuna» del domingo, podrá darse cuenta del regocijo con que el periódico que es órgano de los señores Calderón y Picado informaba que lo que ellos llaman el pueblo y que es una simple turba de bandidos, había «abierto el almacén de los señores Masís para proveerse del dulce que estaba almacenado.» El mismo periódico y el mismo día anunciaba actos similares en otras localidades del país para los días sucesivos.
La obra del bandalaje, que ayer en San José tuvo una abominable culminación, ha indignado al país entero. Los escasos partidarios honrados que le quedaban al infortunado y trágico doctor Calderón se han ido de sus filas y se han venido a la oposición, justamente sublevado su ánimo por el pillaje y por el concurso que le ha prestado, con torpe disimulo, la policía, presentándose a resguardar los establecimientos comerciales sobre los cuales caía la turba de bandidos, una vez que habían sido saqueados, fingiendo que iba a proteger los intereses de los comerciantes, cuando a lo que iba era a proteger a los que robaban. Si la policía, o los que la mandaron, hubiera querido proteger efectivamente los intereses de los comerciantes, al producirse el primer saqueo se habría puesto en capacidad de impedir los que siguieran por haber contribuido a una huelga pacífica en demanda de garantías electorales, fueron asesinados por la policía varios de nuestros amigos y hay otros muchos en el hospital. Por haber saqueado, por haber robado, por haber destruido la propiedad privada, por haber avergonzado a la República, ninguno de los culpables de estos hechos ha tenido nada que sentir de la policía, antes al contrario, lo que han merecido es su simpatía y su concurso. Muchas de las personas que presenciaron los saqueos, han venido a referirme que la policía armada los presenciaba sonriente; y que mientras los saqueos se realizaban, pasaban los jeeps cargados de ametralladoras y gendarmes, sin detenerse siquiera a mirar el espectáculo.
Nuestros amigos, los comerciantes robados, a quienes les envío el mensaje de mi simpatía y les pido que fortalezcan su fe en el sacrificio, han sido sometidos a esta nueva prueba, la cual espero que sea la última, porque ya la huelga no la ataja nadie y el régimen político que viene padeciendo el país tiene contados sus días.
El plan de saqueo fue cuidadosa y siniestramente elaborado. Consignaron los nombres de los establecimientos saqueados, en la edición de la tarde de ayer de uno de sus pasquines. Pero quedó bien clara la maniobra, al conocerse el resultado de los hechos, y comprobarse que algunos de esos establecimientos, tales como el de don Miguel A. González, no habían sufrido la acción de la turba en desenfreno, ya fuera porque sus propietarios los defendieron valientemente, o porque en la acción colectiva no se llevó a cabo, en forma rigurosa, el plan preconcebido. En otras palabras, los periódicos del doctor Calderón, como sabían que iba a ser saqueado el almacén del señor González, anunciaron que ya había sido saqueado, pero habiéndoles fallado este plan porque el señor González impidió que fueran abiertas las puertas de su establecimiento, los dichos periódicos se publicaron registrando como realizado un hecho que en realidad no había ocurrido. Sabían que iba a ocurrir porque conocían los planes; pero como impidió la realización de estos el propietario del negocio, los periódicos del doctor Calderón dieron una noticia falsa.
La prensa del doctor Calderón ha ido más lejos en su solidaridad con el bandalaje. Aún en la tarde de ayer, cuando la ciudad estaba consternada y ardía en ira contra los saqueos, esa prensa hacía excitaciones para que se saqueara a otros comerciantes. Léanse los siguientes títulos: «Grupo de gente pobre, de todas las filiaciones políticas, atacó a las dos de la tarde los almacenes de Segovia y de Miguel A. González que están llenos de mercaderías. Otros grandes almacenistas, que le niegan mercadería a los minoristas y pulperos de escasos recursos económicos, corren el mismo peligro.» No puede ser esto más sucio, más indignante, más propio de la prensa que sirve los intereses políticos del grupo que ya está a punto de ser expulsado del Poder. Decir, en favor de los ladrones, que se trata de grupos de gente pobre que ataco almacenes que están llenos de mercaderías, como si por llenos de mercaderías se tenían merecido el ataque, es una de las cosas más villanas que puede leerse en cualquier publicación de cualquier parte del mundo. Amenazar, como lo hace la prensa del doctor Calderón, a otros almacenistas, diciendo que corren el mismo peligro, es igualmente miserable.·
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