Esta comedia no es divina

“Allá en La Lucha y en San Cristóbal …”

Capítulo 37

«Allá en La Lucha y en San Cristóbal …»

A don Otilio se le quería meter en la cárcel, pero se le dio la oportunidad de escoger una embajada para asilarse.

-Prefiero la cárcel -dijo Ulate y acompañado por Monseñor Sanabria y el embajador norteamericano, fue escoltado hasta la Penitenciaria.

Ante un recurso de «habeas corpus» interpuesto en la Corte Suprema de Justicia, el juez Lic. Máximo Acosta ordenó su libertad 24 horas después. Apenas tuvo tiempo don Otilio de salir de la prisión para llegar al hospital y ver por última vez a su amigo el Dr. Carlos Luis Valverde con vida. Una hora después expiraba.

Mientras tanto se supo en la Casa Presidencial que varios muchachos conocidos como revoltosos estaban desapareciendo de sus casas y supuestamente tomaban el camino hacia las fincas de Figueres, en San Cristóbal y Santa Elena. Se internaban por Desamparados, cruzando fincas y callejones para no ser descubiertos, hasta llegar a su destino.

Los comandantes de la Fuerza Pública Rigoberto Pacheco y Carlos Brenes se ofrecieron como voluntarios para ir a traer a Figueres y sus insurgentes como prisioneros y dejarlos a las órdenes del gobierno. Avanzaron en compañía de Luis Quinto Vaglio y algunos soldados más en un «jeep» que se desplazó por la carretera panamericana que estaba en construcción, y al llegar a La Sierra, cerca de donde el camino se bifurca para seguir a San Isidro del General o doblar hacia Tarrazú y Dota, se encontraron con una emboscada que les tendieron los primeros civiles que se habían convertido en soldados bajo el mando de José Figueres. De ese primer tiroteo salieron Pacheco y Brenes mal heridos y se refugiaron en una casilla abandonada a la orilla del camino. Alguien los persiguió hasta ahí y terminó de rematarlos, según se dijo después.

Enterado el gobierno de este descalabro, envió a la Unidad Móvil, que consistía en un equipo blindado con armamento moderno y soldados bien adiestrados para el combate. Pero corrieron la misma suerte; a la entrada de las fincas de Figueres la Unidad fue atacada y parcialmente destrozada, y muchos de sus integrantes tuvieron que salir huyendo por las montañas. El gobierno quedaba notificado en esta forma de que se había terminado la pelea de tigre suelto contra burro amarrado.

Ahora sí: la revolución había comenzado.

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