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Esta comedia no es divina

Clavel, magnolia

Capítulo 39

Clavel, magnolia

Federico pensaba que por ser él muy joven -apenas terminaba de sacar el bachillerato- estaba a salvo de las persecuciones que realizaba la policía y atenido a eso, se iba de vez en cuando a jugar billar al Club Sport Herediano.

Una tarde que se encontraba allí muy orondo practicando ese deporte, llegó Etelvina, la mamá de su amigo y vecino Claudio Rojas, hasta con el delantal puesto, y con gesto de gran preocupación le dijo:

-Federico, ni se acerque a su casa; la policía la tiene rodeada y piensan llevarlo a la cárcel en cuanto llegue.

-Bueno -dijo Federico-, muchas gracias, Etelvina, por el aviso.

Dígale a mamá que yo me fui con Víctor Benavides para la planta que construye la Municipalidad de Heredia en Carrillos de Poás y que no se preocupe por mí. Ahí estaré seguro.

Por la mañana de ese día, la policía se había llevado a Lalo Gámez, que era vecino de Federico; en días anteriores habían tomado prisioneros a Quico Benavides, Luis Dobles Segreda, Nino Meléndez, Dorilo Murillo y a muchos otros ciudadanos pertenecientes al partido de Otilio Ulate. Gran cantidad de gente .estaba hacinada en la cárcel, corriendo el grave peligro de ir a servir como rehenes en algún momento crítico para el gobierno.

Víctor Benavides, que trabajaba en la planta eléctrica que se estaba construyendo en Carrillos de Poás bajo la dirección de Jorge Manuel Dengo y Oscar Cadet, estaba también en el billar del Club y fue por eso que Federico pensó en irse con él. Así se lo comunicó y media hora después iban los dos rumbo a Poás en un «pick up» de propiedad municipal.

Era un riesgo para los ingenieros Dengo y Cadet aceptar en el campamento a una persona que no tenía nada que ver con el proyecto; entonces le encargaron a Federico rotular las puertas de los vehículos con el nombre de la Municipalidad de Heredia, indicando también más abajo que pertenecían al proyecto hidroeléctrico de Carrillos de Poás.

Federico empezó a indagar cómo se hacía para llegar donde Chico Orlich, quien en La Paz de San Ramón trataba de levantar un movimiento similar al de Figueres con el fin de establecer un segundo frente. Orlich dirigía a un grupo de muchachos que de noche salía de su escondite para alarmar alguna población con un tiroteo y sembrar la zozobra entre las autoridades. Así el gobierno se veía obligado a distraer armas y hombres en otra zona que no era la de Figueres.

Federico supo que allí en el campamento estaba un señor Martínez prestando servicios de barretero y que este señor había estado con Orlich. Se puso en contacto con él y éste le ofreció avisarle apenas se pudiera pasar; que por el momento, el problema que tenía el segundo frente era que no había suficientes armas y que él tenía un contacto para saber cuándo se solucionaría ese problema.

Mientras tanto, lo único que se podía hacer era caminar por las noches entre senderos y fincas para llegar hasta San Pedro, en donde había una pulpería a la que no le habían decomisado el radio, y allí de vez en cuando se podían oír las transmisiones clandestinas o alguna de las repetidoras.

Así fue como Federico y los empleados de la planta de Carrillos que realizaban esas giras nocturnas, se enteraron de lo dura que estaba la pelea en las montañas del sur. La Unidad Móvil había vuelto a San José semidestrozada, pero el gobierno la volvió a poner en funcionamiento y la mandó al frente con más refuerzos.

Hubo un enfrentamiento en La Sierra y la finca Santa Elena cayó en manos de las fuerzas del gobierno, pero luego fue recuperada por los rebeldes. La Sierra también tuvo que ceder ante la superioridad numérica y de armamento que tenía la Unidad Móvil, y Figueres tuvo que trasladar su cuartel general a Santa María de Dota.

Mientras tanto, de Guatemala habían llegado más armas para la revolución por la vía aérea al aeropuerto de San Isidro, y allí se reabastecieron los soldados para hacerle frente a otro ataque que se esperaba por el lado sur, en donde entraría en acción Carlos Luis

Fallas al mando de un contingente de bananeros comunistas procedentes de las fincas de la United Fruit Company.

El miedo seguía siendo el compañero inseparable de los costarricenses. Las pocas noticias que se lograban captar no eran buenas; después la revolución entró en cierto letargo, al menos así era para los que en la Meseta Central vivían pendientes de las pocas noticias que se filtraban a través de boletines poligrafiados y transmisiones clandestinas.

El ejército de Liberación Nacional no avanzaba, pero tampoco el gobierno lograba terminar con la insurrección.

De pronto se comenzaron a oír mensajes en clave por la radio rebelde; estos mensajes eran tan raros que sirvieron para reanimar el movimiento de las «bolas». Se oyó mencionar un plan Clavel y un plan Magnolia, pero nadie tenía ni la más remota idea de lo que se trataba; hasta que una mañana la gente de la Meseta Central se encontró con la sorpresa de que la Radio Hispana de Cartago estaba funcionando. Acababa de transmitir un mensaje de Figueres y ponían el tema ya familiar de la revolución: el primer movimiento de la Quinta Sinfonía de Beethoven.

¡Claro que era Radio Hispana, si sonaba muy duro!

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