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Esta comedia no es divina

La huelga de brazos caídos

Capítulo 31

La huelga de brazos caídos

Negros nubarrones presagiaban una campaña política violenta para las elecciones de febrero de 1948.

La gente recordaba pacientemente, pero con gran indignación, el escandaloso fraude que se había llevado a cabo en 1944 para imponer en la Presidencia contra viento y marea al Lic. Teodoro Picado, cuando todos sabían que el presidente escogido por la voluntad mayoritaria había sido León Cortés.

Calderón fue quien seleccionó a Picado como candidato: primero, porque era un hombre de vasta educación y fácil palabra que podía impresionar al electorado, y segundo, porque era de un carácter fácilmente manejable.

Con esta imposición, Calderón Guardia había logrado mantener en su puesto durante el período de Picado, a toda la fuerza pública que le era incondicional y que lo acompañaba desde 1940. Esa fuerza pública estaba dispuesta a todo con tal de colocar de nuevo al doctor Calderón en la Presidencia.

Así fue como poco a poco el respeto al ciudadano se perdía para dar paso a la violencia.

Un día, por una discusión que hubo entre don Manuel Camacho, dueño de una salchichería ubicada en la Avenida Central contiguo a la Sastrería Ramírez Valido, y el diputado José Albertazzi Avendaño, familiares de éste irrumpieron sorpresivamente en aquel establecimiento y todo lo destrozaron a vista y paciencia de las autoridades. Cuando el Poder Judicial tomó cartas en el asunto, uno de los guardias de seguridad encargado de esa zona declaró que él no había intervenido para evitar el desastre porque así se lo habían ordenado sus superiores.

Otra barbaridad fue la que tuvo lugar en San Joaquín de Flores, cuando un ciudadano tuvo la desgraciada ocurrencia de gritar «Viva Otilio Ulate», en el momento en que una caravana de gente que acompañaba al Dr. Calderón Guardia rumbo a Santa Bárbara, pasaba por allí.

Los guardaespaldas que vigilaban por la seguridad del Doctor ordenaron parar el carro en que iban y persiguieron pistola en mano a aquel hombre, como si fuera un criminal; éste se refugió en la iglesia y allí lo ultimaron a balazos. Cuando Monseñor Sanabria, arzobispo de San José, visitó el templo y vio la sangre derramada, promulgó una excomunión «nemini reservata» sobre los responsables directos e indirectos de aquel sacrilegio.

La violencia seguía cobrando vidas y en una manifestación que hubo en Alajuela, se armó un tiroteo frente al Club Calderonista que terminó con la vida de un muchacho llamado Seth Soto Álvarez.

Un domingo en la noche, unos cartagineses alegres y alboroteros comenzaron a lanzar vivas a Otilio Ulate en el puro centro de Cartago. La gente se fue entusiasmando y el grupo se fue haciendo cada vez más grande. Como a las autoridades no les hacía mucha gracia aquella manifestación tan improvisada, decidieron sacar los sables y las pistolas para asustar a los manifestantes y obligarlos a que se fueran para sus casas.

Pero como los cartagos no se dejan amedrentar fácilmente, respondieron primero con silbidos, después con palos y finalmente con piedras, hasta que se armó un zafarrancho de padre y señor mio, que mandó al hospital a más de cien heridos, entre los cuales figuraban Bruce Masís, Fernando Volio y Vesalio Guzmán, los dos último en un estado de gravedad tal que se temía por sus vidas.

Al día siguiente, el comercio de Cartago, en gran mayoría y como señal de protesta, permaneció cerrado. Allí fue donde surgió la idea de promulgar una huelga de brazos caídos en todo el territorio na cional, como reacción por las constantes agresiones de las autoridades y para pedir al gobierno garantías confiables de que se respeta rían los resultados electorales en los próximos comicios.

La lucha estaba planteada entre el expresidente Calderón Guardia y el periodista Otilio Ulate, quien había heredado el caudal político de León Cortés, fallecido inesperadamente en 1946.

Aquella huelga que comenzó en Cartago se extendió por todo el territorio nacional. Los bancos cerraron sus puertas; los colegios también. Algunos profesores titubeaban, pues sumarse a la huelga significaba arriesgar el puesto. Aun así, muchos consideraron que había que apoyar el movimiento.

Don Lalo Gámez, quien impartía lecciones de cosmografía en la Escuela Normal, dejó el texto académico a un lado y en su lugar pronunció una arenga exaltando los valores cívicos sobre los cuales se asienta la democracia e invitó a los alumnos a defender esos valores a cualquier precio; luego tomo sus libros y diciendo: «y3 también estoy en la huelga», salió del colegio.

Federico y la mayoría de sus compañeros se lanzaron a la calle para apoyar el movimiento. En esos momentos entraba a la Escuela Normal Roberto Güell, estudiante del Liceo Omar Dengo, quien había organizado algunos meses atrás una federación nacional de estudiantes de todos los colegios secundarios del país, con el propósito de defender los derechos y valores morales de los estudiantes. La FENS (Federación Estudiantil Nacional Secundaria) se llamaba esta organización, y Federico fue de los primeros en afiliarse para luchar a la par de Roberto Güell y Víctor Julio Román en San José, de Mesías Espinoza y Mario Sufol en Puntarenas, de Carlos Manuel Villanueva, Carlos Luis Rivera Ligia Fumero en Cartago, de Babel Noguera en Guanacaste, de Wiston Grey en Limón , de Carlos Manuel Castillo y Bernal Jiménez en el Liceo de Costa Rica, de Hilda Herrera y Estela Fuentes en el Colegio de Señoritas y de José Rafael Cordero Crocceri en el Colegio Los Ángeles.

Mientras tanto se reportaban disturbios y encuentros entre los ciudadanos y la policía por todo el país. En San Isidro de Coronado una autoridad asesinó a un ciudadano muy estimado en la localidad, llamado Amadeo Chinchilla, y esto encandiló más la animadversión contra el gobierno.

En una balacera que se armó en la Calle Central de San José, entre la Catedral y el Diario de Costa Rica, la policía disparó contra Gonzalo Hoffmaister, dueño del Bazar Gran Oriente, en el momento

en que éste procedía a cerrar su tienda. Lo llevaron muy mal herido al hospital y allí murió. Algunos dijeron que la policía lo había asesinado porque lo confundieron con don Pepe Figueres.

El país llevaba ya más de una semana de estar al borde de la guerra civil, cuando apareció un aviso en los periódicos dirigido a todas las mujeres invitándolas a reunirse el 2 de agosto en la Catedral, para elevar una plegaria a la Virgen de los Ángeles por el retorno de la paz y la cordura. El aviso lo firmaban María Teresa de Dengo, Cristina de Esquivel, Rosario de Facio, Aurelia de Ross, Etilma de Romero, Marta de Uribe, Emma Gamboa, María del Rosario Quirós, Margarita Baudrit y Clarisa Mora.

Ese 2 de agosto de 1947, la Catedral se llenó totalmente de mujeres y después de las oraciones, se dispusieron a desfilar silenciosamente hasta la Casa Presidencial. Allí se quedaron largas horas hasta que al Presidente Picado no le quedó más remedio que salir y, visiblemente malhumorado, les dijo que siguieran rezándole a la Virgen a ver si les hacía el milagro.

Luego dispusieron permanecer ahí hasta que hubiera una solución a la crisis planteada. Ya en horas de la noche, un comandante a quien llamaban Pencho Alvarado desató una balacera por todo el vecindario con el fin de dispersar aquel grupo de mujeres que no querían irse para la casa hasta que se aceptaran las demandas de garantías electorales planteadas por la oposición.

Ante aquel desplante de matonismo frente a un grupo de damas indefensas, la manifestación se redujo notablemente; muchas corrieron a guarecerse debajo de las bancas del Parque Nacional y otras se ampararon en las casas del vecindario. Sin embargo, unas cuantas muy valientes y atrevidas, permanecieron en su sitio hasta altas horas de la noche. Felicia Quirós, sosteniendo la bandera tricolor, permaneció incólume ante las balas de la policía.

Al día siguiente el gobierno entabló conversaciones con los dirigentes de la huelga para poner fin al conflicto.

Se acordó entonces darle al Tribunal Supremo de Elecciones mayor injerencia en el proceso electoral, y tanto el gobierno como los diputados y los dirigentes del Partido Republicano Nacional, que respaldaban la candidatura de Calderón Guardia, se comprometieron con su firma en un documento a respetar el fallo que diera este tribunal después de los comicios que tendrían lugar en el próximo mes de febrero de 1948.

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