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Esta comedia no es divina

Nueva aurora

Capítulo 43

Nueva aurora

Al conocerse la noticia del final de la guerra, hubo de todo. Unos se desbordaron de la alegría, otros permanecieron incrédulos y las autoridades se refugiaron en los cuarteles a la espera de nuevas órdenes. A quien tocó la delicada tarea de comunicarles a los comandantes del gobierno el relevo en el mando fue al nuevo Secretario de Seguridad Pública, don Miguel Brenes Gutiérrez; y debe haberlo hecho con gran habilidad puesto que fueron pocos los incidentes que se suscitaron.

Mientras se llevaban a cabo los cambios en los distintos cuarteles del país, Federico decidió aprovechar un camión de carga que venía para San José y regresar a su casa, pues ya en Cartago estaba sobrando gente para el Ejército de Liberación y comenzaban a escasear los alimentos.

Al llegar a San José, ahí por el Parque España, frente a la Fábrica Nacional de Licores, Federico y tres o cuatro muchachos más que venían en la góndola tuvieron que tirarse contra el piso para protegerse de una balacera que se había desatado. Parecía que un grupo comunista refugiado en la Central de Trabajadores se negaba a entregar las armas y hacía resistencia; pero finalmente tuvieron que ceder.

A pesar de la cautela que se tuvo para la entrega de los cuarteles, siempre se perdieron muchas armas que quedaron escondidas en algunos solares a la espera de un contrataque. Otras se las llevaron los que huyeron hacia Nicaragua.

Cuando Federico llegó a Heredia las calles estaban casi desiertas. Había nerviosismo; algunos de los que habían permanecido escondidos en las fincas aledañas regresaban cautelosos y poco a poco se iban acercando al Cuartel para que el nuevo comandante don Dorilo Murillo les diera de alta en el servicio de las armas.

Los prisioneros ya habían sido liberados y muy alegres regresaban a sus casas para ser recibidos con regocijo por esposas, madres e hijos.

De pronto se vio en una de las calles principales un «jeep» lleno de los nuevos reclutas, cada uno con su rifle. Se bajaron en la casa de un conocido calderonista, tocaron la puerta y entraron cuando se les abrió; había una denuncia de que en esa casa tenían armas escondidas. No encontraron nada, pero daba la impresión de que sólo se habían cambiado los papeles: los oprimidos se convertían en opresores y los perseguidores en perseguidos.

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