La Voz del Ejército de Liberación Nacional
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Capítulo 38
La Voz del Ejército de Liberación Nacional
Cuando el gobierno vio la cosa «jodida», levantó las garantías individuales, implantó el toque de queda, cerró los periódicos de oposición y mandó a silenciar las radioemisoras.
La población quedó sometida al terror de que alguna bala perdida de las que se disparaban por las noches terminara con la vida de alguien.
Comenzó a oírse por los radios de onda corta una señal muy débil que anunciaba: «Aquí, La Voz Del Ejército De Liberación Nacional», y ponían el primer movimiento de la Sinfonía de la Victoria de Beethoven (la Quinta); luego leían las primeras proclamas de Figueres y daban cuenta de los avances de las fuerzas revolucionarias.
La policía se dio cuenta y comenzó a decomisar los radios de las casas.
Como la señal era débil, los radioaficionados empezaron a construir radioemisoras pequeñas para retransmitir las señales y darles más fuerza.
Así fue como Federico se vio involucrado en este movimiento de instalar radioemisoras en las cercanías de las ciudades. Un día se fue a la finca de don Paco Flores en La Asunción de Belén, en compañía de Álvaro Cortés, Víctor Víquez Herrera y Manuel Flores, el hijo de don Paco, para poner a funcionar allí una repetidora clandestina, y también leer los boletines que circulaban de mano en mano e inventar «bolas» alarmantes para desmoralizar las fuerzas del gobierno.
Una noche, a Manuel se le escapó decir:
-Purruja, pasame aquel boletín -y el micrófono estaba abierto. Aquello fue delatarse por descuido, pues en Heredia todos los
alumnos y exalumnos de La Normal sabían que a Álvaro le decían «Purruja», y además que era muy amigo de Manuel Flores, lo cual dejaba la finca en que estaban instalados en calidad de sospechosa. No hubo más remedio que desmantelar las instalaciones.
Una noche, caminando por los cafetales, todo el equipo iba para la Casa Cural de San Joaquín de Flores, en donde el Padre Salomón Valenciano, quien ya era un viejito pero con fama de valiente por haber adoptado actitudes desafiantes en tiempos de los Tinoco, lo recibiría’ y permitiría su funcionamiento desde sus dominios.
Sin embargo, de camino, una patrulla del gobierno encandiló al grupo que transportaba los artefactos por un cafetal, y tuvieron que devolverse para acomodarse en un rancho que estaba cerca de las márgenes del Río Virilla. Desde ahí se continuó con la retransmisión de La Voz Del Ejército De Liberación Nacional y la transmisión de boletines alarmantes para el gobierno; unos eran ciertos, otros eran inventados.
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