Otra vez Calderón
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Capítulo 54
Otra vez Calderón
Una de las primeras experiencias extraordinarias que tuvo Federico en el incipiente ejercicio de su profesión, al comenzar el año de 1955, fue comparar la administración pública con la administración privada. En el Ministerio de Obras Públicas (MOP), cuando un tractor se dañaba y había que mandar a comprar un tornillo, era necesario recoger como quince firmas y hacer veinte copias de la orden de compra. Mientras tanto, el tractor duraba mes y medio en el taller y su operador sentado esperando que le arreglaran la máquina.
En el Aeropuerto El Coco, cuando una vagoneta de la Empresa Feluco Herrera, que tenía a su cargo el movimiento de tierra, se descomponía y había que comprar un tornillo, el mismo Feluco o uno de sus ayudantes se iba a San José a buscar el repuesto y por la tarde ya la vagoneta estaba trabajando otra vez.
Daba gusto ver aquella empresa que parecía un relojito: un tractor cortaba la tierra, un «scrapper» la recogía y la iba a dejar en donde hacía falta relleno, un tanque de agua remojaba y una «pata de cabro» compactaba; todo rigurosamente sincronizado. No se perdía movimiento alguno.
Estaba Federico procesando unas pruebas de compactación en el laboratorio de materiales del Aeropuerto El Coco, cuando anunciaron por radio que había sido invadida Ciudad Quesada por fuerzas revolucionarias.
Federico pensó que lo más prudente era regresar a San José para ver en qué podía servir. Iba apenas entrando al edificio del Ministerio de Obras Públicas, cuando un avión extranjero volando bajo descargó varias ráfagas de ametralladora sobre Plaza González Víquez y el techo del Ministerio. Dichosamente sólo causó daños materiales y nadie resultó herido.
El personal se asustó y muchas de las secretarias, ante el temor de un nuevo ataque, pidieron permiso para irse a la casa. De los hombres, Federico y algunos otros se fueron para la Escuela Perú, en donde el gobierno reclutaba gente para enfrentarse a la invasión. Allí el desorden era descomunal; todos los muchachos querían un rifle ya, sobre todo aquellos que no habían tenido oportunidad de participar en la guerra del 48, y las armas del gobierno eran insuficientes para complacerlos.
Federico, que sí conocía las amarguras, los peligros y las hambres padecidas en el anterior movimiento revolucionario, se limitó n quedar inscrito a las órdenes del Estado Mayor, que en ese momento estaba dirigido por Rodolfo Quirós; luego se fue para el aeropuerto continuar su trabajo, que se consideraba urgente.
Mientras tanto, el presidente Figueres, que había sido enterado de que también habían sido ametralladas desde aviones las ciudades de Liberia, Cañas, Naranjo, Villa Quesada, Palmares, Alajuela y Turrialba y que las poblaciones estaban atemorizadas, decidió hablar por una cadena radial en la noche para llevar un poco de tranquilidad a la gente. Allí expresó que las fuerzas del gobierno controlaban la situación y que se había pedido la intervención de la OEA, puesto que aquel ataque había sido patrocinado por las dictaduras de Trujillo, Somoza y Pérez Jiménez para volver a instalar en el Poder por la fuerza al Doctor Calderón Guardia. Fue aquel discurso en donde Figueres improvisó una de aquellas salidas oportunas que se le ocurrían de vez en cuando: «A mí con avioncitos».
Inmediatamente después, encargó a Francisco Orlich, Ministro de Obras Públicas, hacerse cargo del frente en la zona de San Carlos, en donde ya los revolucionarios habían tomado algunas posiciones y pretendían avanzar hacia el interior del país.
Entre esos revolucionarios que entraron a Ciudad Quesada, se notó la presencia de Miguel Ruiz, Carlos Lara, Carlos Tinoco y Gerardo Díaz. Miguel Ruiz y Carlos Lara habían estado en el 48 al lado de Figueres y extrañaba ahora su participación en el bando contrario.
Desde los primeros meses en que la Junta de Gobierno instalada en 1948 comenzó a gobernar, hubo círculos sociales, políticos y económicos que se mostraron en desacuerdo con algunas de las medidas tomadas por esa Junta, tales como el impuesto de un 10% sobre el capital para reestructurar el aparato gubernamental y la nacionalización bancaria, que se implantó sorpresivamente y no dio tiempo a los políticos conservadores de defender los intereses minoritarios de unos cuantos privilegiados.
Esas medidas revolucionarias originaron inconformidad en algunos de aquellos que con valor y osadía se habían enfrentado en el campo de batalla al régimen anterior. Los que así pensaban terminaron por incubar un golpe de Estado que fue dirigido por el Ministro de Seguridad Edgar Cardona y secundado por Miguel Ruiz, Max (Tuta) Cortés y Fernando Figuls, que era Jefe del Resguardo. Este movimiento tuvo lugar el día 2 de abril de 1949.
El golpe no tuvo el apoyo que los insurrectos esperaban y en pocas horas fueron dominados por las fuerzas leales a Figueres. No hubo mayores consecuencias y pocos días después, los golpistas gozaban de libertad, aunque ya no contaban con la confianza de las esferas oficiales.
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