Esta comedia no es divina

Elecciones de medio período

Capítulo 28

Elecciones de medio período

En los comicios de febrero de 1946, para la elección de la mitad de los diputados del Congreso Constitucional, Federico se había apuntado en el Partido Unión Nacional para desempeñar funciones de fiscal de mesa. Todavía no tenía derecho al voto, pero sí podía servir en las funciones de vigilancia y quería ser útil a los intereses de la Oposición.

En la papeleta por Heredia figuraba como candidato a diputado don Rubén González Flores, hermano del expresidente don Alfredo y padre de Domingo González, uno de los mejores amigos de Federico.

Como suplentes de don Rubén figuraban, en primer lugar, don Fernando Vargas Fernández, exprofesor de Historia en la Escuela Normal, y don Moisés Loría Ovares, maestro con gran facilidad de palabra y hermano de Carlos Loría, otro gran amigo de Federico, con quien compartía labores en el periódico mural que cada semana se publicaba en las ventanas de la biblioteca del colegio.

Don Fernando Vargas hacía reuniones con los futuros fiscales todas las semanas; les explicaba los alcances del Código Electoral y las posibilidades de fraude que podían poner en práctica los adversarios.

A las cuatro de la mañana del día de las elecciones, un automóvil con algunas otras personas a bordo, pasó a recoger a Federico a su casa de habitación para llevarlo a Birrí de Santa Bárbara, lugar que se le había asignado para sus funciones de fiscalización.

Federico llegó al lugar de su destino muy alegre y optimista, dispuesto a aplicar al pie de la letra todas las enseñanzas recientes que había adquirido de don Fernando sobre los procesos de votación.

Al entrar en el recinto electoral, instalado en la escuela del lugar, lo primero que hizo fue observar la urna en la cual se depositarían los votos. Luego de saludar a todos los que allí estaban -miembros de mesa y ficales de ambos partidos-, se dirigió a quien iba a fungir como presidente de la mesa y le pidió, por favor, abrir la urna antes de comenzar la votación.

Aquel hombre, al oír tal petición, peló los ojos con aire de asombro y lejos de complacer la solicitud de Federico, corrió y se sentó sobre la urna. Mientras tanto, un policía que rondaba por ahí con una sonrisa que denotaba su alto grado de estupidez, se complacía en acariciar la cacha de su revólver.

En un par de minutos Federico pasó de optimista a serio y de serio a perplejo. La verdad es que no hallaba qué hacer. Se acercó al miembro de mesa que representaba al Partido Unión Nacional, que era el de la Oposición, y le recriminó:

-Bueno, y Ud., ¿por qué no exige que se abra la urna?

-Mire -contestó el señor-, Ud. y yo lo mejor que podemos hacer aquí es quedarnos queditos, porque si molestamos mucho, podemos ir a parar a la cárcel o al panteón.

Lo primero que pensó Federico, después de aquella actitud, fue en abandonar el recinto para ir a poner la queja en la dirección del Partido en Heredia.

Luego, razonando con más calma, pensó que seguramente en todas partes estaba pasando lo mismo y que nada sacaba con protestar; que era mejor seguir de observador para ver qué otras maniobras tenían preparadas los representantes del partido del gobierno para ganar las elecciones. Se sentó en el lugar que correspondía al fiscal, se abrió la puerta de la escuela y los vecinos comenzaron a desfilar frente a la mesa de votación.

Contrario a lo que Federico esperaba, la elección transcurrió en orden y sin ningún problema especial durante todo el día hasta las seis de la tarde, en que se cerró la puerta y el presidente de la mesa declaró abierto el escrutinio.

Federico tenía gran curiosidad por ver qué había sucedido dentro de la urna. Comenzó el recuento y las papeletas, algunas arrugadas y otras sucias, demostraban claramente el manipuleo propio de los participantes en el proceso, que en términos generales eran hombres del campo. Las papeletas se iban separando en dos grupos: de este lado las del Republicano y de aquel otro lado, las del Unión Nacional. Federico tenía buen cuidado de ir las contando: mientras las papeletas salían sucias y arrugadas, el cómputo era de 72 para el Unión Nacional y 48 para el Republicano. Curiosamente, al final empezaron a salir las papeletas limpiecitas y bien dobladas y todas, en forma unánime, eran para el Republicano Nacional, hasta que la votación quedó en 72 votos para el Unión Nacional y 84 para el Republicano.

Finalmente y para mala suerte de Federico, el automóvil que debería recogerlo a las ocho de la noche no aparecía y el fiscal del Partido Republicano, que también debía regresar a Heredia y era amigo suyo aunque adversario en política, muy gentilmente lo invitó a regresar con él. Federico aceptó con cierto desgano. De camino, aquél le comentaba:

-Mirá, no te preocupés por eso; estas cosas siempre pasan en la política.

No obstante las múltiples quejas que llegaban de todas partes por los fraudes y atropellos cometidos por algunas autoridades, don Rubén González Flores logró salir electo con sus dos suplentes: Fernando Vargas Fernández y Moisés Loría Ovares. Sin embargo, el Partido Unión Nacional, considerando que no se había procedido con honestidad en el proceso electoral, decretó que sus diputados electos no asistirían al Congreso.

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