Con Haya de la Torre
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“Haya de la Torre pasó casi cinco años encerrado en la embajada, sin poder salir. Cuando, al fin lo dejan salir, llega a México. Ya había vivido en México en los años 20 y 30. En el aeropuerto lo esperaban los periodistas, y dijo que quería pronunciarse desde la ORIT, desde mi oficina, porque fue la ORIT la que había ganado esa batalla.
“Haya de la Torre había trabajado con Vasconcelos en el Ministerio de Educación. Es más, él fundó el APRA en México, en 1923. Sus principios son proclamados en México.
“Recuerdo que don Eduardo Santos tenía casa en París y le pagaba los pasajes a Haya de la Torre para que fuera a visitarlo. En dos ocasiones, coincidimos en París.
“El día después de su declaración, le di un almuerzo en la casita mía en México. Lo vi tomarse unos tragos, y me dice, ´Monge, usted sabe que yo memoricé mucho a Shakespeare´. Empezó a recitarme páginas y pasajes enteros de las obras del más grande maestro del teatro. Me contó que cuando lo metieron a la cárcel la primera vez, después de una huelga estudiantil, hacía todos los personajes de Shakespeare él mismo. Me asombró la memoria, el talento y la sensibilidad de Haya.
“Con otra persona con quien tuve una relación muy estrecha fue con Don Rómulo (Betancourt). Varias prominentes figuras del movimiento sindical venezolano trabajaban conmigo, y eran muy superiores a mí en experiencia. Fue a través de ellos que cultivamos una relación cercana.
“Don Rómulo me metió en misiones delicadas. Una vez, me metí clandestino a Venezuela. Yo estaba en Montevideo, Uruguay. Empezó a buscarme, y hablamos ya cuando iba para una reunión en Río de Janeiro. Después, venía de paso por Costa Rica camino a México. Don Rómulo me dijo que me fuera a Puerto España, que me iba a esperar Vicente Gamboa Marcano. Me dio un manifiesto contra la dictadura. Mi encargo era llevarlo. El contacto mío era un taxista de Miraflores. Me di cuenta que estaba siendo vigilado, así que pensé en devolverme de inmediato. Ya andaban tras mis pasos.
“Pero, vea cómo me salvé yo. Al subir al avión en Puerto España, vi a un reguero de venezolanos, que no eran otra cosa que una delegación de ganaderos que venían de Curitiba. Conté que era de Costa Rica, y que iba para Caracas a pasear.
“En el avión me dicen, ´usted tiene pasaporte diplomático, yo compré unas cosillas para mi esposa y mis hijos, ¿por qué no me las lleva?´. Yo le dije que sí. Y en el aeropuerto los estaba esperando el Ministro de Agricultura. En medio del recibimiento oficial, agarraron las valijas mías con las de todos los ganaderos, y ahí era donde venía el manifiesto.
“Al final, sí me reuní con el taxista. Después de darle el manifiesto en Caracas, me fui para Maracaibo, y no llegó al hotel la persona que me dijeron que llegaría ahí. Capaz que lo mataron. Agarré el avión para Costa Rica y llegué sano y salvo. Con Don Rómulo estreché la relación cuando estuvo exiliado acá”.
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