La crisis económica
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-Al llegar a la Presidencia de la República, usted se encontró una de las peores crisis de la historia.
-La situación al comienzo de mi gobierno se caracterizó por una severa crisis económica y social, acompañada por un profundo y generalizado desaliento y por una desesperanza de todos los sectores de nuestro pueblo. El entorno estaba incendiado por la guerra y la violencia. Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala se convirtieron en uno de los últimos escenarios del aberrante proceso de la Guerra Fría. La Unión Soviética y Cuba apoyaban militar y políticamente al gobierno sandinista de Managua, y a las guerrillas de Honduras (los cinchoneros), El Salvador (Farabundo Martí) y Guatemala (el Ejército de Liberación). Estados Unidos apoyaba militarmente a los desprestigiados ejércitos de Honduras, El Salvador y Guatemala. Y brindaban respaldo político y militar a los llamados “contras” que desarrollaban acciones bélicas contra el régimen de Managua. El dilema para Costa Rica no podía ser más complejo. Los costarricenses no simpatizaban con el gobierno pro soviético y pro castrista de Managua. Y, de manera unánime y a lo largo de la historia, han desconfiado y repudiado los ejércitos centroamericanos”.
-¿Cómo establecer prioridades en ese berenjenal?
-Fueron establecidos dos principales frentes de batalla. El impacto de la crisis externa, aunado a una deficiente administración interna, nos condujo, en 1979, a un crecimiento cero. La inflación llegó a porcentajes desconocidos para nuestro país: más del 100 por ciento. El producto interno bruto por habitante se redujo en más de un 17%. El desempleo alcanzó niveles nunca antes vistos. El aparato productivo se contrajo en una forma violenta. La balanza comercial arrojó déficit de magnitudes sin precedentes. Hacia mediados de 1981, se dejaron de honrar las obligaciones internacionales y, por once meses, no se pudo hacer frente ni siquiera al pago de los intereses de la deuda externa.
“Sin divisas en el Banco Central, la devaluación no se hizo esperar y, en pocos días, la tasa de cambio con respecto al dólar americano sufrió modificaciones de más del 500 por ciento.
“Al desajuste económico se unió el desajuste social. La tarea de estabilizar la economía que teníamos por delante era titánica. Sin muchas opciones viables, la alternativa entre el caos o el ajuste estructural no dejó márgenes para la duda”.
-¿Cuáles fueron los principales logros en esa etapa de salvación de la economía?
-Logramos reducir el déficit global del sector público de 12% del Producto Interno Bruto, en 1982, a 3,5% al terminar 1983. Este nivel de equilibrio financiero estatal nos ubica en una situación muy favorable y supera a la mayoría de los países de América Latina e, incluso, a Estados Unidos. En el campo de la política cambiaria, como resultado de la política fiscal seguida de un reflujo de capital privado, se logró estabilizar el tipo de cambio en el mercado libre, y, posteriormente, unificar los mercados cambiarios. Ello nos permitió combatir con éxito las presiones inflacionarias internas. En mayo de 1982 se estimó que la inflación, vista como aumento en los precios al consumidor, llegaría en diciembre a un porcentaje igual o superior al 120%. Sin embargo, ocho meses después, el porcentaje se redujo a un 82%. Habíamos establecido que, para 1983, reduciríamos la tasa de inflación hasta 40%. Si bien esta meta se consideraba difícil de alcanzar, concluimos el año 1983 con un porcentaje de inflación de un 11%.
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